jueves, 31 de diciembre de 2009

Frases típicas

Coletillas, sentencias y rellenasilencios nos inundan la cotidianeidad y nos emborrachan de tópicos dispares. Lo mismo valen para un descosido que para un remiendo. Sin ellas seríamos presa fácil del no saber qué decir y a los que eso nos incomoda nos viene muy bien recurrir a ellas. Que empiece el show:

1- Es lo que hay. Mi preferida. Aglutina todos los estadios de resignación humana y consolación fraterna. Similar a “hay que joderse” o “vienen mal dadas” pero con más impacto.

2- Es que es eso. Coletilla de aseveración. No hay modo más directo y diáfano de mostrar conformidad y reconocerle al otro que ha dado en el clavo.

3- Dónde va a parar. Para comparaciones sin color siempre está bien traída.

4- Vuelta y vuelta. Referido a las vacaciones en la playa a indigestarse de cáncer de piel gratis (el del tabaco es pagando). Por cierto, ¿sabían que los negros no toman el sol?

5- Dos. La parejita. Otro topicazo existencial. La vida podría resumirse en estos objetivos: teta, juguete, TV, play, vacaciones, ordenador, amigos, alcohol, moto, novio, picadero, coche, trabajo, piso, boda, hijos, ascenso, casa de playa, jubilación, nietos, no residencia.

6- Si no te mueves no te hará nada. Básicamente referido a abejas y avispas. Mi respuesta es “los cojones”. Como si estos bichejos detectaran cuando haces algo a mala idea o sin querer. Lo mejor es tener cerca a alguien de sangre dulce. Te salva el culo.

7- Lo que viene siendo / a ser. Odiosa coletilla ganatiempo de gente sin dominio de la lengua o un fino sentido del humor burlón. Si me oís decirla autorizo colleja represora (sin cebarse).

8- Estamos aviaos. “Bien jodidos”, quiere decir. Pues eso, que ajo y agua y que es lo que hay (véase nº1).

9- Parece que refresca. Impagable para ascensores y taxis. Como apenas uso el ascensor y mucho menos el transporte público solamente la empleo cuando la climatología es tórrida a modo de ironía.

10- Si no hace ná. También aplicable al nº 6, pero más adecuada al Gran Danés del vecino que se monta sobre ti cual caballo y te borra a lametazos. Y mientras el nota insiste en que su perrillo es inofensivo, tú te asfixias entre océanos de saliva o se te ve la calavera de tanto que te ha desgastado el rostro la lija del nueve del Scooby. Eso sí, no hay muerte más amorosa.

11- De ahí no pasa. La preferida de los abuelos cuando algo se cae. Es una sentencia seca, precisa e incontestable.

12- Se acabó. De Perogrullo. Suele decirse cuando más obvio es el final de algo.

13- Lo sabía. A buenas horas, mangas verdes. Nunca lo dices antes, majete. Claro que entonces serías un agorero o un gafe. Mejor te callas.

14- Si es que lo que no puede ser no puede ser. De manual. Además es imposible.

15- Lo estoy dejando. Para fumadores gorrones. Además sirve para decir no a cualquier ofrecimiento que no te llame.

16- No hay color. Intercambiable con nº 3. También te rellena un hueco conversacional sin sustancia.

17- Pues ya estamos aquí. Genial cuando vienes de algún sitio. De nuevo parece patrimonio de sexagenarios y especímenes afines.

18- La vamos a tener. Frase recurrente de macas, chulos y matones. Atemorizar sí lo hace, lo digo yo que en ocasiones especiales la suelto en segundo de ESO.

19- Llámalo X. No sé si se la inventó Fox Mulder, la profe de matemáticas o el gordo de Línea Directa, pero se ha ganado un sitio en el subconsciente banal colectivo.

20-............................................................................. (pista interactiva para el lector: añade la tuya)

lunes, 28 de diciembre de 2009

Pezones en la llanura

Soy un hedonista de la psique bajo los efectos de las sustancias y sus revelaciones oníricas y alucinatorias. Vivo en un mundo que trasciende las convenciones de éste.

