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F
arrokh Bursala y Michael Joseph Jackson se llevaban en vida más de
diez años. El primero fue un indio parsi nacido en Zanzíbar, y el segundo un
oriundo de Indiana de origen africano. No podían ser más opuestos, salvo por un
par de insignificantes detalles: cambiaron la historia de la música y la muerte
les otorgó la eternidad.
Para que alguien pase la frontera de figura notable a mito parece
innegociable lo de morir joven, en la cúspide de su carrera, y con la sensación
de que lo mejor aun estaba por llegar. Lo cierto es que ni uno ni otro estaban
ya en lo más alto, si bien Freddie Mercury gozaba todavía, a sus 45 años y tras
un disco lleno de indirectas –Innuendo–, de excelentes críticas y el fervor
popular.
Respecto a Michael Jackson, la parca le sobrevino después de numerosos
escándalos, rumores y acusaciones, y aunque lejos de su mejor momento, todavía
mantenía una legión ciega de admiradores. El que tuvo, retuvo.
Es complicado decidirse por uno de los dos. El barítono del rock
frente al rey del pop. Uno enarboló la bandera del glam, del kitsch, del
steampunk y del vodevil, a la vez que escondía el pendón arco iris por temor a
un rechazo social. El otro vivió como niño en un mundo de adultos, fue
crucificado, muerto y vilipendiado, y resucitó de entre los mitos con una
inescapable ambigüedad entre lo mesiánico y lo pervertido.
Musicalmente, la figura de Michael parece más alargada, estilizada y
rítmica. Sus coreografías de dibujos animados y su moonwalker son iconos de la
cultura pop. Nadie jamás se ha echado la mano al paquete con tanta elegancia.
Su voz era de un color inconfundible y su vestuario, inimitable. Freddie
tampoco se quedaba atrás en presencia escénica. Su impagable repertorio de
mallas y camisetas sin mangas constituía un armario del que no llegaba a salir
ni falta que hacía, pues los leotardos eran de por sí suficientemente
explícitos. No bailaba como el rey del pop, pero su teatralidad, vitalidad y
energía lo hacían todavía más circense que Jackson. Y en cuanto a timbre vocal,
Mercury era un cantante de opera en un estadio de rock, la fusión perfecta
entre el mundo clásico y el moderno.
Donde no hay color, aparte de en la pigmentación de Michael, es en las
canciones. Los seis u ocho hits del rey no pueden competir, a mi juicio, con
los numerosos himnos del portavoz de la reina. Thriller fue un bombazo
apocalíptico. Billie Jean, Leave me alone, Black or White, Smooth Criminal,
Bad, Beat it forman parte de la historia de la música, pero frente a ellos se
sitúan Bohemian Rhapsody, We will rock you, I want it all, Living in my own, I
want to break free, Innuendo, The show must go on y el tema más coreado en cada
competición deportiva de renombre: We are the champions. Cierto que los éxitos
de Freddie fueron los de Queen, pero su influencia como frontman y leader lo
hacían indispensable, como se demostró tras su obligada marcha.
A nivel personal uno deja muchas certezas mientras el otro se llevó
muchas incógnitas. A Freddie se le criticó por no haber declarado su
homosexualidad hasta muy tarde, del mismo modo que ocultó el SIDA hasta el
final. Ganas de no hacer ruido o miedo a la sociedad, cualquiera sabe.
Tratándose de un tipo capaz de reivindicar los derechos de las marujas
vistiéndose de ama de casa travestida, aspirador en mano, gritando libertad al
machismo, o a la heterosexualidad más recalcitrante, parece poco probable que
temiera al escándalo o al rechazo. Quizá simplemente odiaba dar pena. En todo
caso, su tendencia sexual le granjeó, aun después de muerto, el rechazo obtuso
de las autoridades zanzibareñas, que no querían que se vincule la
homosexualidad –contraria a la sharia– con la isla.
Respecto a Michael, pasará a la historia por ser un artista genial,
para algunos un pederasta millonario, para otros un Peter Pan explotado por los
buitres carroñeros de su entorno. Jackson gastó más dinero que ningún otro en
beneficencia, en los niños y en los pobres. Buscaba cariño y un mundo más
amable. Si cruzó la frontera de lo inmoral es algo que no dirimiremos hoy.
Quién sabe si en los errores que cometió solo había un trasfondo de impropiedad
o una desviación parafílica grave. Héroe o villano, puede que su figura siempre
proyecte más sombras que luces.
La muerte de Freddie Mercury me sumió en un vacío existencial
tremendo, y una desesperanza irracional pareció imbuirlo todo.
El concierto
homenaje que se le dio ha sido quizá el acontecimiento musical más grande que
ha habido, y en la atmósfera se respiraba un aire de irremediabilidad y la impresión
de que no era su momento. En cuanto a Michael, su marcha resultó innecesaria, a
destiempo, hasta gratuita, pero a uno le quedaba la sensación de que hacía
tiempo ya que el pobre desfasaba. Desde luego, su mejor época ya había pasado,
quizá por eso el mito no se hizo todavía más grande.
Eso sí, en un caso y en otro, como siempre, la muerte catapultó las
ventas y un mundo ingrato y olvidadizo se volcó con rabia y nostalgia para
dedicarles un último adiós. No hay nada como morirse para vivir eternamente.
Esa morbosa fascinación por la defunción nos atrapará por los siglos de los
siglos. Amén.
Sin duda me decanto por Freddie Mercury, aunque he de reconocer que las coreografías y puestas en escena de Michael eran de escándalo, en cualqueir caso me ha gustado esta entrada recordatoria de las vidas de ambos, porque siempre está bien homenajear a inmortales...¿Quién nos homenajeará a tí y a mi Drywater? Nosotros sí que somos mortales y no ellos...Jajajaja...Creo que ambos eran virtuosos, genios! y desde luego en el mundo de la música como he dicho dos inmortales.
ResponderEliminarUn abrazo!