lunes, 30 de marzo de 2009

La acera – Sin testigos – Vitezslav, el pintor

La acera, de Lorenzo Martínez Aguilar, es una bofetada burlesca a los valores cotidianos del hombre metropolitano, de una tragicomicidad tan insultante como surrealista. El antihéroe de la historia, Prometeo Nasarre, es un animal urbano de la misma pasta que cualquier otro neoyorkino, londinense o madrileño: Un ser atrapado en un mundo de prisas y acelerones de una urbe inmensa, frecuentemente empujado más que dirigido a una rutina tediosa y mucho más desesperanzadora de lo que está dispuesto a admitir, quizá porque nunca ha reparado en ella. Y tal vez por ello el destino le pone la zancadilla es un momento exento de solemnidad, y le obliga a observar la realidad y sus naufragios desde el remolino y no desde la proa del trasanlántico. La verdad del protagonista deja de ser transparente y plana, para transformarse en una joya poliédrica de cortantes aristas. El mundo, mientras, continúa su trajín sordo sin mirar al naúfrago, quizá acostumbrado a los delfines y los tiburones de la metropolidad.
Resulta irónico que el autor escoja Prometeo como nombre a su personaje. Prometeo fue el titán que legó el fuego, símbolo de conocimiento y progreso, al hombre, so pena de ser duramente reprendido por el orgulloso Zeus. Ha inspirado a Percy Bysshe y Mary Shelley, a Esquilo y a Freud. Con semejantes antecedentes, Lorenzo Martínez nos avisa con precisión hitchcokiana que su pupilo va a acceder al conocimiento último y ser castigado por ello. Pero el guiño es tramposo, puesto que la secuencia se invierte: Sólo la desgracia le permite desprenderse de la ceguera selectiva del urbanita.

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Sin testigos es un relato de Javier López Vélez de efecto-causa, anacronismo hábil que embriaga y engancha al lector a descubrir todos los porqués. Si en el anterior relato el lienzo catapulta las divagaciones más filosóficas, en este la tela plasma el instante y lo dibuja con pinceladas de ritual. La gravedad de la muerte vuelve héroe al villano y lo eleva a la categoría de intocable. Y al simple mortal bueno, sin enemigos, lo beatifica y endiosa hasta implicarnos de la indignación creciente de una familia ensombrecida por un momento negro. Javier López desenrolla el dolor como si fuera una alfombra persa y nos desvela las caprichosas geometrías de la existencia humana, sacudiendo el polvo y soplando las pelusas como el comerciante que esconde los defectos de la pieza y resalta sus artesanales virtudes y sus laboriosos detalles. La sed del lector no se calma con cada trago de información, sino que se agudiza con los qués, quiénes, cómos, cuándos y dóndes. Curioso licor, cuando lo único que puede apaciguar la necesidad del que lee es la respuesta última, esa que hace confluir las tramas, cohesiona la historia y satisface todos los porqués de las últimas trece páginas. El sorbo final tiene regusto profundo y fuerte, y una sempiterna sensación de no haber disfrutado con poso suficiente del resto de la copa.

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Vitezslav, el pintor cierra el libreto con brillantez. El cuento de mi amigo Sergio Perales Tobajas, y la excusa para haber leído y comentado este volumen, nos lleva a finales del XIX a seguir pintando historias magníficas, ya no sólo de modo metafórico, porque nuestro artista hace del pincel una radiografía del alma humana y sus instintos más primitivos, como el placer, el dolor o el miedo. La obsesión del Sr. Vitezslav por inmortalizar la pasión desinhibida le arrastra irremediablemente a transcender cualquier límite humano o divino, y además, a no sentir ningún remordimiento catártico por ello. El arte se entiende como una fuerza ininteligible para la hipocresía praguense y el miedo a sus manifestaciones llevan a las instituciones a exhibir al pintor de coloridos chillidos al patíbulo sin retorno. Todo lo que no se comprende se estigmatiza, y la dimensión artística de Vitezslav queda, desde los primeros párrafos, fuera del alcance del hombre racional del otro siglo o de este. Cuando un sencillo mecanismo compulsivo como retratar al otro en uno de sus momentos más íntimos supera toda racionalidad no queda otra que descubrirse ante la pornografía tanática del artista inspirado por fuerzas que escapan a la fe y a la razón de los seres corrientes, máxime cuando los trazos se vuelven desagradables y obscenos por la pervertida naturaleza del modelo en éxtasis espiritual.
El desenlace deja claroscuros que alimentan teorías encontradas sobre el origen del pintor, su desencadenante o su catadura moral, que a mi entender se ofrece abierta a valoraciones generosas o condenatorias. Con todo, la atmósfera que se respira en el cuento debe parte de su aroma a las neblinas londinenses del destripador whitechapeliano y a las dimensiones artísticas de las pulsiones más oscurecidas del irracionalismo humano.