Me he enamorado. No le he podido evitar. Caminaba deprisa por la calle y se ha cruzado una jaca guapísima. Las piernas le llegaban hasta las botas de brillantina y su culo golosete parecía esculpido en una pastelería artesana. Sus ojos escondían el infinito y sus labios sugerían los misterios del universo. Sin embargo, lo que de verdad me ha subyugado hasta las trancas ha sido su pecho de tabla. El escote ya sugería un anguloso hueso pectoral perdiéndose en la puntilla del sujetador blanco. Los pezones se revindicaban a través de la chaqueta rosa de punto. Según me acercaba he podido admirar su torso rectilíneo y plano como campo de fútbol. Pero me han entrado las dudas. No es posible que semejante pibón sea natural. Seguro que se ha operado las tetazas gordas y sebosas y se las ha vaciado hasta conseguir esa perfecta y lisa plenitud torácica. Realmente es muy poco atractivo ver a esas mozas que están bien pero cuyo encanto arruinan unos melones prominentes, turgentes y voluminosos. No comprendo por qué, pero a los hombres nos gustan los senos finísimos, sin que casi se aprecie que están ahí. Supongo que será una convención, pero yo estoy totalmente de acuerdo en que cualquier vaca lechera acomplejada por sus ubres se opere y vacíe tanta masa antiestética. Otros en cambio dicen que así no tiene mérito, pero si las mozas ganan en autoconfianza pues bienvenido sea el bisturí salvador. Además, para nosotros es mucho mejor contemplar extensas llanuras rodeando los pezones solitarios.

viernes, 25 de diciembre de 2009

En estas fechas tan entrañables

En estas fechas tan entrañables… ¿qué? Sea bueno, déle un turrón al pobre después de gastar 500 euros en banalidades y váyase a su casa a atiborrarse de langostinos, pavo y cava.
Es triste pero es así. La Navidad es la época del año en que menos reparamos en lo injustos que somos. Nuestros buenos deseos generalmente sólo alcanzan a aquellos que nos importan, les haga falta o no. Por otro lado, sería inviable plantearse unas navidades caritativas: hay tanta pobreza que ni nuestras saneadas tarjetas podrían solventar semejantes papeletas. Parece por tanto que es mejor llenarnos de un espíritu navideño de corto alcance que llegue para los sobrinos y para no decirle a la cuñada que se ha puesto hecha una foca. ¿A quién no le gusta sentirse generoso, regalar cuatro chuminadas y sentir cómo una fuerza superior mal entendida como generosidad o bondad le hincha el ego y lo recubre de épica?
No cabe ninguna duda que en el momento que se cuantificó el amor a los demás por la cantidad de euros que nos gastábamos en sus regalos los buenos sentimientos se pervirtieron, cubriéndose además de sospechosas intenciones. Esta bacanal le va que ni pintada a comercios y marcas, pero oculta lo que de verdad importa: el bienestar de las personas, la felicidad global de gentes, especies y razas más allá de sus posibilidades o insatisfacciones, el progreso de los pueblos y no de los países. Un montón de cosas que suenan a demagogia de tanto que las hemos manoseado sin darles soluciones. Con nuestra conmiseración no saldrán de su peliaguda situación. Escribiendo esto tampoco, pero al menos, que se sepa que pienso en ello, y no por aliviar mi atormentada conciencia. Simplemente pienso que la felicidad debería garantizarse de serie a los que no tienen medios para comprarla como nosotros.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Domesticar canciones

Una de las cosas más curiosas de nuestros preconceptos musicales es el hecho ciego de escuchar un disco una y otra vez y hasta la saciedad sólo porque lo ha lanzado nuestro artista favorito, o ese grupo que no nos va pero sabemos que es muy bueno y nos empecinamos en repetir sus pistas hasta que se rayan ellas o nosotros. Es muy raro que un tema nos guste a la primera. Necesitamos domesticarlo, hacerlo nuestro, imbuirnos de sus letras y convencernos de corazón de que nos gusta algo que la cabeza decidió que nos tenía que encantar. La repetición suele funcionar. Que se lo digan a los cantantes de los 40 Principales.
Otro aspecto a tener en mente es la facilidad con la que desglosamos los discos según la posición de las canciones, el nombre del LP y los singles. Un disco que se llama como el single y que además es el primer corte da muy pocas esperanzas. Lo mismo pasa si el título-single es una balada que cierra un disco. Todo lo demás parece metralla. En cambio parece atraernos que el single esté a mitad y que el título del disco sea una canción en medio: eso nos garantiza tres puntos de interés (las dos anteriores y la primera canción). La pista uno siempre trae buenos temas. Podrían hacerse miles de recopilatorios sólo con semejantes preliminares.
Luego hay otros tópicos que tienden a repetirse: la tercera canción suele ser balada y la penúltima acelerada. Los temas experimentales también suelen cerrar álbumes a menudo no muy brillantes. Y siempre nos mediatiza el hecho de que una multinacional decida coronar como single a una pieza y no a otra. Parece convencernos de su innegable calidad o cutrerío aunque nosotros pensáramos diferente de inicio. Por último, siempre he creído que una auténtica obra maestra no esconde su excelencia en el estribillo, sino en sus embelesadoras estrofas.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Un héroe de los de verdad

