miércoles, 24 de diciembre de 2014

Tratado educativo: 7. El desorientador

A priori, uno puede pensar que un psicólogo, psicopedagogo o similares es un individuo empático, accesible, cercano. Nada más lejos de la realidad. La gran mayoría de los orientadores de instituto que he conocido son seres inquietantes, abrumadoramente secos y poco comprensivos, cuya única cualidad es una asertividad a prueba de concesiones a los otros.
No todos, claro, pero la gran mayoría de orientadores están un poco pa’llá. Hablan y rehablan, se escuchan y se gustan y no resuelven nada. Su tiempo verbal favorito es el condicional y rara vez consiguen bajar del espectro de las ideas al terreno físico. Son teóricos, imprácticos, etéreos y del tipo de personas que crean más que resuelven problemas. Su condescendencia es insoportable, lo mismo que el aire de superioridad con el que entablan conversaciones. Un centro educativo funcionaría igual, incluso mejor, sin ellos. Los tutores acaban haciendo por sí mismos aquellas cosas que deberían hacer los señores magos de la pedagogía: orientación laboral, escucha activa, consejos personales y de interrelación social, búsqueda de materiales relevantes sobre salud, sexualidad, futuro laboral y académico, autocontrol, técnicas de estudio…
Algunos solo usan el idioma para justificarse. Siempre tienen mucha más faena que tú –mentira–. “Las cosas no se pueden hacer a las bravas. Hay que seguir un complicado protocolo” –mentira–. Lo único que se les pide es que curren un poco.
No comprendo por qué a esta panda de divagadores profesionales se les otorga el poder de decisión sobre el futuro de los educandos. Su ego es tan grande que patinan una y otra vez, y solo cuando pisan un aula se dan cuenta de cómo son realmente las cosas. Y no piensen que son expertos manejadores de la atmósfera de una clase. Generalmente son los más torpes en el día a día, quizá porque llevan muchas menos cornadas que el último recién llegado. Ocho años después, sigo sin saber para qué sirven. 

sábado, 13 de diciembre de 2014

Tratado educativo: 6. El currículo ridículo

El abismo infinito entre el temario teórico y su desarrollo específico en el aula queda lejos de ser salvado. La concreción parece imposible cuando se parte de supuestos ideales, ingenuos, perfectos, ajenos a la realidad. En todo caso, bajo mi punto de vista, es una barbaridad tener a los chicos sentados toda la mañana esperando que el hambre de conocimiento alimente su quietud e interés. Nadie aguanta seis horas calentando sillas, día tras día, año tras año, con una misión tan pesada: aprender escuchando, haciendo ecuaciones, asumiendo un rol sumamente pasivo. Un supertostón.
En mis años jóvenes superé el suplicio ilustrando cada foto de cada libro con dibujillos infumables y adornando las portadas interiores con letras solemnes de himnos musicales de la época.
Aprender mientras un pavo suelta su discurso memorizado hasta el tedio es una mala práctica. El proceso debe ser mucho más activo, innovador, elástico.
Las matemáticas, por ejemplo, debería estar prohibido usarlas sin fines tangibles. Y en consecuencia, proponer enigmas que llegasen a alguna parte: mediar las notas de toda la clase, repartir las perras de la porra del sábado pasado, distribuir datos para utilizarlos después en el mundo real de una u otra manera; los idiomas deberían emplearse como armas de diversión masiva, haciendo de la comunicación el único objetivo en circunstancias amenas, dinámicas, cotidianas; la física sería aplicada al momento de entenderse, en proyectos sencillos, prácticos, inmediatos, con objetos en movimiento y fuerzas motrices; la lengua se plasmaría en planes tangibles, como editoriales periodísticas, colecciones de cuentos, búsqueda y subsanación de errores en los rótulos televisivos y propagandísticos, elaboración de letras de canciones, estrategias de comunicación y expansión de la riqueza lingüística propia; la plástica crearía miles de obras de obligada exposición en museos, paredes y espacios culturales, al igual que la música; respecto a la tecnología, todo cuadro eléctrico y montaje tendría una funcionalidad en sí más allá de su contenido propedéutico; la historia se descubriría sobre el terreno, y la geografía a golpe de viaje.
Los niños saldrían al mundo y se enfrentarían a él: haciendo la compra, cambiando pañales, cocinando, realizando procesos de selección de personal, pintando fachadas, leyendo periódicos, analizando la composición de alimentos, interpretando decretos, calculando distancias, diseñando productos…
Pero haría falta otra mentalidad, profesores revolucionarios, ratios pequeñas y muchísima implicación dentro y fuera para convertir a los pequeños en pequeños hombres.