sábado, 28 de marzo de 2009

Ya te llamaré

Con estas ambiguas palabras me contrataron para mandarme a la mierda al menos en dos ocasiones, tanto para ser traductor de textos imposibles como multi-profesor de una prostiacademia de idiomas. Y en ambas situaciones esperé con la ilusión de un imberbe y la necedad de un neocurrante a que el teléfono sonase y me diera de comer. La ingenuidad es una hija que todos tenemos hasta que nos la violan en cualquier esquina, le borran la sonrisa, se le aprietan los muslos y se rapa el pelo. Cuando vuelve a casa ya no hay quién la conozca.

Alrededor del entorno social hay un código no escrito de palabras que significan otras cosas. Así, nos vemos es algo así como adiós, hasta dentro de otros seis años o hasta nunca, me da absolutamente igual. Te veo muy bien es estás gordo como una tapia, es muy simpática significa es más fea que pifio, muy vehemente es histérica de mierda, está sin reciclar equivale a retrógrado, ya te llamaré es búscate trabajo en el Telepizza, gilipollas, tienes que implicarte es haz horas extras sin cobrar, tontolaba, o te vas a la puta calle, es muy responsable sería un agonías, hedonista equivale a sibarita, forofo es friqui, exigente es hijoputa explotador, distante es antisocial, muy sociable es pesadísima, le cuesta quiere decir es tonto perdido, meticuloso es tiquismiquis, sensible es dengue, líder es mandona, suave es calzonazos o afectado, según lo diga una mujer de un hombre casado o soltero, tiene mucho carácter es una bruja, buscamos otro perfil quiere decir que no das ni golpe o que no estás dispuesto a implicarte, hippie es guarro o desorganizado, alternativo es raro de cojones, dame tu teléfono es no sé cómo perderte de vista, y nunca te voy a llamar, hemos tenido diferencias significa eres un cabrón asqueroso y tiene estilo propio suele ser es hortera o no sabe combinar.

Con lo fácil que sería ser un egoísta de mierda, no te llamaré porque me caes como el culo o eres más raro que la calentura. Así entenderíamos que hoy no puedo quedar cuatro días seguidos o no eres mi tipo significa eres calvo, gorda, te huele el aliento, no te aguanto o simplemente valgo mucho más que tú. Así podrás decir que este artículo es una mierda en lugar de no es mi formato favorito.

