viernes, 26 de diciembre de 2008

¿Y por qué no te callas?

Pocas veces una noticia tan inconsistente ha generado tal revuelo. La contestación del rey de España S.M. Juan Carlos I al presidente “tres veces electo” de Venezuela Hugo Chávez ha dado tantas veces la vuelta al mundo que empieza a marearnos. Lo curioso es que lo verdaderamente importante vino antes, cuando Chávez acusó al anterior Presidente Español José María Aznar de “fascista”. El delito de Aznar fue apoyar el golpe de Estado de 2002 en Venezuela; de hecho España fue el segundo país en apoyar dicha causa tras los Estados Unidos de América. Es lo que pasa cuando se practica una política intervencionista. Es complicado decidir a nivel gubernamental cuando se pueden meter las narices en las dictaduras ajenas. ¿Quién nos nombra juez, jurado y verdugo para desfacer entuertos como don Quijote de España? A efectos diplomáticos, no tenemos derecho ninguno; a efectos humanitarios, la decisión no está tan clara.
En cualquier caso, lo importante no fue que Aznar hubiera apoyado el golpe de Estado, ni que Chávez se lo recriminara al presidente actual en la Cumbre Iberoamericana, saltándose su turno de uso de la palabra e interrumpiéndole cansinamente. Lo que chocó y descolocó a la audiencia universal fue la reacción verbal del rey con ese magnífico “¿y por qué no te callas?”. Tres fueron las causas por las que sorprendió y maravilló tal comentario. Primero, por el desplante en sí, mucho tomate para una cumbre de hermanamiento. Segundo, no fue un político cualquiera, sino uno de los nuestros, nuestra proyección diplomática, nuestro símbolo personificado. Y tercero, no hablamos de un presidente cualquiera, de esos que votamos cuando al otro le estallan bombas o le salpican escándalos de corrupción; era nuestro rey, el de siempre, el bonachón que parece incapaz de decir una palabra más alta que otra (nunca te puedes fiar), ése que lleva tres décadas guardando el protocolo, y que lo perdió cuando tampoco iba con él la fiesta.
Lo mejor es que ahora el gesto ha resultado una especie de super hazaña patriótica. Ya me veo a millones de españoles vestidos de superman en rojo y amarillo y con la cabeza del rey en el pecho, en lugar de la “S”. ¿Nos hemos vuelto todos locos?

El dinero

Sería osado decir que el dinero todo lo puede, pero no es descabellado pensar en su exigencia en cualquier acto humano más o menos cotidiano: beber, soñar, amar, trabajar, correr, disfrutar, relajarse, nadar, comer, crear, estudiar. El agua que bebemos es barata, pero se paga; por no hablar de otros bebedizos. Los sueños no tienen precio, pero hacerlos realidad, siempre. Amar es gratis, pero a veces se cobra por amor u otras delicadezas. Trabajar es algo que prácticamente nadie hace por gusto, sino por el mercenario placer de percibir ciertos (siempre escasos) emolumentos. Se puede correr sin dinero, pero a veces lo usamos para poder hacerlo encima de una insulsa cinta de goma en un gimnasio. Disfrutar tampoco lleva tarifa, pero parecemos empeñados en disfrutar únicamente gastando. Para relajarse el hombre tiene varias opciones, pero hoy en día prima la del balneario o el masajista, hasta la fecha amigos del euro. Nadar también se oferta en un frío río, en un lejano mar o en la cercanía de las instalaciones polideportivas, que además incluyen ducha y desembolso pecuniario. Comer es siempre caro, y lo que da la naturaleza siempre es de alguien. La creatividad no vale dinero, pero pagan por ella (no siempre), y estudiar es algo curioso: o es obligatorio o es pagando. Cierto es que al final siempre hay quién cobra por estudiar (véase becarios). En resumen, que este tinglado es un mercado, y el que no tiene puesto ni monedero no puede hacer casi nada que termine en –ar, -er o –ir.

De buenos e hijoputas, lobos y corderos

No importa mucho el punto de partida: La baremación de méritos nunca es igual para todos. Así, el bueno -o cordero- tendrá que hacer diez mil y el hijoputa -o lobo- mil quinientos, solamente para estar a la par. Eso sí, aderezados de comentarios condescendientes del tipo: "Pues chico, para ser tan bueno tampoco se ha portado tan bien" y "Pues mira, muy cabrón pero al final aún ha hecho algo bueno". Conclusión: Sé un hijoputa toda la vida y salpícalo de pequeños y bondadosos detalles. El cielo garantizado. Y es que el preconcepto es muy peligroso. No importa lo que hagas, sólo lo que se espere de ti. Es como el amigo cara de palo. Todo el mundo sabe que es un sota, y ya se le presupone la seriedad y el agrio. Cualquier limosna en forma de sonrisa o comentario agradable será recibido como agua de mayo, y todos supervalorarán al sujeto pensando "fíjate, con lo serio que es y hace un esfuerzo para integrarse, qué majo". Si por el contrario pero por otro lado habitual el cara de palo se comporta como de costumbre -serio- los presentes disculparán su actitud con el siempre excusante "ya sabes cómo es".
Ah pero el bueno. Éste está perdido. No tiene salvación haga lo que haga. Puede ser considerado tonto, no sólo por los ajenos sino incluso por los mismos cínicos beneficiarios -normalmente del tipo hijoputa, véase título-solamente porque al tipo bueno le gusta agradar, hacer el bien y en general pensar que el sol puede brillar más amarillo.También puede ser, pasa con frecuencia, que el bueno se canse de ser puteado y se dé cuenta de que el mundo debe estar bien como está, porque el único que quiere cambiarlo es él. Entonces el bueno sacará fuerzas de asertividad en un ramalazo de inocente perversión, normalmente muy escaso o aterradoramente desmedido, e intentará subirse al carro de la justicia saltando desde el monopatín del puteable. El bueno nunca salta bien, ni a tiempo, ni al carro adecuado. La hostia es morrocotuda, no sé si por intentar saltar cuando sólo se sabe caminar, o porque los hijoputas hacen tope en el borde para que no se agarre mientras dicen con cara de comprensiva pena "es que este carro no es para ti, bueno, tú el monopatín, niño". Supongamos ahora que el bueno carga con furia desmedida y se hace hueco, eso sí, a golpe de rabia pura. Los hijoputas se echan para atrás y piensan "hostia, tú, si éste es ni es mosquita ni está muerta, yo me aparto que recibo" y utilizan la segunda estrategia contra el bueno: La llamada al orden. "Pero hombre, bueno, nunca me lo hubiera esperado de ti, desde lugo, con todo lo que yo he hecho por tus huesos, y me lo pagas así" y demás artificios manipulatorios y chantajes emocionales. El bueno, que no tonto, pero un poco a medias entre ambos, se siente terriblemente culpable y se derrumba ante la visión sesgada del hijoputa, que se siente otra vez poderoso e intocable, mientras resopla por lo bajini pensando "uf, ha faltado poco, casi pierdo el trono". Ya todo está perdido, el bueno será mucho más servil que de costumbre y el hijoputa mucho más hijodeputa que nunca, ahora sabe que puede.
Pero claro, no todo es lo que parece. Si de repente y sin aviso un cordero se rebota y muerde, es que no era tal cordero, era lobo disfrazao. Hay muchos lobos con piel de cordero en el monte, los conocerás por la mirada perdida en bondad y timidez, pero luego verás que los ojos son torvos y llenos de furia y hambre. El lobo de oveja nunca se descubre hasta que tiene a la presa cerca, a veces ni siquiera se plantea su propio disfraz, lo lleva sabiendo que le sienta bien y que le permite aproximarse a las ovejas -dícese los buenos- y ganarse su confianza. Si el lobo puede nutrirse del cordero nunca se quitará el disfraz. ¿Para qué? Puede abusar eternamente. Pero, ay, si el cordero decide desmarcarse de su rol de inocente animalillo, entonces el lobo intentará convencerle por las buenas, luego de fracasar se quitará la capa de lana y ovino y se zampará a la pobre oveja ya en los huesos de tan exprimida. Y los pastores que vean la escena dirán "si es que el lobo es lobo, y además hijoputa, aunque vaya disfrazado de cordero; y la oveja es oveja, por mucho genio que se gaste".
Total, que si puedes ser lobo, sé lobo, pero no lobo disfrazao. Si has de ser un hijoputa, pues hijoputa, pero de frente. Y si has de ser bueno y cordero, pues selo, pero que no te coman los lobos; como mucho, que te den mordiscos. Así recordarás que el monte está lleno de lobos e hijoputas disfrazados de buenos.

La acechante sombra de Gran Escala

No han pasado cuatro meses desde que un fantasmal rumor silbara entre los polvorientos torrollones monegrinos, vestido primero de broma colosal y disfrazado después de gran oportunidad histórica para Aragón y sus afortunados derredores. Las Vegas en Europa. Ya. Ahí está todo condensado, comprimido y embotado. Te guste o no. Vendrá con tu apoyo o sin él, como las huelgas de autobuses o los racionamientos en tiempos de guerra. A más de uno nos queda cierto regusto de vértigo y miedo. Yo no quería esto en mi tierra. No puedo evitar pensar que vamos a pagar un precio mil veces más alto que los desgraciados y pudientes en las mesas de juego granescalenses. Nadie da duros a cuatro pesetas. Vamos a ser la capital del vicio, del juego, del derroche y de la maldad. Vendrán ricachos vacíos y atufarán la comarca con su aroma de frivolidad. Acudirán también clases medias y bajas y gastarán todo lo que no pueden gastar, y se multiplicarán las ludopatías y las familias rotas. Las autopistas multiplicarán sus carriles, y se crearán dos grandes cinturones viales. El primero unirá Gran Escala con la playa mediterránea, el segundo con Europa. España ya no será el país del turismo solar, también será la catedral del juego, del ocio y del esparcimiento. Mucho desfase, mucho dinero y mucha corrupción.Todavía hay quién se enfada cuando hablamos de esto con tono crítico. Que si somos tontos, que si somos quijotes, que si no queremos progreso, que si traerá riqueza a la comunidad. Yo no me creo nada. Traerá riqueza a los que monten el circo, y tan rápidamente como la generen se la llevarán. Yo no quiero que mi tranquila ciudad de 800.000 habitantes se convierta en unos años en una macro-urbe de tres millones de habitantes. No quiero que el gris granito de sus calles y el inclemente cierzo de sus puentes se contamine con los pasos ralentizados de los que andan por encima del mundo, pisándolo todo, comprándolo todo, sin mirar tan siquiera a los ojos. No quiero que un gobierno inocente y obtuso venda mi tierra al peso creyendo que está haciendo el negocio del siglo. Nunca he mirado mal al inmigrante, al pobre que viene aquí a buscar futuro para él y pan para sus hijos, a aquel que viene a este valle inhóspito porque es el paraíso comparado con su realidad, siempre he creído que ése debería tener una oportunidad. Ah, pero el rico, el corrupto, el vicioso de una cosa o de otra, ése sólo viene a exprimir al igual y a hundirlo en la miseria. Me jode que sus címenes se cometan en este suelo que tanto he pateado, desgastado e incluso maldecido. Nuestro desierto, nuestros agrestes parajes, nuestra vida, vendida traidoramente a un grupo internacional que seguro que con parte de los beneficios construye varios hogares para ancianos y casas de acogida para inmigrantes, amén de invertir en bienestar social y en la recuperación patrimonial. Creo que esto nos viene muy grande, pero aunque no fuera así, tampoco lo quiero. Y si todos pudiéramos votar si Gran Escala se cimenta en suelo aragonés o se instala en medio del oceáno, me parece que para jugar al casino habría que coger el ferry o el hidroavión. Nuestra vida va a cambiar, y es seguro que no será a mejor. Eso sí, por fín habrá agua en los Monegros. Es triste que la única fuerza capaz de traer agua al desierto no sea la naturaleza, sino el dinero.

