lunes, 30 de julio de 2012

La felicidad no se compra, no se come, no se bebe


Sin embargo, la institucionalización comercial nos ha hecho creer lo contrario. Millones y millones de consejos publicitarios nos convencen a diario de que nos gustan cosas que realmente no nos gustan. Nos alienan hasta engañar a nuestros sentidos. Así, la coca cola te hace feliz; con donetes tienes muchos más amigos; el mc donalds no colesteriza; las telepizzas son de calidad…
No hay nada mejor para una marca que grabarse en el subconsciente colectivo. Cuando uno va al mercadona ya sabe lo que quiere, dónde está y que color tiene la etiqueta. No hay elección que hacer. El cliente ya va a lo de siempre. Ya ha cotejado la relación calidad-precio y no necesita perder minutos en volver a comparar. La familiarización del supermercado ahorra tiempo a las marujas y garantiza fidelidad a la empresa. Negocio seguro. Aunque suban los precios uno o diez céntimos los clientes tardarán en pisparse. Lo mismo te pasa si vas al frutos secos el rincón. Uno sabe lo que quiere y no cambia fácilmente el producto conocido por otro más barato de otra tienda a granel.
Lo de la coca cola es flipante. No me entra en la mollera que te vendan felicidad, éxito, amistad y optimismo y la gente trague, cuando lo único que están bebiendo es estabilizantes, colorantes y muchísima azúcar. Si me gustara el refresco sería más fácil de convencer, pero también me atiborro a tigretones y sé que la alegría me dura lo que su ingesta. El tinglao de la publicidad es capaz de eso. Cuando uno no sabe qué tomar se pide una coca cola. ¿Qué tal un agua con gas?
El mc donalds también se las trae. Ya no porque te lo publiciten con “platos de cuchara” que son helados de esos de mentira, ni porque sus patatas de luxe tengan más conservantes que las momias de Tutankamón. Lo que es sangrante es que sus hamburguesas de juguete, abusivamente azucaradas, se vendan y la gente se las coma. Es que es grave: la gente piensa que de verdad le gustan. ¡Si sólo saben a goma y sacarosa enketchupada! Y encima duran dos mordiscos, que para quitarte el hambre debes pedirte seis macmenús. Sí, yo a veces como de esta mierda pero sólo cuando me obligan los compromisos sociales.
El telepizza es otro que tal mea. Desde luego los ingredientes no pueden ser peores. De calidad inferior, quiero decir. Y el precio no tiene nada de competitivo. Pero ahí que va la peña a engordarse el flotador. Admito que están más buenas de lo que deberían, pero es que algo atractivo deben tener. Si no, se irían al garete. ¿Será el extra de queso que no es sino suero de leche mal cuajada? ¿O los siete minutos de horno? No sé. Seguro que el secreto lo guarda el mismo que esconde el componente secreto de la coca cola. ¿No podrían también publicitarse las matemáticas y la enseñanza de idiomas hasta que la gente no quisiera ver el fútbol y prefiriera al Muzzy o los sudokus?

domingo, 22 de julio de 2012

La Esperanza es lo último que se pierde

Una lujosa puerta maciza se abre con chirrío. Una madurita de ojos risueños y vestido estampado sonríe falsamente a la maruja impecablemente trajeada que acaba de llegar como si fuera la muerte. La sonrisa de la recién llegada pretende ser cordial, pero los ojos mezclan soberbia, agresividad, condescendencia, salvajismo, beligerancia, prepotencia, crueldad, astucia y mucha maldad. Tras la mabruja, tres agentes de la policía nacional y 25 peones de mudanzas comienzan a introducirse en la mansión y a sacar los muebles.
  
