Sin embargo, la institucionalización comercial nos ha hecho creer lo
contrario. Millones y millones de consejos publicitarios nos convencen a diario
de que nos gustan cosas que realmente no nos gustan. Nos alienan hasta engañar
a nuestros sentidos. Así, la coca cola te hace feliz; con donetes tienes muchos
más amigos; el mc donalds no colesteriza; las telepizzas son de calidad…
No hay nada mejor para una marca que grabarse en el subconsciente
colectivo. Cuando uno va al mercadona ya sabe lo que quiere, dónde está y que
color tiene la etiqueta. No hay elección que hacer. El cliente ya va a lo de
siempre. Ya ha cotejado la relación calidad-precio y no necesita perder minutos
en volver a comparar. La familiarización del supermercado ahorra tiempo a las
marujas y garantiza fidelidad a la empresa. Negocio seguro. Aunque suban los
precios uno o diez céntimos los clientes tardarán en pisparse. Lo mismo te pasa
si vas al frutos secos el rincón. Uno sabe lo que quiere y no cambia fácilmente
el producto conocido por otro más barato de otra tienda a granel.
Lo de la coca cola es flipante. No me entra en la mollera que te vendan
felicidad, éxito, amistad y optimismo y la gente trague, cuando lo único que
están bebiendo es estabilizantes, colorantes y muchísima azúcar. Si me gustara
el refresco sería más fácil de convencer, pero también me atiborro a tigretones
y sé que la alegría me dura lo que su ingesta. El tinglao de la publicidad es
capaz de eso. Cuando uno no sabe qué tomar se pide una coca cola. ¿Qué tal un
agua con gas?
El mc donalds también se las trae. Ya no porque te lo publiciten con
“platos de cuchara” que son helados de esos de mentira, ni porque sus patatas
de luxe tengan más conservantes que las momias de Tutankamón. Lo que es
sangrante es que sus hamburguesas de juguete, abusivamente azucaradas, se
vendan y la gente se las coma. Es que es grave: la gente piensa que de verdad
le gustan. ¡Si sólo saben a goma y sacarosa enketchupada! Y encima duran dos
mordiscos, que para quitarte el hambre debes pedirte seis macmenús. Sí, yo a
veces como de esta mierda pero sólo cuando me obligan los compromisos sociales.
El telepizza es otro que tal mea. Desde luego los ingredientes no pueden
ser peores. De calidad inferior, quiero decir. Y el precio no tiene nada de
competitivo. Pero ahí que va la peña a engordarse el flotador. Admito que están
más buenas de lo que deberían, pero es que algo atractivo deben tener. Si no,
se irían al garete. ¿Será el extra de queso que no es sino suero de leche mal
cuajada? ¿O los siete minutos de horno? No sé. Seguro que el secreto lo guarda
el mismo que esconde el componente secreto de la coca cola. ¿No podrían también
publicitarse las matemáticas y la enseñanza de idiomas hasta que la gente no
quisiera ver el fútbol y prefiriera al Muzzy o los sudokus?