Una habitación con vistas

Disculpen que me apropie de tan literario título para mi apertura de ventanas y demás jornadas de puertas abiertas. Es que no sabía cómo explicar que no recuerdo en qué momento levanté la persiana del egocentrismo y me percaté de que ni estaba sólo en el mundo ni los televidentes me contemplaban como a Truman Burbank en su televisivo show.
Es curioso el mundo. Es un vasto espacio amable y conciliador lleno de sonrisas hasta que te acercas más de la cuenta y dónde veías gestos de dicha sólo atisbas dientes y muecas de crispación. Con esto no estoy diciendo que todo lo que nos rodea, personas incluídas, sea áspero y reticente. Decía William Blake que “generalizar es ser un idiota”. Déjenme que sea un poco idiota a sabiendas, quizá para compensar todas las veces que los bienintencionados lo somos sin saber.
Las primeras veces que, metafóricamente, abría mi ventana al exterior debía ser demasiado pequeño para apreciar algo más allá que los tigretones de la merienda y los regalos de reyes. Cenar en el Alcampo de Utebo era una aventura y acompañar a mi padre a comprar artículos para su negocio lo más parecido a dirigir el mundo.
Mucho más tarde he reabierto mi ventana buscando las vistas de aquellos años y dónde mis labios se transformaban en buzón de asombro ahora sólo se adivinan bostezos de boca de metro. Las cosas parecen más grandes en la niñez, los azules más celestes y los rojos más sangrientos. Mirar de nuevo a esos paisajes es recubrirlos de gris y tedio. Es mejor vivir del recuerdo de su fascinación inicial que sumergirse de nuevo en ellos para encontrarlos vastos, zafios, cutres o inconsistentes. La niñez es, pues, como unas estupendas gafas 3d que te garantiza aventuras emocionantes dónde sólo hay cartón, piedra, ruido y sucedáneo de nueces.
Superado el efecto tamizador de la visión infantil, donde lo grande es infinito y lo pequeño inapreciable, cada vez que he contemplado el mundo con mis ojos me ha parecido que la ventana se movía, como si morase en un habitáculo giratorio, y las vistas difirieran de año en año y los atardeceres se fueran turnando de escenario cada ocaso. Dado que mi vivienda tiene buenos cimientos, supongo que la perspectiva no es fruto de la rotación de la casa, sino de las lentillas de mi mirada, y es que me da la impresión de que cuanto más escudriño el mundo menos nítido lo veo, o mejor apostillado, más nítidamente entiendo que hay mil ventanas sin desprecintar y que las cosas que he visto todavía son escasas para curarme la ceguera experiencial. Tampoco puedo negar que cuando veo el exterior, bien por encima del hombro o admirando cada detalle, no puedo evitar sentir que las cosas bellas son menos hermosas, y las horribles menos feas.
En fin, que me perdone Forster por plagiarle el título de una de sus mejores obras, sólo para escribir una de mis más extrañas divagaciones.

La muerte de la ortografía

Ya no hay nada que hacer. Está moribunda y ni mil doctores ni seis mil filólogos pueden rehabilitarla. Ha muerto presa de los voraces, los inquietos, los imposibles. Los jóvenes la han matado.
Tampoco es el fin del mundo. Dentro de cuarenta años a todos les parecerá vien escrivir así. No creo que le imponga una ortografía fija. La historia nos enseña que las formas se alternan durante años o siglos antes de fijarse una de ellas. Lo que está claro es que la lengua está viva y los jóvenes la modifican a su antojo. Están haciendo historia aún sin saber que la están haciendo. Mandan miles de mensajes a los programas de la tele, repartiéndose por igual las abreviaturas y las faltas. Lo único seguro es que los puntos y las comas no existen. Tampoco se te ocurra chatear con un joven. Puedes no entender nada o perderte en medio de las consonantes imposibles. Lo gracioso es que ellos lo captan todo. Está claro que me hago muy mayor.
Pero, qué le vamos a hacer. Los menores de 25 son una fuerza de la naturaleza: consiguen reunir a miles de personas en un descampado o una plaza para beber hasta el amanecer, son capaces de endiosar a un cantante de karaoke a la categoría de super estrella, o ponerse en huelga por la más suprema gilipollez que ni entienden ni nunca sabrán lo que significa (véase mayo del 68), fuman como cosacos cuando se les dice que el tabaco produce cáncer, veneran la marihuana, creen en todo pero no se convencen de nada, especialmente si se lo dice un adulto mayor de 25, se averguenzan de sí mismos pero llaman la atención todo lo que pueden, y tienen una fuerza que ni tú ni yo volveremos a rozar. Por eso matarán la lengua. Porque el futuro es suyo, aunque no lo quieran, porque la lengua es suya, aunque no sepan reproducirla, porque la vida les pertenece, aunque no hagan sino regalarla. Yo no viviré la desintegración total del idioma tal y como lo conocemos, no me queda tanta vida, pero sí veré su decadencia; del mismo modo que veré a los niños dejar de serlo y maldecir todas las cosas de las que ahora presumen. ¿Y qué es la vida sino pasarse la segunda mitad de la misma corrigiendo los errores de la primera mitad?

La cascada de oro

"¿Dónde coño está la cartera, joderrrrr? Esta tía siempre moviéndolo todo. ¿Es que no me pueden dejar todos en paz? ¿Me meto yo con la gente? ¡Vive y deja vivir, hostia! Ah, aquí está la cabrona. ¡Jodo! ¿Sólo tengo 20 €? ¡Pero si ayer tenía sesenta! No puedo habérmelo gastado todo. Aquí me están sisando fijo."
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"¡Qué mierda! Estaba ganando, ¿eh? ¡Puta máquina! Te vas a enterar. A ver, número secreto: 5783. Importe: 120€. [SALDO MÁXIMO EN EL DÍA DE HOY: 60€] ¿¡Ehhhhhhh!???? ¿Cómo que saldo máximo 60€, si son 500 al día? No puede ser, ¿¿¡ya he gastado 440!?? Aquí hay un error. Mañana se enteran los del Santander. Igual hasta me cancelo la puta tarjeta y me voy a Cajamadrid, por incompetentes. No hay derecho que uno se parta la espalda trabajando para que luego no puedas disponer de tu dinero. Bueno, ya estamos. Vaya, la máquina está ocupada. Venga, cabrón, vete de una vez. Joderrrrrr. Buah, la de pasta que se está dejando. Ya se va, ¿no? Ah, no, que saca más monedas de 50. Jobar, por lo menos se ha pulido 40€, y sigue. Vengaaaaa, tío. Que los demás también queremos jugar. A ver si este capullo se va a llevar mi pasta. Veeeeeeeeeeega, cabrón. Buah, está enganchadísimo, joder, y sigue. Yo nunca podría llegar a eso. Recupero los 120€ y me voy. Ya ganaré mañana. Hoy sólo a recuperar..."
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"Los sesenta enteritos. No tengo un chavo ni puedo sacar hasta mañana. ¿Cómo le explico esto a Carmen? Nada, me callo y mañana recupero, por lo menos 300, la mitad, y me olvido de esta puta máquina que sólo me da problemas. Hostia, es que me he dejado más de 600€ en una tarde. He echado 1200 monedas en la máquina de los escalones, más todas las que han caido y he vuelto a echar. Qué verguenza. Mañana recupero un poco y lo dejo. Carmen no se dará ni cuenta. Joder, qué culpable me siento."
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"¡Que qué ha pasado en la cuenta! ¡Puta de mierda! ¿Te digo yo acaso qué haces con el dinero que gastas un montón para comprar cuatro verduras y dos filetes de magro de lomo? Pues qué voy a hacer, joder, tengo mis necesidades. A ver si voy a pasar del aire. Igual se me hinchan los cojones, cojo la puerta y me voy, mira. A mi tontadas las justas. A ver si llega la pausa del café y me echo unas moneditas. Estoy más estresado..."
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"Hijo de la gran puta. Ojalá te mueras. ¡Qué dónde cojones estaba, por dos miserables horas! La de veces que me he quedado dos horas a acabar el balance, sin cobrar. Todos los jefes son unos hijos de mala madre, pero Abellán también es un hijoputa. ¡Hijoputa, hijoputa, hijoputa! Como se te ocurra descontarme de verdad las dos horas te monto un pitote que te cagas en las bragas, cabrón. Que estoy enfermo, dice, el muy cabrón. ¡Qué pasa, que él no tiene vicios o qué! Como se le ocurra llamar a casa igual le atropello a su puta niña con el 4x4. Qué burro soy; qué culpa tendra la pobre cría de que su padre sea un gilipollas. Mira, con el día que he tenido igual es que la suerte se está reservando para la máquina de los peldaños. Tengo más ganas de echar una partida..."
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"Zorra de mierda, desagradecida, puta asquerosa, mala persona, te odio. Me has amargado la vida desde el día que me casé contigo. ¡Hijadeputaaaaaaaaaaaaaaaaaa! Mira, menos mal que te has largado porque si no en lugar de un puñetazo te reviento a hostias. Ludópata, me ha llamado ludópata la muy zorra, cuando aquí si no es por mí se come mierda todos los putos días. Que me he gastado los 7000€ en las tragaperras, que estamos arruinados, que la niña no tiene ni para el dentista ni para los cuadernos de clase. A ver, que sí, que me he pasado, pero, coño, no me lo habré gastado todo aquí. Vamos, digo yo. Puedo dejarlo cuando quiera. Recupero lo que he perdido y ya está."
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"Fijo que se han compinchado. [O te acoges al programa de ludopatías o te preparo los papeles, Gómez. Tú mismo.] Y la otra igual: [Fernando, he pedido el divorcio. La tramitación dura unos tres meses. Si te apuntas a rehabilitación lo reconsideraré. Si no, ya nos has visto a la niña y a mí.] Pues que les jodan. Me da igual. No necesito a nadie. Hoy y lo dejo."
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"Putos vagabundos. Son lo peor. Y encima me miran como si yo fuera igual que ellos. Se ríen y me llaman señorito. Hijosdeputa. Habría que matarlos a todos. Cuando salga de esto no volveré a darles limosna a ninguno de estos desechos. Huelen tan mal. Odio los bancos. Son tan duros. Y la gente me mira con tanto desprecio. Ya verán. Cuando vuelva voy a ajustar las cuentas a más de uno. Empezando por esa zorra que se ha llevado a mi niña. Contrataré al mejor abogado y recuperaré la custodia. Compraré una casa sencilla pero cuca, y seremos felices sin la chupóptera. Se acabó el dinero y se acabó Fernando. Zorra interesada. [Lo hago por la niña, Fer.]. Puta. Como te odio. Me has destrozado la vida."
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Espionaje industrial

Te querré siempre, Lola.
- Lo sé, David.
- Nadie podrá romper nuestro amor.
- Lo sé, chatín.
- Casémonos, Lola.
- Y yo, cariño.
- ¿Qué?
- Me...muero, Zavid, me...
- ¡Lola! ¡Estás sangrando!
- ................................uhh....