Képler Laveran Lima Ferreira “Pepe” es uno de los mejores futbolistas del mundo. Hace poco que se ha lesionado de gravedad y su equipo ya ha elevado su pérdida al nivel de tragedia deportiva. A su vez, los innumerables hinchas y aficionados al fútbol y al merengue como sabor balompédico han consolado hasta el infinito a un hombre que dice estar destrozado por la que le ha caído encima. Tal vez el cariño acorte sus larguísimos seis meses de pesadilla.
Ahora un héroe de verdad. Su nombre creo que es Francisco, aunque tal vez sea Fernando. Hoy casi me hace llorar, pero ése es un lujo que un profesor no se puede permitir en un salón con un centenar de alumnos de segundo de eso. Francisco ha venido a dar una charla de dos horitas sobre educación vial, y aunque por logística escolar sólo he estado en la segunda parte, he recibido ración y media de sufrimiento, coraje y superación. Nuestro hombre ha contado su experiencia: era piloto profesional y un accidente del que no tuvo la culpa le dejó en una silla de ruedas, y gracias que esquivó por poco la horrenda tetraplejia tras largos y complicadísimos bisturazos. Este catedrático de la vida manejaba su silla de ruedas con cierta soltura, y explicaba con fluidez; a veces excesivamente técnico, a veces imposiblemente humano. Todos estábamos patidifusos, los docentes serios, los chicos callados, comprendiendo muchas cosas en cada vídeo de impacto, en cada monstruosa faz de niña bien en el asiento del coche equivocado, en cada foto de lasaña de carne humana y chapa de mantequilla. Francisco ha confesado que se había derrumbado varias veces y que se había planteado dejar de impartir charlas de educación vial, pero que alguien tenía que hacerlo y que desde que rodaba por los centros la siniestralidad había disminuido drásticamente. Los alumnos, esos zoquetes insensibles y maleducados, callaban, atendían y comprendían como tocados por la mano de la desgracia vial. Mientras fluían las imágenes de bruscos accidentes me he puesto a pensar en los presentes. Alguno de los muchachos o profesores seguramente moriremos de accidente de tráfico; otros salvaremos la vida gracias a esta lección magistral.
Francisco ha hablado de que su silla de ruedas costaba seis mil euros, y ha afirmado poder hacer todo lo que hace un caminante. He vislumbrado en sus palabras tanto dolor como superación, y sobre todo una profunda gratitud al cielo por tener su montura de carbono y titanio y una parálisis parcial y no total. Casi me rompo ahí mismo desde la injusticia de mi comodidad.
Ha acabado la charla y me he acercado a saludarle. “Creo que les habéis enseñado más hoy que nosotros en cualquiera de nuestras clases”. No estaba quedando bien, era la verdad. “No sabes lo que te agradezco tus palabras, me ayudan a seguir con esto”. Olé tus huevos. Gracias por abrir mis entrecerrados ojos y los de mis adolescentes. Sé que se han coscado de muchas cosas. Posteriores indagaciones me han llevado a descubrir que Francisco sufrió su accidente hace poco más de un año, y mi tristeza y admiración se peleaban en una dicotomía imposible de rabia y orgullo.
No tengo nada contra Pepe, tan sólo es que se ha destrozado la vida en un mal día, quizá cuando he conocido a alguien a quién se la destrozaron de verdad y su desgracia, como la de Jesús de Nazaret, ha salvado a muchos jinetes montados en sus veloces caballos de metal.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Chim chim-in-ey, chim chim-in-ey, chim chim cher-ee

