viernes, 31 de diciembre de 2010

Indicios

La gente observadora afirma que las situaciones cotidianas están llenas de coincidencias sospechosas, o revelaciones del destino para decantar de un lado decisiones comprometidas. El que quiere, ve indicios por todas partes.
No es pues, de extrañar, que los devotos religiosos vean la cara de Cristo en las manchas de humedad de la pared o en una meada fresca de perro con urgencias o disputas territoriales con otros chuchos de la zona. Si Fulanito quiere comprarse un Seat Lola Goya, todos los vehículos que le atropellarán serán de ese modelo; las mujeres que se ligue se llamaran Dolores o Nekane y la próxima exposición de pintura a la que le inviten será del genio de Fuendetodos.
Las coincidencias existen, pero por cuarenta indicios que vemos hay dos millones de circunstancias que no son indicativas de nada, y por eso mismo no reparamos en ellas. La niña que hizo el amor sin filtro del ídem y la mujer que desea el niño y no le llega perciben lo mismo: la calle está llena de embarazadas y no hay mujer que no tenga bombo o carrito de bebé. Del mismo modo, cuando Zutanita nos cae mal siempre encontraremos excusa para demonizar todo lo que hace, incluso aquellos actos dignos de beatificación; y si es Menganito el evaluado, si nos cae bien desde siempre, a sus maniobras menos glorificantes las aliñaremos con un sinfín de atenuantes. Así, una madre de Menganito y suegra de Zutanita no necesitará hechos, bastará con el preconcepto (seguro que Zutana es en realidad una Fulana que se acuesta con Butano cuando viene a traer la bombona).
Si Rajoy es un inútil todas las cosas malas son herencia de su partido, pero si es Zapatero el incompetente entonces la crisis no existía, la creó él. Y lo mismo con las cadenas de televisión, los productos de Alcampo o la telefonía con Ono. Si estamos empeñados en que algo es bueno/malo, siempre lo será y hallaremos miles de razones para sustentar nuestro juicio. Por eso, cuando viene el iluminado diciendo que va a tocar el 45678 en la lotería del Niño porque su hijo mediano tiene 46 años, se va a jubilar a los 67 y sacó un 8 en el carnet de manipulador de alimentos es una majadería integral –o hay mucho aburrimiento en casa–, porque a) el año pasado tenía 45, que sepamos, y al siguiente, según San Perogrullo, 47; b) ya veremos si se jubila a los 67 o le cae encima una teja pasado mañana; y c) en el carnet de manipulador de alimentos no te ponen nota, sólo apto o no apto.
Las creencias que tenemos son conceptos subjetivos, y hay que relativizarlos y dudar de ellos. Cierto que a veces un ejercicio de fe no viene mal, pero en ocasiones pretender naufragar con nuestro barco como animal acuático o masticar ruedas de molino en la homilía no nos conduce sino a yermos caminos y esfuerzos baldíos. Da igual que te veas gorda o flaca al salir de casa: seguirá habiendo el mismo número de anoréxicas y obesas por la calle. No te creas nada. A mí tampoco.

domingo, 26 de diciembre de 2010

Malos pelos

Soy un hedonista de la psique bajo los efectos de las sustancias y sus revelaciones oníricas y alucinatorias. Vivo en un mundo que trasciende las convenciones de éste.

No comprendo esta fijación desmedida con los cabellos de los hombres. Tienen que llevarlos preferentemente largos, estupendamente cuidados y estéticamente acertados. Si no, las críticas son bárbaras. Luego están los tópicos. Dicen que los pelirrojos son engreídos y muy pagados de sí mismos; que los rubios son simpáticos y de buen talante; y que los morenos y castaños son dubitativos e incapaces de decidirse por miedo a errar. Peor es si el varón en cuestión decide llevar el pelo corto. Ya se sabe que está prohibido si uno clarea. De hecho, hay un comité de salud capilar que prohíbe llevar el cabello corto se tienen calvas.
Lo de las chicas es diferente. Pueden llevar el pelo graso, muy graso, pastilla de Starlux o como quieran. Todo se les perdona. Menos la largura. Ellas no tienen permitido más de ocho centímetros de largo. Ni siquiera por detrás. El otro día cogieron a una con malos pelos. Midieron su largura y la arrestaron. Pasó una noche entera en prisión. A la mañana siguiente el peluquero policial ya la había rapado al cero. Mucho más mona ahora. Durante tres o cuatro meses no volverá a delinquir. Luego ya veremos si se lo corta o hay que volver a encarcelarla. Es que deberían cuidarse un poco. ¿No comprenden que no son hombres?