sábado, 6 de diciembre de 2014

Tratado educativo: 5. Los incompetentes

Si el mayor cáncer era el funcionario jeta, este es un auténtico ataque al corazón de la profesión. Porque al anterior se le puede presuponer cierto obsoleto control de la materia, pero al negligente se le paga por destrozarlo todo con su ineptitud. Los anteriores saben pero no quieren. Los de aquí no se sabe si quieren o no, pero está claro que el rollo les viene grande. No puede ser que una clase grite más con el profesor dentro que fuera. No tiene sentido que no sepan impartir su asignatura, conducir el grupo, controlar la turba. Nadie dijo que fuera fácil, pero si no sabes vete al Mercadona de cajera.
A menudo su mayor crimen no es por falta de control o dominio del grupo. A veces basta con gastar las preciosas horas lectivas en auténticas mamarracheces: películas y películas de religión, tertulias taberniles sin ningún tipo de enseñanza propedéutica, tontadas y dibujitos absurdos en lugar de letras y números, ineficacia e inoperancia en lugar de solvencia y exigencia. Si a ustedes les toca impartir después de uno de estos sinvergüenzas ya se pueden agarrar los machos: deberán hacer en un curso el equivalente a dos. A estos energúmenos deberían detenerlos. Recuerdo de uno que leía el periódico en clase mientras los educandos hacían cuentas. Y otra que se veía la telenovela con dos cojones. ¿Y saben lo que más me revienta? Que nunca les pasa nada. Una advertencia, un expediente y a seguir cobrando mientras joden lo más sagrado que tiene una sociedad: sus niños.

domingo, 30 de noviembre de 2014

Tratado educativo: 4. Las vacas sagradas

El mayor cáncer de la educación, después de las tijeras werterianas, son los funcionarios caraduras: individuos hastiados de la vida, recostados alegremente en su sofá laboral, sin ganas, sin reciclar, sin ilusión, sin motivación, repitiendo lo mismo año tras año, esquivando los segundos de ESO y los sextos de primaria, evitando las tutorías, y aburridos de sí mismos hasta la saciedad. Estos parásitos, que siempre se cogen la visita médica el día de más carga lectiva, que son incapaces de perder un recreo con los chicos, que nunca estudian ni actualizan su temario, estos nos están destrozando por dentro y por fuera. Cargan de trabajo a los demás y nos promocionan negativamente en el entorno extraescolar. Esa gente les puedo asegurar que no hace 40 horas semanales. Ni de coña, vamos.
El resto de docentes son profesores o maestros, algunos de carrera, otros interinos, que bastante hacen con intentar lavar la imagen que han dejado los intocables. A menudo con innovaciones, fotocopias, variaciones, videos, actividades, pizarras digitales, métodos revolucionarios... Y siempre derrochando una indescriptible ilusión, cariño por la profesión, simpatía por los educandos, respeto por sí mismos. Esa gente les puedo asegurar que no hace 40 horas semanales. Las rebasan con creces. Aunque cobrarse, no se cobran.