–Pero, ¿qué pasa, Dolo? –inquiere la casera– ¿Por qué estos hombres están llevándose mi recibidor? ¡Eh, que esa figurita de Lladró me la regaló Alberto!
–Lo siento, Espe –replica la trajeada–, pero te estamos embargando.
–Pero que dices, Cospe, si soy yo, Espe.
–Lo siento, mona, pero acabamos de aprobar una nueva ley. Se recorta el número de políticos autonómicos. Y con el nuevo impuesto de bienes inmuebles estás en números rojos. Te quitamos el mobiliario por el bien de España.
–Pero, Dolo, que tú también eres autonómica.
–Ya no. Ahora soy la número dos. Me ha nombrado Mariano.
            –¿Y Soraya?
            –Al paro. Había que recortar. Cobrará la prestación super reducida por ser excargo público. Ha tenido suerte: 245 euros al mes por la jeta.
            –Pero… ¿quién ha aprobado esta ley?
            –El consejo de ministros.
            –Si ya no hay ministros.
            –Pues eso: Mariano y yo. No queda nadie más.
            –No me hagas la puñeta, Cospe.
            –Lo siento, Espe. Llévese el espejo también, haga el favor, mozo.
            –Señora –responde el obrero–, que soy ingeniero de telecomunicaciones.
            –Pues haberte ido a Alemania. Aquí, mozo de mudanzas y gracias que trabajas. Igual cobras 700 euros, ¿o qué?
            –398, señora.
            –Aún te quejarás.
            –Son brutos. El mes pasado me llamaron de Hacienda y tuve que pagar de mi bolsillo. Mis ingresos no daban para el IRPF. Por lo menos cotizo.
            –Da igual, majo. Mariano y yo vamos a quitar las pensiones contributivas. Te morirás trabajando o de hambre, pero pensionista va a ser que no.
            –Pero, Dolo –insiste Espe–, ¿no hay nada para mí?
            –Puedes volver con Alberto.
            –¿Adónde?
           –Gestiona un banco en El Retiro. Creo que tiene palomas y todo. Se saca más de dos euros diarios en limosnas. La gente tiene memoria.
            –Ay, Cospe, ¿no hay otra cosa?
            –Lo siento, Espe, el bienestar de España es lo primero. Ahora la Merkel ya no desvía nuestras llamadas. Quítate los "John Lobb".
            –No pretenderás que vaya descalza, Dolo, por favor. Que somos amigas.
            –En política no hay amigas, querida. Te he traído las sandalias de Andrea. Se suicidó el mes pasado. La pobre, desde que no le tocaba la lotería no le salían los números…
            –Esto es humillante, Cospe.
      –Lo sé, querida, pero es por España. Ya no teníamos de dónde sacar. El 95% de los sueldos de controladores están retenidos. Hay un médico cada diez habitantes, lo malo es que no cobran. Hemos afianzado un profesor por instituto y dos maestros por colegio. ¡Y éstos cobran casi 500 euros! Las ayudas a la minería se han doblado: ahora hay diez parados por minero que colaboran gratis en sacar el carbón. Otra cosa es que luego tengan que compartir el salario. El paro no ha subido. Desde que no hay prestaciones en el régimen general, ya nadie se apunta. Las pensiones se han sustituido por un sistema de pago integral de sepelios. El que se muera, lo paga el Estado, y sin mover un músculo. Hemos agilizado la burocracia. Al cerrar comercios y ayuntamientos, no había trámites ni nadie para hacerlos. Ojalá salgan las Olimpiadas de Madrid 2032. Tenemos un montón de voluntarios para construir infraestructuras. Eso sí, no sé de dónde sacaremos la pasta. Espero que la Roja vuelva a ganar el mundial. Necesitamos dinerito fresco.
            –Cospe.
            –Qué, Espe.
            –Que creo que voy a llorar.
            –Venga, mujer, si sólo es un pequeño sacrificio. En quince años igual ampliamos el Gobierno. Ahora es que no llega, entiéndelo.
            –Oye, Dolo.
            –Dime, Espe, guapa.
            –¿Cuándo aprenderá Mariano a decir la “s”?
            –Cuando aprenda inglés, bonita. Hala, gracias. Ya hemos acabado. Me encanta tu casa. Debes pagar un huevo de ibi, ¿no?
            –Vete a tomar por el culo, Cospe.