Son muchos los motivos, y ahora no van al caso, por los que de niño no me gustaba Mary Poppins, ni los repelentes niños, ni el destartalado de Bert, ni el ridículo padre banquero. Eso sí, la madre feminista tenía un punto morboso, aunque eso lo descubrí más tarde. El caso es que esta historia inmortal de la factoría de los sueños fue ganándome poco a poco, según apreciaba diferentes detalles de insignificancia y los cotejaba con mis subjetivas impresiones de la vida. Pronto me pareció que la película, como las obras maestras, se podía contemplar desde lugares muy diferentes, y percibir estratos vitales de distintiva profundidad, según los ojos del espectador.
La trama es más triste de lo que parece: Un ocupadísimo hombre de negocios descuida tanto a sus hijos que se vuelven tan bordes como pijos para gritar al mundo que quieren atención. Así que contratan a una bruja bajada del cielo a paraguazos para que resuelva el tema en plan supernanny. Como siempre, el problema educativo no estará en los vastaguillos de mala madre sino en sus irresponsables progenitores, demasiado ocupados en desahuciar morosos o manifestarse en contra del sujetador con aros oxidables. En ese sentido el filme es asombrosamente moderno y premonitorio.
Lo gracioso es que la niñera utiliza sus poderes sobrenaturales para camelarse a los chavales y luego les hace luz de gas aduciendo que lo que han presenciado es una broma de su imaginación. ¿Y si viéramos la situación como una fantasía de los nenes ante una pseudomadre diez que les presta atención, es equilibrada y pone límites, y todo el rollo de meterse en el cuadro y caminar por las nubes se lo montaban ellos en su psique? No sería muy diferente de Otra vuelta de tuerca, cambiando la inocencia de Pamela L. Travers por el terror de Henry James.
Pero eso parece excesivo. Creamos que Mary Poppins es un hada de verdad y hace magia. Desde luego es muy ventajista por su parte utilizar su poder para educar y boquiabiertar a los diablillos. Yo así también imparto, no te jode. Y el tema de que el padre acabe por darse cuenta de sus defectos y decida priorizar a su familia pasa en todas las comedias americanas, pero no ocurre nunca en la puta vida, porque además que no pueden descuidar su trabajo porque les botan, y más en tiempos de crisis, es que encima son ellos los que no quieren estar disponibles para aguantar a los plastas de sus hijos. Para eso pagan impuestos y academias de repaso.
Luego está Bert. A mí este hombre me da muchísima pena. Es un filósofo sin ningún tipo de estabilidad laboral. Un mal partido. No tiene nada que hacer con la bruja, a la que desde luego le gusta manejar (chelines). Decía que Bert es muy triste. Pinta cuadros por cuatro perras, limpia chimeneas a golpe de escobón, vende globos en la feria, toca veintisiete instrumentos ambulantes. Ni cotiza ni le retienen un duro. ¿Pero no ve que así no se va a ningún sitio? Muy bonito el arte, la felicidad y sonreír a todo quisque. Eres el último mono sentado en el último peldaño de la escalera social. No es de extrañar que Julie Andrews se buscara The sound of music / Sonrisas y lágrimas para pegar un buen braguetazo con los Von Trapp que iban con todo incluído: guita + hijos. Te quitas el currar y los embarazosos partos. Muy cuca, Mary. Sólo que la segunda guerra mundial cas le arruina el invento.
Pues eso, que cada vez me hace más gracia la historia esta, por sus estribillos facilones, por los paseos por los tejados del Londres post-industrial, por las muecas del deshollinador o por el delicado cinismo de la institutriz. Casi me estoy planteando irrumpir mañana en clase por la ventana con un miriñaque de colores y un paraguas que diga gilipolleces. Triunfo fijo.