domingo, 23 de noviembre de 2014

Flores y el gordo

Que los futbolistas no son personas muy instruidas no es ningún secreto, pero lo de Gutiérrez ya es cebarse. Al talentoso exmediocentro madridista, ducho en estilismo, metrosexualidad y frivovalores, le ha dado por gustarse en un reiterado anuncio televisivo de Fever, una aplicación móvil a medio camino entre página de contactos y buscador digital.
Guti irrumpe en la caja tonta en plan pitoniso quedón, impecablemente vestido, informal, desenfadado, pijo a reventar, y acompañado por una impagable colección de amuletos esotéricos del chino: elefante de porcelana, bola de cristal de pega, piedras minerales, mazo de cartas e incensario tribal. Todo sobre un tapete místico de dudoso gusto, de azul marino a juego con el fondo galáctico que mistifica el plano, con unas casiopeas y un círculo zodiacal a medio trazar en neones horteras. Flanqueando al pavo aparece el nombre de la aplicación y un móvil en permanente ebullición. Del otro lado emerge una horrenda columna tapada por una cortinilla de burdel barato, y sobre ella la madre de todos los corderos: un aguilucho disecado, que mueve la cabeza como si estuviera vivo y que habla con Guti ¡en argentino!
Los diálogos son para denunciar al guionista, y ya no te digo nada del supuesto tono casual falsamente improvisado del adivino, que ni es gracioso ni espontáneo. En el más puro estilo Ashley Madison, el brujo merengue recomienda al desgraciado abandonado por la novia que conozca gente con un inspirado “De flores está lleno el campo”. Pero ahí no acaba el repaso. Luego compara volver con ella con ver un partido en diferido.
La forma es pésima, manida y poco ingeniosa, pero el fondo ya es de nota. Más que nada porque en la vida real el campo no está tan lleno de amapolas como dice el nigromante. Muchas están marchitas, disecadas, polinizadas o ya tienen su propio abejorro. Otras producen más alergia que alegría o se están empezando a ajar. Tengo un nutrido grupo de conocidos pateando el jardín durante muchas lunas y no me parece que para ellos sea primavera, más bien un crudo invierno. Ligar a los treinta o cuarenta no es lo mismo que hacerlo a los quince o veinte.
Respecto al segundo remedio metafórico, más de lo mismo. Si volver con alguien es ver un partido en diferido, entonces muchos, cada día, cada noche, ven la misma película. Puede que les guste. Quizá no les desagrade. O simplemente prefieren ver lo mismo cada amanecer a cambiar de canal. La rutina forma parte de las relaciones. Es necesaria. Ayuda a centrarse. Otra cosa es el aburrimiento.
Otro comercial que estaba al caer era el de la lotería. Asumiendo que el calvo de la Navidad no volverá, superar el espectacular derroche de medios del año pasado con aquellos cinco monstruos interpretativos –Pastori, Marta Sánchez, Caballé, Bustamante y Rafael– resultaba tan quimérico como acertar con el gordo. La solución ha sido apostar por una historia pequeña, de esas que llegan muy adentro y que no joden el presupuesto de la administración. El primer premio toca en el bar de Antonio, el clásico local de barrio obrero, y el desgraciado de Manuel, al borde de la jubilación, o parado, o hasta los cojones de la fábrica, va y por una vez no compra su boleto. Ya no es que todos sean ricos menos tú, es que encima hay que bajar y felicitar a todo quisque. Manu cumple a regañadientes y consumido de una inmensa tristeza asume su obligación para con el bar, solo para descubrir que Antonio le ha guardado el número premiado en un sobre con su nombre.
Todo esto es bonito, pero es mentira. La primera pregunta que uno se hace es: Y si no hubiera tocado… ¿le habría cobrado los veinte euros igual? ¿Y Manuel hubiera pagado tan alegremente? No negaré que ver a alguien ser generoso por encima de lo razonable es conmovedor, pero sigo sin creerlo.
Otra cosa es lo de felicitar al otro. Me parece un tema controvertido. En una sociedad comida por los celos, las envidias y las comparaciones cuanto más odiosas mejor, es difícil asumir que el éxito ha caído sobre el compañero y se le debe reconocer. Pocas, pero algunas ocasiones, he percibido la envidia en aquellos que deberían alegrarse por mí cuando algo me ha ido bien. Cuando le sonríe la suerte al vecino, o se ha ganado un reconocimiento por su esfuerzo, o su victoria supone tu derrota, hay que admitirlo y darle la enhorabuena. Por mucho que duela.
Si el anuncio de adivinación se hubiera hecho con un ciudadano anónimo habría resultado mucho más creíble. No te digo nada si a toda la peña de veteranos del Real Madrid le toca el gordo y Guti se olvida de su participación. En youtube lo petan.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Tratado educativo: 3. Los perros que ladran pero no muerden

Los liberados sindicales son, posiblemente, los grandes desconocidos de la función docente. Yo no tengo muy claro qué hacen. Dan cursos inútiles –pero homologados– que les reportan cuantiosos ingresos, asesoran a docentes en apuros, muchas veces sin requerir afiliación, dan cobertura jurídica, informan en época de oposiciones… y poco más. Creo que nos defienden ante el poder, pero nunca me ha parecido que su pataleta revierta en nosotros. Todo queda en un enfado simbólico y otra vuelta de tuerca para los que estamos a pie de tiza.
En cualquier caso, son la prueba palpable de cómo funciona la educación: asesores, liberados, ministros, legisladores, inspectores…. ¿y los maestros? ¿No debería haber muchos más soldados que generales, más hormigas que reinas, más obreros y menos ingenieros? La burocracia nos ha tiranizado. No me sorprendería que los propios sindicatos sean esclavos de la misma y burda gestión (des)organizativa, que tengan muchas más responsabilidades de las que se ven, que desconozcamos su trabajo lo suficiente para no criticar y opinar con la gratuidad que yo lo estoy haciendo. Pero una cosa sí tengo claro: el que trabaja en un sindicato de educación es que no tenía vocación real por las aulas. Para eso hay que ser muy profesor.

martes, 11 de noviembre de 2014

Tratado educativo: 2. Mucha Calidad

Y ya no te digo nada del Programa de Calidad, la mayor estafa del último lustro si exceptuamos la supresión de contrato de veranos a los docentes interinos. Para los que no lo sepan, el Certificado de Calidad es un sistema de auditorías externas que hace una empresa privada para verificar y certificar que determinadas enseñanzas se realizan de acuerdo a un protocolo de actuación regido por los documentos oficiales, que intenta acercar el cisma irreparable entre la legislación teórica y la práctica del aula, pero que solo sirve para que los coleguitas de Aenor se llenen los bolsillos con miles de formularios farragosos y estúpidos, absolutamente inútiles y nada funcionales, que obligan a los profesores a perder su valioso tiempo con gilipolleces, y que la mayoría de las veces se acaba falseando para que cuadren cosas sin pies ni cabeza. 
Pongo un ejemplo: esta semana no he tenido clase con un grupo por una improvisada huelga de estudiantes. En lugar de reflejar esas incidencias, en el seguimiento de la programación hay que falsificar los datos para que casen con lo previsto. No me pregunten por qué. Yo tampoco lo entiendo. Por cierto, este Certificado de Calidad de momento solo se emplea en determinados centros de adultos y FP de manera opcional. ¡Ja! Voluntariamente los cojones. De todos los centros de adultos de Aragón, uno se negó a acogerse al programa de Calidad y al curso siguiente su equipo directivo había sido reemplazado. Más nazi no se puede ser.

