domingo, 12 de abril de 2015

Freddie vs. Jackson

Farrokh Bursala y Michael Joseph Jackson se llevaban en vida más de diez años. El primero fue un indio parsi nacido en Zanzíbar, y el segundo un oriundo de Indiana de origen africano. No podían ser más opuestos, salvo por un par de insignificantes detalles: cambiaron la historia de la música y la muerte les otorgó la eternidad.
Para que alguien pase la frontera de figura notable a mito parece innegociable lo de morir joven, en la cúspide de su carrera, y con la sensación de que lo mejor aun estaba por llegar. Lo cierto es que ni uno ni otro estaban ya en lo más alto, si bien Freddie Mercury gozaba todavía, a sus 45 años y tras un disco lleno de indirectas –Innuendo–, de excelentes críticas y el fervor popular. Respecto a Michael Jackson, la parca le sobrevino después de numerosos escándalos, rumores y acusaciones, y aunque lejos de su mejor momento, todavía mantenía una legión ciega de admiradores. El que tuvo, retuvo.
Es complicado decidirse por uno de los dos. El barítono del rock frente al rey del pop. Uno enarboló la bandera del glam, del kitsch, del steampunk y del vodevil, a la vez que escondía el pendón arco iris por temor a un rechazo social. El otro vivió como niño en un mundo de adultos, fue crucificado, muerto y vilipendiado, y resucitó de entre los mitos con una inescapable ambigüedad entre lo mesiánico y lo pervertido.
Musicalmente, la figura de Michael parece más alargada, estilizada y rítmica. Sus coreografías de dibujos animados y su moonwalker son iconos de la cultura pop. Nadie jamás se ha echado la mano al paquete con tanta elegancia. Su voz era de un color inconfundible y su vestuario, inimitable. Freddie tampoco se quedaba atrás en presencia escénica. Su impagable repertorio de mallas y camisetas sin mangas constituía un armario del que no llegaba a salir ni falta que hacía, pues los leotardos eran de por sí suficientemente explícitos. No bailaba como el rey del pop, pero su teatralidad, vitalidad y energía lo hacían todavía más circense que Jackson. Y en cuanto a timbre vocal, Mercury era un cantante de opera en un estadio de rock, la fusión perfecta entre el mundo clásico y el moderno.
Donde no hay color, aparte de en la pigmentación de Michael, es en las canciones. Los seis u ocho hits del rey no pueden competir, a mi juicio, con los numerosos himnos del portavoz de la reina. Thriller fue un bombazo apocalíptico. Billie Jean, Leave me alone, Black or White, Smooth Criminal, Bad, Beat it forman parte de la historia de la música, pero frente a ellos se sitúan Bohemian Rhapsody, We will rock you, I want it all, Living in my own, I want to break free, Innuendo, The show must go on y el tema más coreado en cada competición deportiva de renombre: We are the champions. Cierto que los éxitos de Freddie fueron los de Queen, pero su influencia como frontman y leader lo hacían indispensable, como se demostró tras su obligada marcha.
A nivel personal uno deja muchas certezas mientras el otro se llevó muchas incógnitas. A Freddie se le criticó por no haber declarado su homosexualidad hasta muy tarde, del mismo modo que ocultó el SIDA hasta el final. Ganas de no hacer ruido o miedo a la sociedad, cualquiera sabe. Tratándose de un tipo capaz de reivindicar los derechos de las marujas vistiéndose de ama de casa travestida, aspirador en mano, gritando libertad al machismo, o a la heterosexualidad más recalcitrante, parece poco probable que temiera al escándalo o al rechazo. Quizá simplemente odiaba dar pena. En todo caso, su tendencia sexual le granjeó, aun después de muerto, el rechazo obtuso de las autoridades zanzibareñas, que no querían que se vincule la homosexualidad –contraria a la sharia– con la isla.
Respecto a Michael, pasará a la historia por ser un artista genial, para algunos un pederasta millonario, para otros un Peter Pan explotado por los buitres carroñeros de su entorno. Jackson gastó más dinero que ningún otro en beneficencia, en los niños y en los pobres. Buscaba cariño y un mundo más amable. Si cruzó la frontera de lo inmoral es algo que no dirimiremos hoy. Quién sabe si en los errores que cometió solo había un trasfondo de impropiedad o una desviación parafílica grave. Héroe o villano, puede que su figura siempre proyecte más sombras que luces.
La muerte de Freddie Mercury me sumió en un vacío existencial tremendo, y una desesperanza irracional pareció imbuirlo todo. El concierto homenaje que se le dio ha sido quizá el acontecimiento musical más grande que ha habido, y en la atmósfera se respiraba un aire de irremediabilidad y la impresión de que no era su momento. En cuanto a Michael, su marcha resultó innecesaria, a destiempo, hasta gratuita, pero a uno le quedaba la sensación de que hacía tiempo ya que el pobre desfasaba. Desde luego, su mejor época ya había pasado, quizá por eso el mito no se hizo todavía más grande.
Eso sí, en un caso y en otro, como siempre, la muerte catapultó las ventas y un mundo ingrato y olvidadizo se volcó con rabia y nostalgia para dedicarles un último adiós. No hay nada como morirse para vivir eternamente. Esa morbosa fascinación por la defunción nos atrapará por los siglos de los siglos. Amén.