lunes, 7 de diciembre de 2009

El séptimo arte es mortal de necesidad

Sota de Espadas estaba muy bonita cuando se enfadaba, y últimamente se tornaba bellísima desde el otro lado del cristal de su despacho de inspectora jefe. En sus escasos meses de poco papeleo y mucho “trabajo de campo” había visto frikis que se disfrazaban de caballeros del zodiaco y se peleaban a espadazos contra iluminados vestidos de jedis en la cobardía de la noche, programadores de porno entre dibujos animados y saboteadores de cava francés. Que un asesino en serie se cargara a cinco yuppies en un mes sí que resultaba un poquito más comprometido, especialmente cuando el jefazo de la central había cambiado la porra de vaina y ella ya no podía promocionar mediante sudorosas convulsiones. Necesitaba resolver el caso. Sus mejores hombres, sin embargo, no reunían pesquisas esclarecedoras y la pobre sentía como las medallas que imaginara sobre sus turgentes pechos se las llevaba el viento cabrón. Entonces se acordó del agente empanao pero que luego era sagaz.
Día sin pan se aburría tanto sobre la moto que la aparcaba donde podía y se echaba a andar. Hacía siete meses que esperaba la asignación de un compañero. Sota era un poco raspa pero al menos tenía voz y mala cara. Por eso se alegró cuando la llamó desde su aparente despacho. La conversación fue rápida. Ambos se entendieron con facilidad. La inspectora mantenía las nalgas prietas y una sugerente altivez. Lo único que pidió el poli larguirucho fue un compañero. La rubia llamó sobre la marcha y comenzó a pormenorizar el intrigante y macabro episodio.
Los fiambres tenían denominación de origen: eran jóvenes, solventes y pijos. Dos varones y tres mujeres: algunos solteros y otros casados. Ostentaban envidiables trabajos, posición social, buena salud y una aparente felicidad vital. Nada más parecía vincularlos. Todos habían sido encontrados los jueves de madrugada en algún callejón. Sin huellas, sin robos, pero con puñaladas para abusar. Los forenses aseguraban que eran trasladados desde el lugar del crimen y que éste siempre se producía entre las nueve y las once de la noche.
Guapo con ganas irrumpió e interrumpió simultáneamente, en el despacho y en la explicación, hasta que los ojos impasibles de la inspectora desnudaron su arrojo. Era un chaval aparentemente agradable, normalito, pero terriblemente convencido de su belleza personal. De ahí el irónico mote que él entendía como asignado por merecimiento en lugar de mofa. Nadie lo había sacado de su error. Tampoco lo hubiera creído.
El Largo y el Guapo entrevistaron a todos los familiares de los cuarteados. Nada especial, salvo una incomprensible entereza en todos los casos, que Día sin pan asumió como frialdad en los casos de una novia y un marido de las víctimas. Es como si lo esperasen. Guapo no se percató de ello. No paraba de hablar del book de fotos que se había hecho. Le había costado una pasta, pero esperaba lanzar su carrera de modelo.
Los días pasaban y no había datos esclarecedores. Llegó el jueves y cayó otro yuppie, arrejuntado, sin hijos pero con mucha guita. Cuando ambos se presentaron en su casa el viernes para dar la mala noticia a su chica surgieron dos matices dispares: la mujer no estaba afectada ni sorprendida, y sin embargo se alegró mucho de ver a Guapo, con el que había cursado la primaria. Tanto alborozo produjo el encuentro que ambos comenzaron a quedar a tomar cafés de media tarde. El hermosón fingido pretendía entrevistar a la viuda, pero tan sólo recuperaba una vieja amistad, quién sabe si algo más. Llegó el miércoles y el larguirucho le recriminó su deficitaria actuación policial y el otro acabó autoensalzándose, destacando su atractivo faccional y su perfección estética. Día sin pan, caliente y enfadado, le gritó que no era ni guapo ni resultón, más bien del montón y gracias. Y que todos se reían de él, y que su book era un asco, y que nunca le cogerían en esos estúpidos anuncios de bífidus activo ni en ningún otro spot de pacotilla. Que su belleza era mediocre y su carrera una película que se había montado. Y no se dijeron nada más. Nunca volvieron a hablarse.
Largo volvió a quemarse las pestañas en comisaría sin solución. Llegó el jueves y el macizo no apareció. Día sin pan estaba muy rebotado hasta que dieron con el cadáver del guapetón en un triste callejón de mala muerte. Nunca un viernes supo tanto a amargura y alcohol para el estirado agente de la moto. Y el sábado violentos tragos de bourbon embriagaron sus desgarradoras lágrimas. El domingo cambió llanto y whisky por resaca y vómitos rezando de rodillas en el altar del wáter. Largo estaba hecho un asco por fuera y asqueado por dentro. El lunes devolvería la placa y la pistola.
Pero la semana empezó con una carta de Guapo con ganas. Día sin pan rompió a llorar primero y el sobre después para leer una vehemente confesión de su último compañero.

“Eres un gilipollas. Y un imbécil. Y nadie quiere trabajar contigo porque resuelves casos y los demás quedamos mal. A mí me da igual. Digas lo que digas acabaré de modelo en una revista, haré anuncios de televisión y dejaré maderolandia. Puede que me haga actor o cantante. Sé que tengo talento. Y por supuesto que soy guapo. Soy guapísimo. Y tengo un culito respingón. Pero que te den. Por mí como si esta noche te coge el psicópata y te aburre a tajos. Olvídate de mí. Hazte a la idea de que estoy muerto. No volverás a verme. Y cuando esté arriba nunca olvidarás esta carta. Porque pienso triunfar, ¿lo oyes? Seré famoso. Ahí te pudras. Me voy al cine.”