jueves, 6 de noviembre de 2014

Tratado educativo: 1. El siniestro Ministro

La educación en España se ha convertido en un asunto de Estado, no tanto por la importancia y trascendencia de la materia como por su repercusión mediática y réditos políticos. Mientras unos y otros la utilicen como moneda de cambio u arma arrojadiza en busca de votos será tan nociva como una custodia de hijos entre padres divorciados por las malas, que al final siempre pierde el niño.
Partiendo de que el sistema educativo es malo, bastante, ¿qué es lo que falla? La respuesta es a la vez sencilla y compleja: falla todo. Lo único en lo que no nos pondremos de acuerdo es en el porcentaje de culpa que tiene cada uno.
Empezando por la cúpula, que lo mismo se podría hacer por las tizas, un ministro que nunca ha estado en un aula de primaria o secundaria no sabe de qué va el asunto. Un licenciado en derecho y profesor de universidad no está en absoluto cualificado para legislar en materia educativa. Partiendo de que las mayores dificultades se presentan en la ESO, haría falta situar al frente de la nave un profesor de secundaria con amplia experiencia en el sector, antiguo director y jefe de estudios, y a ser posible, reciente. De nada vale un maestro de la vieja escuela, porque a día de hoy se ha quedado obsoleto, y las reglas del juego han cambiado exponencialmente. A su lado, como adjuntos, un buen número de especialistas: maestros de infantil, lenguas, ciencias, educación física, AL, PT, orientador; profesores de secundaria de todas las especialidades, de FP de todas las ramas, de universidad…también algún burócrata, sí, pero pocos.
El Ministerio de Educación se descolgaría de Cultura y Deporte, porque todas son carteras que requieren de mucha dedicación, y no podrían ser reemplazadas por golpes de timón político. La educación no estaría supeditada a ningún partido y por supuesto ninguno de sus integrantes, ni en el Ministerio ni en las aulas estaría afiliado a ninguna formación. Se acabó lo de promulgar leyes estúpidas para dar trabajo a los coleguitas del partido.

jueves, 30 de octubre de 2014

El espectral fantasma de la plenitud

Una de las peores cosas que le pueden ocurrir a una persona es sobrevivir a su apogeo: subir al cielo, tocar la llama, llenarse de eternidad… y volver a la mundanidad. Porque nada es tan engañoso como el alcohol y el triunfo –no en vano se acuña la expresión borrachera de poder o de éxito–. Ambos son grandes depresores del sistema nervioso: primero le dan un subidón de la hostia, y luego le hunden en tu propia miseria.
Casi nadie está en su mejor momento, a la vez, en todos los aspectos de su vida. A la plenitud física se suele contraponer una deficiencia madurativa o intelectual, y para cuando uno está en la cresta de la ola profesional, ya no tiene cintura para surfear como los jovenzuelos. Además, la centralización de esfuerzos en un único foco vital nos desvía, afortunadamente, de aglutinar varias facetas a la vez. No. El ser humano es bastante monotemático, y cuando se vuelca en una actividad u ocupación, generalmente abandona o descuida las demás.
Los pesimistas disfrutan de la gloria con la desconfianza de saber que su momento pasará, y semejante proyección desoladora les impide saborear el instante con mínimas dosis de megalomanía y narcisismo. Ah, tontos. Y los optimistas son ingenuos y osados, y creen que aun no han llegado a la cima o que nunca se bajarán de ella. Ah, memos. Menuda caída les aguarda. Para ellos será la mayor de las bofetadas.
Sea por un motivo o por otro, es complicado continuar después de haber besado el cielo. Y sin embargo, a todos nos llegará la hora –la de volver a la realidad, me refería; a la otra mejor no mentarla– y tendremos que vivir de recuerdos memorables, de amargo presente e incierto futuro.
¿Cómo sobreponerse a un instante de excelencia suprema? Simplemente no se supera. Se arrastra uno con mayor o menor fortuna entre la nostalgia de los aplausos perdidos y la esperanza de que volverá a haber una de esas confluencias de astros. Los más echados pa’lante todavía pensarán que su mejor versión aún no ha llegado, por mucho que los michelines ofendan al espejo, las neuronas lleven bastón o las musas plagien del rincón del vago. Los descerebrados quizá ni se lo planteen, y una profunda depresión se los llevará en una corriente de fracasos sin comprender qué hicieron mal, sin asumir que a veces ni siquiera una estrategia perfecta puede asegurar una plácida jubilación social.
Al final, todos buscamos lo mismo: reconocimiento, cariño y palmaditas en la espalda. Tal vez habría que crear un servicio de teleadmirador que, como el teleamigo que acudía presto con el pack de cervezas, estuviera a nuestro lado abriendo la boca de par en par y aplaudiera con las orejas cada una de nuestras nimias victorias. Si alguna vez quieren ganar a alguien para la causa, endiósenlo como deidad mitológica y en poco tiempo comerá de su mano, a no ser que sea futbolista de élite, friki televisivo o artista consagrado. No hay pájaro para tanto alpiste. Con razón se hunden cuando les llega el olvido. El crepúsculo de los dioses debe ser insoportable, aunque eso es algo que ni ustedes ni yo, con suerte, sabremos nunca.

