sábado, 13 de diciembre de 2014

Tratado educativo: 6. El currículo ridículo

El abismo infinito entre el temario teórico y su desarrollo específico en el aula queda lejos de ser salvado. La concreción parece imposible cuando se parte de supuestos ideales, ingenuos, perfectos, ajenos a la realidad. En todo caso, bajo mi punto de vista, es una barbaridad tener a los chicos sentados toda la mañana esperando que el hambre de conocimiento alimente su quietud e interés. Nadie aguanta seis horas calentando sillas, día tras día, año tras año, con una misión tan pesada: aprender escuchando, haciendo ecuaciones, asumiendo un rol sumamente pasivo. Un supertostón.
En mis años jóvenes superé el suplicio ilustrando cada foto de cada libro con dibujillos infumables y adornando las portadas interiores con letras solemnes de himnos musicales de la época.
Aprender mientras un pavo suelta su discurso memorizado hasta el tedio es una mala práctica. El proceso debe ser mucho más activo, innovador, elástico.
Las matemáticas, por ejemplo, debería estar prohibido usarlas sin fines tangibles. Y en consecuencia, proponer enigmas que llegasen a alguna parte: mediar las notas de toda la clase, repartir las perras de la porra del sábado pasado, distribuir datos para utilizarlos después en el mundo real de una u otra manera; los idiomas deberían emplearse como armas de diversión masiva, haciendo de la comunicación el único objetivo en circunstancias amenas, dinámicas, cotidianas; la física sería aplicada al momento de entenderse, en proyectos sencillos, prácticos, inmediatos, con objetos en movimiento y fuerzas motrices; la lengua se plasmaría en planes tangibles, como editoriales periodísticas, colecciones de cuentos, búsqueda y subsanación de errores en los rótulos televisivos y propagandísticos, elaboración de letras de canciones, estrategias de comunicación y expansión de la riqueza lingüística propia; la plástica crearía miles de obras de obligada exposición en museos, paredes y espacios culturales, al igual que la música; respecto a la tecnología, todo cuadro eléctrico y montaje tendría una funcionalidad en sí más allá de su contenido propedéutico; la historia se descubriría sobre el terreno, y la geografía a golpe de viaje.
Los niños saldrían al mundo y se enfrentarían a él: haciendo la compra, cambiando pañales, cocinando, realizando procesos de selección de personal, pintando fachadas, leyendo periódicos, analizando la composición de alimentos, interpretando decretos, calculando distancias, diseñando productos…
Pero haría falta otra mentalidad, profesores revolucionarios, ratios pequeñas y muchísima implicación dentro y fuera para convertir a los pequeños en pequeños hombres.

5 comentarios:

  1. Yo creo que hay un serio problema de maestros y profesores: libritis aguda. Es decir, utilizar el libro de texto como único e irrefutable medio de aprendizaje. Pero claro, los libros de texto son en general bastante imprecisos, sesgados, alejados de la realidad, supeditados en muchas ocasiones a ideas políticas. Así, lo llevamos claro.

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  2. Y no vamos a hablar de la nueva Ley de Educación...

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  3. Absolutamente de acuerdo. Hay medios para llevarlo a cabo, otra cosa es que estén al alcance de todos. También, me consta, que hay ganas de hacerlo por parte de muchos docentes, y los alumnos, no digo nada, aunque siempre hay quien estará en contra de todo.
    Hay mucho camino por recorrer.
    Saludos!

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  4. Estoy tan de acuerdo con todo lo que planteas que me parece que no aportaré nada.

    Un abrazo Drywater!

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  5. De acuerdo, de acuerdo y de acuerdo. Absolutamente de acuerdo. Únicamente un pero; la memoria también debe de tener cabida. Por supuesto que le educación debe de ser práctica pero sin memoria resulta difícil construir nada. Sin información difícilmente se generan dudas, se cuestionan supuestas verdades o se debaten opiniones y eso pasa también por la memoria.

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