El trailer de la película, cuyo nombre responde presuntamente a una dirección y no a un personaje, es tan tramposo como buena parte de la trama. Se nos muestra un justiciero enmascarado, descreído y hermanado con el Rorschach de los Watchmen, repartiendo venganza en un bladerunneresco y apocalíptico futuro post bomba atómica o cataclismo global. En este universo sombrío y descarnado, las religiones han acabado alienando al mundo y todos creen –por ley– en alguna de ellas, no necesariamente las clásicas, puesto que surgen creyentes de las uñas pintadas de brillantina o la iglesia del microondas con grill, todas ellas legales. El guiño del director al espectador mediante la burla al fervor religioso y sus excesos consigue que éste se identifique con Jonathan Preest, el héroe solitario que planea acabar con el Individuo, un líder sectario y despiadado que asesinó a la última cliente del enmascarado cuando sólo tenía 11 añitos (la niña).
Pero según avanza la cinta, la cosa se complica: aparece un Londres actual como contrapunto al mañana desolado y oscuro, y una remesa de personajes bailan por el celuloide contándonos su historia, sin relación aparente con las otras vidas. De un lado Milo es un joven enamorado del amor y entristecido hasta las arterias por el plantón nupcial de su prometida. De otro lado Peter Esser es un padre de profundas convicciones cristianas buscando a su hijo desaparecido. Luego está Emilia Bryant, una universitaria inspirándose en y al borde de la muerte para inmortalizar su proyecto final de arte, y conseguir, de paso, atacar a su madre de los nervios con sus estéticos intentos de suicidio. Las cuatro tramas avanzan y maduran sin que el espectador pueda entender cómo los tres psicosistemas contemporáneos pueden desembocar en la sociedad alienoreligiosa de Preest. Las escasas similitudes entre ellas son los desequilibrios mentales y las relaciones paterno-filiales. Milo habla y dialoga con su madre tras su fracasado intento de boda; Peter investiga el paradero de su hijo; y Emilia parece rota tras la muerte de su padre y la incomunicación con su histérica madre. El único que no muestra fisuras familiares es el super héroe ateo, tal vez por que en su sociedad ya no hay sitio para esos vínculos.
Cuando el espectador está a punto de desistir en su empeño de relacionar a los personajes, el director Gerald McMorrow comienza a desmenuzar pequeñas pistas como migas de pan y a sembrarlas por el camino de la lógica. Las cosas empiezan a casar. El desenlace nos ofrece la interacción intencionada o casual de todos los personajes justo en el momento de hallar lo que buscan: un enemigo, inspiración, un antiguo amor o un hijo perdido. Todos, de un modo u otro, obtendrán respuestas –también el espectador– y una interconexión de profundo calado existencial. Sin embargo, algo más pasará. Y hasta aquí puedo leer.
Más allá del argumento, la película ahonda en las relaciones humanas y el daño que producen cuando no se perfilan adecuadamente. Abundan los detalles, los estados de ánimo llevados al extremo y el escapismo frente a los grandes males de la psique: la nostalgia, la depresión, la paranoia, la tristeza o la culpa. Si algo se le puede criticar, es la incorregible manía de los directores de engañar al espectador y justificarlo todo mediante sueños, consumo de drogas o estados de demencia. Por lo demás, Franklyn es un filme interesante, difícil, y de los que ganarían con sucesivos visionados, aunque tal vez la empresa se tornara tediosa, pues el ritmo es definitivamente irregular. ¿Habrá segunda parte? La solución, al llegar los créditos.
Cuando el espectador está a punto de desistir en su empeño de relacionar a los personajes, el director Gerald McMorrow comienza a desmenuzar pequeñas pistas como migas de pan y a sembrarlas por el camino de la lógica. Las cosas empiezan a casar. El desenlace nos ofrece la interacción intencionada o casual de todos los personajes justo en el momento de hallar lo que buscan: un enemigo, inspiración, un antiguo amor o un hijo perdido. Todos, de un modo u otro, obtendrán respuestas –también el espectador– y una interconexión de profundo calado existencial. Sin embargo, algo más pasará. Y hasta aquí puedo leer.
Más allá del argumento, la película ahonda en las relaciones humanas y el daño que producen cuando no se perfilan adecuadamente. Abundan los detalles, los estados de ánimo llevados al extremo y el escapismo frente a los grandes males de la psique: la nostalgia, la depresión, la paranoia, la tristeza o la culpa. Si algo se le puede criticar, es la incorregible manía de los directores de engañar al espectador y justificarlo todo mediante sueños, consumo de drogas o estados de demencia. Por lo demás, Franklyn es un filme interesante, difícil, y de los que ganarían con sucesivos visionados, aunque tal vez la empresa se tornara tediosa, pues el ritmo es definitivamente irregular. ¿Habrá segunda parte? La solución, al llegar los créditos.
Kaixo Dry!!..
ResponderEliminarPues fui pensando que no era mi tipo de cine. Por momentos y según la veía la aborrecía. Luego con el paso de los días parece que el reposo ha servido para que vaya pensando mas y mas en ella, respetándola. No se, es lo que me ocurrió a mi.
Abrazos Dry
Curioso argumento. Casualmente, en el mundo real en que vivimos las peores guerras que han existido y existen son debidas a la religión, y sino lancemos tod@s por un momento la mirada hacia Israel y la franja de Gaza... En fin, qué voy a contarte que no sepas ya jeje ;)
ResponderEliminarAprovecho para desearte unas buenas y felices fiestas, Drywater, ya que no sé si la semana que viene estaré muy liado para poder pasarme.
Feliz Navidad!!
Manu UC.
A mi me pareció un tostón de película, con muchas pretensiones y un buen tema, pero un tostonazo de campeonato.
ResponderEliminarPues a mi no me gusto con tanto flashback y liandolo todo, pero bueno
ResponderEliminarImpresionante crítica, amigo Dry, aunque la película me pareció más coja de lo que cuentas.
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