martes, 21 de octubre de 2014

Mucho es demasiado (3/3)

–Pero… ¿qué te ha pasado?
–Pues… si te lo dijera no lo creerías.
–He visto a un criminal enamorar a la psicóloga de la prisión, conseguir el tercer grado, irse a vivir con ella y descuartizarla al tercer día. Estoy abierto a todo.
–Escucha pues, Huesca. Todo empezó con unas antiestéticas patas de gallo.
–Ahora tienes patas de pollita.
–Qué gracioso. No me interrumpas.
–Perdona.
–Me pareció que me estaba envejeciendo demasiado rápido por culpa del café y las pocas horas de sueño, así que busqué una solución. Pero no una cualquiera. Descubrí por internet la tienda del Sr. Wing de Chinatown.
–¿Y ese quién es?
–El que poseía a Gizmo, el de los Gremlins.
–¡Pero si era una película!
–Sí, pero la tienda existía de verdad, y tenía un montón de remedios milenarios para casi cualquier dolencia o síntoma.
–Bueno, bueno, ¿y qué paso después?
–Compré una mascarilla facial rejuvenedora.
–¿De qué era?
–De pepino cantonés.
–¿Y funcionó?
–¿Tú que crees? –dijo Juliana posando–. Cada día parecía un año más joven.
–¿Y qué tal?
–Pues al principio bien. Luego empecé a verme un poco adolescente. Y cuando quise pararlo parecía una niña. Y ahí sigo.
–¿Aún pierdes años?
–Ahora ya se está empezando a estancar. Pasé miedo. Mucho. Creí que iba a renacer inversamente y me transformaría en cigoto.
–Has visto demasiadas películas.
–Sí, mira mis piernas. Ya no me queda ni vello.
–¿Por qué no fuiste a las autoridades?
–Cuando acudí ya parecía menor de edad. La primera vez me hicieron una prueba de alcoholemia. La segunda ni me dejaron entrar.

El colombiano y la esposa pergeñaron mil maneras de arreglar el malentendido, pero todas chocaban con la incredulidad o la burocracia. Los seis días de permiso llegaban a su fin y no habían resuelto el indulto de Michel. Antes de volver a la Cárcel Suprema de Los Monegros, Huáscar le pidió la crema rejuvenecedora de pepino a Juliana.

–Llévatela –le dijo–. A mí no me ha traído más que problemas.

Huáscar Merino solo estuvo dos días en la Suprema, pues le concedieron el tercer grado. Se despidió de sus compañeros, en especial de Michel, y empezó una nueva vida. Mes y medio después, leyó en el Heraldo una noticia que le iluminó el alma.

Puesto en libertad un niño que llevaba dos meses encarcelado por error. El pequeño, Michel Litago, de unos nueve años de edad, apareció inexplicablemente en su celda, pues se le había asignado chabolo y esperaba juicio por presunta pederastia, cargo del que ha sido absuelto por ser menor y no poder ser juzgado, además de que, por su misma naturaleza, no puede haber incurrido en dicho delito. Se están depurando responsabilidades políticas y no se descarga algún cese dentro de instituciones penitenciarias.”

sábado, 18 de octubre de 2014

Mucho es demasiado (2/3)

–Quiero ayudarte. Salgo el martes de permiso. Dime qué quieres que haga.
–Busca a mi esposa. Ella te dirá la verdad.
–¿Cómo se llama?
–Juliana Vistoi.
–Cuenta con ello.
–¿Por qué lo haces?
–Me aburriré ahí fuera y no tengo dinero para irme de putas. Ni siquiera para fumarme un buen canuto. Si no me entretengo en algo volveré a hacer de mula y paso de que me agraven la condena. ¡Solo me quedan cinco meses!
–¿Qué te pasó?
–Me traje 20 kilos de cocaína en la maleta.
–¿Cuánto pagas?
–Tres años y medio.

Huáscar salió de la Suprema sin mirar atrás. Le excitaba sobremanera hacer algo diferente a quebrantar la ley. Cogió el monegrino y arrivó pronto a la capital del Ebro. No se detuvo en visitas turísticas. Debía encontrar a Juliana.
La dirección de Valdespartera resultó ser correcta. Por el interfono sonó la voz añinada de una chica. Cuando subió al portal se llevó un chasco, porque quien le abría la puerta no podía tener más de seis u ocho años.

