domingo, 24 de octubre de 2010

Largo Vs. Patricio, agente de la $GA€ (2/2)

El arte no puede ser copiado; al menos gratis.

Un rugido felino rompió el clímax y lo revistió de terror. Un enorme tigre pardo saltó sobre Largo y lo tumbó con sus tremendas patazas retráctiles. Día sin Pan usó su mismo impulso para voltearlo sobre su cabeza y esquivar la mortal acometida. Se levantó prestó pero el gatazo ya estaba atacando a Elfo. Largo sacó la porra y le propinó contundentes estacazos al minino, que se alejó furioso de la causa del dolor. Sin embargo, se tensó de nuevo para cenar. Las 38 de Elfo y Largo se hallaban ya desenfundadas cuando un filetón de carne cruda voló por encima de la cabeza del felino. El gato torció el morro a lo Matrix y se abalanzó sobre la careta de cerdo que le habían lanzado. Se sentó plácidamente y empezó a chupetearla y mordisquearla con deleite. En tales circunstancias parecía un cachorrito jugueteando con una gominola de los frutos secos.
Más Largo que un Día sin Pan recogió la pistola y encaminó sus escrutinios hacia la dirección donde apareciera el careto de cerdo salvador. Allí, de pie y mostrando una mueca de inexpresión, les escudriñaba un señor trajeado, de unos cincuenta años, con gruesas gafas y aspecto impecable. Elfo intentó hablar pero el caballero desenfundó antes el verbo.

- ¿Saben quién soy, agentes? –inquirió Patricio.
- No, pero su intervención ha resultado determinante –contestó Largo.
- Patricio Márquez, agente de la $GA€. Mis queridos oficiales, han estado ustedes a punto de malherir a un gato común y eso, aunque en sus circunstancias es excusable, no hubiera dejado de ser un horrible crimen moral y faunístico.
- Pero, ¿qué nos está contando? –Elfo sentía como sus ojos se abrían hasta parecer nueces.
- No importa. La maniobra “Fuertzang” para desenfundar es monopolio del Gobierno coreano. Mucho me temo que han cometido una infracción contra la propiedad intelectual. Debo sancionarles.
- ¿Qué tiene que ver la policía coreana con la propiedad intelectual? –argumentó Largo.
- Mucho. El patrimonio norcoreano engloba estrategias militares, instrucción del cuerpo de policía y planes de disuasión en manifestaciones capitalistas. Todo está documentado en un registro interno que ustedes han vulnerado. Paguen si no quieren iniciar un incidente internacional. Puedo asegurarles que su multa irá directa a Corea del Norte.
- Pero…
- Son 45 euros tras el atenuante de situación de alto riesgo para la integridad física. Cada uno.
- Ya pago yo, Largo.
- No, Ojos. Yo te invito. Me ha gustado mucho cómo has encañonado.
- Gracias, te he observado a ti…
- Corten, corten, no soporto estos absurdos rituales de cortejo de los humanos. Resulta vomitivo. Deberían visionar menos porno americano y fijarse más en la cópula de las avestruces neozelandesas. Eso sí es pasión y romanticismo a un tiempo. Esta noche en La 2 a las 21 horas si quieren abrirse a un nuevo mundo, salvaje y natural. No se arrepentirán.

Marchó Patricio con sus 90 € mientras Largo y Elfo se frotaban la perplejidad de los párpados. La mirada de Ojos Almendrados cobraba nuevas dimensiones con esa tierna expresión de incredulidad y sonrojo. Largo se estaba enamorando hasta las trancas, y eso no era nada frecuente. El empanamiento le duró hasta que los gritos histéricos de Sota de Espadas le devolvieron a la dura realidad: Habían perdido un día y sin arreglar el asunto de los tigres. Aquella noche Día sin Pan y Almendrados la pasaron juntos, y no precisamente durmiendo. Más bien delante del ordenador de centralita. No les importó. Estaban muy a gustito así de apretados, arreglando el mundo por 715 euros al mes. Pero más allá de encariñarse el uno del otro, la jornada nocturna no produjo grandes avances investigativos, y a las 4 se marcharon a descansar un par de horas.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Largo Vs. Patricio, agente de la $GA€ (1/2)

El arte no puede ser copiado; al menos gratis.