miércoles, 22 de diciembre de 2010

El merengue empalaga

Ni sabe dulce ni deja buen sabor. Todo lo contrario, cansa y aburre de tanto que nos lo meten por los ojos.
Estoy hablando del Real Madrid, evidentemente, y de todas las circunstancias que han convertido un gran club de fútbol, quizá el mejor en la historia, en la Belén Esteban del deporte.
Cuando empieza el noticiero y lo primero que te dice el nota, después de promocionar compresas para coches o cualquier otra absurdez, es que el entrenador del equipo madrileño está peleado con el director general, y que por ese pique no va a dar una rueda de prensa, significa que algo va mal en el desfutbolizado mundo del balompié. Los blancos, equivocadamente, han tirado de glamour y sensacionalismo para situarse en un mapa deportivo donde destacan clubes mucho más equilibrados. En el Madrid lo de menos es el fútbol. Primero son los delirios de grandeza de su omnipotente presidente, los vocablos enrevesados, engatusadoramente lindos y dolorosamente huecos de su director general, y la provocación gestual y verbal continuada de su entrenador-traductor. Las tabletas de chocolate portuguesas, las fiestukis de cumpleaños obscenamente derrochonas, los besos de película entre porteros y periodistas, las agresiones chulescas de los amerindios sin colonizar, los BMW rugiendo en cada curva…la lista de despropósitos podría no tener fin.
Una vez conocí a un periodista de la capital en una boda de provincias y me dijo algo así como “Todo lo que sale del Real Madrid vende mucho, cualquier cosa.” Desde luego no le faltaba razón al amigo, había dado en el blanco, en el de todos los focos y todas las iras. Y es que lo que le pasa a estos tipos se lo buscan. Ya desde que buscaban al futbolista más mediático en lugar de fichar al mejor jugador, y endiosaron a David Beckham como el mejor del mundo, el más guapo y el que más camisetas vendía, se destapó qué tipo de equipo quería el tito Floren: un grupo engreído, pretencioso, que saliera bien en las fotos y que encandilara al vulgo dentro y fuera del campo. Cuando en 2006 Zidane sentó la cabeza –en el pecho de Materazzi– y colgó las botas para no comenzar a arrastrarse por los mundos de dios, el deportista mediático devoró al malabarista jugón en Valdebebolandia. Hace ya mucho que el fútbol de verdad se practica en Barcelona y para el aficionado nacional pensar en la roja es recordar el estilo, los jugadores y el talante de los bajitos azulgranas.
Pese a todo, lo que más irrita de los blancos no es su obsesiva fijación con salir bien en la foto, sino la actitud que pasean por el mundo. Es preocupante que un pavo se mate a hacer abdominales para tener un cuerpo perfecto y cuando marque un gol levante los brazos en plan mesías esperando su bautismo de gloria y adulación universal. O que un señor entrenador, más allá de lo bien o mal que realice su trabajo, se dedique a cargar contra todo y contra todos, denunciando una manifiesta injusticia arbitral hacia los intereses madrilistas cuando efectivamente existe, pero por exceso de favoritismo y no por defecto. Que este tipo critique y proteste es el colmo de la burla y las ganas de barro.
El modelo está agotado. Sin embargo, todos están encantados con él. Los merengues, por la polvareda que levantan y el ruido que hacen. Los medios deportivos, por permitirles desarrollar una variante rosa, sensacionalista y atrapaaudiencias dentro de su sección futbolística. Los rivales, por el ridículo estrepitoso que repiten cada año que se miran al espejo y preguntan eso de “¿Quién es el mejor equipo / jugador / entrenador / traductor / director general / presidente / goleador / glamouroso del mundo?” El pobre espejito carraspea, mira al suelo, traga saliva y dice “Bueno, el más glamouroso tú, lo demás pues ya me lo voy pensando.” No se puede hacer peor, ni decir más tonterías ni ser más chulos. Es por eso que es el grupo deportivo más odiado de España, porque están liderados por gente marrullera, arrogante o engreída que provoca rechazo y chanza a un tiempo, sobre todo cuando tienen que tragarse las fantasmadas, los chorreos y las goleadas. El mejor jugador del mundo no se considera el mejor, ni enardece a las masas esperando su bien merecido vitor tras la jugada de dibujos animados, ni se mira el ombligo y los abdominales cada minuto. Simplemente abraza a sus compañeros y repite mil veces que lo que importa es el grupo.
Es preocupante la imagen de éxito que transmiten los futbolistas del Madrid y los medios, tanto como la falta de criterio de los aficionaduchos que saturan los foros con mensajes de apoyo al proyecto galáctico. Menos mal que los otros, y alguno de los merengues no emborrachados de ego, se manejan con excelencia en el campo y humildad en los medios, para recordarles a los niños que un deportista de élite es esto último, sudar, trabajar y callar, y no lo otro, porque por muchas flexiones que se hagan en el día las neuronas no parecen madurar en los océanos de la autocomplacencia.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Sin Techo vs Pastorcilla