–Hola, bonita. ¿Está tu mamá?
–Mi madre falleció hace diez años.
–No puede ser. Tú no tienes esa edad.
–No, no la tengo.
–Estoy buscando a Juliana Vistoi.
–Tienes poca memoria. Ya te he dicho por el portero que soy yo.
–¿La esposa de Michel?
–¿Lo has visto? ¿Cómo está?

Huáscar Merino se quedó absolutamente flasheado. ¡Entonces era cierto! Era un maldito degenerado. Su cara denunció su repulsa.

–Dime la verdad. ¿Te ha tocado ese cerdo? –preguntó con miedo a escuchar la respuesta.
–Sí, muchas veces –replicó ella con no disimulado orgullo–. Durante años.
–Qué cerdo.
–No le hables así.
–¡Encima! ¿Pero no entiendes que tienes el síndrome de Estocolmo?
–Que no me ha forzado. Que yo siempre he querido. Estamos casados.
–No me jodas. Eres una niña.
–Tengo 33 años.
El interno tomó aire. Se había perdido algo. Juliana le invitó a pasar y le ofreció un café. La oferta era irrechazable para cualquiera acostumbrado al rechazo y la desconfianza.
Para aparentar seis años la chica mostraba una coordinación sospechosa. No era la primera cafetera que ponía. Y tampoco hablaba como una niña. Poco a poco Huáscar comprendió que aquella era realmente la esposa de Michel.

lunes, 13 de octubre de 2014

Mucho es demasiado (1/3)

Las bisagras chillaron histéricas. Michel pensó que era su alma pidiendo socorro. Pero prefirió no detenerse en el redoble final de platillo y cerradura que finalizaba su concierto con la libertad. Ahora solo quedaba un enrejado eterno y absurdo, no tanto por el fin último de las cárceles como por su propia circunstancia accidental.
Miró al frente y visualizó su agreste realidad, cuya imperturbable decadencia hacía incontables minutos que le estaba ya escudriñando. Ante él se erigían ejemplares dispares de fracaso, taladrados por la cocaína, hinchados por los esteroides, presionados por los permisos, acuciados por el mono, musculados por el gimnasio, sosegados por la metadona, amenazados por los punzones fantasma, juzgados por una justicia que trabajaba en la ONCE.
Un preso orondo, pelado y tranquilo se acercó hasta él.

–¿Tú eres el pederasta, verdad?
–No soy pederasta, joder. Es un error.
–Todos somos errores aquí, tolai. Espabila y cuídate el orto. A nadie le gustan los degenerados.
–Que yo no…
–Sí, sí, ya sé cómo me dices. Soy Huáscar.
 –Michel.

La tarde de patio pasó larga, muy larga, esquivando miradas y fingiendo no oír comentarios amenazantes, la mayoría relacionados con las duchas y las mutilaciones de índole reconductora. La cena le trajo mayor concentración de exabruptos y maldiciones, pero los funcionarios se aseguraron de que los pinchos no bebieran sangre esa romántica velada.
La noche fue eterna, húmeda y fría, lóbrega como el porvenir del nuevo inquilino de la Cárcel Suprema de Los Monegros. Michel consiguió dormirse pocas veces, solo para morir en sueños apesadumbrados. A veces eran las voces de los chabolos contiguos las que se empapaban en su psique y enmarranaban su semiconsciencia hasta convertir en funesto aquello que prometía ser más amable. Fuera por su propia culpa o por los elementos intrusivos del ambiente, aquella larga madrugada le hicieron tantas declaraciones de desamor sexual que por momentos pensó que de verdad había cohabitado con una menor y le castigaban por ello.
Juliana. ¿Cómo habían llegado a eso? ¿Cómo probar que la niña tenía 33 años y no 14? ¿Por qué ya le habían dejado seis abogados? ¿Tan culpable era?
La mañana siguiente fue esperanzadora. Huáscar asentó sus enormes posaderas junto a su banco. El preso estaba muy contento. Le habían concedido el permiso añorado. Seis días magníficos para ver mundo, toda vez que su Colombia natal quedaba lejos y no le permitían abandonar la península.

–¿Por qué no pides que te trasladen a Medellín? –le inquirió Michel.
–¿Estás loco, huevón? Las cárceles en Colombia no son como aquí.
–¿Qué quieres decir?
–Allí las cosas no son tan amables. Te puedes desangrar en el comedor sin que nadie mueva un músculo. Y a los vis a vis se va con radio, porque se realizan en una sala comunal, sin más intimidad que una sábana colgada que separa los revolcones propios de los ajenos.
 –¿Y la radio?
–Para no oír los jadeos de los demás. Menudo pardillo estás hecho. ¿Sabes lo que creo? Que no lo hiciste.