lunes, 16 de julio de 2012

Shane vs. Predicador

El jinete pálido era un western crepuscular basado en Raíces profundas, compartiendo con ella un sinfín de similitudes icónicas y un buen puñado de diferencias sustanciales. Determinar cuál es mejor no parece una decisión sencilla. Desenfundemos los argumentos y cosámoslos a balazos irrebatibles.
La trama de ambas películas versa sobre un cacique interesado en explotar las ricas tierras para beneficio propio y en estricto monopolio. Para ello no le importará arramplar con las ilusiones de un puñado de agricultores humildes y pisar sus derechos con su rebaño comepastos, o de explotar las virtudes naturales del terreno sacando del negocio a los esforzados mineros. En ambos casos el abusador se servirá de sus expeditivos métodos para disuadir a los colonos de seguir labrándose –o tamizando– un futuro mejor. Cuando peor se tornen las circunstancias, el horizonte escupirá un rayo de esperanza a caballo: de la lejanía surgirá un forastero misterioso, atípico, con la mirada perdida en el infinito y un oscuro pasado que le persigue allí donde quiera volver a empezar. La llegada de Shane o del predicador  inclinará la balanza sustancialmente, y será prescriptivo contratar a un sombrío matón, o grupo de asesinos, según el caso, para recuperar el terreno perdido y presentar batalla en el duelo final, una auténtica bacanal de tensión y tiros definitivos, de esos que nunca se pierden en la distancia ni mueren astillando madera. Convencidos los malos, el enigmático justiciero cogerá sus escasas pertenencias, las hará fardo y se llevará la  amistad de los padres, el corazón de las madres y la admiración de los hijos. Todo ello con un horizonte más o menos embelesador y la voz infantil gritando al viento su admiración sin condiciones glorificando la estampa. Escenas como éstas son las que consolidaron el género y lo mitificaron.  
El argumento de Raíces profundas es contemplativo, pausado, rico en vida familiar, en detalles, en momentos cotidianos. La violencia se hace esperar y nunca excede lo estrictamente necesario, a excepción hecha de Wilson. Todos los elementos llevan a un desenlace inevitable, por las malas, y a cierta derrota de las buenas maneras. La violencia de las pistolas es la que expulsa a Shane de su nueva vida honrada y pacífica. Abundan los planos pictóricos, el ambiente bucólico, los sentimientos positivos y la sombra amenazante de Rufus Ryker sobre la armonía que desprende la familia Starret. 
En El jinete pálido el sol tiene miedo de Clint Eastwood. La atmósfera es espectral, fantasmagórica, gris y brumosa. La belleza natural del lugar es mucho más agreste, inhóspita y salvaje. La cámara retrata un mundo desencantado, difícil, áspero, donde los personajes escarban hasta hallar algún sucedáneo de la felicidad. La trama es más realista, menos idílica, y refleja drásticamente la desmitificación del género, el despojo épico de los protagonistas convertidos  a estas alturas en auténticos antihéroes con un ligero regusto a justicia extrema. El jinete pálido es mucho más radical que Raíces profundas. 
Los roles principales, desempeñados por Alan Ladd y Clint Eastwood, consolidan los arquetipos de héroes americanos en tierra hostil. Son desconocidos en suelo extraño, seres de los que poder desconfiar. Ambos se ganan el respeto, la admiración y la confianza de sus vecinos, y aquí se acaban las coincidencias. Shane es prudente, sensato, huye de su pasado, es trabajador, encantador, sonriente, humilde y conciliador. Recurrirá a la violencia cuando la necesite, pero sólo como último recurso. El predicador no necesita ser simpático. Aparecerá frío, serio, amargo e impasible. Su comportamiento se aleja del modelo clásico de héroe americano. Sus formas, gestos y actitudes distarán mucho de las fijadas por James Stewart o John Wayne. Eastwood es un héroe difícil, áspero, incómodo. Ser el máximo exponente del spaghetti western es lo que tiene. Para añadir mayor carga lírica, se da a entender que el predicador viene del mismo infierno. A todos los demás argumentos de justicia social, ambición desmedida y colonización legítima, la cinta nos trae una historia de venganza espectral. El western se oscurece, se desencanta y nos escupe en la bota, todo antes de disparar a quemarropa sobre la valentía, la heroicidad, la ilusión y la justicia maniquea. 