20 de diciembre de 2010. Las calles son tan frías e ingratas que sólo un vagabundo y la niebla impertérrita deambulan helados por las calles zaragozanas. El pobre está tan gélido que juega a fumarse un puro imaginario y echar un denso humo que el vaho se encarga de falsificar. Lo tiene muy borde. El albergue a tope. Los cajeros sin puerta para que puedan atracar mejor a los clientes. Las esquinas como rinconeras de hielo gasificado. Lo que daría por una ducha caliente y otro perro con el que calentarse. El último cogió una hipotermia aguda y decidió subirse a las nubes, que dicen que la temperatura es agradable y te dan queso Philadelphia con una sonrisa gilipollas.
No hay refugio. No hay techo. Y la calle Alfonso a reventar de luces y bombillitas. Hijosdeputa. Con una de esas campanas rojas de metro y medio se compraba una manta eléctrica para poder cagarse en todo de no tener dónde enchufarla. Al fondo se ve el Belén de El Pilar. Hijosdeputa otra vez. Con la de operarios y materiales que ha costado se alquilaba un hueco en un piso patera de por vida. Hasta le daría para compartir la cama sólo con dos africanos y derecho a agua –fría– corriente.
¿Y si se refugia en una de las casas del belén? Ahora el policía no está mirando. Adentro. El nacimiento no. No sería apropiado. Está demasiado abierto y no protege del frío este calahuesos y jodeentrañas. La casa del herrero tampoco. Seguro que la cuchara es de palo. Aquí. La casa de adobe. Tiene una pinta estupenda. Hay una figura de belén. Es una pastora de muy buen ver. De repente se dirige al sin techo y le interroga con cierta agresividad.

PASTORCILLA: –¿Qué estás haciendo aquí, haraposo?
SIN TECHO: –¿Quién ha hablado?
PASTORCILLA: –Ya lo sabes, piojoso. Yo, la pastora.
SIN TECHO: –Pero si eres una estatua.
PASTORCILLA: –¿Y?
SIN TECHO: –No tienes el don de la locuacidad. No estás animada.
PASTORCILLA: –“ No tienes el don de la locuacidad”. Serás memo. Y mira si estoy animada, andrajo.
SIN TECHO: –Y encima me está insultando. Esto es una cámara oculta.
PASTORCILLA: –Estúpido, muerto de hambre. No puedes hablar con esa cultura. Eres un vagabundo apestoso. ¿Hace cuánto que no te cambias de calzoncillos? ¡Ay, por favor, qué asco!
SIN TECHO: –¿Cultura? Antes tenía una librería, una carrera de biblioteconomía y un piso sencillo, pero todo se fue a pique. No sabes lo rápido que la tortilla se da la vuelta y acabas quemado o desparramado con los huevos sin cuajar.
PASTORCILLA: –Pero, ¿Qué me estás hablando con metáforas? Anda y lárgate, me estás atufando la casa y al raso tengo frío.
SIN TECHO: –Dímelo a mí, bonita.
PASTORCILLA: –No te atrevas a piropearme, sucio.
SIN TECHO: –Era una expresión irónica.
PASTORCILLA: –Me da igual. Fuera de mi casa.
SIN TECHO: –No me puedes echar, eres una figura de escayola mal pintada.
PASTORCILLA: –Y encima cuestiona mi maquillaje el guarro este que tiene comida seca en la barba esa asquerosa. ¡Fuera, fuera!
SIN TECHO: –No grites. Vendrá el guardia.
PASTORCILLA: –¿Ah, sí? ¡FUERA, FUERA!
SIN TECHO: –Puta figura cotilla e insolidaria. Ni los objetos me soportan.
Aparece el agente de la autoridad y la estatua se calla como una puta, cosa que ya le había llamado antes el sin techo. El policía pide explicaciones y el vagabundo le habla de figuras parlantes y maliciosas, egoístas y prepotentes.

