jueves, 30 de octubre de 2014

El espectral fantasma de la plenitud

Una de las peores cosas que le pueden ocurrir a una persona es sobrevivir a su apogeo: subir al cielo, tocar la llama, llenarse de eternidad… y volver a la mundanidad. Porque nada es tan engañoso como el alcohol y el triunfo –no en vano se acuña la expresión borrachera de poder o de éxito–. Ambos son grandes depresores del sistema nervioso: primero le dan un subidón de la hostia, y luego le hunden en tu propia miseria.
Casi nadie está en su mejor momento, a la vez, en todos los aspectos de su vida. A la plenitud física se suele contraponer una deficiencia madurativa o intelectual, y para cuando uno está en la cresta de la ola profesional, ya no tiene cintura para surfear como los jovenzuelos. Además, la centralización de esfuerzos en un único foco vital nos desvía, afortunadamente, de aglutinar varias facetas a la vez. No. El ser humano es bastante monotemático, y cuando se vuelca en una actividad u ocupación, generalmente abandona o descuida las demás.
Los pesimistas disfrutan de la gloria con la desconfianza de saber que su momento pasará, y semejante proyección desoladora les impide saborear el instante con mínimas dosis de megalomanía y narcisismo. Ah, tontos. Y los optimistas son ingenuos y osados, y creen que aun no han llegado a la cima o que nunca se bajarán de ella. Ah, memos. Menuda caída les aguarda. Para ellos será la mayor de las bofetadas.
Sea por un motivo o por otro, es complicado continuar después de haber besado el cielo. Y sin embargo, a todos nos llegará la hora –la de volver a la realidad, me refería; a la otra mejor no mentarla– y tendremos que vivir de recuerdos memorables, de amargo presente e incierto futuro.
¿Cómo sobreponerse a un instante de excelencia suprema? Simplemente no se supera. Se arrastra uno con mayor o menor fortuna entre la nostalgia de los aplausos perdidos y la esperanza de que volverá a haber una de esas confluencias de astros. Los más echados pa’lante todavía pensarán que su mejor versión aún no ha llegado, por mucho que los michelines ofendan al espejo, las neuronas lleven bastón o las musas plagien del rincón del vago. Los descerebrados quizá ni se lo planteen, y una profunda depresión se los llevará en una corriente de fracasos sin comprender qué hicieron mal, sin asumir que a veces ni siquiera una estrategia perfecta puede asegurar una plácida jubilación social.
Al final, todos buscamos lo mismo: reconocimiento, cariño y palmaditas en la espalda. Tal vez habría que crear un servicio de teleadmirador que, como el teleamigo que acudía presto con el pack de cervezas, estuviera a nuestro lado abriendo la boca de par en par y aplaudiera con las orejas cada una de nuestras nimias victorias. Si alguna vez quieren ganar a alguien para la causa, endiósenlo como deidad mitológica y en poco tiempo comerá de su mano, a no ser que sea futbolista de élite, friki televisivo o artista consagrado. No hay pájaro para tanto alpiste. Con razón se hunden cuando les llega el olvido. El crepúsculo de los dioses debe ser insoportable, aunque eso es algo que ni ustedes ni yo, con suerte, sabremos nunca.

4 comentarios:

  1. Tenés razón. Qué iluso el que piense lo contrario. A las pruebas me remito.

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  2. Y es que los instantes son los que conforman la vida......

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  3. La verdad es que no se puede tener todo a la misma vez, y también es cierto que el crepúsculo de los dioses debe ser insoportable...Supongo que lo suyo es ir viviendo los instantes que se nos presentan y continuar...

    Un abrazo Drywater!

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  4. Los romanos colocaban un esclavo en el carro del triunfo que acompañaba al vencedor para colocar sobre su cabeza la corona de laurel, al tiempo que le susurraba "Recuerda que eres mortal" ... bueno, algo así era.
    Para quienes esos momentos de "subidón" son escasos, (la enorme mayoría de seres humanos) la opción no puede ser otra que disfrutarlos y saber que se irán para luego quizá regresar, no esperarlos y luchar por los posibles, para seguir con esa rueda....

    Saludos!

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