domingo, 30 de marzo de 2014

Flaco favor

Vosotras seguid así, aumentando la brecha entre una maternidad esclava y una paternidad responsable. Continuad diciendo que no sabemos cambiar pañales, que el lavaplatos no se coloca así  y que planchamos como el culo. Insistid en que dejamos la cocina hecha un asco cuando hacemos chuletas y que nos sobran nueve raciones de pasta cuando cocemos espaguetis.
No pasa nada. Siempre estarás tú, esforzada madre, truhana de pescadería, experta en colas mercadoniles, planchadora ágil y asistente de regalos para cualquier ocasión.
Pero a ver… ¿qué mierda de igualdad nos estáis pidiendo con anuncios segregacionistas como estos?: “Tu bebé y tú”, “Éste ya lo hace como a mí me gusta”, “Estoy harta de tanto frotar”. Joder. La supermamá, la esclava fregaplatos y la lavandera a la piedra se lo tienen bien merecido. ¿Pero las demás? ¿En serio os creéis todo eso? ¿Pensáis que no queremos saber nada de hijos, de planchas, de compras, de aspiradores, de orgasmos femeninos y de lejía? ¿Qué clase de marido, novio o arrejuntado os vendieron en la infancia? ¿No habéis acabado la ESO, Lo comprasteis en un chino, lo regalaban con la nómina o es que llegasteis las últimas?
Yo no entiendo un carajo. La sociedad es abrumadoramente machista en casi todo y obcecadamente feminista en un puñado de matices, y no siempre baladíes.
Los hijos. “No hay amor como el de una madre porque ella ha tenido al bebé dentro de sí”. ¿Y ya? ¿No hay padre que pueda querer a su vástago como una madre, a su modo? Yo he visto mucho desinterés en papás que han pasado de sus niños, y mucho egoísmo en mamás que han estropeado la vida de su prole con sus propios deseos, en contra de lo que los pequeños necesitaban. Yo siempre digo: ¿Quieres lo mejor para ti o para tu hijo? A veces no me responden. A veces mienten.
No sé quién hace los anuncios de premamás, pero una cosa tengo clara: patinan. Convierten el nacimiento del bebé en una simbiosis perfecta entre madre e hijo, y los demás que arreen, que envidien, o que se alivien de no tener que cambiar pañales o dar biberones a las cuatro de la mañana. No negaré que ocurre a menudo –en algunos hogares, siempre–, eso de declinar las responsabilidades, pero lo mismo se podría luchar por la igualdad también en esto. ¿Has pensado que tu marido no sabe poner dodotis pero que, oh, milagro, puede aprender? Sí, sí, los varones también saben automatizar, por raro que os resulte. Si quieren, claro. Y si queréis vosotras, gallinas cluecas. Los comerciales son sesgados, feministoides, parciales. Pero claro, hay que apuntar al corazón maternal, ése que pagará lo que sea porque su bebito erupte sin dolor.
De profesión, sus labores. ¿Por qué no puede haber mujeres poniendo ladrillos, manejando el toro, arreglando wi-fis? ¿Y hombres haciendo de canguro? ¿Qué pasa, que todos somos unos pederastas de mierda? ¿Tan mal se nos puede dar el cuidado de un chiquito?
No somos iguales. Poneos como queráis pero no lo somos, y vosotras tenéis mucha culpa. No tanta como nosotros, pero sí mucha. Es como quejarse de que los tíos os miran el escote después de poneros cuatro tallas menos de blusa. Si uno quiere nadar y guardar la ropa, lo mejor es bañarse con ella. Así seguro que no se la llevan.

lunes, 24 de marzo de 2014

¿Estudias o trabajas?