David sale corriendo con las manos ensangrentadas. El corazón late con terror, la respiración cabalga más deprisa que sus zancadas. “No puede ser”, piensa, “han vuelto a encontrarme”.
Germán llega hasta el cadáver de Lola. “¡Qué mierda, esta vez lo tenía.” Suena el móvil. Germán contesta con desgana:
- ¿Si?
- ¿Cómo fue, Germán?
- Mal, ha escapado. Ya lo sé. No, ...no! No se preocupe. ¡Claro que puedo! Si, siiiiiiiiiii. Lo sé, lo sé, adiós, adiós.

- Te agradecería que fueras más explícito, tío Miguel.
- Ya te he dicho que es información confidencial, Rosita. Me estoy jugando el puesto.
- ¿Y? Si quieres que te ayude deberás decírmelo todo. Es un buen caso. Quién sabe, igual supondría ese ascenso...
- Anda que ya te vale. Ven aquí, mocosa, dame un beso.
- ¿Entonces me traerás el expediente?
- Ya veremos, cariño. Como me dé.
- Tíooooo...
- Qué, Rosita.
- No le digas a mamá lo de las fotos.
- Claro que no, como se entere nos corta el cuello.
- Oye, ¿me traerás una donde se le vea el culo?
- Pero Rositaaaaa, que tienes nueve años...
- Es que está muy buenoooo

Miguel Francho abandona la casa de su hermana y acude a Jefatura a revisar el caso. Las horas pasan lentas e inexorables hasta que Mosquera le despierta de un capón.

- ¡Qué pasa, Francho! ¿Investigando una cabezadita, eh?
- ¿Eh, qué pasa, qué hora es?
- Son las once y cuarto, Francho, y te has quedao frito, chaval.
- No fastidies.
- Anda, matao, te invito a un café.

La cafetería de Jefatura está casi vacía. Mosquera y Francho hablan con desgana entre sorbos de levantamuertos.

- Es que no lo entiendo, Miguel, joder, no me entra.
- ¿Y? En todo caso es mi problema.
- Pero Francho, macho,¿tú crees que es normal contarle a tu sobrina de diez años el caso Mejaras? ¿Sabes que pasaría si se entera Latorre?
- Que no se va a enterar, Josep.
- Vale, vale, pero no me creo que esa niña te ayude de verdad a resolver casos por muy prodigio que sea.
- Pues me ayuda, ¿vale? Además no tiene diez años, sino nueve.
- Que sí, que sí, tío, para mí que te ha dao una hipotermia cerebral.

Al día siguiente Miguel Francho se reune con su sobrina Rosita. Miguel saca un sobre lleno de fotografías.
- ¡Tío, te has acordado!
- Claro que sí, quesito.
- Alaaaa, aquí se le ve todo.
- Oye, Rosita, ¿no te parece un poco fuerte que me pidas fotos de Ricky Martin desnudo? Te podría traer un pokémon, una gameboy, hasta una nintendo!
- Jo, tiíto, que eso es un rollooo. A mí me gusta Ricky.
- Sí, Rosita, pero es que eres un poco pequeña, no sé si te has dado cuenta
Miguel comienza a hacerle cosquillas a Rosita, que se retuerce de risa.
- Además, tío Miguel, yo no tengo internet.
- Anda, traviesa, vamos a revisar el caso.

La niña y el policía contrastan información, pistas, fechas, declaraciones, datos y suposiciones durante más de dos horas. Él explica con claridad loable y ella asimila y deduce con fluída lógica.
- Tío, resume que mañana tengo un examen de Cono, y como no saque otro muy satisfactorio mamá me castigará sin ver Compañeros.
- Bien, Rosita, lo que tenemos es un sospechoso de robo y sucesivos asesinatos que huye por todo el país.
- David Mejaras.
- Eso es, bollito.
- Robó tecnología punta de un laboratorio de investigación de telecomunicaciones de una empresa punta en telefonía e internet.
- Sí, Rosita, cariño.
- Dejó a su novia de toda la vida y mantuvo nuevas relaciones con chicas de perfil medio, hasta que las iba matando sucesivamente y establecía nuevos romances...
- Muy bien, cuqui.
- Su última novia y víctima fue Dolores Fuertes. Su cadáver apareció en el parque de El Retiro en Madrid. Un tiro en la espalda que se alojó en el corazón de Lola. Con silenciador. ¿Tenemos informe de balística?
- Sí, cielo. Una semiautomática de mira telescópica digital y cargador electrónico. Una joyita. En negro no la encuentras por menos de medio kilo.
- ¿Cuántas puede haber en circulación en España?
- No más de un centenar. Es un arma cara y de difícil suministro. Ya hemos tanteado por ahí.
- Coincide con el resto de proyectiles de las otras chicas?
- Todas fueron asesinadas con balas de semiautomática electrónica.
- O sea que coinciden todas.
- Sí, cariño, ¡deja la foto de Ricky, cochina!
- Tranquilo, tío, que te estoy escuchando. Es que Ricky me ayuda a pensar...
- Sí, ya, como a mí Claudia Schiffer. Anda que no tienes delito...
- Luego está el tal Germán Pigart...
- Mal personaje. Mercenario. Actúa como detective privado. Alguien le contrató para encontrar a Mejaras. Ha estado cerca, pero siempre llega tarde.
- ¿Quién le contrató?
- Probablemente la empresa de telefonía Cobercable Ltd.
- Y mientras Cobercable pierde millones, aparece Mobile Calls Ltd. revolucionando el sector y haciéndose más ricos que una horchatería en Los Monegros, ahora que han trasvasado el 60 % del agua del Ebro...
- Por favor, Rosita, no empieces con eso otra vez...
- Vale tío, pero insisto en que no pienso ir nunca a Terra Mítica.
- Pues vale, bollicadito, te llevaré a Port Aventura.
- Que no, tío Miguel, que yo quiero ir a Zaragoza, a pedirle a la Virgen que venga Ricky Martin a España. Y sin Cristina Aguilera, por supuesto.
- Cuqui, nos estamos yendo del tema...
- Tíooooooooo
- Qué, Rosita.
- Me cojes en brazooooooos....
- Claro que sí, mi niña, ven aquí.
- Tíooooooooooooo...
- Qué, diablesa
- Te quiero mucho.
- Lo sé, cariño.

Guadalajara: Una cafetería cualquiera del Centro. El nuevo teléfono móvil de David Mejaras suena por vez primera.
- ¿Patricia?
- ¿David, eres tú?
- Patricia, mi amor, mi sueño, te echo tanto de menos...
- David, ¿qué has hecho? Por favor, dímelo, necesito saberlo.
- No puedo, Pati, no puedo decírtelo.
Las lágrimas emborronan el fluído verbo del fugitivo, y su llanto refleja la desesperación del que sabe que su vida se ha roto de modo irreversible.
- ¿David?
- Uhff, Pati, te quiero, nunca quise que pasara esto. He tenido que hacer cosas terribles para salir del paso.
- ¡Por Dios, David, la policía me sigue, he recibido amenazas, dicen que has matado a cinco mujeres! Sólo dime que no es cierto.
- Sí que lo es. Yo no apreté el gatillo, pero me acerqué a ellas, y todo el que está conmigo muere. Por eso me he ido de ti, de tus ojos y de tus labios. Yo, yo.... si te pasara algo, Patricia, mataría a todos esos hijosdeputa....
- ¿Por qué no te entregas, mi chico? La policía no será demasiado dura si te entregas tú...
- ¿Es que no lo entiendes, mujer? Me buscan por algo que no he hecho, y ellos sólo quieren un culpable, no les importa si destrozan o no nuestra vida...
- Tú ya has destrozado la mía, David...
- Tienes razón, Patricia, lo he jodido todo, todo,...
Los lamentos ahogados de David Mejaras se pierden en la distancia. Sobre la mesa quedan un cigarrillo a medio consumir, un euro, los posos de un café solo y un móvil con una voz desesperada al otro lado: “¿David? ¿David?....”