Largo vio la luz y se le encendió la bombilla. Aquel jueves siguió a la amiga del hermosón. La viuda alegre entró a un club privado. Cuando el conserje le prohibió la entrada a Día sin pan, el policía le incrustó los nudillos en los dientes y lo dejó noqueado. Se sentó al fondo de una sala de cine victoriana llena de pijos expectantes. La película era “¡Qué bello es vivir!”. Nadie se había percatado de su presencia. A media sesión apareció un pavo disfrazado de Ratón Mickey con un machete tipo Rambo en la mano. Comenzó a pasearse como recreándose en su danza fúnebre. La gente miraba de reojo su devenir sangriento. Se paró ante un cachas de sonrisa denticlor y le asestó un par de besos de metal en las costillas. La 38 de Más largo que un día sin pan silbó seis veces fulminando al infantiloide ratón, taladrando la gomaespuma aquí y allá, y aunque Mickey no perdió la mueca de alegría, rojos borbotones fluían generosos de sus nuevos manantiales. El acuchillador cayó con exasperante lentitud mientras el musculoso agredido miraba a Largo con reproche de haberle estropeado su bien merecido final. Nadie se movió, quizá conscientes de lo absurdo de todo aquello.
Los ojos almendrados de la rubia parecían expandirse hasta el infinito de sus cuencas mientras el larguirucho le explicaba todo el cotarro: El cine Marlon sólo abría los jueves para socios con ganas de morir. Eran jóvenes, ricos, brillantes y saciados de vivir. Combatían aburrimiento y tedio con un emocionante juego inspirado en una escena de “Scream 2”. Iban a ver una película sin mayor atractivo que esperar a que saliera el apuñalador disfrazado de muy diversas maneras. El asesino elegía un espectador al azar y lo cosía a machetazos mientras la sala jaleaba en delirio. Después todos se marchaban a casa esperando mejor suerte al jueves siguiente. Los responsables del cine limpiaban la sangre y trasladaban el cuerpo de agraciado hasta un callejón olvidado cualquiera, que se volvería famoso a la mañana siguiente. La inspectora no podía entender que los socios del Marlon Cinema fueran a buscar emoción de una manera tan radical, pero cuando interrogaron a la mayoría de ello comprendió que casi todos deseaban morir entre palomitas y gritos de júbilo. Ya eran auténticos zombies mentales.
El cine se reinaguró como la sala de los puñales con muñecos gore en los asientos y la sangre real de los siete “premiados”. El ayuntamiento sacó mucha pasta por ello. El fornido yuppie se recuperó a su pesar de las dos incisiones en su costado, aunque tanto él como el resto de socios fueron sentenciados a prisión por encubridores de todos los crímenes del cine, incluida la viuda feliz que había invitado a Guapo con ganas a ver la última película de su modélica vida. Sota de espadas de nuevo se pinchó un seno con la aguja de nuevas condecoraciones y Día sin pan volvió a patrullar a pie con la promesa de nuevos agentes a su vera. Eso si, aquella Navidad editó un calendario policial con las fotos del book de Guapo. Se agotó en todo el país y los padres del agente asesinado recibieron todo el dinero y se hicieron millonarios. No estaba mal para no haber visto a su hijo en doce años. Ya lo dijo Clint Eastwood: La muerte tenía un precio.

sábado, 5 de diciembre de 2009

Fábula del burro y la marmota

Podía haber sido una tarde como otra cualquiera en el zoo, pero el sonido premonitorio de la trompa del elefante la convirtió en extraordinaria. Los animales acudieron a la plaza curiosos. El loro carraspeó insistentemente para conseguir silencio y de paso envolverse en interés. Después comenzó a leer una intrigante misiva:

“Orden de 22 de Diciembre de 2009 del Ministerio de Educación.
Para garantizar la igualdad de oportunidades en el mundo laboral y la integración de todos los seres con independencia de raza, sexo o religión, el Gobierno propone reducir el analfabetismo mediante la escolarización de animales en Centros Educativos Públicos.
Para lo cual dispone:
Todos los animales de hasta tres años de edad podrán cursar estudios de educación secundaria obligatoria.
Los inscritos completarán únicamente el último ciclo de la ESO; esto es, tercero y cuarto, y compartirán aula con los humanos.
Dicha normativa tendrá carácter voluntario y podrán acogerse a ella todos los vertebrados e invertebrados que lo deseen, sin perjuicio de aquellos que decidan no incorporarse al sistema educativo.”

Los animales comenzaron a opinar en corrillos. Por fin los humanos se daban cuenta del potencial que tenía la fauna.

