lunes, 7 de diciembre de 2009

El séptimo arte es mortal de necesidad

Sota de Espadas estaba muy bonita cuando se enfadaba, y últimamente se tornaba bellísima desde el otro lado del cristal de su despacho de inspectora jefe. En sus escasos meses de poco papeleo y mucho “trabajo de campo” había visto frikis que se disfrazaban de caballeros del zodiaco y se peleaban a espadazos contra iluminados vestidos de jedis en la cobardía de la noche, programadores de porno entre dibujos animados y saboteadores de cava francés. Que un asesino en serie se cargara a cinco yuppies en un mes sí que resultaba un poquito más comprometido, especialmente cuando el jefazo de la central había cambiado la porra de vaina y ella ya no podía promocionar mediante sudorosas convulsiones. Necesitaba resolver el caso. Sus mejores hombres, sin embargo, no reunían pesquisas esclarecedoras y la pobre sentía como las medallas que imaginara sobre sus turgentes pechos se las llevaba el viento cabrón. Entonces se acordó del agente empanao pero que luego era sagaz.
Día sin pan se aburría tanto sobre la moto que la aparcaba donde podía y se echaba a andar. Hacía siete meses que esperaba la asignación de un compañero. Sota era un poco raspa pero al menos tenía voz y mala cara. Por eso se alegró cuando la llamó desde su aparente despacho. La conversación fue rápida. Ambos se entendieron con facilidad. La inspectora mantenía las nalgas prietas y una sugerente altivez. Lo único que pidió el poli larguirucho fue un compañero. La rubia llamó sobre la marcha y comenzó a pormenorizar el intrigante y macabro episodio.
Los fiambres tenían denominación de origen: eran jóvenes, solventes y pijos. Dos varones y tres mujeres: algunos solteros y otros casados. Ostentaban envidiables trabajos, posición social, buena salud y una aparente felicidad vital. Nada más parecía vincularlos. Todos habían sido encontrados los jueves de madrugada en algún callejón. Sin huellas, sin robos, pero con puñaladas para abusar. Los forenses aseguraban que eran trasladados desde el lugar del crimen y que éste siempre se producía entre las nueve y las once de la noche.
Guapo con ganas irrumpió e interrumpió simultáneamente, en el despacho y en la explicación, hasta que los ojos impasibles de la inspectora desnudaron su arrojo. Era un chaval aparentemente agradable, normalito, pero terriblemente convencido de su belleza personal. De ahí el irónico mote que él entendía como asignado por merecimiento en lugar de mofa. Nadie lo había sacado de su error. Tampoco lo hubiera creído.
El Largo y el Guapo entrevistaron a todos los familiares de los cuarteados. Nada especial, salvo una incomprensible entereza en todos los casos, que Día sin pan asumió como frialdad en los casos de una novia y un marido de las víctimas. Es como si lo esperasen. Guapo no se percató de ello. No paraba de hablar del book de fotos que se había hecho. Le había costado una pasta, pero esperaba lanzar su carrera de modelo.
Los días pasaban y no había datos esclarecedores. Llegó el jueves y cayó otro yuppie, arrejuntado, sin hijos pero con mucha guita. Cuando ambos se presentaron en su casa el viernes para dar la mala noticia a su chica surgieron dos matices dispares: la mujer no estaba afectada ni sorprendida, y sin embargo se alegró mucho de ver a Guapo, con el que había cursado la primaria. Tanto alborozo produjo el encuentro que ambos comenzaron a quedar a tomar cafés de media tarde. El hermosón fingido pretendía entrevistar a la viuda, pero tan sólo recuperaba una vieja amistad, quién sabe si algo más. Llegó el miércoles y el larguirucho le recriminó su deficitaria actuación policial y el otro acabó autoensalzándose, destacando su atractivo faccional y su perfección estética. Día sin pan, caliente y enfadado, le gritó que no era ni guapo ni resultón, más bien del montón y gracias. Y que todos se reían de él, y que su book era un asco, y que nunca le cogerían en esos estúpidos anuncios de bífidus activo ni en ningún otro spot de pacotilla. Que su belleza era mediocre y su carrera una película que se había montado. Y no se dijeron nada más. Nunca volvieron a hablarse.
Largo volvió a quemarse las pestañas en comisaría sin solución. Llegó el jueves y el macizo no apareció. Día sin pan estaba muy rebotado hasta que dieron con el cadáver del guapetón en un triste callejón de mala muerte. Nunca un viernes supo tanto a amargura y alcohol para el estirado agente de la moto. Y el sábado violentos tragos de bourbon embriagaron sus desgarradoras lágrimas. El domingo cambió llanto y whisky por resaca y vómitos rezando de rodillas en el altar del wáter. Largo estaba hecho un asco por fuera y asqueado por dentro. El lunes devolvería la placa y la pistola.
Pero la semana empezó con una carta de Guapo con ganas. Día sin pan rompió a llorar primero y el sobre después para leer una vehemente confesión de su último compañero.