Ya lo he decidido. Voy a dejar el trabajo. No piensen que soy vago. Me gusta eso de poner ladrillos y echarles cemento. Y con el toro ya lo flipo. Pero no me llega el dinero. Yo entiendo que es importante coger experiencia laboral y formarse, pero pagar 10 ó 15 euros al día, en el mejor de los casos, para que me permitan ponerme el casco y montar andamios es demasiado.  Tenía que haber empezado antes. Ahora ya soy mayor.
No me queda otra que volver a estudiar. No me gusta, y a lo mejor no vale pa’nada, pero pagan muy bien. He acabado tercero de ESO. Me daban 30 euros al día. Dicen que en 4º son casi 35. Empollar es lo peor, pero tengo amigos universitarios que se levantan 2000 euros al mes por sacar suficientes; que si obtuvieran notables les caían tres mil cucas. Otro está sacándose el doctorado. Dice que de 5000 no baja.
La educación es un coñazo, pero hay que admitir que el salario compensa. Voy a hacerlo. Tengo familia que mantener. Además, cuando acabe la ESO tendré derecho a paro, al menos hasta que empiece el bachillerato. Si es que me interesa.

domingo, 16 de marzo de 2014

La Bella y la Bestia, de Christophe Gans

Nueva revisión del cuento clásico, ya convertido en mito, sobre la belleza interior y el amor por encima de apariencias y prejuicios.
La versión de Gans resulta un poco gélida, no tanto por las paredes de hielo que rodean el fabuloso castillo y vastos jardines del hombre-jabalí –león en este viaje–, sino por el abuso de las técnicas digitales para recrear paisajes de ensueño, frondosos bosques hechizados y ricos colores. El resultado es correcto, pero a veces se echa en falta un poco más de realismo, de imperfección.
Los actores están bien trabajados, empezando por un Vincent Cassel bastante reconocible bajo la barba de felino, y la dulce Léa Seydoux, que da gusto sólo de admirar su hermosa fisonomía. Además, la química entre ellos funciona bien, sin grandes alardes, quizá abandonados por planos más espectaculares, confundidos con el repertorio de la semana de la moda victoriana y las aventuras instintivas del señor del castillo.
En todo caso, es de agradecer el esfuerzo de vestuario: ostentoso, mágico, suntuoso y excesivo. Al fin y al cabo, éste es un cuento de princesas, ¿no? Respecto a la faceta faunística de la Bestia, los episodios salvajes tienen una plasticidad inenarrable, con estética comicquera, abrumadora, poética, llena de matices y carne de fotograma en postales y posters varios.
Mención aparte merecen los secundarios, encabezados por un André Dussollier en el papel de padre de Bella que resulta el más creíble de todos, y un Eduardo Noriega que sustituye al Gastón de toda la vida con el personaje de Perducas, incomprensiblemente feo, descuidado, cicatrizado y ojeroso, con desagradables patillas y heredero natural del Bill Sykes de Oliver Twist. Con todo, no es la interpretación de su vida ni pasará a los anales del cine con ella.
La trama se antoja pausada, quizá en demasía, recreándose más de la cuenta en el tono poético de la producción, intentando dar empaque a la historia de amor pero olvidándose de ella en los momentos de clímax, mucho más preocupados por darle ritmo a la acción que de alimentar la llama zoofílica de la pasión.
Los dolorosos flashbacks sobre la historia de la Bestia y su caída en desgracia son quizá lo más reseñable del filme, contrastando un pasado luminoso y glorioso con un presente lóbrego y desesperanzador. Se alternan con acierto en el metraje y permiten relativizar el tiempo que necesitan secuestrador y raptada para elaborar su Estocolmo como rezan los cánones. Quizá, otra vez, se añora un poco de agonía interior, de sensación de asfixia, de profundidad emocional.
Pero nada de eso es determinante. Lo que importa es sumergirse en un mundo de cuento, con rosales mágicos y encantamientos de última hora, escupiendo maldiciones de justicia divina y recuperando tópicos para la causa. Como ya ocurrió con Alicia en el País de las Maravillas, si quieren un clásico de manual, hablen con Disney. Si creen en la criogenización, claro. Si no, alquilen la película en video. Para soñar en universos creados por ordenador, están en la sala precisa.