“A ver si viene Vanessa con su termo, el café de la máquina es asqueroso”, piensa el detective Francho desde el desorden de su mesa.
- Miguel, tienes una visita.
- Gracias, Callejeras, hazlo pasar.
- ¿Detective Francho? ¿Está usted en el caso Mejaras?
Miguel Francho salta de la mesa y se abalanza sobre el visitante con árida determinación y gritando de modo histérico.
- ¡Es él, es él! ¡Es Mejaras!
Tras dos largas horas de comprobaciones y análisis, Miguel se disculpa ante su invitado.
- Lo siento, señor Raimundo Bracochet, le aseguro que es usted la viva imagen de David Mejaras.
- Lo sé, lo sé, detective, por eso he venido a verle. Y no se disculpe, no es la primera vez que me detienen por error.
- Tiene alguna relación con el fugitivo, señor Bracochet?
- Pues sí y no, agente.
- Explíquese, por favor. No se preocupe por ella, es mi sobrina Rosita.
- Un sitio un poco extraño para una niña.
- Bueno, sí. Si le molesta la mando a por un kinder.
- No, no, por mí no lo haga. Ya sé que no se va a enterar de nada. Bueno, a lo que iba, no conozco personalmente al señor Mejaras, pero si tiene mucho que ver en mi historia. Verá, Marisa, mi mujer, es una gran persona, pero es muy celosa.
- ¿Y?
- Pues hasta aquí todo normal. Esposa celosa, marido fiel, sin problemas. Pero un día Marisa me vió en brazos de otra. Y me montó un pollo. Ahora estamos separados y ya ha tramitado el divorcio.
- Pues lo siento mucho, señor Bracochet, pero, ¿eso qué tiene que ver con...?
- ¿No lo entiendes, tío? La señora Bracochet no vió al señor Bracochet, sino al señor Mejaras con otra mujer, quizá su prometida...
- ¡Joder con la niña! ¿Cuántos años tienes, rica?
- Nueve y dos meses, señor Bracochet. Disculpe mi intromisión.
- No te preocupes, Rosita, que si el señor Bracochet estuviera incómodo nos lo diría.
- Total que contraté un investigador privado para encontrar al señor Mejaras y convencerle de que hiciera una visita a mi esposa, con el fín de sacarla de tan lamentable error.
- El señor Germán Pigart, ¿no?
- Así es, Rosita.
- Bien, Rosita, cariño. Prosiga, por favor.
- El señor Pigart me llamaba siempre al móvil para darme detalles y avanzarme como iba la búsqueda. Pero un día me lo encontré por casualidad en unos almacenes...
- ¿No será por casualidad en Mobile Calls Ltd., verdad?
- Así es, Rosita. Iba a comprarme un flamante móvil de alta tecnología. Lo que me ocurrió allí era sorprendente.
- ¿El que le pasó, señor Bracochet?
- Todo el personal me saludaba, cajeras, guardajurados, dependientes... y entonces Germán apareció por mi espalda y comenzó a hablarme de un modo mucho más sombrío que de costumbre, en voz baja, pero no exento de rudeza.
- ¿Qué le dijo Germán?
- Que se había vuelto a escapar. Que había liquidado a la chica y que estaba seguro de que no había testigos. Estuve a punto de pedirle explicaciones, pero opté por disimular mi estremecimiento y me fui a casa. Estuve pensando en aquello toda la noche.
- ¿Volvió a hablar con el señor Pigart, señor Bracochet?
- Sí, mi niña, pero como siempre, por teléfono. Nunca volvió a hablar de liquidar a nadie.
- Gracias, señor Bracochet. Su información nos es muy útil. Le prometo que cuando demos con el señor Mejaras su mujer podrá verlo, al menos una vez.
Cuando Raimundo Bracochet se marcha, Rosita se agarra a la pierna de Miguel Francho y se sonríe con malicia.
- Un kinder, ya te vale, tío.
- ¿Qué te parece, cielín?
- Todo empieza a encajar. Luego te cuento mi teoría, tío Miguel.
- Me paso a las siete, Rosita.
- Tío, tráeme un magnum double caramelo, porfa.
- Sí, cuqui, ¿algo más?
- Hombreee, si te conectas a internet....
- Ya te vale a ti también, Rosita.
- Adiós, tiíto.
- Adiós, moninón. ¡Eh! Recuerda que te quiero un montón, guapísima.


Siete quince en el piso de Angela Francho y su marido. Miguel entra del modo más indiferente que puede, pero su hermana le pone una zancadilla verbal:
- Michie, ¿qué está haciendo Rosita contigo?
- Nada, Angela, nada. Sólo le cuento mis historias de cuando era cadete.
- Ya. Y un cuerno. Te está ayudando en un caso, ¿verdad?
- Eh, esto, has ido a la peluquería, ¿verdad, Angela?
- No me cambies de tema. Michie, te conozco desde que te parieron. A mí no me engañas.
- Pues te queda de cine. Te da un aspecto más juvenil.
- Joder, Miguel, ¿cuándo vas a sentar la cabeza?
- Ya hemos hablado de eso muchas veces, Angela. Mira, te prometo que no estoy metiendo a Rosita en ningún lío.
- O sea que sí tenéis un caso.
- Sí, pero es un caso pequeñito.
- Ya. Como se entere Adolfo te partirá la cara. Y luego no me digas que no estabas avisado.
- Si Adolfo le dedicara un poco más de tiempo a su hija, a lo mejor ésta no estaría todo el día en Jefatura o conmigo, chata. Y lo sabes.
- Sí, pero si mi marido no se partiera el lomo diseñando eslóganes de cereales doce horas al día en esta casa se comería mierda, Miguel, porque con mi sueldo de azafata de congresos oftanmológicos no da ni para la educación de la niña.
- Oye, Angela, yo sólo digo que las cosas...
- Shhhhhhhhhh. Oigo a Rosita. Está llorando. Ya sabes como le afecta oírnos gritar y discutir.
- Lo siento, Angela, de verdad. Iré a hablar con ella.

Cuando el detective entra a la habitación de Rosita, ésta permanece en la cama con el rostro colorado, la sonrisa disparada y el llanto fingido. Desde fuera parecía estar llorando amargamente, pero esto ya no le sorprende a Miguel Francho.
- Has tardado mucho, Rosita.
- Lo sé, tiíto. Es que... me gustaba la conversación.
- Algún día tu madre nos va a pillar el truco.
- Pero ¿sabes, tío Miguel? No echo en falta a papá, es un rollero.
- Sí, pero te quiere.
- Y quiere mucho a mamá. Se necesitan mucho.
- Bueno, no te pongas filosófica, petaco, que sólo tienes nueve años.
- ¿Sólo tengo nuevo años, tiíto?
- Y un corazón gordísimo, tunanta. Ven aquí, demonio ladrón.
- Tíooooo.... ¿has podido conectarte?
- Síiiiiiiiiiiiiii. Mira lo que te traigo.
- Que guay! Ricky en la ducha con todo mojao!
- Pero calla, Rosita, que se va a enterar tu madre.
- Si, ya. Mamá ya lo sabe. Me revisa los cajones. Se ha hecho fotocopias en color de varias fotos de mi Ricky. Pa´ke lo querrá si ya tiene a papá.
- ¿Cómo sabes que se ha hecho copias, quesito?
- Porque la muy manazas me ha dejado las copias. ¡Y se ha llevado los originales!
- Pshh. Qué familia. Anda, vayamos al caso, caramelín.

Rosita le cuenta a su tío sus particulares investigaciones del caso Mejaras. Francho atiende atónito a las averiguaciones de su inocente sobrinita. Se asombra cuando Rosita le dice que ha visto a Bracochet, o a Mejaras, o a quién sea en el departamento logístico de Mobile Calls Ltd., trajeado y dando órdenes a diestro y siniestro. Luego se sonroja al saber que la niña llegó hasta los almacenes Mobile siguiendo a Germán Pigart, al que reconoció porque previamente había cogido una foto suya en el despacho de su tío. Aún se ruboriza más al saber que Rosita se topó con el sujeto cuando éste salía de la casa de Patricia Hernández, prometida de Mejaras, y fue ahí donde decidió seguirle. Pero el vía crucis de ambos personajes no se detuvo en ese punto. También fueron a Cobercable Ltd., y al Hogar para Huérfanos Los Alcornoques, donde Germán llevó unos paquetes y un ramo de rosas. Lo último que hizo Germán Pigart fue sacar un billete de tren para Guadalajara.

Al día siguiente Miguel Francho y su “hija” Rosita se presentan en el Hogar para Huérfanos Los Alcornoques. Tras hablar con la monja y seis asistentas las conexiones comienzan a echar las primeras chispas. Germán era un pobre huérfano que hizo amistad con Diego, otro desvalido de la vida. La historia de Diego era bastante triste y oscura, sólo la superiora, ya retirada, puede contarles sus orígenes de modo estríctamente confidencial y previa comprobación de placa policial y orden de interrogatorio. La señora Bracochet quedó viuda al poco de nacer sus hijos trillizos. Sin posibilidad para sacar adelante tres bocas, dejó dos de ellos en el orfanato Los Alcornoques. Raimundo se quedó con ella, y David fue adoptado por un joven matrimonio estéril, los Mejaras, pero Diego permaneció toda su infancia y adolescencia en el Hogar para Huérfanos. Nunca supo que tenía dos hermanos. Su único apoyo fue su amiguito Germán. Cuando ambos dejaron el orfanato ya vaticinaban oscuros presagios por su comportamiento. Con todo, Germán venía de vez en cuando a traer rosas a las monjitas y regalos para los niños.
Una rápida visita a la señora Bracochet madre confirma todo lo dicho por Sor Sonia: Tuvo tres hijos, dejó a Diego y a David en el Hogar, y nunca volvió allí. Tampoco Raimundo conoce la historia, y la anciana les pide silencio, aunque Francho no puede prometerle discrección plena.

Camino a la estación Rosita explica a Miguel sus suposiciones:
- Tenemos tres sujetos con la misma cara y que no saben que son hermanos.
- Raimundo sabe que tiene un doble.
- Y el hombre que yo vi trajeado en Mobile Calls Ltd era Diego. Germán le dijo a Raimundo que no había conseguido eliminar a David Mejaras porque pensaba que estaba hablando con Diego. Metió la pata.
- Entonces Diego sabe que existe David.
- Claro. ¿Y por qué quiere matarlo?
- No sé, tú eres la que piensas, Rosita. ¿Por feo?
- Muy gracioso, pollo. Tiíto, lo quiere matar para que cargue con algo ilegal que hizo Diego.
- ¿El qué?
- Robar material electrónico de última tecnología del laboratorio de Cobercable Ltd. Es un puto espía industrial.
- Rosita, no seas mal hablada, que tienes nueve años.
- Diego vendió las patentes a Mobile Calls Ltd, y se estableció allí como gerente de logística.
- ¿Y qué pasó después?
- Nuestro huerfanito cometió un error. Las cámaras de seguridad de Cobercable grabaron el robo y registraron el careto de Diego.
- Y por eso buscan a David Mejaras. Piensan que es él el ladrón.
- Claro, tío Miguel. Alguien intentó asesinar a Mejaras sin suerte. Lo único que pretendían era que huyera, que fuera el fugitivo que Diego necesitaba y que Cobercable perseguiría.
- ¿Y las novias de Mejaras?
- David Mejaras iniciaba romances para ocultarse, pero nunca les hizo daño. Quién las mató fue el ejecutor contratado por Mobile Calls y Diego. Así no dejaban cabos sueltos e intensificaban los delitos atribuídos a Mejaras. Llegado el momento ya no interesa que siga vivo, porque si lo detienen podrá probar su inocencia. En cambio los muertos no hablan. Caso cerrado, Mobile Calls queda libre de toda sospecha y Mejaras se lleva a la tumba el paradero de las patentes tecnológicas.
- Y el ejecutor era...
- Germán Pigart. Mercenario, pasado oscuro, gran amigo de Diego y con municiones como éstas.
- ¡Son balas de semiautomática con cargador electrónico y mira telescópica digital! ¿De dónde las has sacado, pichurrín?
- De la gabardina de Germán, cuando la dejó en un asiento en Mobile Calls Ltd.
- ¡Estás loca, sobrina!
- Además tenemos el testimonio de Raimundo Bracochet, diciendo que Germán confesó no haber podido liquidar a alguien...
- Pero, Rosita, ¿cómo pudo confundirse Germán?
- Pigart no conocía el aspecto de Bracochet, porque fue contratado por teléfono. Nuestro matón sólo conocía dos personas iguales. Cuando apareció el tercer trillizo –Bracochet-, pensó que era Diego.
- ¿Y las visitas al Hogar, a Cobercable Ltd y a la prometida de Mejaras?
- Nuestro hombre jugaba a cinco bandas. Tenía una mano de clientes interesados en encontrar a Mejaras. Por un lado Diego y Mobile Calls le contrataron para mantener huído a Mejaras y finalmente silenciarlo para siempre. Por otro lado, Raimundo Bracochet le pagaba por encontrar al hombre que su mujer vió en brazos de otra, y demostrar así que no era un marido infiel. También tenemos a Patricia Hernández, prometida de David Mejaras, que apoquinaba a Pigart por encontrar a su fugado novio.
- Pero eso son sólo tres clientes, Rosita, cuqui...
- ¿Y Cobercable Ltd? Ellos contrataron a Germán para encontrar al ladrón de su tecnología de última generación, hacerlo confesar y poder involucrar a la sospechosa compañía rival, Mobile Calls Ltd. Por último, una arrepentida anciana buscaba reunir a sus hijos largamente añorados....
- La señora Bracochet madre.
- Así es, tío Miguel. David Mejaras era buscado por sus dos hermanos trillizos, su novia, su madre biológica y la compañía damnificada por los robos de Diego. Y ninguno de ellos sabía de la existencia de otros clientes. Germán cobraba cinco veces por un mismo trabajo, aunque al final acabaría liquidando su gallina de huevos de oro.
- ¿Y como encontraba Germán a David Mejaras?
- Por el móvil, última tecnología de Mobile Calls y con fácil rastreo para quien tiene amigos allí y una cliente –Patricia- a la que el fugitivo llamaba a menudo.
- Y ahora están en Guadalajara....
- ¿Por qué te crees que hemos cogido el AVE, tío?
- ¿Y cómo vamos a encontrar a David?
- No necesitamos encontrarlo. Basta con coger a Pigart gracias al busca que le metí en el forro de la gabardina.
- Pero, ¡Rosita!
- ¡Queeeeeeee, tíoooooooo! No iba a pasar nada. Si era inocente no le seguíamos y ya estaba. No te enfades conmigo.