Ojos Almendrados de Elfo cambió la incómoda visión de las caderas perfectas que contrafuerteaban la granítica figura de su superiora Sota de Espadas y sus desafiantes y empitonados pezones por el culito respingón del agente Más Largo que un Día sin Pan. Nunca esperó la dulce agente de los ojos más bonitos de Proteger y Servir que salir corriendo de la furia desatada de la inspectzorra jefe en el vestuario de chicas le pudiera llevar a contemplar los cuartos traseros de su precioso Largo. Cierto era que había entrado al vestuario masculino sin llamar, pero es que Día sin Pan siempre estaba listo y puntual a las 6:00. Resolvieron el percance con kilos de sonrojo y vergüenza, y ambos tardaron más de tres horas en mirarse a los ojos. Largo estaba muerto de pudor y Ojos no podía quitarse las nalgas de su compañero de la mente, aunque una leve sonrisa delataba cierto disfrute dentro de su eterno rubor. El caso es que el larguirucho no le cogía el truco a sus bombachos talla 48 e intentaba reconfigurar cinturón, slip y pantalón, con tan mala fortuna que los ojos más tiernos de la comisaría perdieron de un vistazo parte de su sempiterna ingenuidad y se emborracharon de adolescente perversión hormonal. Su relación nunca sería la misma.
Sin embargo, la vida seguía y los casos se multiplicaban. Esta vez era Gordo pero que Mandas Más que el Rey el superior que demandaba sus servicios, saltándose a Sota de Espadas y todo el papeleo que conllevaba reclamar agentes para misiones especiales. Que los gatos de la calle Solans se estuvieran haciendo gigantescos no parecía un caso para que Gordo solicitase a Largo y Ojos. Sin embargo, dos matices convertían la anécdota en tragedia potencial: de un lado los gatos, auténticos tigres ya, habían dejado de comer filetes y restos de basura y habían empezado a tragarse personas; de otro lado, el suegro de Gordo pero que Manda más que el Rey residía al volver la esquina, y la señora del superintendente no estaba dispuesta a heredar antes de que sus tíos hubieran fallecido de viejos. En caso contrario, debería repartir los fastuosos bienes.
En tal tesitura los ojos más bonitos de la comisaría y la mente más aguda del Cuerpo cambiaron el menear de porra por los callejones por un buen reconocimiento de la zona cero. Sus primeras impresiones, sin embargo, fueron demasiado tranquilizadoras: la calle estaba limpia, no había restos humanos, ni de gatos, ni comida ni indicios de algún pasado festín. Llamaron a varias puertas. Nadie contestó. Vieron a una anciana cruzar la calle con celeridad, y se apresuraron a interrogarla. La mujer se negó a hablar, pero recomendó a los agentes que se marchasen antes de que fuera tarde. La cosa tomaba tintes de aldea transilvana. Se hicieron las nueve y el momento se detuvo. La luz solar se apagó. El sonido enmudeció. El aire cortó abruptamente su fúnebre silbo. Algo iba a pasar.