martes, 17 de marzo de 2009

"Gordo" Ivanov

“Gordo” Ivanov fue un héroe. Cuando Daniel Cohn-Bendit y los otros se disipaban entre la humeante polvareda del mayo del 68, Gordo permaneció fiel a sus principios. Nada ni nadie pudo doblegarle. Ni la decadencia hippie ni la nueva-vieja Europa.
Sergei Ivanov no era francés, sino ruso. Ni siquiera era corpulento. Sus amigos le llamaban Gordo por las tremendas revindicaciones que formulaba o apoyaba. No había injusticia que no quisiera desfacer, ni insignificancia que él no elevara a categoría de lucha de clases. Cuando los estudiantes de la Sorbona protestaron y huelgaron por las restricciones del sistema, Gordo Ivanov estaba a buen seguro respaldando o germinando las nuevas ideas.
Nadie sabe muy bien por qué empezó el Mayo Francés, como tampoco quedó muy claro por qué murió si la mayoría de las cosas no cambiaron un ápice. Los amigos de Gordo le dijeron que todo había acabado, que había que seguir adelante. Gordo Ivanov quedó allí, peleando por el acceso a los dormitorios universitarios femeninos, por las mejoras laborales o la derogación de la ley de vagos y maleantes francesa. Los suyos quedaron mudos, otros se fueron, perdieron la fuerza o el interés por cambiar el mundo.
Un buen día de la siguiente década, cuando más sólo se sentía Gordo Ivanov en su lucha armada y en su revolución social, se encontró con Marie LeBlanc, una antigua amiga y camarada de aquel mayo. Marie estaba estupenda. Era catedrática de Historia Contemporánea. Se había casado con un naviero marsellés y tenía un buen trabajo y cuatro hijos como soles de España. Le habló de todos los demás. Y todos estaban saludables, decidiendo qué era más importante en la vida, salud, dinero o amor porque no carecían de ninguno de los tres.
Aquella tarde en su buhardilla alquilada y compartida de barrio estudiantil Ivanov despertó al mundo. Durante quince años había personalizado el descontento intelectual y la necesidad de cambio. Cuando la revolución del 68 acabó todos volvieron a sus vidas, a sus estudios, a sus trabajos. Todos entendieron que hay un momento para cambiar el mundo y otro para cambiar tu vida. Cuando Ivanov se percató de que se había pasando tres lustros intentando dinamitar la sociedad francesa, entoncés vió con claridad meridiana que su existencia era la misma, que su futuro estaba podrido y que su presente era pasado. Aquel día Gordo Ivanov comprendió que los mayos del 68 sólo duran una primavera, y que el resto de las estaciones sólo llegan si uno se ha subido al tren.

domingo, 15 de marzo de 2009

Trabajar vs. Estudiar

Hay bastantes dicotomías más o menos existenciales que tienen difícil resolución: ¿Qué es mejor, atacar o defender, vicio o virtud, dieta o deporte, bañador o bikini, niño o niña, invertir o ahorrar, escribir o leer, slip o boxer, cama de matrimonio o dos individuales, rubia o negra, deportivas o zapatos, rock o pop, Superman o Batman, Madrid o Barcelona, negro o blanco, dulce o salado, escuchar o hablar, letras o ciencias, diablo o ángel, gasolina o diésel, vaquero o pantalón, español o extranjero, ono o telefónica, Rolling o Beatles, civil o por la iglesia, lento o rápido, Epi o Blas, carne o pescado, normal o familiar, playa o montaña, guiñote o rabino, Reyes Magos o Santa Claus, fina o crujiente, rico o guapo, cebolla o champiñón, rubia o lista, guitarra o bajo, tampón o compresa, pelotazo o cerveza, té o café, invierno o verano, móbil o fijo, Gambito o Lobezno, kung fu o karate, adagio o allegro, Arturo o Lanzarote, tinto o blanco, te quedas o te vas, con sal o sin sal, melena o calvo, amistad o amor, público o privado, sacarina o azúcar? Una de las más recurrentes divide a los hombres en estudiantes y trabajadores, donde cada uno suele identificar la otra opción como más ventajosa.
Si nos ponemos puristas, trabajar siempre será mejor que estudiar porque te pagan por el esfuerzo. Además el estudio no lleva necesariamente al éxito. Puedes invertir muchas horas y no aprobar. Claro que el estudiante también goza de tres meses de vacaciones y a veces se pasa las semanas mirando al techo o haciendo dibujitos en el libro de texto. Si lo medimos en términos relativos, el estudio siempre será más duro que el trabajo. No hay nada más aburrido que permanecer seis horas sentado en una silla de madera escuchando a un docente o haciendo inecuaciones. Además la jornada no acaba en el centro. Luego están los deberes, los repasos, trabajos y exámenes. Estudiar es un coñazo. Mucho más que pasar la balleta, repartir pizzas, conducir camiones o comprar acciones. Una hora de estudio lleva mucho más desgaste que una de labor.
Pero claro, todo esto sólo es en teoría. El estudiante jamás invierte ocho horas al día durante once meses. Si bien es cierto que en época de exámenes realizará un montón de extras, durante el curso suele vivir muy bien. Tampoco tiene la responsabilidad de acudir todos los días al tajo, y a menudo se toma bastantes licencias. Y el que curra debe hacer ocho horas (o más) productivas, mientras el que mete codos puede salvar una situación con un ligero repaso o una empollada nocturna, aunque cada vez funciona menos el esfuerzo masivo y puntual. Tampoco está obligado a escuchar toda la jornada lectiva para aparentar aprovechamiento máximo.
La realidad pues arroja una verdad incontestable: el estudiante vive mejor que el currante, al menos la mayor parte del año.Sin embargo, si ponderamos ambas actividades en esfuerzo e intensidad por hora, no cabe ninguna duda que memorizar o razonar problemas es mucho más sacrificado. Imagino al opositor de algo que invierte largas horas de actividad intelectual en prepararse con garantías y me parece el gran abnegado, sobre todo si trabaja ocho horas y luego estudia cuatro o cinco más. Estudiar, si se estudia, siempre será más difícil que trabajar, más ingrato y más solitario. Pero estudiar tocándose los huevos dos meses de cada tres y luego descansar el verano siempre ha sido el gran chollo que muchos no quieren perder embarcándose en carreras universitarias, ciclos formativos o bachilleratos imposibles. Y es que a menudo el que sigue estudiando lo hace para no enfrentarse al mundo de verdad, ese que te devora sin masticar y luego te escupe sin mirarte a la cara. Y digo yo: Peter Pan, además de volar en mallas verdes, ¿se está preparando algún ciclo formativo de grado superior? Porque del cuento no se vive por siempre jamás…