En cuanto a los patriarcas, las distancias son evidentes. Joe Starret es varonil, forzudo, tiene agallas. En muchos momentos de la película ensombrece a Shane. Cuando éste debe reducirlo para evitar que lo maten, se ayudará de un revolverazo en la sien para zanjar la discusión. Joe sostiene el alma de los agricultores, los arenga y cohesiona. Cuando queman la casa de uno de ellos, Starret mantiene la llama de la esperanza sobre sus corazones. Considera a Shane un amigo al mismo nivel, algo impensable entre el predicador y Barret.  
“Hull Barret es un buen hombre”, dice el predicador. Que no sea el padre de la chica, sino un novio posterior de Sarah, abre un interesante abanico de posibilidades. El amor patriarcal se pone en duda. Además, adolece de muchas de las cualidades heroicas de Joe. Es obstinado y pertinaz, pero carece de poder real. Es razonablemente valiente, incluso osado, pero no es un héroe. Hull Barret es un candidato fácil al pijama de pino. Su determinación es su mejor arma, escaso revólver para enfrentarse a Coy Lahood. 
Marian Starret es un ama de casa clásica. Sabe conquistar con la tarta de manzana y los guisos de toda la vida. Se muestra manifiestamente enamorada de Shane, pero sabe cuál es su lugar en la historia. Su aventura sólo se postula, no llegando nunca a traspasar la frontera. 
Sarah Wheeler también se siente especialmente guapa con el predicador, y no ha cerrado su historia de amor con Barret. Por eso no es extraño que llegue a consumar con el orador. Sin embargo, cuando debe decidir entre Hull Barret y el predicador, acabará casándose con la realidad. Con todo, el homenaje previo que se pegan permite ampliar los parámetros de la decencia y el decoro del oeste clásico americano. 
Joey Starrett es ingenuo, infantil e inocente. Su relación con Shane ensalza las cualidades del héroe. Funciona como un heraldo, un juglar medieval que glorifica al pistolero más rápido del oeste.
Megan Wheeler es otra cosa. En plena adolescencia desbocada, intentará seducir al predicador. Entre ellos se establece una relación muy especial, pero ésta es una línea que Eastwood –el director y el personaje– no cruzará. El tópico de Lolita no llega a consumarse. Sería demasiado ruido para una sinfonía de balas silbantes con elementos sobrenaturales. La intención del largo no era escandalizar.
Los malos tienen una relevancia desigual. Rufus Ryker es aceptablemente coherente. Llega a admitir que hace mal, pero considera que tiene derecho. Coy Lahood ni se lo plantea. Su maldad es mucho más estructural, y eso le confiere mayor atractivo.
Jack Wilson, un magnífico Jack Palance, es el pistolero de doble revólver vestido de negro. Flaco, huesudo, taimado, su mirada inquietante y la media sonrisa le otorgan un aspecto de gran impacto visual. Stockburn y sus ayudantes, los malos de El jinete pálido, son tan espectrales como Eastwood, llevan guardapolvos y caminan con gran solemnidad, pero no tienen la presencia escénica de Wilson. Son más mayores, están muy gastados y son impasibles, mas no soportan la comparación.  
En conclusión, es difícil delimitar cuál de las dos es mejor película. Probablemente, hablamos de géneros completamente distintos. Es como cotejar una comedia con un film de cine negro. La evolución del western las hace completamente distintas. En cierto modo, Raíces profundas y El jinete pálido cabalgan desde el punto álgido de la épica americana hasta su decadencia más sombría. Pero Shane y el predicador nunca montarían juntos. De hecho, uno lo hace sobre algodonosas nubes en un celeste de postal y el otro patea dificultoso la nieve mientras la bruma parece importunar. 
 