POLICÍA: –Oiga, aquí no puede estar.
SIN TECHO: –Pero si no hago mal a nadie.
POLICÍA: –Lo siento. Tengo órdenes. Nadie puede entrar al belén fuera del horario de visita. Y mucho menos merodear por las casas. Ya no le digo nada pernoctar en una de ellas.
SIN TECHO: –Por lo menos me llama de usted, no como la estatua.
POLICÍA: –¿Estaba hablando con una de las figuras?
SIN TECHO: –Sí, con esta pastorzorra de aquí. Habla ahora si tienes cojones, mala puta perniciosa.
POLICÍA: –Oiga, que es de escayola. A ver, dónde está su compañero.
SIN TECHO: –¿Qué compañero?
POLICÍA: –Con el que estaba hablando, que he oído más voces y no creo que hablara solo.
SIN TECHO: –La soledad habla por sí sola, agente. No sabe cuánto.
POLICÍA: –Dónde está su compañero o…
SIN TECHO: –¿O qué? ¿Me va a arrestar? Venga. Arrésteme y métame en una de esas celdas con retrete y colchón, y duchas calientes por las mañanas. Mi compañero, el último que tuve, se murió hace cuatro meses de pulmonía o algo parecido. No le hicieron ni una puta autopsia.
POLICÍA: –Márchese, se lo pido por favor, o tendré que echarle.
SIN TECHO: –Y la pastorcilla ¿puede quedarse aquí bajo techo?
POLICÍA: –Es que la noche está muy húmeda y el agua y el frío estropea la pintura. Ya nos han dicho que todas las figuras bajo techo y a salvo de humedades y lluvias.
SIN TECHO: –O sea, que las estatuas tienen refugio y los hombres no, ¿no?
POLICÍA: – Hombre, tampoco hay que verlo así.
SIN TECHO: –¿Sí o no?
POLICÍA: –Mire, las estatuas se quedan aquí que es lo que ha mandado el concejal de cultura. Por el día en sus puestos sean cubiertos o al raso y por las noches todas las figuras sin excepción metidas en la casa más cercana.
SIN TECHO: –Si se le está riendo la puta de ella–. Señala a la pastorcilla.
POLICÍA: –¿Cómo? – Se vuelve y contempla a la estatua.
SIN TECHO: –Mala guarra. Da la cara y ríete ahora que te está mirando el guardia, cobarde, nociva, despreciable.
POLICÍA: –Oiga, creo que no se encuentra muy bien.
SIN TECHO: –Yo tampoco, no crea. No paro de toser y tengo tanto frío que hasta se me ha olvidado el hambre y el olor decrépito de mis ropas.
POLICÍA: –¿Por qué no se va a otro sitio? Piense que si no me buscaré un lío.
SIN TECHO: –Ya me voy, no se preocupe. A ver si me encuentro a unos niñatos skin-heads y acabamos de una vez con esto. Eso sí sería un golpe de suerte.
POLICÍA. –Por favor, no diga eso ni en broma.
SIN TECHO: –No estaba bromeando. Adiós. No volveré a molestarle.

El vagabundo se va lentamente custodiado por el agente de servicio que está deseando quitárselo de encima para calentarse a la calefacción del coche patrulla. Al llegar a la esquina, el sin techo se vuelve y puede atisbar la sonrisa vencedora de la pastorcilla clasista. Se marcha a echar los huesos en otro congelador mientras piensa que ésta es una vida ingrata y desigual, donde hasta las figuras de belén tienen más privilegios que los muertos de hambre y frío, y a veces hasta menos valores.

martes, 14 de diciembre de 2010

Franklyn

El trailer de la película, cuyo nombre responde presuntamente a una dirección y no a un personaje, es tan tramposo como buena parte de la trama. Se nos muestra un justiciero enmascarado, descreído y hermanado con el Rorschach de los Watchmen, repartiendo venganza en un bladerunneresco y apocalíptico futuro post bomba atómica o cataclismo global. En este universo sombrío y descarnado, las religiones han acabado alienando al mundo y todos creen –por ley– en alguna de ellas, no necesariamente las clásicas, puesto que surgen creyentes de las uñas pintadas de brillantina o la iglesia del microondas con grill, todas ellas legales. El guiño del director al espectador mediante la burla al fervor religioso y sus excesos consigue que éste se identifique con Jonathan Preest, el héroe solitario que planea acabar con el Individuo, un líder sectario y despiadado que asesinó a la última cliente del enmascarado cuando sólo tenía 11 añitos (la niña).