Michel no contestó, pero aseveró con una resignación reveladora.

sábado, 4 de octubre de 2014

El crimen perfecto

Claro que existe. Pero no hace falta matar a nadie, al menos de sopetón. Se le puede ir consumiendo gota a gota. Yo hablaba más bien del robo perfecto. Es legal, astronómico y veloz: los créditos rápidos.
Hay ocupaciones que deberían estar prohibidas. Los casinos, por ejemplo. Son un monumento a la usura y a la avaricia a costa de la ludopatía ajena. Además, son tan cínicos que, según leí hace poco, si desfalcas la banca repetidamente te declaran persona non grata y no te dejan volver al local. Así el negocio no puede fallar nunca.
Luego están los ejecutivos sonrientes e informales de corbatas llamativas que, asomando por la tele con un coleguismo obsceno o un respeto institucional que no te mereces, te ofrecen la solución a todos tus problemas: hasta tres mil euros en veinticuatro horas. Sin preguntas; sin avales; sin cabeza.
Pero a ver, so melón… ¿acaso alguien da duros a cuatro pesetas? ¿Necesitas la pasta para comprar un inmueble que va a quintuplicar su valor en un mes? ¿Andas corto hoy pero serás solvente mañana?
No sé a cuánto cobran los intereses de los créditos rápidos. Parece ser que entre un 22% y un 25%. Un auténtico robo, sobre todo si se tiene en cuenta que siempre lo venden como la llave a la felicidad: un viaje, un coche, un pago urgente, una boda… cosas que en general, si uno no puede hacer hoy, difícilmente podrá realizar mañana. Contratar uno de estos timos legales supone entramparse mucho más en tu propio fango, que si te llegaba a las rodillas antes pronto estarás de barro hasta el cuello. Donde dije lodo pueden imaginar cualquier otra cosa de textura similar y peores prestaciones. Se entiende lo mismo.
Las personas que acuden a este tipo de servicios demuestran una total inmadurez económica, salvo aquellos que realmente necesitaban la pasta con urgencia y sabían que podrían devolverla sin problemas ni lamentos después. Dejarse llevar por el carpe diem, por el presentismo hedonista, por el momento efímero es un grave error. Eso solo funciona si uno tiene un cáncer terminal pagadero a la semana que viene. Y la necedad de estos irreflexivos disfrutadotes del presente viene dada por sus mismas valoraciones de la nefasta operación ejecutada: “Sí, pero hoy que me quiten lo bailao”. Pues claro que te lo quitarán, iluminao, y todo lo que quieres también, porque negociar con estos usureros es peor que tratarse con la mafia. A los gángsters al menos cabe la milagrosa posibilidad entre un millón de que el juez los enrreje. A los del crédito express nadie los va a reclamar para la justicia.
Así que la próxima vez que un timador con dientes blancos te ofrezca felicidad a crédito, recuerda que sonreía porque no te hablaba realmente de tu dicha, estaba pensando en la suya desde el faustídico momento en que pactaras con el diablo ennominado.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Aprovechar la playa

Una de las frases más marujas que se oyen cada verano es esta. Quizá para los selenitas consista en extraer combustible fósil de las dunas, pero para el resto de mortales, aprovechar la playa supone conquistar dos metros cuadrados de terreno a distancia cero de las olas, antes de que salga el sol, y montar un tenderete que ni los mercadillos árabes.
Semejante despliegue de esfuerzos no deja de resultar curioso, paradójico, hasta absurdo. Los colonizadores de la primera línea son por los general abuelas hidrófugas, de esas que jamás prueban el agua (de mar; de la otra no hay evidencias) ni les queda retina para disfrutar el horizonte turquesa. Lo que sí hay que concederles es su impepinable capacidad para defender el territorio: a las tradicionales toallas y hamacas vintage se unen una espesa vegetación de sombrillas clavadas hasta el centro de la Tierra. Dicen que cuando una abuela coloca un parasol, un maorí sufre un enérgico pinchazo en el culo.
Atravesar el bosque de sombrillas requiere realizar el baile del limbo –sí, aquel de pasar por debajo de una pértiga horizontal a medio metro de altura– y a uno siempre le queda la sensación de que está pisoteando territorio comanche. Raro es el caso de cazadores de primera línea que resisten menos de ocho horas en tan privilegiados desiertos costeros. Para eso se inventó la paella y el tupperware, para aguantar la posición y mantenerla hasta las seis o siete de la tarde, momento de conquistar bancos de paseo marítimo y terraza de heladería por el precio de una mísera horchata consumible en tres horas.
También se puede acudir al litoral, pegarse unas buenas zorreras nocturnas y acudir al playámen por la tarde, pero para las abuelas es lo mismo que irse de crucero y no separarse del mueble bar. Puede que ustedes y yo nunca madruguemos para tomar la playa, pero no se apuren: también correremos para mangonear croissants en los desayunos de los viajes del IMSERSO y aplaudiremos a Belén Esteban cuando se ponga burra.

sábado, 20 de septiembre de 2014

Nunca metas un wookie en un motel de mala muerte

El arte no puede ser copiado; al menos gratis.