martes, 10 de marzo de 2009

Athos (11-15)


11
Le he pedido cuentas a Juan. No ha querido decir nada. Es un puto crío. Por lo menos Miguel sí me ha hablado. Dice que no me fie de Silvia, que me están vacilando y que es todo un montaje. Mira, no le he arrancado la cabeza de cuajo porque una vez fuimos amigos. Según él Silvia sigue siendo novia de Román y que todo lo hace para reírse de mí. Dice que seguimos siendo los frikis y que yo soy el pollo friki. Creo que me ha dicho todo eso para herirme, le comen los celos. Hemos cambiado tanto. Yo ahora he madurado y estoy mucho más seguro de mí mismo, y no me importaría ayudar a Juan y a Miguel a encontrar su sitio si fueran un poco más humildes. Una disculpa me tienen que dar. Eso es lo mínimo. Pero si no quieren dar el paso…

12
Buah lo de hoy, qué pasote. He vuelto a casa de Silvia y me ha hecho un montón de confidencias. Me ha contado lo que pasó entre ella y Román, que fueron novios, incluso casi lo hicieron. Me ha molestado un poco esa parte, pero a la vez me ha gustado mucho que me lo contara a mí, además como si ya fuera pasado. Luego me ha dicho que Román la agobiaba y se ha echado a llorar. La he abrazado y ella se ha recostado sobre mi regazo. Me he sentido muy importante para ella. Luego lo he pasado muy mal. Se me ha puesto muy tiesa y me sentía incómodo por si lo notaba. Menos mal que su tristeza y su pena no le han dejado darse cuenta. Pero es que estaba muy pinocho, ¿eh?
Silvia ha estado llorando más de cuarenta minutos. Yo mientras le frotaba el hombro con cariño. Me ha dicho que soy muy dulce. Luego me ha susurrado que soy demasiado bueno para ella. He acabado abrazándola con ternura. Lo que ella necesita ahora es un amigo, un hermano. Yo no le voy a fallar. Estaré aquí para siempre, para lo que ella quiera.

13
No puedo más. Me duelen un montón los huevos. ¿Cuánto tiempo habré estado empalmado? Pues todo el rato. Más de dos horas. ¡Ay, que me duele mucho!