miércoles, 11 de julio de 2012

La playa y la playa

Uno de los grandes misterios de la sociología moderna es el ritual veraniego. Con la de posibilidades turísticas que hay –un camino de Santiago, una inmersión lingüística, un campo de trabajo, un invierno argentino, un tour por el Ikea, un crucero en patera, una ruta por los suspensos para septiembre, un billete para rumanas en España con promesas laborales–, el destino que triunfa sigue siendo la arena tostada.
La borrachera de tópicos playeros es de manual para principiantes. Para empezar, si no puedes ir porque aún estás trabajando o con el paro no te alcanza para un triste camping, los telediarios te van a atiborrar a imágenes de las playas de  Valencia y Alicante, con el único propósito de rellenar seis minutos y poner los dientes largos. Y aquí comienzan los arquetipos: plano general con una alfombra de sombrillas, tripas de abuelo y tetas, siempre tetas, desatadas, morenas y viagrescas.  Luego lo complementan con un torso Danone de gimnasio más falso que un político en elecciones y la entrevista final a la maruja de turno o a la abuela que encadenaron a la arena cuando era niña y se alimenta de comer gaviotas. A mí los senos de mujer no me amargan, no se crean, pero su uso como elemento de captación me parece un ejercicio alevoso de machismo y sexualización. La desnudez femenina en juventud es embelesadora, pero el realizador del noticiero –persona aséptica y ducha en imparcialidad– no debería enfatizarla, ya lo hacemos los vigilantes de la toalla. No procede, chicos. Ni por el share.
Llegan tus quince días de gloria vacacionil y decides darte un baño, no de gloria, ni de mar salado, sino de carne humana. Ir a Peñiscola o a Salou es sumergirse en un homenaje a la mundanez ibérica, en sus alfombras multicolores, hermanadas físicamente, en los inexistentes ríos de arena que nacen de los límites de propiedad que marcan toallas y sombrillas, en el sudor socialista, en las mil conversaciones repletas de intrascendencia. ¿De veras nos gusta apiñarnos en torno a la condición humana e impregnarnos de la misma cotidianeidad que todos desprendemos? ¿Nuestro ideal de descanso es compartir agobio, palas voladoras, pis salino, lorzas desacomplejadas, cuatro pechos potables de cada cien ofertados, castillos de arena y estatuas de abuelas en hamaca en primera línea tan reales que parecen de verdad?  Pues sí. O eso o es que irse de vacaciones al pueblo sale más caro.
Por aquellas insondables paradojas vitales, el lugar para disfrutar la mayor soledad parece ser ése donde se atestan los gentíos. Estar rodeado de desconocidos en bañador y aceite solar, más allá de fantasiosas peripecias orgiásticas, representa el culmen del aislamiento, del retiro mental, de la desconexión emocional de todo lo que nos ata al mundo rutinario.  Y el éxtasis ya parece exponerse al justicero astro luminoso y rayarse –de rayo– hasta la carbonización. Yo creo que los negros tienen que estar partiéndose el culo de nosotros durante siglos, supongo que por algo inventaron la esclavitud. Es el colmo del narcisismo, entregarse al sol para quemarse la piel y que quede bonita. Y ya lo más grave no es tumbarse inerte hasta que los poros vomitan líquido churripitoso, mezcla imposible de crema bronceadora y sudoración obligada. Lo ignominioso es que nos gusta presumir de nuestra hazaña, de nuestras seis horas diarias de abrasión cutánea aterrizando en nuestra urbe de siempre con un bronceado como nunca. ¿Tan livianos somos que ni nos gusta el sol ni el calor y que lo único que perseguimos es el color cangrejo, zanahoria, café con leche o batido para enseñarlo al mundo y que vea dónde hemos estado y lo bien que lo hemos pasado? ¿Somos tan gilipollas como los ninis que se compran un BMW y enchufan a tope el bakalao, techno, dance o progressive aunque no les guste sólo para que los miren? No contesten, era una pregunta retórica.
El culto al cuerpo no entiende de gustos. Aquí yo pienso que se nos ha ido la pinza. A veces, los españoles acaban siendo más guiris que los propios guiris. Quiero decir, si tienes un cuerpazo, si fuiste Mister Peña los Siete Amigos en 2001, si eres una de esas tontas que se alimentan tanto de miradas que el día que no las escruten cincuenta sementales babeantes lo mismo se rebanan los pezones, si la naturaleza se ha portado bien contigo, o si tienes la tableta de chocolate por fuera –yo siempre la tengo por dentro–, pues entonces comprendo que te atornilles las tetas o te cuelgues los pectorales. Pero, perdona tío, no es tu caso. Puedes tener tripa, flotador anti-naufragios titaniquescos, pechos de moco, morcillas incrustadas, piel de naranja, cuerpo de pera, verrugas con Quato soltándoles barbaridades a las jacas, manchas de nacimiento… si yo todo eso lo perdono, y a veces hasta lo comparto. El problema no es que seas estéticamente imperfecto, casi todos lo somos. El problema es que no lo veas, que te pasees delante de las niñas recogiendo el aire de la panza, que andes como si fueras Clint Eastwood con el poncho o que revolotees como John Travolta alrededor de su Cadillac. No tienes buen cuerpo. Es ridículo que te comportes como si sí. La gente se está partiendo el culo. Las mujeres no te quitan ojo, pero no te sonríen, se escojonan discretamente. Tu percepción es como un espejo trucado, pero de los que estilizan.
Meterse al agua es una de las pruebas de fuego de todo playista. Es como caminar por la pasarela: todos quieren hacerlo pero muy pocos saben salvar la situación con dignidad. Darse la vuelta cobardemente ante el primer envite de mar dice muy poco de tus poses de antes. Si te has untado la crema en plan vigilante del chiringuito no puedes caer derrotado frente a la primera ola. Si sólo son cuatro cuchilladas: pies, entrepierna, flotador y espalda. Partiendo de que nadie tiene estilo, lo mejor es entrar sin detenerse. Mirar a la chica del flotador de al lado siempre añade épica a tu esfuerzo. Luego ya lo que te encuentres en ultramar es ya una lotería: toplessianas que no cumplen los 50, tres jubilados en colchoneta arengando a las olas, patines unifamiliares atropellando bañistas, tiburones vomitando aceite bronceador, buzos de seis años, escenas materno-filiales pasadas por agua, y la modelo profesional que se arrima a la orilla para humedecerse los brazos con delicadeza en imposibles escorzos sacaculos.
El chiringuito. ¿Alguien puede promulgar una ley que impida llevar la camiseta de la roja? Representa un manifiesto nacional sobre el tripón y en cualquier situación no deportiva. Es como fumar en chándal. Y ya el colmo de la horterización es serigrafiarse el nombre en la espalda: Manolo, Josete, El Piñas. Otra cosa: no existe la camiseta roja con el 1 a la espalda. El portero va de verde, azul o amarillo, leches. Lo demás, lo de siempre: tinto de verano, cañita, pulpitos, papas, pescaítos y otras estrellas del vermú.
En la playa todo vale. No me pregunten por qué, pero los complejos se quedan en la ciudad. Tal vez deberíamos caminar por la vida como si paseáramos por la arena: despreocupados, felices, descuidados y llamativos, con diez kilos de más y quince prejuicios de menos, y sabiendo que, por chocantes que sean nuestras trazas, siempre habrá uno más hortera y probablemente más dichoso. Quizá nos estemos bañando en un mar de preconceptos que al salir te dejan los pies pringados y la piel pegajosa.

