De todas las monstruosidades
televisivas hay una que me tiene perplejo. Lleva años prostituyéndose la vida
para que Andrea pueda comerse el pollo etiqueta negra, retransmitiendo cada una
de sus miserias como madre coraje, cocainómana, divorciada de torero y princesa
del pueblo.
Belén Esteban es una mujer que lo
tiene todo para caer mal. Es inculta, zafia, bocazas, choni, populista,
poligonera, egocéntrica, escandalosa y victimista. Para no ser injusto también
hay que reseñar sus cualidades, que como todo hijo de vecino, las tiene. Es
buena persona, cuida a su familia y amigos, es agradecida con la vida y tiene
una gran dosis de sentido común.
No comprendo por qué la gente la
adora. Supongo que su único mérito es haber sobrevivido a su divorcio, sin
dignidad, sí, pero siendo fiel a sí misma. Quizá también sea su gusto por los
refranes barriobajeros y las salidas chulaponas. Sí, lo admito. Si alguna vez
debo defender mi turno en la pescadería, yo quiero a esta tipa de mi lado. Su
agresividad verbal no tiene parangón, su velocidad chonística esta fuera de
toda duda y sus chascarrillos y contestaciones vulgares la han elevado al
umbral del chabacanismo.
Y yo no sé si la madrileña se ha
erigido en el grito de una generación de mujeres al borde de un ataque de
empanadillas o simplemente es una protofeminista necesaria en los tiempos que
corren, pero en un caso o en otro algo debe tener, pese a estar hinchada por
culpa de los ansiolíticos, para seguir siendo referente para un tropel de marujas
y abuelas. Tal vez su origen humilde, su cuento de la Cenicienta truncado al
final, su recurrente instinto de supervivencia o su falta de escrúpulos para
desnudar sus verguenzas en público le han granjeado la admiración de personas que
no ven más allá de los rebozados y los tuppers para el hijo, que seguro que la
mujer no le hace croquetas.
Lo que las marujas no ven, o no
quieren admitir, es que su heroína se dio a la cocaína por muchos motivos, uno
de los cuales era que tenía mucha guita para gastar. No se puede ser la
princesa del pueblo ganando un pastizal. Sí, ya sé que la tía genera audiencias
millonarias, que cualquier mierda encuadernada vende tiradas completas si la ha
escrito la de Paracuellos, que su valía como fenómeno sociológico solo estaría
a la par de Cristiano Ronaldo, pero esta mujer no representa a las personas que
la adoran. Más bien todo lo contrario. Bajo su atrevida zafiedad se esconde una
nueva rica, fagocitada quizá por su propia fama y su enfermiza necesidad de
vender su miseria a precio de oro. Un experimento sociológico de incomprensible
calado, una suerte de Frankenstein mediático que a fuerza de ser fiel a sí
mismo ha acabado en caricatura grotesca de aquello por lo que una vez luchó.
Tal vez ella ha elegido su camino y le ha compensado. A quiénes deberíamos
lobotomizar sería a los otros, a los que malgastan su preciado tiempo
escuchando, idolatrando o escribiendo sobre la Esteban, aunque sea en un
blog.