Parece un chiste
descontextualizado, pero en esta alevosa cleptocracia en la que vivimos, en
esta sociedad involucionada que lo mismo masacra bovinos en plan barbarie que
expolia bodoques a quién se queda sin recursos para acabar de pagarlos, en esta
dictadura ideológica y retrógada de desempleados jóvenes y abuelos que no
pueden jubilarse, la prostitución es una aberración innombrable.
La profesión está en entredicho
desde siempre, pese a que no entiende de crisis precoces ni gatillazos
económicos. Es odiada, denigrada y repudiada. Sus trabajadoras son
irremediablemente ninguneadas, explotadas, rechazadas y evitadas con una
ficticia superioridad moral. Sus clientes también han sido condenados éticamente
hasta el punto de tener que frecuentar en silencio, como vulgares hemorroides,
los templos del gozo, que como todos los hoteles, los hay de cinco estrellas o
de dos destellos.
El lenocinio ha recibido de todos
los lados. Su salud como actividad económica está fuera de toda duda. Como
diría Arguiñano, mientras engorden los nabos se abrirán las castañas. Y ya no
en octubre; en Navidad, Semana Santa y Corpus Christi. De nada sirve inculparle
con las horribles manchas del adulterio, porque la infidelidad está conectada a
la fornicación tanto si es de pago como si no. Búsquense otra excusa.
Ante la prostitución hay dos
visiones más o menos antagónicas. La perspectiva escandalizada habla de la
cosificación de las mujeres, de los abusos, de la falta de derechos, de las
enfermedades, las palizas, las eyaculaciones faciales sin avisar, la
degradación moral y el delito legal, la marginación del colectivo y las
carencias laborales. Todo eso puede ser muy respetable, pero la decencia no
paga facturas ni alimenta bebés.
La segunda visión del negocio es
de apoyo a la liberalización y regulación del servicio. Erradicar la
explotación sexual, los abusos, las palizas y desdramatizar el asunto.
Reconocer el trabajo como tal, cotizar por él y garantizar prestaciones
sociales, jubilación y derecho a la huelga, si fuera el caso.
No comprendo por qué follar por
dinero es una cosificación de la mujer. Por ese mismo razonamiento un masajista
es un robot que te magrea la espalda, un profesor un trasto que te tortura las
neuronas y una modelo un maniquí que te alegra la vista. A ningún trabajador se
le mide por su valor como persona. Se le barema por su actividad laboral. Si
una señora quiere copular a cambio de veinte euros para vivir, adelante.
Lo único que denigra la
prostitución es una mentalidad obsoleta y anticuada del sexo, asociada
casposamente al amor por decreto, a la procreación cristiana y la falsa decencia.
Las artes amatorias son maravillosas. No tienen nada de pecaminoso, vulgar o
amoral. Diferente es que las personas acomplejadas, torturadas por su mente
enferma y por su equivocada dignidad enjuicien, penalicen y condenen a aquellos
que son superiores a ellos únicamente por saber y poder vivir sin tremendos
dilemas existenciales. El amor no es de nadie. El sexo tampoco. A ver si ahora
van a venir una panda de momias emocionales a darnos lecciones de integridad, a
mirarnos mal, a aliviar sus remordimientos pecaminosos.
Estamos constreñidos en un mundo
de cerrazón intelectual, de profundos complejos. Tal vez algún día el sexo no
será un tabú, la pornografía será tan lícita en las escuelas como la
reproducción de las ranas y el desnudo será tan admirado como la orografía
terrestre. ¿O acaso impresiona más una penetración misionera que una agresión
física, una masacre genocida o una tortura taurina de ésas que ponen en los
noticieros cada día?
Si alguien me quiere excomulgar
por estas obscenas ideas, que no pierda su precioso tiempo. Ya me pudriré en el
infierno por mí mismo. Pero me pondré las botas con las demonias. Total, para
arder de todas formas…