- ¿Y por qué sólo dejan apuntarse a tercero y cuarto? – dijo la mosca.
- Porque tiene las ratios muy bajas y quieren llenar las aulas – respondió el búho.
- ¿Y cuánto pagan?
- Nada, mosca. No pagan por estudiar, salvo los padres – replicó el león.
- ¿Y cómo van a…? – continuó el alado insecto.
- ¡Cállate ya, díptero testicular! Eres más pesada que las moscas. – El perro tenía ciertamente un humor de perros.
- Bueno, va, ¿quién se anima? – dijo el león, que veía una buena oportunidad de promocionar el zoo sin soltar un duro.

El zorro, la hormiga, el elefante y el toro fueron los primeros en apuntarse. Su reputación les precedía. Luego se decidieron la morsa, la cigüeña, el cerdo, la mosca, el loro y el mono.
La tigresa y el pavo real lo hicieron a continuación recreándose en el paseíllo y mandando besos al respetable con falsa modestia.
Apareció entonces el grupo de la muerte: La víbora, el lobo, el tiburón, la serpiente, el buitre, la urraca, la rata, el lobo y el gusano. Sonó un profundo silencio. Atravesaron la plaza con desprecio hasta llegar a la mesa de inscripción. Se alistaron juntos, mientras la muchedumbre abucheaba con vehemencia.

- Yo también voy – argumentó la oveja mientras estampaba su pata en la solicitud.
- Ala, se apuntan los siniestros y vas tú detrás como los borregos – añadió el loro.
- Este pajarraco está siempre al loro- apuntó el mono a modo de chiste.

Cuando se acercaron el pez, el burro, la tortuga, el besugo y el ganso para rellenar sus instancias, se oyó una carcajada generalizada, contagiosa y cruel. Cuatro de ellos aguantaron la burla con estoicismo, pero el asno miró a la fauna con fingida dignidad y luego se hundió en su propia miseria. Pese a que sus amigos quisieron detenerle, se marchó con las orejas gachas y una expresión de profunda tristeza sin ni siquiera poner la pezuña en el papel. Al resto no pareció importarle.
Siguieron llegando alumnos: el pulpo, el amigo calamar, la escultural vaca, la grácil ballena, la sílfide foca, y la cabra.

- ¿Y por qué no se apuntan el búho y el león, por aquello de ser el más sabio y el rey, respectivamente? – era la vaca la que inquiría.
- Somos mayores de tres años- respondió el ave con mesura.

Por fin llegaron el oso y la marmota con su habitual premura. Eran los últimos.

A la mañana siguiente la marmota fue a convencer al burro de que debía estudiar. Al parecer había un programa de estudios para alumnos con dificultades de aprendizaje. En caso de suspender, los podrían meter a ese programa de diversificación. De hecho, la marmota quería entrar ahí directamente sin dar un palo al agua. Pese a la insistencia del roedor, el mulo no se apeó del burro.

Aquella tarde el búho recibió una visita intempestiva: El burro quería consejo.
- ¿Debo hacer caso a la voz del zoológico y quedarme en mi establo o debo perseguir mi sueño de rebuznar en una clase?- preguntó sin rodeos.
El viejo búho le miró con ternura y le dijo:
- Jo, macho, pareces Hamlet. Si de veras quieres estudiar poco importa tu inteligencia o tus aptitudes. Conseguirás lo que te propongas si te esfuerzas.

El burro sonrió con decisión y se marchó con el sol. Rellenó la inscripción en completa soledad. Tenía tanta fe que podría haber llevado a todos los animales en su grupa sin despeinarse.
Cuando apareció a la mañana siguiente en la parada del autobús escolar, todos lo contemplaron con respeto y asombro. Nadie soltó una sola carcajada.
Los nuevos estudiantes partieron con una cartera llena de libros de gratuidad y sueños dispares. Los mayores los despidieron con vítores de héroes y cierta condescendencia paternalista. El león y el búho se miraron con preocupación, preguntándose si tanta ilusión no traería sino rotundas calabazas.

- Crees que alguno titulará? – inquirió el rey felino.
- El zorro, el elefante y poco más- replicó el búho.
- Pues estamos aviados. Adiós a la subvención para reformar el estanque de los patos.
- Tampoco te ibas a gastar el dinero en eso, pelón- apostilló el lechuzo.
- Es verdad. Pensaba rediseñar mi casa. Parece una leonera.
- Algún día te cogerán, Leo. – El búho siempre lo sabía todo.