Rosita comienza a llorar con desesperación. Esta vez no finge. Sabe que se ha pasado los límites. Sabe que su tío está muy cabreado. Sabe que mañana tiene un examen de Lengua y ni siquiera estará en Madrid al mediodía. Se acabó irse con el tío Miguel, se acabó el jugar a policías y se acabaron las fotos de Ricky Martin con sus cosas ahí. El llanto se incrementa, pero nadie la consuela. Francho está dolido. Rosita se ha pasado tres pueblos, jugándose el tipo y actuando por su cuenta y riesgo. Algo se ha roto entre ellos.

Domicilio de Angela Francho, seis días más tarde. El detective Francho llama a la puerta de su hermana por octava vez. Por fín se abre la puerta. Entre los dos hermanos queda la distancia.
- ¿Puedo pasar, Angela?
- Tira, venga. Menudo ojo llevas.
- Díselo a tu amable maridito.
- Yo te hubiera dado en los huevos, cabrón. Mira que llevarte a Rosita en busca de un asesino a sueldo...
- Lo siento, Angela.
- Ya. No cambiarás nunca, Miguel.
- ¿Puedo ver a Rosita?
- No quiere verte.
- Por favor, Angela.
- Anda, pasa. Está en el salón, con su padre. No te preocupes, a Adolfo se le pasó el cabreo con la hostia que te dio en la cafetería.

- Hola, Rosita.
- Me parece que mi hija no quiere hablar contigo, Miguel.
- Vale, Adolfo, capto la indirecta, ya me voy.

- Ánimo, ya se le pasará. Oye, Michie, ¿cómo acabó el caso Mejaras?
- Vaya, hermanita, creía que no querías saber nada de mis asuntos.
- Venga, tonto, dímelo.
- Pues mal. Germán confesó todo y le cayeron veintiocho años por cinco homicidios en primer grado y varios intentos de asesinato. A Diego Santerrán le esperan un mínimo de once años a la sombra por espionaje industrial, robo, allanamiento, complicidad de asesinato y fraude fiscal. David Mejaras nunca volvió con su prometida. Patricia nunca soportó que varias mujeres murieran a causa de los romances-tapadera de su novio, y abandonó la relación. Mejaras se ahorcó dos días después. En cuanto a Raimundo Bracochet, bueno, descubrió que su mujer no quería continuar con él incluso después de demostrar que no fue adúltero. La compañía Mobile Calls Ltd se ha disuelto tras ser condenada a una sanción de 23.000 millones de Euros por espionaje industrial, robo, irregularidades múltiples, fraude fiscal y delitos contra el medio ambiente. Cobercable Ltd será indemnizada con 16.000 millones de euros, además de que ya le han sido devueltas las patentes intervenidas. Por último, la señora Bracochet madre sufrió un infarto al saber que, de sus tres hijos, uno se suicidó, otro está en prisión y el tercero se acaba de divorciar. Su estado es... bueno, la verdad es que está desahuciada.
- Y tú, comisario, ¿no?
- El ascenso que buscaba. La verdad es que me sabe a poco. Esto no ha acabado muy bien...
- Ya. Mira, Michie, respecto a Rosita... ahora está muy bien. Su padre viene todas las tardes a las seis y juega con ella. Con el cambio de turno ahora sí puede estar con su hija. Yo... creo que deberías dejar de venir por aquí una temporada, Michie.
- Ya. Rosita no me echa de menos. Yo en cambio me siento tan mal ahora, sin su sonrisa, sin sus ojos...
- Es un ángel, Michie. Pero mi hija sigue siendo una niña. Y ya sabes como son los niños. Su cariño es sincero, pero efímero. Nunca puedes esperar nada de ellos, solo disfrutar de su felicidad y envidiar sus ojos llenos de asombro.
- Quizá estaba jugando a ser padre, Angela, no lo sé.
- Toma, Michie, esto es tuyo. Rosita ya no las quiere... Su padre le trae tazos de Pikachu.
- ¡Las fotos de Ricky Martin! Ésta sí que es buena.... Oye, pero esto no es de verdad, ¿no? Es un montaje! Es algo desmesurado.
- Te quiero, hermanito. No dejes de llamar, ¿eh?
- ¿Sabes, Angela? Quizá sí voy a sentar la cabeza. Ya tengo añicos para casarme, y con mi sueldo ya no sería un agobio...
- Michie, Mónica te está esperando hace meses. Y ella se lo merece.
- Lo sé. Siempre estaba demasiado ...distraído.
- Descentrado.
- Eso. Adiós, Angela.

Bajando las escaleras a toda prisa Miguel Francho siente una sensación extraña en su cuerpo. Por primera vez en muchos años, sabe lo que quiere. Después abre el ventanuco y tira las fotos de Ricky Martin a la calle. Con ojos sonrientes se aleja a paso vigoroso mientras un grupo de alumnas de ESO se agachan histéricas para recoger del suelo desnudos de un ídolo de pop latino.