martes, 10 de julio de 2012

La fuga, Pereza, Marea y Despistaos

El arte no puede ser copiado; al menos gratis.

Aquella tarde la biblioteca triplicaba sus usuarios. A la habitual comparecencia de Patricio Márquez devorando las enciclopedias de “Peces del Sáhara” y “Cebras codificadas” se unían Princesa Disney y Pincho Moruno. Los dos reclusos intercambiaban información ante el inusual silencio del ex-agente de la $GA€.

–La fuga será hoy –dijo Princesa.
–¿Hoy? ¡Qué pereza! –replicó Pincho–. ¿No puede ser mañana?
–No. Ha de ser hoy. El cuadrante dice que el cambio de turnos nos favorece, porque echan partido de la Eurocopa y no mirarán los monitores.
–Tanto fútbol marea.
–Sí, pero gracias a eso los guardias estarán despistaos.
–¿Cómo lo hacemos? ¿Usamos el túnel tras el póster de Rita Hayworth?
–¡Qué dices! ¿Con Márquez aquí? No pienso. Nos acusaría de plagio a “Cadena Perpetua”.
–Matamos a un par de presos y nos cambiamos por sus cadáveres para que nos saquen en el coche forense.
–Ni hablar, Pincho Moruno. Eso ya salió en “El conde de Montecristo”. La $GA€ nos fundiría otra vez.
–¿Tirolina por encina del muro?
– “Tango y Cash”.
–¿Huida en moto?
– “La gran escapada”.
–¿Vuelo en globo?
– “Superman II”.
–Me rindo, Princesa Disney.
–Yo no.

