Estas provocativas palabras de contenido desafiante cromatizaban las sudaderas negras de peñista que un grupo de adolescentes vestían en su asalto a la tarde zaragozana durante el Botellón del Pilar. Acompañaban el disfraz con cigarillo opcional o móvil caro y litrona de serie en la mano derecha, permutable por tubo, botella de plástico con alcohol mezclado, vaso de litro o el vodka en vidrio a palo seco. Con todo, lo que más asustaba de su vestuario era la actitud, entre desenfrenada y enfadada con el mundo que osara mirarlos mal.
Que las fiestas del Pilar son, además de muchas más cosas, una exaltación del alcoholismo más desatado no es nada nuevo. Tampoco se libran de ello Sanfermines, Fallas y Ferias de Abril. Va incluido en la edad y el siglo XXI. Lo que preocupa, y mucho, de estas celebra-excusas son la edad de inicio en el maravilloso mundo de la gradación, cada vez más temprana, y la impunidad con que los chupetines presumen de sus oscuros ritos de iniciación.
Cuando yo era adolescente era muy raro ver a alguien beber en la calle. Recuerdo incluso que en nuestra ingenuidad nos escondíamos en un solar para chuparnos entre seis una botella de champán. Todos éramos mayores de 16. Hoy le invitas a un crío de 13 a retirarse para sorber burbujitas Freixenet y se te ríe en la cara. Lo primero, porque el champán lo beben los niños y los abuelos. Lo segundo, porque probablemente lo más importante para un media hostia de estos es fardar de lo que se hace, mucho más que lo que se esta haciendo.
Hasta aquí, todos de acuerdo. Que hagan el burro e intenten llamar la atención del planeta entero mientras fingen una vergüenza supina es lo más normal del mundo. Forma parte de sus rituales de socialización y apareamiento. Yo también me atiborraba de sándwiches de nocilla en los cumpleaños en un vano intento de impresionar a las chiquillas. El problema está al otro lado. Los adultos no debiéramos tragar con esto. Ni los padres consentidores que subvencionan el incipiente alcoholismo de los ni-nis, ni los tenderos asiáticos que venden bourbon a menores de quince, ni los adultos que aceptan el macrobotellón como fenómeno sociológico del nuevo siglo, ni mucho menos los responsables policiales y gubernamentales que conniven o aceptan las nuevas reglas del juego.
Los críos son críos. Si les dejamos se emborracharán a diario, se fumarán todas las plantas de la ciudad y se acabarán matando mutuamente después de violarse en masa unos a otros. William Golding ya planteó una sociedad inmadura de niños obligados a sobrevivir en una isla desierta en “El Señor de las Moscas”. Ya entonces la novela denunciaba que sin educación, sin civilización, los niños obligados a comportarse como adultos fallaban irremisiblemente. En España, por suerte o por desgracia, los adultos no nos hemos ahogado en el naufragio y todavía podemos enseñar, guiar y educar. Tal vez si nosotros mismos no nos mamáramos hasta las cejas sería un poco más sencillo. Y si no comulgáramos con ruedas de molino preadolescentes todavía más viable.
Lo que no podemos hacer es escudarnos en que todos los niñatos lo hacen porque, si pusiéramos los cojones sobre la mesa todos, cada padre, cada madre, cada paseante, cada policía, cada ciudadano, estos mamones se iban a cagar patas abajo. Cediendo así y admitiendo que no podemos con ellos les estamos haciendo un flaco favor.
Mientras tanto, seguiremos viendo ciudades decoradas con cristales, potadas, vasos de plástico y mejunjes varios, y varios kilos de ingenuidad desparramados por los rincones más aparentes de parques y portales. Con lo cara que resulta y lo fácil que se la lleva la resaca.
Cuando yo era adolescente era muy raro ver a alguien beber en la calle. Recuerdo incluso que en nuestra ingenuidad nos escondíamos en un solar para chuparnos entre seis una botella de champán. Todos éramos mayores de 16. Hoy le invitas a un crío de 13 a retirarse para sorber burbujitas Freixenet y se te ríe en la cara. Lo primero, porque el champán lo beben los niños y los abuelos. Lo segundo, porque probablemente lo más importante para un media hostia de estos es fardar de lo que se hace, mucho más que lo que se esta haciendo.