El agua, Zaragoza y la EXPO

Es cuando menos inquietantemente divertido oír que el fabuloso macro recinto de la Exposición Internacional sobre el agua y el desarrollo sostenible de la “muy Noble, Muy Leal, Muy Heroica, Muy Benéfica, Siempre Heroica e Inmortal” ciudad de Zaragoza…, que el recinto de la EXPO 2008, decía, se haya quedado en nada ante la avalancha de turistas acelerados y almendrones atrasados en gastar su magnífico pase de tres días con caducidad a final de agosto. Total, que si el aforo máximo eran 110.000, parece ser que este fin de semana – y de mes- se ha tenido que echar el candado después de pasar al visitante 115.000 por el escáner de entrada. Habráse visto semejante chapuza.
Para que luego digan que se planifica bien a orillas del Ebro.
De todas maneras el aforo del recinto no deja de ser acorde con otras actuaciones y remates de la capital: Unas orillas con grava, vallas y escombros, obras que avergonzarían a la M-30, baldosas sueltas, carriles bici que atraviesan sin pudor pasos de cebra, peatones que pasean impunemente por los carriles bici de antes, autobuses TUZSA a reventar en hora punta, terrazas de bar que impiden el paso, contenedores de reciclaje más petados que la propia EXPO, y un fabuloso trazado de nuevas calzadas unidireccionales que te obligan a ir hacia Ranillas, pero que te niegan mirar hacia atrás (con ira).
Pero volvamos a Fluvilandia. La verdad es que pocas veces he contemplado un chiste visual tan macabro como los asfaltados secuzos de la Expo del AGUA: Es un auténtico secarral monegrino, salpicado, eso sí, de fastuosos oasis de pago donde el preciado elemento, o una coca-cola, o una cerveza se paga a precio de Sáhara (esto era predecible). Una de las cosas más estúpidas de la EXPO es el gran invento del siglo: El imposible FAST PASS. ¿De qué sirve un pase rápido si para dártelo hay que hacer dos horas de cola al sol justiciero de Zaragoza, que vienen los andaluces y se cagan en todo? Y vas tú, almendrón cabezudico, y les dices: “No, si esto no es nada, en invierno el cierzo te hiela el alma”. Total, que una cola lenta para un pase rápido es una paradoja, una absurdez y además no vale para nada. Mejor sería hacer cola directamente a pelo, que seguro que no estás dos horas, y no corres el riesgo de que te la cierren por agotamiento (no propio, sino de las entradas) después de cien minutos baldíos. Es posible que lo que se ve en la muestra sea medianamente interesante, pero la espera en la entrada hace que nuestro nivel de exigencia media se sitúe muy por encima de lo expuesto. De ahí la decepción y el comentario “pues chico, está bien pero no para esperar una hora y cuarto en la fila”.
Pero no pasa nada. Si las instalaciones son escasas, las colas como si regalaran roscón de Reyes en la plaza del Pilar, el calor como si fuera Sevilla pero más seco, los pabellones meros expositores de fotos, audiovisuales o directamente tiendas, los visitantes saben estar a la altura. Nadie se salva. Vamos a verlos:
1) Visitante tipo “está bien, pero prefiero la de Sevilla”. Normalmente son foráneos, y desde luego no muy jóvenes. Eso sí, como aragonés admito que tienen toda la razón. Aparte de que ésta es una exposición internacional y no universal, bla, bla, bla y todo eso, pues resulta que Zaragoza no aporta apenas detalles tecnológicos, artísticos o innovadores que superen lo de Sevilla. Dieciséis años después te esperas algo que te asombre, te embelese o te haga tilín. Sin embargo, poca gente se ha quedado con la boca abierta (si acaso para bostezar).
2) Visitante tipo “a ver, a ver”. Suele ser extranjero, pero a veces puede aparecer espécimen nacional. Muestra una actitud borreguesca sin orden ni concierto. Normalmente irá a la cola mayor bajo el principio poco fiable de “a mayor cola, mejor pabellón”. Ay, amigo, como te metas en el de Mónaco…
3) Visitante tipo “Aragón-España-HombreVertiente-Japón-Alemania-Marruecos”. Todo lo demás se la suda. Él quiere ver única y exclusivamente lo mejor o lo que las leyendas urbanas dicen que es lo mejor. Lo gracioso es que en un día es imposible ver todo eso, aunque con suerte tal vez consigas ver cuatro de los Top 6. Por cierto, ¿alguien sabe qué cojones significa la piscina de bolas azules del pabellón de España? Creo que moriré sin saberlo.
4) Visitante tipo “a ver que llevo a mi madre en silla de ruedas”. Mi preferido. Éste es un figura. No conoce sexo, raza ni condición, si bien su perfil medio es hombre o mujer de cuarenta años acompañado de su madre, su tía, o una señora que ha raptado de la residencia “El achaque” perfectamente apalancada en una silla de ruedas salvadora, que permite acceso inmediato a todos los pabellones, y además ante la atenta mirada de todos los gilipollas que llevan tres cuartos de hora apoyados en la pared esperando su turno de entrada. Normalmente se trata de personas que no utilizan asiduamente una silla pero que así pueden aguantar doce horas del tirón y sin cansarse. Otras directamente tienen tanta pinta de utilizar silla de ruedas como yo zapatos de plataforma. Y ya el colmo: A la hora de cierre de pabellones las he visto levantarse de sus sempiternos asientos y ponerse a andar para estirar las piernas que nunca han podido mover. ¡Oh, milagro! ¡Dios te ha devuelto la movilidad a tiempo de hacer cola para los bocadillos de la cena! Y mientras el sobrino, nieto o ahijado derrapando con la silla o echando carreras con otro crío en silla de ruedas ajena.
5) Visitante tipo “estoy embarazada”. Variante del anterior. Esta ni siquiera carga con la silla ni con su puta madre. Directamente saca tripa y se pone en la cola FAST PASS. Nunca falla. El problema es que nunca va sola. Siempre lleva marido, hijo(s), cuñada, hermano, madre, etc lo que sea pero sin silla, que ya no hace falta.
6) Visitante tipo “vamos ahí que no hay nadie”. Éste siempre ve un número amplio de pabellones, pero de poco caché. Normalmente aprovecha más que el resto pero se va de Zaragoza con la curiosidad de saber cómo eran los pabellones de Aragón, España, Japón y el Hombre Vertiente.
7) Visitante tipo “vamos a mi país”. Patriótico más que objetivo, piensa que su espacio es lo más bonito de toda la muestra. Nunca lo es –salvo si eres japonés-, pero el arraigo puede más que la cruda realidad.
8) Visitante tipo “¿dónde está el pabellón de Colombia?” No le interesa la EXPO, ni los pabellones, sólo quiere tomarse un café de Colombia GRATIS, un ron por el forro y un té japonés sin poner un duro, aunque le falte azúcar. Su perfil es claro: mujer de más de 50, española, de nivel cultural bajo y llevando el peso de una familia nuclear. O sea, una MARUJA como la que tenía las empanadillas haciendo la mili en Móstoles. O jubilada con carnet del Imserso haciendo escala en la Pilarica entre el viaje a Benidorm y la excursión a Lourdes. No se sabe cómo, pero este segundo espécimen siempre se cuela sin darse cuenta y acaba comiendo, meando o visitando Colombia antes que tú, aunque lleves en la fila mucho más tiempo que ella. Tal vez sea por el miedo de envejecer en la fila. ¡Señora! ¡Si más ya no puede envejecer! O ¡que no se va a morir en acto de servicio!
9) Visitante tipo “pase de temporada”. Normalmente va a lo que va, desglosando sus visitas en interesantes y estudiados pabellones. A veces desarrolla una superioridad supina basándose en su conocimiento del recinto por repetición. En tal caso es repelente: Te lo cuenta todo, te aconseja, y se pasea por ahí como si la EXPO se hubiera construido con sus fondos personales. A evitar.
Parece que esto se ha complicado. Me temo que hablaré del agua en otro momento.

Amigos del ayer

Eras chulo, prepotente y creído, pero jovial, amable y tierno. Vivías imbuido de grandes ideales y una fé clamorosa en la raza humana. Nunca reparé en ello, pero cuando marchabas acompañado de tu grueso y corto amigo me resultabas lo más parecido al hidalgo de La Mancha, si bien cambiabas la armadura por chupa de cuero y la lanza por cigarillo a medio consumir. Caminabas por las nubes como un Dios renacentista, mirando a la humanidad maravillado y convencido de su sempiterna capacidad de autogestión catártica, y te gustaba estar allí para obrar el milagro: convertir al pecador en bribón de segunda y al cabronazo integral en cabroncete con buen fondo.
Te metías en todos los ajos y en todas las ollas a presión. Cuanto más humo, mejor. Pisabas todos los lodazales de la miseria moral con insolencia y valentía. Desde luego te iba el barro. No sé muy bien si era tu cara de niño bueno o la jeta que le insuflabas a tu discurso quedón. Nunca vencías, siempre convencías. Igual arreglabas desaveniencias sentimentales que enemistades manifiestas, fechorías insulsas que vicios a maltraer, y nadie te mandaba a la mierda, aunque puedo recordar que más de una vez te fulminaban con miradas de puñales tan afilados como tu lengua de predicador en rebajas.
Con todo, debo admitir que siempre hacías más bien que mal, y que todos los amigos te adoraban muy por encima de lo razonable. Pero tú querías más. Tú querías salvar el mundo y hacer de él un lugar mejor para vivir. No te bastaba con ser el mejor amigo de casi todos, también querías ser el ídolo de niños y el pañuelo de niñas. Nunca comprendí qué tenías: carisma, cuento, una bondad infinita, ganas de llamar la atención, inseguridad, arrojo, carencias o un pasado mucho más oscuro que el presente que nos pretendías vender con tus dotes comerciales.
Pasaste de moda cuando los jóvenes nos hicimos hombres y mujeres y la amistad dejó de ser lo más importante. La amistad siempre agoniza cuando aparecen los treinta o las mujeres. Tu discurso se quedó obsoleto y tu consejo, aunque cierto y sabio, dejó de ser válido. Los que te buscaban entonces no más necesitaban de tu alentadora cosmovisión, y los que te vimos caer sentimos el rubor de acompañar a casa en silencio a la vieja gloria del pasado, sin que ni tú ni yo quisiéramos admitir que ya no eras la encrucijada del destino ni la respuesta a todos nuestros demonios. Habíamos madurado y ya no eras nuestro druída espiritual, tan sólo nuestro amigo.
No consigo olvidar cómo dejamos de ser amigos, aunque ahora entiendo que para ti era muy difícil la relación entre iguales, que debíamos estar en deuda contigo para que pudieras sonreírnos con pueril condescendencia, que tenías miedo de ser simplemente un hermano.
No consigo recordar cómo nos conocimos, pero sí tengo en mente los sitios por los que pasamos juntos: cuatro equipos de fútbol sala, decenas de conciertos, miles de cigarros, cientos de litros, siete campamentos, una carrera universitaria, ocho bodas, cuatro entierros, tres bautizos, millones de momentos que se van inmolando de mi memoria como si ya no me importaran, cuando su chisporroteo es lo único que todavía me liga a tu póstuma presencia en mi.

Worcester

Nos separamos dos horas antes de lo planeado. La tristeza era demasiado grande para sentirlas agonizar. Marché a casa, sombrío y solo, con muchas dudas y muy pocas certezas, a subir peldaños hacia la distancia: La estación de autobuses, Madrid-Barajas, Newark, Nueva York, Staten Island y, finalmente, Worcester.
No hay nada más duro que viajar sin querer hacerlo, y aunque nada ni nadie me impelieron a malpisar seis estados norteamericanos, yo sentía la inescapable necesidad de reinventarme a mí mismo, de madurar como persona y de fluir como angloparlante. Sencillamente tenía que hacerlo, y aquel instante desprendía un premonitorio vapor de último tranvía procedencia fracaso y destino esperanza. Ya se habían escapado demasiados trenes para un filólogo de veinticinco años, a seis asignaturas de titular y ninguna experiencia internacional, olvidando tres escasos días en la capital europea de la prisa.
No sentía demasiado miedo. Era tan inmensa la pena que el temor no me asustaba. Lo único que de verdad temía era perder a mi novia. Llevábamos un año y medio de cuantiosos encuentros y escasos desencuentros, siendo el mayor de ellos mi obcecante decisión de testarme como monitor de colonias en un campamento americano, siendo el aprendizaje de la lengua inglesa mi auténtico objetivo. Las dudas me abrasaban el juicio y me emborrachaban de inseguridades. ¿Y si al volver uno de los dos se había dado cuenta de que estaba mejor sin el otro? ¿Y si ambos sentíamos lo mismo?
Los seis meses previos ya nos habían enseñado el umbral de la incertidumbre.Yo no deseaba irme y ella lo anhelaba mucho menos. Teníamos mucho miedo. Las diez semanas en Massachussets fueron largas como la espera de noticias alentadoras en las puertas del quirófano. No había conversación telefónica en la que mi chica no empezase con voz grave ni acabase con amargura entre sus lágrimas.
La estancia en América estuvo jalonada de luces y sombras. Jugué en el casino más grande del mundo, contemplé ballenas saltar en la bahía de Boston, me tomé una cerveza en Cheers, comí donuts de mil colores y sabores, fumé a escondidas, me atiborré de helados, hice pequeños amigos (de edad, no de intensidad), compré ropa de marca a precios de saldo, caminé por el piso 0 de las torres gemelas, desenredé la bandera americana que ningún patriota había conseguido desenmadejar, enseñé a los nativos a jugar al fútbol, pateé mil calles, me transformé en un animal neoyorkino, y sobretodo, abandoné mi niñez en la plaza del Príncipe Felipe, en el mismo lugar donde decidimos separarnos dos horas antes de partir.
Puedo decir que a partir de la semana siete empecé a disfrutar. Sentía que se moría mi destierro y las sensaciones se revertieron. Las cosas que me eran dolorosamente cotidianas pronto serían sólo recuerdos. La última semana fue agridulce. Aunque pocos, abandoné preciados amigos y valiosos compañeros, inigualables instantes y episodios curiosos.
El momento más dichoso de mi devenir lo sentí al acomodarme en el avión de vuelta a España. Sólo quince horas me privaban de volver a besar sus labios, de contemplar sus ojos, de escuchar su voz dulce. Cuando la vi estaba más guapa que nunca: el pelo muy largo, la tez morena, un brillo nuevo en sus ojos pequeños.
No negaré que mi primer y único viaje iniciático me pasó factura. Si queréis saber si el precio fue demasiado alto, os diré que aquella chica dejó de ser mi novia. Ahora es mi mujer. Respecto a mí, comprendí muchas cosas al volver de mi infierno experiencial. El mundo no me esperó ni me recibió con vitores, pero yo me hice un hombre y crecí en tres meses lo que no había madurado en muchos inviernos, y empecé a descubrir que la vida tan sólo era una autopista inexorable hacia la desilusión.

