La adaptación del libro homónimo
de David Mitchell, llevada al celuloide por Andy y Lana Wachowski y Tom Tykwer
es una cinta complicada, de ésas que no empiezas a entender hasta que llevas
una hora de metraje. Y no lo es por sus tramas argumentales, bien construidas y
poco rimbombantes, sino por su ubicuidad espacio-temporal y la sensación
equívoca de que las seis historias que nos cuentan van a coserse sin flecos
colgando al final de la proyección.
Lo primero que nos ofrece el film
es el anti-clímax total: un abuelo cebolleta contando marcianadas a la luz del
fuego. Hombre, no te digo yo que empieces con una explosión nuclear o una
violación en directo, pero algo un poco más sugestivo ayuda. Además el
marketing y promoción del producto es una oda a la publicidad ciega. Todo lo
que he visto anunciado de la película es un mísero cartel más o menos visible
con un diseño nefasto y poco atrayente. Si querían evitar colas masivas a las
puertas de los cines, han dado con la tecla. El título tampoco ayuda mucho. No
sé muy bien cómo habría que llamarlo, pero El atlas de las nubes no parece muy
atractivo. Será (SPOILER) un sexteto musical impresionante o un macrotelefonoscopio
post-cataclismo alucinante, pero para el que viene de fuera no cautiva
demasiado.
Superada pues una entrada poco
triunfal, se suceden los prolegómenos de cada uno de los lados que componen el
hexágono argumental, y aunque el espectador comprende todo, el esfuerzo de
disociar y discriminar cada trama, de recordar cada personaje y la tentación de
intentar relacionarlo con un antepasado o un descendiente del resto de las
historias puede acarrear cierta confusión.
Las diferentes historias se van
enriqueciendo hasta ofrecernos una visión panorámica de gran angular, como si
quitáramos el zoom del objetivo y el plano detalle se abriera hasta abarcarlo
todo. Los personajes no están directamente relacionados y lo que los conecta,
más allá de pequeños detalles no muy relevantes, son las “reencarnaciones” de
Tom Hanks, Halle Berry, Hugo Weaving, Hugh Grant y Doona Bae, entre otros. Algunas
de esas reapariciones mantienen cualidades similares mientras que otras son
diametralmente opuestas a sus “yos” anteriores.
La primera historia nos habla de
un abogado que acaba de cerrar un jugoso contrato con un esclavista, y de cómo
enferma en el viaje de vuelta y traba amistad con un negro fugitivo en 1849. La
segunda ocurre durante 1936 en Edinburgo y narra la colaboración artística
entre un prestigioso compositor venido a menos, decrépito y enfermo, y un
talentoso joven pianista homosexual. En 1973 una periodista descubre un informe
sobre las deficiencias de un nuevo reactor nuclear y las presiones y abusos de
las petroleras por silenciar la denuncia y esperar una catástrofe ambiental que
les devuelva la supremacía energética. Ya en 2012 un viejo editor literario
huye de los matones de un escritor mafioso y acaba siendo “encarcelado” en una
residencia de ancianos sin posibilidad de escape. Y un futuro de
ciencia-ficción nos muestra un Seúl comunista de neón acosado por el caudal de
los mares, la tiranía del pensamiento único y el despiadado aprovechamiento de
los humanos como materia alimenticia. Por último, tras “la caída” o cataclismo
de turno, unos pastores post-apocalípticos sobreviven a la violenta tribu
caníbal que les acecha mientras seres del futuro buscan el atlas de las nubes,
un potente telescopio capaz de pedir auxilio al espacio y evitar la segura
muerte de sus últimos miembros en la dañina atmósfera terrestre. De todas las tramas, las únicas que guardan
realmente relación son las dos últimas, aunque en otras se llega a insinuar que
de algún modo los protagonistas ya se conocen de otras vidas.
En lo que concierne al reparto,
la colección de personajes y el baile de maquillaje son de récord. Algunos
actúan hasta en seis roles diferentes, dispares y bien matizados, destacando
Old Georgie, Zachry, Luisa Rey, Robert
Frobisher o Somni-451.
Uno de los aspectos más cuidados
de la cinta es la transición de una historia a otra. Hábilmente trazada
mediante diálogos en off o escenas in crescendo, los directores usan también
otros recursos de naturaleza lógica. Así, el compositor homosexual lee la
biografía del abogado abolicionista. Su amante Sixsmith será quien revele el
informe del reactor a Luisa Rey cuarenta años después, y Somni-451 visiona en
video la espantosa prueba de Timothy Cavendish
ocurrida en 2012.
La fotografía es de gran
plasticidad, destacando los paisajes naturales y el uso responsable del
ordenador para crear la arquitectura visual del Nuevo Seúl futurista, excusa
suficiente para ver la película de por sí sin más expectativas. Aunque no
entendiéramos un carajo, el derroche estético ya merece la pena.
El tono de cada trama varía
ostensiblemente. Desde el realismo convencional de la América pre-secesionista a
la sensibilidad trágica del compositor en Edinburgo, pasando por la línea thrilleriana
de la conspiración nuclear y la atmósfera jocosa del editor en la residencia,
hasta el futuro alienante y aventurero de acción excesiva en Seúl y el misterio
post-cataclismo y las revelaciones antropológicas de las tribus hawaianas.
La música es equilibrada,
envolvente, bien encajada. Tal vez demasiado new age para escucharla fuera de
contexto, pero siempre acertada en el argumento. Eso sí: ¿Hacía falta que los coreanos
se echaran ese polvo? Probablemente tanto como degollar humanos una y otra vez.
La película hubiera sido igual de interesante sin esa crudeza visual y sin el
episodio erótico. Parece que para crear una obra de arte es necesario tetas y
gore. Pues no estoy de acuerdo. Me la hubiera creído igual.
En resumen, nos hayamos ante seis
películas en una, diestramente canalizadas, bien trazadas, con argumento de
sobra para convencer y con mensaje contundente hacia el desenlace de las
mismas: todo está relacionado. Lo que hacemos hoy tiene repercusión mañana. Y
cuando dejamos este mundo volvemos a él con otro cometido, pero con la misma
piel.