Hasta aquí, todos de acuerdo. Que hagan el burro e intenten llamar la atención del planeta entero mientras fingen una vergüenza supina es lo más normal del mundo. Forma parte de sus rituales de socialización y apareamiento. Yo también me atiborraba de sándwiches de nocilla en los cumpleaños en un vano intento de impresionar a las chiquillas. El problema está al otro lado. Los adultos no debiéramos tragar con esto. Ni los padres consentidores que subvencionan el incipiente alcoholismo de los ni-nis, ni los tenderos asiáticos que venden bourbon a menores de quince, ni los adultos que aceptan el macrobotellón como fenómeno sociológico del nuevo siglo, ni mucho menos los responsables policiales y gubernamentales que conniven o aceptan las nuevas reglas del juego.
Los críos son críos. Si les dejamos se emborracharán a diario, se fumarán todas las plantas de la ciudad y se acabarán matando mutuamente después de violarse en masa unos a otros. William Golding ya planteó una sociedad inmadura de niños obligados a sobrevivir en una isla desierta en “El Señor de las Moscas”. Ya entonces la novela denunciaba que sin educación, sin civilización, los niños obligados a comportarse como adultos fallaban irremisiblemente. En España, por suerte o por desgracia, los adultos no nos hemos ahogado en el naufragio y todavía podemos enseñar, guiar y educar. Tal vez si nosotros mismos no nos mamáramos hasta las cejas sería un poco más sencillo. Y si no comulgáramos con ruedas de molino preadolescentes todavía más viable.
Lo que no podemos hacer es escudarnos en que todos los niñatos lo hacen porque, si pusiéramos los cojones sobre la mesa todos, cada padre, cada madre, cada paseante, cada policía, cada ciudadano, estos mamones se iban a cagar patas abajo. Cediendo así y admitiendo que no podemos con ellos les estamos haciendo un flaco favor.
Mientras tanto, seguiremos viendo ciudades decoradas con cristales, potadas, vasos de plástico y mejunjes varios, y varios kilos de ingenuidad desparramados por los rincones más aparentes de parques y portales. Con lo cara que resulta y lo fácil que se la lleva la resaca.
Bufff...tema peliagudo. Diré eso de ¡No hombre! ¡No todos los preadolescentes y los adolescentes son así!...
ResponderEliminarVale, y ahora al tema: pienso que nos estamos pasando cuatro pueblos con darles tanta "libertad",que en el fondo es que pasamos de ellos, empezando por sus padres, siguiendo por los chinos que les venden el bebercio y se las bufa la edad que tengan,pasando por los policias que hacen la vista gorda.... y así podríamos continuar...
Ah! De paso aprovecho para decir que NO, que la culpa no está en los colegios ni en los institutos. Que las cogorzas se las pillan fuera, en horario en el que la responsabilidad es de los PADRES.
Bien dicho. Vengo con este tema calentita del puente. Creo que si quieres que los niñatos estos obedezcan hay que empezar a enseñarles desde pequeños. Hay familias por ahí que han tenido hijos para que los cuide la chica. entiendo que ambos miembros de la pareja tengan que trabajar pero joder cuando estas cuidalos tu. Se han llevado a la cuidadora de puente y ahí que le han encasquetado a los niños. La madre se engaña diciendo, "esque conmigo se porta fatal, no le puedo bañar, ni dar de comer.. así que lo hace la chica" si claro y que pasa que mi hija no se ha portado fatal? Y que yo no he tenido que luchar y gritar y castigar hasta que me obedezcan? Claro pero es más fácil que te lo hagan otros. Pues para eso no tengas hijos coño! Y claro con este percal, como pretendes que luego crezcan y sepan comportarse?
ResponderEliminarPor cierto te he concedido un premio cuando quieras pasate a buscarlo en mi blog!