The day the vinyl died

“Y en las calles gritaban los niños
lloraban los amantes, y soñaban los poetas
pero nadie decía una palabra
todas las campanas de la Iglesia estaban rotas
y los tres hombres que yo más admiraba
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo
cogieron el último tren con destino a la costa
el día que la música murió”

Traducción “American Pie”, Don McLean

Llegó hace muchos lustros, cuando ni tú ni yo habíamos nacido. Entonces nuestros padres los cogían con mimo, los encasquetaban en la gramola y un sonido mágico emanaba de una insignificante aguja. Ellos bailaban abrazados, embelesados en una atmósfera embrujadora, cautivadora y añeja. Eran de piedra y pesaban un muerto. Con frecuencia se rayaban, gemían y lloraban presos de la batuta de metal, hasta que ellos abandonaban el ritual y corrían a salvarlos de su cruel destino monocorde: levantaban la aguja, la desplazaban con precisión milimétrica y les daban libertad para seguir bramando al viento con solemnidad, orgullo y elegancia.
Algunos gruñían quejosos, cansados de tanto dar vueltas, otros apenas fueron vejados, muchos duraron un verano, todos murieron en el olvido. Yo no estuve en su estreno, ni disfruté mucho de su auge, lo pinché pocas veces, lo rayé muy poquito, pero no pude evitar sentir un funeral interno el día que el vinilo murió.
Mi primer disco me cogió mayor; debía tener unos quince años cuando entré en Linacero y me llevé El grito del Tiempo de Duncan Dhu. Nunca antes había reparado en el vinilo. Tan sólo recuerdo que mi hermano tenía un puñado de discos muy delicados que yo no podía tocar –ni tampoco me atrevía-, los cuales se pinchaban con la aguja con una precisión exquisita. Si no se hacía así escupían un ruido ensordecedor, delatando la escasa habilidad del pinchadiscos. Poco a poco me fue animando, mejoré mi pulso y aprendí a manejarlos, no sin considerables cicatrices en sus sensibles surcos. Hacía ya muchos años que la cinta magnetofónica había irrumpido en los hogares, pero su tirón nunca fue comparable al de un buen disco. A finales de los ochenta no entraba en mi casa música si no era redonda, y el hábito duró un puñado de años prósperos, en algunas familias más que en otras, hasta que apareció la maldita tecnología.
Lo primero que supe del CD o disco compacto es que era más pequeño, que sonaba mejor y que se estropeaba menos. Después conocí otros detalles, como el lector láser en detrimento de nuestra gastada aguja. Y de repente me regalaron un disc-man, acompañado del CD Greatest Hits II de Queen. Aquel día me vendí. Y lo hice con placer adúltero. Me perdí entre sus destellos multicolores, el sonido nítido y la carátula coqueta y plasticosa. Su reducido tamaño y la sofisticada puesta a punto de cada tema redondearon mi infidelidad. El nuevo disco era mejor, y me fui con él como el que abandona a su novia por una chica más joven y guapa. Tardé mucho en volver a comprarme un disco de vinilo. Todo lo que salía nuevo estaba disponible en cassette, disco o CD, y aunque el disco compacto era un poco más caro que sus predecesores, el resultado merecía la pela. De vez en cuando compraba un disco - LP´s antiguos, de segunda mano, reediciones,etc- pero sólo cuando no estaba disponible el compacto. Mi colección de música, antes dedicada a los discos, se equilibró entre los dos formatos.
El efecto del CD fue fulgurante. En pocos años dejaron de editarse vinilos, y ya sólo quedaban las existencias sobrantes. Tampoco los platos giradiscos pudieron salvarse. En su lugar aparecieron las mismas cadenas pero con CD y un tamaño mucho más manejable. Cuando me quedé sin platos no volví a escuchar mis discos. Murieron allí, esperando que yo volviera con un nuevo plato para hacerlos chillar como en los viejos tiempos. Tardé mucho en hacerlo, pero lo que encontré en aquellos vinilos era un tesoro acústico. Sentí mi pulso flaquear, pinché con el cuidado de un cirujano, perdoné los ruidos de fondo y hasta las rayadas, y volví a escuchar una música que ya le gustaría tener a los pretenciosos CD´s llenos de chumba-chumba y melodías bobaliconas, tan nítidas como efímeras, tan transparentes como insustanciales.
Me dí cuenta que había asistido a la muerte del disco de vinilo. Sólo era un trozo de plástico, pero su desaparición arrastró muchas otras. El vinilo se llevó la humildad, las limitaciones. Sus rayas y saltos se fueron con él. También marcharon las molestias, esas que te hacían pinchar el disco, pararlo cuando acababa, salvarlo cuando se repetía, limpiarlo con cuidado, transportarlo adecuadamente. Enterró tardes de hacer el amor sobre el sofá, sepultó ese romanticismo reservado a las cosas frágiles y sencillas. El vinilo envejeció con el terciopelo y el satén, el jabón de piedra y el aroma de lavanda, el horno de leña y las recetas de la abuela, el nodo y la madera carcomida. Su sabor auténtico y genuino murió también. Un disco era irrepetible, ahora nos grabamos los CD´s como churros. Pero sobretodo, el vinilo enterró una música que nunca más sería reproducida: el sonido pop, la psicodelia, el punk, el jazz, tantos géneros hoy pervertidos entre la superficialidad y lo facilón. Claro que se han hecho reediciones en CD de todo lo relevante, pero esa música, aún siendo la misma, no suena igual, no recuerda lo mismo, no transporta igual a un torbellino de memorias en blanco y negro. El día que murió el vinilo cayó también una buena parte de la música, la de verdad, la de antes.
Quizá Don McLean cantó American Pie pensando en la muerte de la música, pero seguro que nunca profetizó que la desaparición del vinilo tuviera tanto que ver con ello. Bye, bye, Miss American Pie.

“Oh, and as I watched him on the stage
My hands were clenched in fists of rage
No angel born on hell
Could break that Satan´s spell
And as the flames climbed high into the night
To light the sacrifical rite
I saw Satan laughing with delight
The day the music died”
“Oh, y cuando lo ví en el escenario
Preté mis manos en puños de ira
Ningún ángel nacido en el infierno
Podría romper ese hechizo de Satán
Y cuando las llamas se alzaron en la noche
Para iluminar el rito de sacrificio
Ví a Satán riendo con deleite
El día que la música murió”

Dedicado a todos los que, en algún momento, en algún lugar, todavía escuchan algún disco.

El no tan casto ni tan puro guerrero del antifaz

Hace pocos días pude indigestarme a placer de un empacho de “Las nuevas aventuras del guerrero del antifaz”, comic español y moderado, tal vez para esquivar la censura franquista. Los detractores argumentaban que los paisajes eran casi inexistentes y que los personajes estaban poco matizados. Los incondicionales resaltaban el dibujo en sí y la sensación de movimiento que desprendían las figuras.
Tampoco había que rasgarse las vestiduras con un tebeo de espada, si bien es cierto que uno a veces tenía la sensación de que el guerrero siempre hacía lo mismo:
1) Irse a por uvas fuera de España.
2) “Recomendar” a Li-Chin que no le siguiera, pero sin mucho énfasis.
3) Encontrarse con el cacique de turno, más pérfido y malo que el anterior, y que nunca aceptaba la amistad del guerrero.
4) Ser apresado, y Li-Chin violada sin contemplaciones por el jefe (luego daba una paliza a los segundones que querían las sobras).
5) Soltarse y matar al malvado.
5’) Soltarse y ser salvado por Li-Chin que mataba al malo.
6) Irse a otra parte, a menudo seguido por una mujer enamorada, de intenciones ambiguas.
Releyendo las nuevas aventuras de adulto he reparado en dos aspectos del guerrero que me han parecido muy curiosos o cómicos. Primero, la invencibilidad de nuestro héroe. Por fuerte, creído o hábil que fuera el malo acababa palmando siempre, normalmente con una facilidad abrumadora del cristiano en comparación con su primer encuentro, donde a menudo perdía. Segundo, el sex-appeal de don Adolfo, capaz de enamorar a todas las féminas de cada episodio –con la honrosa excepción de Sarita- vestido, con cota de malla, antifaz y casco. ¡Sí señor! Siempre había tema o una manifiesta intención de abrazar la cruz por parte de la musulmana o morisca correspondiente. La pelea de gatas, entre Li-Chin y las rivales, se libraba a un nivel sibilino, a veces llevado al plano físico. La otra solía acabar trágicamente, violada y asesinada por piratas, comida por tiburones, abatida por un hacha, ensartada por musulmanes, apuñalada por la espalda. Pero lo verdaderamente flipante era la actitud del guerrero. “No, yo estoy casado…, mi esposa y mi hijo…, Li-Chin, solo quiero tu amistad…” Pero en el fondo se huelgó con la china al menos un par de veces, puede que más. Tampoco se libró de consolar a otras de modo sutil, el tebeo a veces no es muy explícito: Soraya, Sandra, Amancia. Con otras es seguro que no hubo tema: Nasita, Sabina,… En cualquier caso el guerrero del antifaz no hizo grandes esfuerzos por mantenerse abstenido, pese a tener esposa, hijo, una poderosa fe católica y un aparente desinterés por asuntos amatorios. Un auténtico mego, vamos, capaz de “consolar” a una pensando que está con otra, o de pedir a Li-Chin, cuando la pobre china ha decidido dar su amor a Shantal Kir, que vuelva con ellos porque quiere tenerla cerca, eso sí, como amigos. ¡Menuda jeta enmascarada!
En resumen, que el conde de Roca, tan fuerte, viril, católico, justo y centrado, cae en media docena de camas con la indiferencia del que pela un besugo, casi por no violentar a sus anfitrionas. ¡Será posible! Con lo fácil que hubiera sido dejar a Ana María con Ramiro o con Olaf, que morían por sus huesos (de hecho mueren por culpa de ellos), y afincarse en la isla amarilla, en el oasis de los Kir o en el mar Muerto con la mariposa oriental y recuperar todos los coitos perdidos…
Una última cuestión… ¿por qué cojones llevaba antifaz un conde que todo el mundo conocía pero cuyo rostro no era en absoluto asociado a él?