Patricio Márquez se levantó somnoliento una mañana más. La noche había sido muy, muy larga. Se había acostado con los comentarios del director, del productor y de la hermana del ingeniero de post-producción del documental “Linces ciegos y gatos de maullidos retráctiles”.  Para hacer más sangre, y queriendo aprovechar la coyuntura de que se hallaba en las afueras de Murter, una población de Croacia, había visualizado todos los extras en croata.
Entonces oyó un sonido muy característico. No. No podía ser. ¡Pero sí, era! Se levantó raudo de la cama, se tuneó en la ducha y se vistió de esmoquin impecable, el mismo que llevó a la tintorería hacía tres semanas, cuando llegó al Motel Oates dispuesto a abandonar su trabajo de agente de la $GA€ para siempre, con el único objetivo en mente de recuperar el ánimo y enfundarse un traje de explorador para perderse en la selva africana.
Pero ese aullido inhumano le reclamaba. Estaba a medio camino entre los lobos caperucitos y los burros de tres jinetes. El sonido era grave, sostenido, perteneciente sin duda a alguna suerte de oso europeo mutado por el impacto de Chernóbil o algo similar.
Salió por fin de su habitación. Era la número uno de un edificio rectangular, alargado, de una sola planta y doce puertas.
Acudió a la oficina, pegada pared con pared con su cuarto, y habló con la encargada, que disecaba un buitre atigrado.

            –¿Qué ha sido eso, señora Oates? –preguntó el inspector con un croata muy académico.
            –Buenos días por la mañana, señor Márquez. ¿A qué ruidos se refiere?
            –Ahá, la pillé. ¿Cómo sabía usted que me refería a un ruido?
            –¡Nnnaaaargh! –sonó un aullido en la distancia.
            –¡Eso, eso! –ratificó el agente de la $GA€.

Patricio salió como alma que lleva el diablo y oteó el horizonte. En la distancia se erigía una casa en la colina, y una inquietante escalinata de madera crujiente llevaba hasta su sombría silueta.

            –¡Nnnaaaargh!
–Viene de allí –concluyó Márquez.
            –No, no suba, no suba. ¡Esa es mi casa!

Pero el intrépido inspector de la propiedad intelectual hizo caso omiso. Ganó las escaleras de tres en tres y accedió a la lóbrega mansión mientras la señora Oates se perdía en la lejanía, recuperando el aliento apoyada en un bastón tras subir cuatro peldaños.
Patricio Márquez tuvo tiempo de registrar todas las dependencias y, guiado por nuevos aullidos perrunos, bajó las escaleras del sótano. Allí se encontró con un wookie peludo y gigantesco como si Pau Gasol se hubiera disfrazado de Teenwolf. El bicho estaba de espaldas pero volvió a gruñir.
El agente giró entonces la silla en la que reposaba y la mascota dejó ver su rostro de calavera disecada mientras un magnetofón de cuando reinó Carolo volvía a reproducir el aullido de un wookie.
Entonces apareció la señora Oates disfrazada con unas pieles de Chewbacca y agarró a Patricio con el brazo mientras intentaba clavarle el pico de un pelícano disecado en la yugular. Pero el agente volteó a su rival por encima de sus hombros y la señora aterrizó encima de la silla del cadáver taxidermizado.

            –¡Nnnaaaargh! –sonó de nuevo el cassette.
            –Queda usted sancionada administrativamente.
           –No puede, no puede. Usted no tiene autoridad para arrestarme. No puede probar nada. Ni siquiera sabe cómo envenené al wookie.
            –Señora Oates, ¿qué me está contando? La estoy multando por plagiar a Chewbacca de Star Wars. Su gruñido cobra derechos de autor y usted no los ha abonado. Y además, su nombre, la taxidermia, la reforma de su casa hasta parecerse a una mansión muy famosa de Hollywood, la manera en que ha intentado asesinarme… ¡Usted ha copiado Psicosis de Alfred Hitchcock!
            –¡Nnnaaaargh! –aulló la señora Oates.
            –Déjese ya de hacerse pasar por el wookie. Sé de sobras que es usted. No me engaña.
            –¡Nnnaaaargh!

Patricio dio el caso por perdido. La señora Oates estaba dominada por la parte de su mascota y no atendía a razones. Bajó las escaleras con la satisfacción del deber cumplido. Abrió la oficina y redactó una multa administrativa valorada en 789 euros por dos delitos de plagio. Luego echó el ojo al cuervo albino y a la grulla a una pata. Eran ejemplares disecados muy valiosos. Con ellos compensaba el montante económico. 
Mientras salía por la puerta observó a una rubia platino muy nerviosa llamando al timbre. Llevaba un fajo de euros en un periódico y miraba con recelo a todas partes, como si estuviera paranoica; como si la estuvieran siguiendo. Cuando la señora Oates bajó a recibirla, el agente ya se había largado con los bichos alados y una gran sonrisa en el alma. Esa noche celebraría su éxito visionando Mariquitas heterosexuales y Murciélagos tuertos.