sábado, 31 de marzo de 2012

¿A qué sabe el fracaso?

La derrota o la victoria son sólo pulgares más o menos optimistas.
El fracaso es un balazo sin desenfundar,
un espadazo en el corazón sin haber desenvainado,
una corná en la femoral y el toro era de fuego.
Fracasar es fallar y revolcarse en la desolación,
mearse en la entrepierna salpicando el zapato,
escupir flemas hacia el cielo y tragarlas hasta el esternón.
El fracaso sabe a oblea pegada en el paladar
que por muchas lengüetadas que le des nunca se suelta;
es llegar tarde al tren y cogerlo al vuelo
mientras dicen por megafonía:
“Próxima estación: fracaso. Fin de trayecto.”
Fallar es ser vampiro presumido ante al espejo,
español en Eurovisión, cerilla en el mar,
caballo cojo, bastón de papel.
Fracasar es adelantar a todos
hasta que notas que vas en sentido contrario,
es hacer auto-stop hasta que te recogen,
te violan y arrojan al descampado.
A eso sabe la derrota, a desolación con alevosía,
a paella con arena, donut de ayer, a “sólo como amigos”;
repite como un empacho de esperanzas mal vomitadas
de tan poco masticar mientras deglutías;
perfora el hígado con su salsa de irremediabilidad,
ulcera el estómago entre estertores de perdedores,
y eructas derrota, tristeza, humillación, estancamiento, ruina,
abandono, vergüenza, dolor y conmiseración.
Entonces desaparece el hambre.
Ya sólo quieres tomar fracaso, bebértelo a litros
y de garrafa; a palo seco; sin hielos;
sin babas de la chica que te gustaba
y a la que nunca te atreviste a decírselo.
Ya no escuchas los aplausos, no sientes las palmadas;
no percibes las sonrisas; no buscas los ojos cómplices;
no encuentras las respuestas.
Tal vez el fracaso era
que nunca hiciste las preguntas.
Echaste un pulso a la vida
y era con la otra mano;
desnudaste tu corazón
y miraban otro strip-tease.
Pintaste tu mejor autorretrato
y lo alabaron como caricatura.
Te superaste mil veces a ti mismo
Y nadie apreció la diferencia.
Fracasar es llorar hacia dentro
e inundarse el alma,
naufragar de pena,
atisbar un barco, gritar al viento
pedir auxilio al mundo
mientras el mundo te observa con la ventanilla cerrada
esperando a que se ponga verde el semáforo
y no le incomodes la conciencia.
Fracasar es llevar siempre el paraguas en el bolso,
menos el día del aguacero,
rebozar hielos en aceite hirviendo,
cambiar de marcha sin pisar el embrague;
amar a alguien y no ser correspondido
hasta el día que la olvidas.
Eso es el fracaso: apostar todo al rojo
y ser daltónico;
dejar de fumar y caer en las drogas;
morirse el último día de hipoteca,
empeñarse en ser infeliz,
llorar de pena una victoria,
hundirse por el éxito contiguo
sólo porque el tuyo nunca lo acariciaste.
El fracaso consiste en sentirse más dejado,
derrotado, humillado y jodido que los demás
sin llegar nunca a sospechar que el fracaso de los otros
era más amargo, cruel y desesperante que el tuyo propio.

domingo, 18 de marzo de 2012

Chronicle de Josh Trank

Cuando una historia se sumerge en el ficticio mundo de los superpoderes, siempre lo hace desde una perspectiva teen, aniñada e infantil, donde las proezas imposibles oscurecen cualquier otra dimensión, incluida la cotidiana.
Eso no ocurre en Chronicle. Por una vez, la asombrosa e inverosímil captación accidental de habilidades sobrehumanas no desemboca en superhéroes de calzones rojos o cuero ajustado con los pectorales a reventar. Aquí los excesos se pagan. Y tener mil veces más capacidad para el abuso lúdico y hedonista supone un suicidio mental y emocional.
Los protagonistas del filme son tres jóvenes de características muy dispares, que bien podrían ser proyecciones avanzadas de un mismo sujeto en sus tres variantes: el individuo que es retraído, tímido y de entorno familiar problemático; el chaval centrado, responsable y equilibrado; y el ganador nato, de gran atractivo personal y sobrada aceptación social. La relación entre ellos es inexistente o esporádica, y sólo la necesidad los unirá en un descubrimiento fatal, a la postre la circunstancia excepcional que los hará “diferentes”.
El ritmo es lento, detallista, de gran realismo. En Chronicle los protagonistas vuelan y practican la telekinesia, pero no pierden el tiempo salvando gatitos encaramados en un árbol. En lugar de eso prefieren sentir algo increíble, e intentar asimilarlo. No todos encajaran sus nuevas facultades con la misma madurez. Steve, el afroamericano triunfador, disfruta de sus recientemente adquiridas habilidades; Matt, el muchacho sensato, intentará cohesionar su antigua realidad con la nueva estableciendo normas de coherencia para todos; pero Andrew, el chico retraído, largamente ignorado y con ramalazos psicóticos no sabrá asimilar su nuevo poder, haciendo un uso vehemente y desmedido del mismo.
La película recuerda terriblemente a Carrie. Al igual que aquella, este largo también tiene como protagonista a un adolescente con facultades telekinéticas, de nula aceptación en su entorno, marginado y abusado por todos. Y como en Carrie, los caminos para gestionar la trama son el terror y la venganza. No es de extrañar que Andrew se camufle tras la cámara de video. Eso le permite convertirse en espectador y cronista de la vida de otros, evitando así tener que vivir la suya propia. Cuando domina sus poderes ya no asirá la cámara. Ésta flotará etérea y en filmación continua de todo lo relevante en la historia. De este modo el director Josh Trank utilizar recursos de narración poco investigados: todo lo que ve el espectador, al más puro estilo documental de El proyecto de la bruja de Blair, es lo que graban las videocámaras –del protagonista, de la gasolinera, las de seguridad en los edificios, etc–. El experimento acaba cansando un poco, pero en general se sostiene con dignidad y un estilo muy personal de contar la historia.
Trank abusa también, aunque levemente, de los efectos de sonido, excesivamente audibles en ocasiones, y de la recreación en las imágenes impactantes. Sin duda dan empaque al producto, pero a veces dejan en el espectador un poco de mal cuerpo y cierto regusto amargo.
Otros momentos sí están impregnados de la magia onírica de sentirse todopoderoso. La escena en la que los tres amigos vuelan entre las nubes es absolutamente memorable. Mantiene el poso realista de la película pero convence al espectador de que surcar los cielos debe ser efectivamente maravilloso. Con todo, el ritmo avisa de que algo va a pasar, y que sólo puede ser malo.
En conjunto la obra está bien acabada, aunque deja algunos interrogantes. No sabemos qué era lo que otorgó los poderes a los adolescentes. Tampoco se entiende que la policía acordone la zona cero y no vuelva a saberse nada de ella, ni los investiguen, interroguen o vigilen. También es una incógnita quién era más poderoso de los tres, porque en diferentes momentos uno predomina sobre los otros. La moraleja final, en cambio, no deja lugar a dudas: un gran poder conlleva una gran responsabilidad (que me perdone Spiderman por tan burdo plagio). Pero jamás deberían repartirse armas de fuego a los desequilibrados. Mucho menos superpoderes.