miércoles, 13 de octubre de 2010

No me mire así: su hijo se pone igual

Estas provocativas palabras de contenido desafiante cromatizaban las sudaderas negras de peñista que un grupo de adolescentes vestían en su asalto a la tarde zaragozana durante el Botellón del Pilar. Acompañaban el disfraz con cigarillo opcional o móvil caro y litrona de serie en la mano derecha, permutable por tubo, botella de plástico con alcohol mezclado, vaso de litro o el vodka en vidrio a palo seco. Con todo, lo que más asustaba de su vestuario era la actitud, entre desenfrenada y enfadada con el mundo que osara mirarlos mal.
Que las fiestas del Pilar son, además de muchas más cosas, una exaltación del alcoholismo más desatado no es nada nuevo. Tampoco se libran de ello Sanfermines, Fallas y Ferias de Abril. Va incluido en la edad y el siglo XXI. Lo que preocupa, y mucho, de estas celebra-excusas son la edad de inicio en el maravilloso mundo de la gradación, cada vez más temprana, y la impunidad con que los chupetines presumen de sus oscuros ritos de iniciación.
Cuando yo era adolescente era muy raro ver a alguien beber en la calle. Recuerdo incluso que en nuestra ingenuidad nos escondíamos en un solar para chuparnos entre seis una botella de champán. Todos éramos mayores de 16. Hoy le invitas a un crío de 13 a retirarse para sorber burbujitas Freixenet y se te ríe en la cara. Lo primero, porque el champán lo beben los niños y los abuelos. Lo segundo, porque probablemente lo más importante para un media hostia de estos es fardar de lo que se hace, mucho más que lo que se esta haciendo.
Hasta aquí, todos de acuerdo. Que hagan el burro e intenten llamar la atención del planeta entero mientras fingen una vergüenza supina es lo más normal del mundo. Forma parte de sus rituales de socialización y apareamiento. Yo también me atiborraba de sándwiches de nocilla en los cumpleaños en un vano intento de impresionar a las chiquillas. El problema está al otro lado. Los adultos no debiéramos tragar con esto. Ni los padres consentidores que subvencionan el incipiente alcoholismo de los ni-nis, ni los tenderos asiáticos que venden bourbon a menores de quince, ni los adultos que aceptan el macrobotellón como fenómeno sociológico del nuevo siglo, ni mucho menos los responsables policiales y gubernamentales que conniven o aceptan las nuevas reglas del juego.
Los críos son críos. Si les dejamos se emborracharán a diario, se fumarán todas las plantas de la ciudad y se acabarán matando mutuamente después de violarse en masa unos a otros. William Golding ya planteó una sociedad inmadura de niños obligados a sobrevivir en una isla desierta en “El Señor de las Moscas”. Ya entonces la novela denunciaba que sin educación, sin civilización, los niños obligados a comportarse como adultos fallaban irremisiblemente. En España, por suerte o por desgracia, los adultos no nos hemos ahogado en el naufragio y todavía podemos enseñar, guiar y educar. Tal vez si nosotros mismos no nos mamáramos hasta las cejas sería un poco más sencillo. Y si no comulgáramos con ruedas de molino preadolescentes todavía más viable.
Lo que no podemos hacer es escudarnos en que todos los niñatos lo hacen porque, si pusiéramos los cojones sobre la mesa todos, cada padre, cada madre, cada paseante, cada policía, cada ciudadano, estos mamones se iban a cagar patas abajo. Cediendo así y admitiendo que no podemos con ellos les estamos haciendo un flaco favor.
Mientras tanto, seguiremos viendo ciudades decoradas con cristales, potadas, vasos de plástico y mejunjes varios, y varios kilos de ingenuidad desparramados por los rincones más aparentes de parques y portales. Con lo cara que resulta y lo fácil que se la lleva la resaca.

jueves, 7 de octubre de 2010

Patricio Márquez, el justiciero callejero

El arte no puede ser copiado; al menos gratis.

Ana Mosquejón volvía a los acogedores pliegues de sus satinadas sábanas tras una larga noche de Black jack y póker descubierto. La noche no había ido nada mal: 45 € y el teléfono de un ricacho. Ana no podía quejarse. Era de los pocos que iban todas las noches al casino y volvía con más dinero gracias a las generosas propinas de los efímeros ganadores. Es lo que tiene ser crupier.
El callejón de la traición era sinuoso e invitaba a las emboscadas, pero dar un rodeo implicaba once minutos de retraso. Al fin y al cabo, en siete años nunca le había pasado nada en ese tentador templo del atraco a mano armada. Ese día, por desgracia, la estadística se iba a estropear.