Princesa Disney y Pincho Moruno alcanzan el patio sin dificultad. Sobre el grueso muro de 3 metros de grosor vierten dos ácidos inofensivos por separado pero altamente corrosivos mezclados. Pincho orina certero sobre las piedras y Princesa echa Coca-cola en el mismo punto. El muro se derrite como si fuera de hielo. En pocos segundos corretean como galgos o podencos por los prados alcalá-mekenses.
No consiguen recordar cuántas horas llevan escapando, pero deciden parar. Han llegado a un polígono industrial y están a salvo. De repente, unos zapatos negros impecables acaban unas piernas infinitas entre las cuales se recorta su sorpresa y asombro. Los han encontrado. Ante ellos, Patricio Márquez, inmaculadamente trajeado, saca la libreta de multas que lleva siempre en el bolsillo de la chaqueta.

–Habéis cometido un delito contra la propiedad intelectual, Princesa Moruno.
–No me jodas, Márquez. Nos hemos fugado de manera original.
–Cierto, buitre –añade Pincho–. No hemos cometido plagio alguno en la fuga.
–Ahí está el problema. Durante vuestra conversación, ésa que deliberadamente habéis trazado en mi presencia, habéis empleado los términos “la fuga, pereza, marea y despistaos”. Debéis saber que son los nombres de cuatro grupos punteros de rock urbano. Y todos están registrados. No podéis usarlos en vuestras fug… evasiones. Son 180 euros.
–No me fastidies, Márquez.
–Cada uno, Princesa Disney.
–Oye, Márquez –inquiere Pincho derrotado.
–Dime, Pincho Disney.
–¿Cómo cojones lo has hecho para fugarte tras nosotros, cambiarte el uniforme prisión por el smoking y encontrarnos?

Patricio Márquez no respondió. Se limitó a recaudar los pecunios de la $GA€ y a marcharse con el sol recortado sobre su sombrero elegante aunque pasado de moda. Por su cabeza solo chapoteaban los “Sapos de cuento” y las “Ranas con pelo” que se iba a meter entre córnea y cristalino esa noche. La primera en casa en meses. Aunque tal vez se buscase un cuchitril. Ahora era un fuera de la ley. Hasta que pudiera probar su inocencia, sería mejor defender a la $GA€ desde el otro lado. El arte no podía ser copiado; al menos gratis.