“Eres un gilipollas. Y un imbécil. Y nadie quiere trabajar contigo porque resuelves casos y los demás quedamos mal. A mí me da igual. Digas lo que digas acabaré de modelo en una revista, haré anuncios de televisión y dejaré maderolandia. Puede que me haga actor o cantante. Sé que tengo talento. Y por supuesto que soy guapo. Soy guapísimo. Y tengo un culito respingón. Pero que te den. Por mí como si esta noche te coge el psicópata y te aburre a tajos. Olvídate de mí. Hazte a la idea de que estoy muerto. No volverás a verme. Y cuando esté arriba nunca olvidarás esta carta. Porque pienso triunfar, ¿lo oyes? Seré famoso. Ahí te pudras. Me voy al cine.”

Largo vio la luz y se le encendió la bombilla. Aquel jueves siguió a la amiga del hermosón. La viuda alegre entró a un club privado. Cuando el conserje le prohibió la entrada a Día sin pan, el policía le incrustó los nudillos en los dientes y lo dejó noqueado. Se sentó al fondo de una sala de cine victoriana llena de pijos expectantes. La película era “¡Qué bello es vivir!”. Nadie se había percatado de su presencia. A media sesión apareció un pavo disfrazado de Ratón Mickey con un machete tipo Rambo en la mano. Comenzó a pasearse como recreándose en su danza fúnebre. La gente miraba de reojo su devenir sangriento. Se paró ante un cachas de sonrisa denticlor y le asestó un par de besos de metal en las costillas. La 38 de Más largo que un día sin pan silbó seis veces fulminando al infantiloide ratón, taladrando la gomaespuma aquí y allá, y aunque Mickey no perdió la mueca de alegría, rojos borbotones fluían generosos de sus nuevos manantiales. El acuchillador cayó con exasperante lentitud mientras el musculoso agredido miraba a Largo con reproche de haberle estropeado su bien merecido final. Nadie se movió, quizá conscientes de lo absurdo de todo aquello.
Los ojos almendrados de la rubia parecían expandirse hasta el infinito de sus cuencas mientras el larguirucho le explicaba todo el cotarro: El cine Marlon sólo abría los jueves para socios con ganas de morir. Eran jóvenes, ricos, brillantes y saciados de vivir. Combatían aburrimiento y tedio con un emocionante juego inspirado en una escena de “Scream 2”. Iban a ver una película sin mayor atractivo que esperar a que saliera el apuñalador disfrazado de muy diversas maneras. El asesino elegía un espectador al azar y lo cosía a machetazos mientras la sala jaleaba en delirio. Después todos se marchaban a casa esperando mejor suerte al jueves siguiente. Los responsables del cine limpiaban la sangre y trasladaban el cuerpo de agraciado hasta un callejón olvidado cualquiera, que se volvería famoso a la mañana siguiente. La inspectora no podía entender que los socios del Marlon Cinema fueran a buscar emoción de una manera tan radical, pero cuando interrogaron a la mayoría de ello comprendió que casi todos deseaban morir entre palomitas y gritos de júbilo. Ya eran auténticos zombies mentales.
El cine se reinaguró como la sala de los puñales con muñecos gore en los asientos y la sangre real de los siete “premiados”. El ayuntamiento sacó mucha pasta por ello. El fornido yuppie se recuperó a su pesar de las dos incisiones en su costado, aunque tanto él como el resto de socios fueron sentenciados a prisión por encubridores de todos los crímenes del cine, incluida la viuda feliz que había invitado a Guapo con ganas a ver la última película de su modélica vida. Sota de espadas de nuevo se pinchó un seno con la aguja de nuevas condecoraciones y Día sin pan volvió a patrullar a pie con la promesa de nuevos agentes a su vera. Eso si, aquella Navidad editó un calendario policial con las fotos del book de Guapo. Se agotó en todo el país y los padres del agente asesinado recibieron todo el dinero y se hicieron millonarios. No estaba mal para no haber visto a su hijo en doce años. Ya lo dijo Clint Eastwood: La muerte tenía un precio.

6 comentarios:

  1. Hala¡¡¡ Qué chula esta historieta. Como siempre original.

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  2. Tendré que pasarme un día por esa comisaría a conocer a sota de espadas y día sin pan, que tienen una historietas que sp me sacan una sonrisa... ¿Dónde está? ;P

    esperamos más historietas dispares...

    dirty saludos¡¡¡¡

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  3. Podrían hacer una serie en Antena tres o en Telecinco con estas historietas.

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  4. Muy cañero. ¿Lo vas a publicar pronto?
    Besitos

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  5. Me gustan mucho los nombres de los personajes. Me recurdan a los de los dibujos "Los autos locos" con "Pies Mogolluna", y todos esos.

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  6. Mucho me temo que el rol de Sota de espadas será un pelín secundario.
    Si A3 o T5 se quieren poner en contacto conmigo podemos hablar de derechos, aunque tendré que cotizar a la SGAE.
    Publicar creo que sí.Dentro de unos meses cuando tenga suficiente material mediocre lo meteré entre portadas para hacerme un autohomenaje, eso sí, sin pretensión alguna. Si los escritores de verdad ya se mueren de hambre y no pueden vivir sólo de esto...¡como para venir yo en plan divo!
    Los Autos Locos eran una caña, y Pierre Nodoyuna desde luego la razón de su existencia.
    Un abrazo a todos

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