miércoles, 5 de marzo de 2014

Typical Spanish

Lo sé, lo sé. Soy plenamente consciente de que con semejante título me la juego. Lo mismo podemos estar hablando de la tapita y la cervecita, de la camiseta de la roja combinada con zapatos y barriga, de la envidia sin fundamento, de celebrar cualquier estupidez como si lo hubiéramos petado, desde un mundial de fútbol a una eurovisión, de un vecino triunfito a un libro de la Esteban. No hay límites para la autohumillación.
Pero no. Yo no iba por ahí. Mis saetas literarias disparaban a la sempiterna y cameleónica costumbre de desnudarnos –y no para salir en porretas, que tendría su aquel–, sino para enfundarnos leotardos rosas, sombreros piratas, trajes de espinete y coronas de princesa Disney.
Desde el albor de los tiempos (plagio a Gandalf), el hombre ha mostrado una fascinación atávica por el rollo este de disfrazarse. El calendario está petado de eventos que son excusas peregrinas para ser otro. Ya para empezar algo tan sacro y litúrgico como la cuaresma ha servido como trampolín de desahogo de las pasiones travestizantes. Sacamos el carnaval de la manga y no hay quien nos pare: Spiderman, Campanilla, Michael Jackson, Obama… joder, si hasta un par de amigos míos se han disfrazado de marcador de Google Maps (sí, de esas gotas rojas invertidas con la letra mayúscula).
La siguiente cita por estas latitudes son las fiestas medievales. Dicen las leyendas que hay una provincia llamada Teruel, cuyos amantes Diego de Marcilla e Isabel de Segura conmemoran su trágico desenlace el día de los enamorados, y todo quisque se viste del medievo o similares y se pone hasta arriba de longanizas a la brasa.
No pasa nada. Llega mayo y siempre, por estadística o por el permiso,  alguien se casa. Qué mejor ocasión para disfrazar al pardillo de indigente, salchicha, abeja maya o avispa azteca, da igual. Lo que importa es que el atrezzo sea una mierda. Eso sí, los amigotes hechos un pincel. Si son chicas podrán ir todas de putas, pero monísimas a reventar. Los chicos también pueden ir de putas, pero aquí ya estoy mezclando cosas. Volviendo a las mujeres, eso de tunear a la novia zarrapastrosa y ellas vestir ideales de la muerte parece una especie de venganza estética. Como tú vas a ser la estrella en la ceremonia y vas a brillar más que un anuncio de Don Limpio baños, pues hoy te jodes y haces un poco el ridículo a nuestra costa. ¡Qué manía de repetir una y otra vez el mito de Cenicienta, si los zapatos de cristal son un coñazo; se rompen y en lugar de betún hay que darles con limpiacristales!
Obviemos por un momento fiestas de disfraces varias, concursos de vestuario y demás chuminadas. Llegamos a Halloween. ¡Una gran ocasión para la variante gótica del carnaval! Ya no hace falta más que gore y negro para jugar a sustos. Pero de nuevo caemos víctimas de los tópicos. ¿Alguien ha visto un disfraz femenino de Halloween que no sea de puta? Vampiresa puta, enfermera puta, zombie puta, bruja guarrilla, diablesa puta… si casi parece que vayan todas vestidas de Alaska.
Acaba el año y todo quisque se vuelve a travestir. Esta vez de Papá Noel –ho, ho, ho–, de Mamá Noel –puta, otra vez–, de Rey Mago, de pastorcilla, de burro… el caso es ponerse algo. Por cierto, ¿por qué siempre ponen a un Baltasar ario con la cara embetunada en lugar de tirar de un subsahariano como Dios manda? Joder, es que hasta para esto parecemos memos…
Acabo pues mi buceo textil por el mortadelesco mundo del atuendo. Recuerden que el hábito no hace al monje y si la mona se viste de seda, pónganle un velo muy tupido.