miércoles, 4 de julio de 2012

El opio del pueblo

No pasa nada si el copago sanitario empieza por el sintrom y acaba por las consultas de atención primaria a 100 euros. Tenemos a La roja reventando el fútbol europeo. Si los jubilados cobran pensiones de 450 euros para pasar el mes, seguro que Iniesta dona sus 300.000 euros para llevarles Kalise para todos. Los bancos se van al garete y sus dirigentes se despiden a golpe de talonario –yo también quiero quedarme en el paro así, cobrando una obscenidad de millones–. Pero no problem. El tiki-taka no se acaba. La destrucción de empleo ya es masiva, contagiosa y con graves efectos secundarios. Menos mal que hemos ganado la Eurocopa. Te quitan el piso, gol de Torres. Te echan de tu puesto, paradón de Iker. Nos rescata Alemania, eliminamos a sus verdugos. Treinta adolescentes en una clase, Arbeloa corriendo la banda. Sube el ibi, la gasolina y el IRPF, regate de Silva, centro de Navas y remate de Llorente. España se va a la mierda, la selección toca la gloria.
No tengo nada especialmente en contra de los futbolistas profesionales. Contribuyo a su enriquecimiento personal tragándome los anuncios de la tele pre y post deportes y los comerciales del Marca, paradigma de la objetividad futbolística –el periódico, no la publicidad. Me gusta el fútbol y dos veces al día me detengo frente al escaparate balompédico. Pero ya. Me siguen pareciendo unos millonarios privilegiados y endiosados. Gente que acaba grillada cuando se apagan los aplausos, y en muchos casos, arruinados de tanto malgastar. Personalmente opino que hay gente mucho más heroica a la que admirar: un bombero, un profesor, una enfermera, un ama de casa trabajadora… Tampoco considero a los jugadores culpables de nada. Si el vulgo paga, ¿por qué quitar la mano del grifo de oro? El rollo este es un negocio millonario, un circo romano lleno de gladiadores patricios, y quien genera las perras son los que trabajan en pantalón corto y medias de algodón.
Pero hay cosas que no comprendo. No entiendo que un atajo de frikis se chupen 29 horas de autobús para animar a la roja. Pero, ¿estáis gilipollas o es que os sobra el tiempo y el dinero? No me jodas. No puedes tener suficiente pasta para semejante periplo. O si la tienes, deberías estar trabajando. Sólo queda una posibilidad. Has ahorrado todo el puto año para jalear el nombre de tus ídolos durante 93 minutos. Te has gastado las vacaciones de verano para semejante atrocidad y para colmo no has dormido una mierda. Y aún estarás feliz. No tengo nada más que decir. Si gente como tú hace de este deporte lucrativo su vida, nos tenemos bien merecido irnos al fondo del baúl económico mundial.
No puede ser. Tiene que ser que mucha gente va sobrada de guita. La opción anterior no me entra en la mollera. Me parece inverosímil. Y así nos va la historia. Mientras retrocedemos sesenta años en el tiempo en calidad de vida, en políticas sociales, en condiciones laborales, en derechos irrenunciables, en excelencia educativa, en atención médica, etc, la plebe se consuela con los cuatro pepinos que les hemos metido a los italianos. Parece como si en tiempos de máxima tristeza estas pequeñas victorias nos rociasen con un revitalizante suero de la esperanza y todos nos sintiéramos vencedores, por un instante, por un suspiro, gritando al viento que estamos en la cima del mundo. Pero qué coño me estás contando. Sois unos putos cobardes. No sois España. No habéis empujado esos balones. Esos once ninis con elástica colorada no os representan. Os dirán que son la furia española y que llevan el sentir de un pueblo, el carácter y la raza de un país. Y una mierda. No representan nada. No saben lo que es sufrir ni lo sabrán nunca. Son futbolistas de élite. Nada más. Once tipos que son los mejores en su trabajo. Conozco mucha gente que son los mejores en su trabajo y no les pagan un carajo, ni corean sus nombres, ni ruedan anuncios regalando helados. Incluso los echan por haber llegado los últimos. No, los peloteros no tienen la culpa de nada. No se merecen la admiración popular, pero tampoco son culpables de su suerte, sólo beneficiarios. Los malos son los de a pie, los que pierden el culo por endiosarles, los que prefieren que España gane la Eurocopa a encontrar trabajo. Los que se suben a un carro ganador del que nunca han tirado. Aquellos que chupan la épica de otros porque son incapaces de hacer algo heroico por sí mismos. Perdedores que quieren salir en la foto, que alimentan las victorias de otros pensando que así también ganan ellos. Sólo es fútbol. El opio del pueblo, la diversión zafia que os obceca y nubla la vista frente a los verdaderos problemas, esos que no vais a solucionar, pero que seguiremos sufriendo: el hambre, la injusticia, la corrupción, la falta de oportunidades, el odio, el futuro criogenizado, la desigualdad, la enfermedad, las drogas.  
Mientras celebramos nuestras victorias de paja se nos quema el cobertizo. El país arrastra una de las situaciones más difíciles de los últimos muchos años. Yo no veo que esta felicidad pasajera nos ayude en nada. No siento que este chute de lirismo mítico,  de machada legendaria nos insufle ración y media de coraje, de inyección monetaria, de creación de empleo estable. Sólo invita a un rol pasivo, a contemplar una película donde ganan los buenos, a sentirnos parte de algo muy grande, a aplaudir los malabarismos de las focas mientras seguimos siendo nadie en nuestro asiento de tercera fila. Hacer de este espectáculo una pasión es una manera fácil de evadirse, de escapar de un inevitable abrazo con nuestro destino al que, con un poco más de clarividencia y esfuerzo, podríamos retorcer a nuestra conveniencia. El fútbol debería inspirarnos para afrontar nuestros propios partidos con humildad y trabajo. En lugar de eso, tan sólo fomenta el botellón y el espíritu lúdico-festivo. Vivir el sueño de otro y brindar por él. Vaya una tristeza de vida.