Besos
Pues no te falta razón. He salido por la noche (y mucho) y en Pilares no volvía a casa hasta que acababan las vaquillas. Eso sí, lo hice a partir de ser mayor de edad y me lo pagaba yo con mi trabajo.
ResponderEliminarDesde hace unos años que se ha puesto la moda del botellón y en las fiestas del peto pintado y sudadera con mensaje da asco y mala gana. Esta mañana cuando he ido a currar a las siete la cantidad de chavalería (muchos de ellos parecían menores) borracha que había por la calle era impresionante. En los noventa no había tanta gente en ese estado a esas horas.
De todas formas si tienes perro y te pasaas por debajo del puente de la Almozara puedes ver a críos esnifando pegamento como en los viejos tiempos de los yonkis.
Y pensar que dentro de poco dejamos el mundo en manos de esta pandilla de ninis... que serán nuestros médicos? abogados?...¡Joder! Qué negro se ve todo.
ResponderEliminarEl mayor problema que veo es que se suele confundir la libertad de expresión y el libre albedrío con el libertinaje. Todo tiene un límite, y lo pasemos hace bastante.
ResponderEliminarEstá claro que son nuestro futuro, queramos o no, y muchos palos torcidos crecerán rectos.
ResponderEliminarAún así, hay cosas que desconciertan. El otro día vinieron los chicos a clase después de las vaquillas, y uno de ellos, pateado hasta las cejas, estaba allí haciendo ejercicios.
Gracias Mamalis por tu reconocimiento. Ahora me paso a verte.
Tienes razón,Alcorze, aunque es nuestra época también hacíamos lo nuestro. Eso sí, con nocturnidad y mucha menos alevosía.
Gracias a todos por los comentarios
Has descrito perfectamente lo que ocurre con los jóvenes Dry. Es un grave problema eso del peta y el copazo en plan bestia. El otro día en un telediario dijeron que últimamente los comas etílicos de fin de semana, eran muy frecuentes entre jóvenes de 14 y 15 años. Es un dato que acojona. También hay que reconocer que vivimos en una sociedad donde la cultura del alcohol es la que manda. Para cerrar un negocio brindamos con una copa. Para ligar invitamos a una copa a la chica. Entre la cuadrilla se sale de vinos. Gana nuestro equipo y brindamos con una copa. No hay cumpleaños, despedidas, navidades,..etc que no se beba vino o otro tipo de alcohol. El alcohol esta siempre entre nosotros. Los jóvenes han mamado desde pequeños esa cultura y ahora se nos ha ido de las manos. Es todo un problema.
ResponderEliminarEs una vergüenza como se quedan las calles después de un macro-botellón y lo es más ver a niños de 13 años tirados en la calle al borde de un coma etílico.
ResponderEliminarUna cosa es tener 20 años, irte con tus grupito de amigos y tomarse algo después recogiendo todo y otra es ir una panda de cientos de quinceañeros a liarla y a dejar todo hecho una mierda...
Pero el problema nunca es de los niños, la culpa es de los que miran sin hacer nada.
Un saludo.
Oski.
Que el problema no es de los "niños", no lo veo yo tan claro, que si tienen edad para idearselas y conseguir engañar a sus padres, comprar alcohol... pues también tienen edad, oídos y ojos para entender que lo que hacen es una mierda, que se joden a ellos mismos, a los de alrededor y los lugares donde viven.
ResponderEliminarEs cierto que los tiempos cambian y, aunque estoy en contra del botellón, la vida está cada vez más cara y comprendo que hay jóvenes que prefieren gastarse 1 euro en un litro de cerveza antes que pagar 10 por una copa (Y la mayoría de las veces de garrafón) en un garito; Porque hoy así están los precios como poco.
ResponderEliminarEn fin, tenía que partir una lanza a favor de los jóvenes, que tampoco todos somos violentos aunque hinquemos el codo! (Por algo me llaman 'Un universitario cualquiera' entre otras cosas :P).
Un abrazote,
Manu UC.