Contradicciones

Parece una sonrisa sin fin, una felicidad sin descanso, un caramelo con relleno. Sin embargo, a veces se dibuja en su semblante una infinita tristeza, una profunda amargura, un resquemor inabarcable. Su bipolaridad no tiene límites, si bien exhibe frecuencias muy descompensadas: Casi siempre es alegría, ternura y espíritu joven. Algunas veces, las menos, aparece frío y distante, como cansado del mundo o desengañado de recibir desplantes a cambio de sus palabras amables.
Los días oscuros no son negros, sino de un tono mucho más fúnebre, como si la tristeza o la desolación se comiera las armonías cromáticas de tan serio color. Los ojos brillantes se vuelven más pequeños, más lejanos, más incomprensibles. El sesgo facial cobra la misma dureza que si estuviera azotado por el cierzo más cruel. Y la boca entreabierta nunca consigue arquearse como en los días de bonanza. Es evidente que cuando no sonríe ALGO le pasa. Los diálogos son tan cortos como contundentes: -“¿Te pasa algo?” -“No, estoy bien”. La concisión y la sequedad del verbo no dan lugar a preguntas adicionales, ni para preocuparse por el ánimo ni para rellenar incómodos aujeros de silencio.
La noche es muy negra, pero casi todo es día en él. Es difícil encontralo de mal humor o abatido, y responde a quejas con sonrisas, quitando hierro a incandescencias que se fraguan o glorificando pequeños milagros cotidianos. Le encanta escuchar palabras sabias y necias, para entender el micromundo que cada uno construye en su escasez o abundancia, y valora la humildad como el más preciado de los tesoros.
No cree demasiado en la amistad, pero respeta al compañero como si fuera la verdad más recóndita, consciente quizá de que los momentos que vives con alguien son de oro líquido, y quién está al lado parece bañado en él.
Intercala palabras sabias con chascarillos inocentes, buscando a veces la risa ajena o la aceptación generalizada, aunque no siempre la consigue. A veces cierra el buzón pensando que ya ha hablado demasiado, o no con mucho éxito, o simplemente que el espacio verbal está demasiado saturado para contaminarlo más. Con todo, le fascinan los buenos conversadores, aquellos que da gusto oírlos pero que también valoran una buena réplica, y que son capaces, como él, de arreglar el mundo en dos subordinadas y una oración de relativo.
Su imaginación no descansa, y tan pronto da muestras de una clarividencia divina como de una incoherencia temática, saltando de idea en idea sin conexión alguna. Sin duda piensa demasiado y de modo poco constructivo, como atestiguan sus mil ralladas sin fundamento, caldo de cultivo de esos días negros, escasos pero sumamente oscurecidos.
Se endurece con los años, pero a un ritmo menor que el resto de los minerales terrestres, de manera que cuando su textura de talco se ha vuelto azabache, el resto del mundo ya es hierro o diamante. Como él suele apostillar, ha nacido para un mundo más amable.

Al final lo pagaremos

Era un instante de asueto y conversación de media tarde cuando mis compañeras hablaban de los avances tecnológicos y el nivel de vida. Ellas articulaban opiniones y yo escuchaba con atención. Parecían estar de acuerdo en que la cultura occidental creaba su microvida y volvía la espalda al mundo pobre. Oí entonces una frase sentenciosa, culpable y agorera, pronunciada por mi buena amiga, que dictaba así: “Estamos pasando de las noticias, de la gente que muere de hambre, de las guerras y de los que de verdad tienen problemas y al final, todo eso, lo pagaremos. Estoy convencida de que después vendrá nuestro castigo”. No recuerdo si lo dijo así exactamente o es tan sólo la impresión que me quedó, pero lo que me rememoró aquella maldición fue algo que siempre he pensado: Nos quejamos demasiado. Así de sencillo. De lo más trivial a lo más insignificante. De lo importante no podemos quejarnos porque hace ya mucho que lo damos por hecho y nuestros problemas son ahora mucho más sensibles, pero nos parecen de vital trascendencia.
Escuchando un día a mi tío, persona inteligente y amable –rara combinación-, acertó a definir de un modo conciso el cáncer de nuestro mundo: “Aumentar el nivel de vida consiste en convertir en necesarias las cosas supérfluas”. Y aquello me hizo pensar, y con el tiempo, la edad y mi propia creciente comodidad he comprobado que tenía razón, y que no nos merecemos lo que tenemos. El hombre moderno es una máquina de devorar, buscando siempre la felicidad que nunca encuentra, tasando su grado de plenitud personal en los números de la cuenta corriente, las gigas de su PC o la cilindrada de su coche. Pero no contentos con robotizar y cuadricular así nuestra satisfacción, todavía vamos más allá. Si además conseguimos tener más coche que el vecino, más cobertura en el móvil y más metros en el piso, somos entonces el triple de felices, porque tenemos mayor plenitud monetaria que él, y porque es maravilloso tener más, aunque tengamos sólo un trozo de pan y el otro no tenga sino unas migajas.
Bajo este radical prisma de cuantificar la felicidad, parece que todo se reduce a consumo y competitividad, tener mucho y tener más que; pero no, no se vayan todavía que aún hay más. Afortunadamente mitigamos nuestra miseria con una hermosa virtud, muy española y occidental: Nos quejamos de todo, y disfrutamos presumiendo de lo agobiados que estamos, de nuestras pocas vacaciones, del estrés que sufrimos, de lo poco que duermo, de lo mucho que trabajo, de lo gorda que me estoy poniendo, etc...
Tiene gracia. El que trabaja se queja del trabajo y el que está en el paro protesta que no cobra. Pero como ya he dicho, ante dificultades reales, nos dolemos de estas cosas. En muchos lugares los ojos de los niños se pierden en la distancia, quizá para olvidar el hambre que les hincha la tripa y les come los huesos. Aquí nos ponemos tristes porque no encontramos trabajo, pero el pan nunca ha faltado. Ni la carnaza ni los dulces, ni las cervezas del sábado. No encontrar trabajo en cualquier sitio significa que no hay; aquí sólo demuestra que no hay de lo que yo he estudiado, porque claro, yo he nacido para trabajar en un puesto importante, y para cobrar 190.000 al mes, y que me guste. Y por supuesto que no me toquen los fines de semana ni me hagan trabajar en el turno de noche. De eso depende mi felicidad. Y si alguno de los requisitos falla, ya me encargaré de ser infeliz y de llorar mi desgracia y quejarme porque tengo muchos problemas. Pero no pasa nada, si todo va sobre ruedas ya me buscaré nuevas preocupaciones, y seguro que son auténticos dramas como que mi servidor de Internet tarda 40 segundos en conectarme o que no me caben más teléfonos en el móvil, o que han subido el tabaco rubio o que a mis Nike de 20.000 pelas se le raspa la etiqueta.
O sea, que el currante se queja de lo que se esfuerza, y el desempleado de lo que no cobra. Sería mejor que el parado valorase el tiempo del que dispone, y el trabajador apreciase el dinero que percibe, pero es mejor llorar y creerse que la vida es injusta con uno mismo.
La situación laboral no es el único portal a la felicidad. Al fin y al cabo, el dinero no la da pero parece ser que es un buen sucedáneo, y si no puedo hallar la plenitud, quizá pueda comprarla. ¿Qué necesito para ser feliz? Según la costumbre occidental necesito una casa, comprada, por supuesto, y nueva, en esto de la felicidad no se puede regatear. Preciso también de un vehículo moderno, a estrenar, potente y majo. Lo de fardar es secundario. Lo importante es realizarme porque yo lo valgo. Además lo necesito para moverme, es imprescindible. Y dónde vas a ir sin un ordenador como Dios manda. Con mucha memoria, he de trabajar con él y con muchos programas que necesitan lo más actual en computadoras. Sin mencionar Internet, donde puedo gestionar mucha parte de mis papeleos y consultar muchas de las fuentes que me urgen. Claro, el tiempo es muy caro y no voy a gastarlo en ir a la biblioteca teniendo yo semejante equipo. El E-mail es prioritario, pero aún así necesito estar cerca de los míos, y poder comunicarme, por ello el móvil no puede esperar: debo estar localizable y recibir cuantas más llamadas mejor. Estoy un poco estresado, necesito desconectar un poco. He tenido que ahorrar durante 15 años para acabar de pagar la casa del pueblo, pero ahora puedo retirarme a ella el fin de semana. ¡Jesús, qué vida! Es que uno no para quieto, el mundo es una mierda.
Sigo recordando las palabras de aquella humilde compañera y casi me pareció injusto que lo dijera ella, culpable menor entre sus insatisfechos amigos de buscar y tener todo para descubrir que no nos interesa nada. Realmente nos estamos amongolizando. Ya no sabemos dar dos pasos sin sacar el coche, ni escribir una carta de puño y letra, ni vivir en una casa alquilada, ni bajar a hacer una fotocopia –mejor escaneas y lo imprimes-, ni encontrar una cabina telefónica, ni nada de nada. La costumbre me ha hecho cómodo y me encanta ducharme con agua caliente, utilizar el microhondas y ver la tele, pero de ahí a todo lo maravilloso que nos ha traído el nuevo siglo, me parece que nos hemos pasado.
La evolución del hombre sigue un proceso lógico. En un principio su cuerpo desnudo resistía temperaturas extremas y las plantas de los pies eran duras para poder pisar tierra firme. Cubrimos nuestros miembros y ya no soportamos el frío. Acabaremos teniendo el culo plano -fisonomía ideal para estar todo el día pegado a la silla-, el dedo índice extremadamente alargado para manejar el ratón, la oreja ovalada para adaptarse al teléfono móvil, y la boca de pito para chupar mejor el cigarrillo. La tecnología nos está haciendo sumamente inteligentes, o sumamente dependientes de los aparatitos e incapaces de hacer algo sin ellos. Y si no a ver quién es el guapo que hace una división de nueve cifras sin usar la calculadora. Los valores, como la energía, no se pierden, pero se transforman y nos llevan a la simplificación extrema, nos diluímos en las convicciones que nos han dicho que merecen la pena, mientras el sudor que ayer chorreábamos se disfraza de desodorante y la imaginación muere víctima de una alienante socialización. Donde ayer tus abuelos cogían el martillo, aguja e hilo y la escoba, hoy pulsamos el mando de una tronzadora, compramos un jersey y manejamos una aspiradora; y mañana mis hijos limpiarán la casa, trabajarán y consumirán desde el teclado de un ordenador cada vez más impersonal.
Todavía creo en echar una carta al buzón, en fregar un vaso, en abrir un libro, en llamar desde una cabina, en andar un rato, en la ducha fría, en el corazón caliente, en el bolígrafo, en los caminos de tierra, en las vacas... . Todavía creo en esos pequeños detalles que la gente estresada hoy no tiene tiempo de realizar, porque tiene que aparcar, imprimir, encender, contestar o apretar un botón cuando una flecha insignificante se superpone sobre un rectángulo que dice “Aceptar”.

“Faltan soñadores, no intérpretes de sueños
artistas del alambre, música de afilador
a ti te mandan rosas, y son de invernadero
a mí cartas de amor escritas en ordenador”
Huellas, 091