Pero según avanza la cinta, la cosa se complica: aparece un Londres actual como contrapunto al mañana desolado y oscuro, y una remesa de personajes bailan por el celuloide contándonos su historia, sin relación aparente con las otras vidas. De un lado Milo es un joven enamorado del amor y entristecido hasta las arterias por el plantón nupcial de su prometida. De otro lado Peter Esser es un padre de profundas convicciones cristianas buscando a su hijo desaparecido. Luego está Emilia Bryant, una universitaria inspirándose en y al borde de la muerte para inmortalizar su proyecto final de arte, y conseguir, de paso, atacar a su madre de los nervios con sus estéticos intentos de suicidio. Las cuatro tramas avanzan y maduran sin que el espectador pueda entender cómo los tres psicosistemas contemporáneos pueden desembocar en la sociedad alienoreligiosa de Preest. Las escasas similitudes entre ellas son los desequilibrios mentales y las relaciones paterno-filiales. Milo habla y dialoga con su madre tras su fracasado intento de boda; Peter investiga el paradero de su hijo; y Emilia parece rota tras la muerte de su padre y la incomunicación con su histérica madre. El único que no muestra fisuras familiares es el super héroe ateo, tal vez por que en su sociedad ya no hay sitio para esos vínculos.
Cuando el espectador está a punto de desistir en su empeño de relacionar a los personajes, el director Gerald McMorrow comienza a desmenuzar pequeñas pistas como migas de pan y a sembrarlas por el camino de la lógica. Las cosas empiezan a casar. El desenlace nos ofrece la interacción intencionada o casual de todos los personajes justo en el momento de hallar lo que buscan: un enemigo, inspiración, un antiguo amor o un hijo perdido. Todos, de un modo u otro, obtendrán respuestas –también el espectador– y una interconexión de profundo calado existencial. Sin embargo, algo más pasará. Y hasta aquí puedo leer.
Más allá del argumento, la película ahonda en las relaciones humanas y el daño que producen cuando no se perfilan adecuadamente. Abundan los detalles, los estados de ánimo llevados al extremo y el escapismo frente a los grandes males de la psique: la nostalgia, la depresión, la paranoia, la tristeza o la culpa. Si algo se le puede criticar, es la incorregible manía de los directores de engañar al espectador y justificarlo todo mediante sueños, consumo de drogas o estados de demencia. Por lo demás, Franklyn es un filme interesante, difícil, y de los que ganarían con sucesivos visionados, aunque tal vez la empresa se tornara tediosa, pues el ritmo es definitivamente irregular. ¿Habrá segunda parte? La solución, al llegar los créditos.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Manchas inmaculadas

Soy un hedonista de la psique bajo los efectos de las sustancias y sus revelaciones oníricas y alucinatorias. Vivo en un mundo que trasciende las convenciones de éste.

El otro día fui a comprar ropajes. Es un ritual tedioso e ingrato, pero hay que hacerlo. Las prendas son horrendamente lisas o horteramente jalonadas de dibujitos, zurcidos y demás parafernalia. Todas limpias y sin estrenar. Un auténtico horror.
A nadie le gusta adquirir modelitos sin manchar, pero es que es así como hay que hacerlo. La ropa de segunda mano está por las nubes. Si tiene la culera gastada o el cuello rozado su precio se dispara. Por un buen churretón de café o dedazos de chocolate junto al bolsillo pueden pedirte una cantidad inmoral. Por eso todos compramos la ropa nueva y tratamos de estropear su textura y color lo más rápido posible.
Sin embargo, hay ciertos requisitos irrenunciables. No se puede manchar algo a propósito. Se consigue embellecer la tela muy deprisa, pero no es ético. Además los expertos dicen que se nota. De hecho hubo un escándalo muy gordo con una conocida marca de vaqueros de segunda mano que gastaba y rozaba las perneras frotándolos contra una piedra de río en lugar de usarlos durante años. Dañar conscientemente pues la vestimenta no debe hacerse; ella misma se oscurecerá, ensuciará o raerá con el paso imperturbable del tiempo. Todos sabemos que las manchas son hermosas, pero no deben falsificarse.
Tampoco vale prestarle tu camisa nueva y sosa al amigo torpe y descuidado que la salpica de aceite a la primera tapa y la embarra el primer día de lluvia. Tienes que ser tú el que la haga envejecer, ensuciarse y descoserse.
Y, por último, no hay que confundir manchas con olor. Por mucho que lo sintamos, hay que lavarlas cuando huelan, aunque eso implique perder codiciados mosaicos de tomate, picota o salsa de champiñón. Hombre, hay algunos trucos, como usar agua a 10 grados o eliminar el prelavado. Incluso planchar la ropa antes de lavarla.
En fin, yo tengo una colección muy preciada, pero voy a tener que venderla por la crisis. Da igual, con lo manazas que soy, adquiriré nuevas sudaderas tersas y suaves y las embruteceré en pocos meses.