- ¡Manos arriba! No grite.
- Ay, Dios. Un atraco, ¿verdad?
- Si obedece no le pasará nada.
- ¿Va a violarme contra mi voluntad?
- Eh, no. ¡Levante las manos! Sólo quiero la pasta.
- Vaya. Por lo menos me va a registrar, ¿no?
- Bueno, si es necesario…

En ese momento una silueta inconfundible se recortó contra la luz de la farola al principio del callejón. Llevaba maletín y bastón, y un ligero giro de cuello perfiló unas gruesas gafas rematando su nariz afilada.

- Se ha equivocado de víctima, de callejón y de atraco.
- Vaya, ¿me va a detener el señor trajeado?
- Multar. Con eso bastará.
- ¿Cómo dice?
- Usted ha vulnerado los derechos de autor de José Antonio de la Loma y Aléx de la Iglesia. No se puede atracar así. Ese giro de muñeca tan amenazador con la navaja empuñada es original de “Navajeros”.
- Pero, ¿qué mejstás contando, tío?
- Esa expresión está sacada de “Perros callejeros”. Está usted delinquiendo al estilo del cine quinqui, y eso está penado por la ley de la propiedad intelectual. Su sorpresa de “La estanquera de Vallecas” sumará nuevas multas, y esa expresión chulesca de “Los últimos golpes del torete” también.

El chorizo incrédulo se abalanzó, acero en mano, sobre las generosas tripas de Patricio Márquez pero éste, utilizando un clásico recorte de gacela contra león africano sorteó el fatídico pincho, agarró al frustrado atracador por la cabeza y la empotró contra el cruel ladrillo de la pared como si fuera un mono intentando romper un coco contra un árbol. Acompañó toda la maniobra de un sonido gutural típico de los primates y una extraña danza animal. Los DVDs de National Geographic eran realmente la biblia de la defensa personal. Tras la exhibición Patricio se golpeó el pecho con ambos puños y lanzó al cielo de la noche un grito tarzanesco. Ana estaba alucinada y el ladrón no sabía si estaba soñando o era una broma del chichón de su dolorida cabeza.

- Quinientos veinticinco si paga al contado.
- Aquí tiene, pero no me chille más.
- ¡Eh, que ese es mi bolso!
- Señorita, yo no soy policía. No he venido a verificar si el bolso es suyo o del infractor. Yo sólo quiero que se haga justicia con la propiedad intelectual.
- Hay que joderse con los de la $GA€. ¿Va a dejar que me atraque este desecho?

El silencio del señor Márquez rellenó la pregunta retórica de obviedad. El caco sacó 600 euros del monedero y se reservó 75. Luego marchó a la carrera, aunque intentando no correr como en “Volando voy”, lo cual le confirió un aspecto muy estúpido. Con todo, escapó feliz de no ser arrestado. Patricio se dirigió a la víctima con ojos recaudatorios.

- Ahora usted. No se puede gritar así. Ya salía en "King Kong".
- Vaya por Dios. ¿Y cuánto más me va a salir la broma?
- 50 euros.
- O sea, deja que me atraquen, evita que se aprovechen de mí, y encima me multa por gritar como Marilyn Monroe.
- Fay Wray, si no le importa. Y faltan cinco euros.
- Pues es que no tengo más. Esto era la propina de la jornada.
- Está bien. Volveré mañana. Pero tal vez tarde un poco más en intervenir. Ese chorizo era un filón. Era clavado al Manzano de “El Pico”.
Ana Mosquejón decidió que llamaría al ricacho. Tal vez podría recuperar el dinero perdido y de paso que abusasen un poco de ella. Era muy duro ser pobre pero honrada.
Patricio Márquez repasó aquella noche el documental de “Gacelas por piernas” y la miniserie “Los titis le dan al coco”. Era evidente que podía perfeccionar la técnica de disuasión e inmovilización de infractores.