14
Quizá me he puesto un poco pesado. Por segundo día consecutivo he pasado la tarde con Silvia en su casa. Es como una casona con dos edificios. El domicilio principal tiene tres plantas más la bodega. Tal vez un poco viejo, así tipo caserón, pero es una pedazo casa. Mola un tacote. My Silvi dice que a veces le da cague, especialmente en las sobremesas cuando nadie pasa por la calle y ella acaba de llegar y se pone a comer sola a las tres de la tarde. La bodega tiene un montón de estanterías con vino y zarrios diversos. La planta calle tiene un salón enorme, un comedor rectangular con una mesa como del conde Drácula, la cocina, el estudio-biblioteca y un baño antiguo. En el primer piso están los dormitorios de Silvia, sus padres y tres dormitorios más, y dos baños, uno de ellos reformado y el otro muy usado. El último piso tiene una habitación abuhardillada y el desván, con todos los pingos que no cabían el la bodega. Adosado a la pared de la cocina está el garaje con el AX, las herramientas, las bicis y el cortacésped. Detrás de éste edificio los matojos crecen en un jardincillo interior, y luego se erige otra casona con garaje abierto y una habitación llena de estatuas de jardín amontonadas. La planta superior consta de un baño, un comedor sencillito y dos puertas. La primera corresponde al taller de relojería de su abuelo. Está todavía lleno de relojes y piezas desmontadas sobre las que se acumula el polvo. Los mecanismos y sus sempiternos compases es lo único que da vida en ese sitio, aunque, según dice Silvia, cada vez hay menos relojes en marcha. Conforme van parándose los dejan tal cual. Silvia dice que cuando se pare el último reloj pasará algo. Un poco de yuyu si me produce cuando dice esto en plan sentencias. Pero vamos a lo que vamos. La segunda puerta, la del fondo, que según mis cálculos da al sur, es de un tono verde azulado. Es maciza y tosca. Si cayera una bomba en la casona se caería todo menos esa puerta, estoy seguro. Dice Silvia que está hecha de madera de roble y que hace mucho tiempo la pintaron de turquesa. Tanto rollo sobre la puta puerta y cuando le he preguntado qué había dentro se ha hecho la sueca y me ha cambiado de tema. Yo le he vuelto a preguntar y me ha dicho que era confidencial. Se ha puesto un poco tensa y borde. Ya no he vuelto a insistir hasta que hemos dejado de estudiar. Casi me manda a la mierda.

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Silvia me ha pedido disculpas por ponerse un poco a la defensiva el otro día. Le he dicho que no pasa nada y le he dado un beso en la mejilla. No le ha hecho gracia. Me ha dicho que no le vuelva a besar en el instituto. No entiendo a qué ha venido eso.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Sota amargada

Aquí vas otra vez con tu cara de palo. Regalando felicidad, soltando mierda con la mirada y desecho por la boca. No puedes evitarlo. Te ha podido el mundo y sientes que cualquiera está mejor que tú. Tienes envidia del que pasa, del que no pasa y del que no tiene piernas. Por eso te amargas. Pero eres generosa y quieres compartir tu malsabor con los demás. Lo consigues con tus ojos torvos y tus frases desafectadas. Provocas duda o resquemor con tu apabullante agresividad verbal, con tus miradas despectivas, con tus explicaciones impacientes, corridas y desganadas. Tu vida es un asco y quieres colaborar en arruinar las ajenas. Ni siquiera te das cuenta de que eres una sota emborrachada de vinagre y limón. Sólo te lo planteas cuando una sota más avinagrada te contesta mal, dejando tu grosería habitual en quejido infantil. Y aún te preguntas por qué está tan amargada. Igual solamente hablabas con el espejo. Tal vez ya nadie quiere verte, ni escucharte, ni estar cerca de tu cara de pasa. Tal vez tengas motivos. Todos los tenemos. El mundo y las sotas como tú aún no nos habéis quitado la sonrisa de la cara y, a algunos, nunca lo haréis.