Octubre tostó las hojas de las hayas, sauces y chopos. Noviembre los desnudó y Diciembre los revistió de blancos oropeles. Abril les devolvió el verde esplendor de antaño. Mayo los emperifolló de vivos colores y suaves texturas. El curso, ya crecidito, comenzó a agonizar y murió irreversiblemente, una vez más, a mediados de Junio. Los peques del zoo volvieron con las preciadas calificaciones y gordos interrogantes adornando sus peludas frentes. Los primeros en llegar no abanderaban halagüeños resultados.

- ¿Cómo ha ido, cerdo asqueroso? – tanteó el rey.
- Mal. Me han caído siete.
- ¿Pero qué has estado haciendo todo el curso? – añadió el preocupado búho.
- Marranear con los alimentos. Pero estudiar, nada de nada – explicó el marrano. - Por cierto, la ballena, la foca y la vaca se han atiborrado de chucherías y comida basura durante meses. Las tres se han puesto tan gordas en Semana Santa que las han internado en una clínica de adelgazamiento. El mono tampoco promociona, pues se ha pegado todo el tiempo haciendo payasadas.
- Yo empecé con mucha fuerza, pero sin control – se sinceró el toro.
- Más vale maña que fuerza – dijo el zorro. - Yo en cambio he sacado un nueve de media.
- Y yo un siete – agregó la trabajadora hormiga.

Se oyeron jubilosos gritos de rabia y orgullo animal, que sin embargo parecían excesivos a tenor de los pobres resultados. El lobo y el tiburón habían sido expulsados por bullying. La oveja repetía por su falta de personalidad; la urraca por codiciosa; el buitre por egoísta; la mosca por pesada; el pulpo por sobón; el oso por dormilón; la rata por rácana; la víbora por mala; la serpiente por rastrera; el gusano por infame.
El loro suspendió por su afición a hablar mucho y escuchar poco. El amigo calamar tampoco pasaba. El elefante fracasó pese a su excelente cabeza, pues no entendía absolutamente nada de lo que memorizaba. El león empezaba a sudar con preocupación.
La tigresa suspendía pues se había pegado los nueve meses ligando con jovencitos, más o menos como el pavo real con las chicas. La cabra había sido enviada al manicomio. La morsa había perdido el derecho a la evaluación tras miles de sesiones en el dentista. La cigüeña quedó embarazada y se marchó a Francia a abortar. Al final decidió tenerlo allí. Cuando volvió con su vástago dio lugar a habladurías y leyendas varias. Incluso se generalizó el chascarrillo de que los niños los traía la cigüeña de París.
La marmota ejecutó a la perfección el fraudulento plan que había pergeñado: no hacer nada y fingir incapacidad de memorizar o aprender para suspender y ser enviada a diversificación. Su plan se cumplió hasta cierto punto: no promocionó; sin embargo, nunca fue propuesta para díver. Quienes sí obtuvieron plaza allí fueron los amigos del burro: El pez lo olvidaba todo a los tres segundos, la tortuga era muy lenta, el ganso muy torpe y el besugo muy simple.
El león estaba avergonzado: Tan sólo dos animalitos promocionaban a cuarto. Una vergüenza. Y la subvención al garete. Al menos hacían falta tres aprobados para cumplir los mínimos.
Entonces apareció el burro. Tenía la mirada fija en su rey. Lo contempló con seguridad y sacó sus notas. Había aprobado todo con cincos y seises. Las observaciones de los profesores no tenían desperdicio: “Estudia como un burro. Ha aprobado por su gran esfuerzo. Llegará lejos si sigue así. Tiene mucho pundonor. Es muy perseverante. Le cuesta mucho pero se sacrifica más que ninguno.”
Los animales se emocionaron y rompieron a llorar y aplaudir a su nuevo héroe. La atención que antes acapararan el zorro y la hormiga pasó al burro. Y desde aquel día todos los compadres del zoo miraron al asno con otros ojos.

Epílogo
Un año más tarde, el burro obtuvo el Título de Graduado en Eso con una media de seis y excelentes valoraciones de sus docentes. También titularon el zorro y la hormiga. Todos los alumnos que volvieron al instituto a repetir tercero pasaron a cuarto, bien por imperativo legal, como el pavo real y la tigresa, bien por méritos propios, como el elefante, el calamar o el pez (este por diversificación curricular).
El búho se retiró a una residencia de aves llamada “El ala rota”. El león tiró su leonera de arriba abajo y la reconstruyó como si fuera un chalet ibicenco. Nunca se supo de dónde sacó el dinero para semejante chapuza…