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Hablo, por supuesto, de esos deliciosos pasteles de erotismo con pezones como toppings: senos, tetas, pechos, peras, lolas, par de razones, perolas, (un calor que) tetorras, bustos, mamas, delantera o ubres. No hay curvas mejor puestas ni perdición más tentadora que dos de esas, ya saben, que tiran como dos carretas y más incluso. Los hombres (y algunas mujeres) matan por ellas, las soban con obscenidad, las besas con urgencia, pero sobre todo las contemplan con disimulo o descaro embelesador.
Una amiga me dijo un día: “Si quiero que un hombre me escuche me pongo un buen escote y ya verás tú si me atiende o no.” Debo contradecirla claramente. Ninguno atendemos. O mejor, desviamos la atención y el punto de mira unos veinte centímetros hacia abajo. No se puede evitar. Están allí y nos emborrachan de sólo mirarnos con esos penetrantes pezones que sólo les falta saber guiñar, pero que al paso que vamos seguro que lo aprenden.
Y las variedades: Infinitas, generosas, respingonas, de pezón de galleta, minúsculas, XXL, caídas, recauchutadas, empitonadas, pecosas, morenas con raya, sonrosadas, blancas como copo de nieve, prietas, expandidas, de coco, apropiadas, excesivas, peligrosas, sugerentes, prohibidas, de gimnasio, cubaneras, estriadas.
Nada fue más determinante que los senos para delimitar la frontera entre erotismo y pornografía. La primera corriente murió con el sexo explícito, las felaciones y los planos macro. La segunda desmanteló sujetadores y revistió a las tetas de sexo puro y muy duro. En los escotes revive esa primigenia sensación, no tanto de ver y recrearse, sino de imaginar dónde acaban las curvas y cómo se verán esos dos puntitos marcados a través de la blusa ceñida. Porque la imaginación a veces supera a la visión desnuda, y porque las mujeres no van en tetas por la calle pero sí asomadas al balcón. Palabra de honor. Y cuello cisne, francés, princesa, cuello de pico… No importa el tipo de escote; a menudo es carta de presentación de personas audaces y seguras de sí mismas.
Es complicado enfrentarse a unos pechos asomantes.
Personalmente no me gustan. No me entiendan mal. Me resulta sumamente incómodo tener delante dos pechos insolentes que me dicen “mírame” y unos ojos encima que vigilan a dónde disparo la vista. Qué bueno –muchos hombres me entenderán- cuando la rival gira la cabeza buscando algo lejos de mi campo visual, o comprueba la hora, escribe o baja la cabeza. Ese instante es fugaz, breve, efímero, eterno y delicioso. Recorrer el sendero misterioso con unos cristalinos curiosos, inocentes y avariciosos cuando el vigilante se ha marchado a hacer la ronda al otro lado del campamento equivale a descubrir el cofre del tesoro y poder tan sólo entreabrirlo antes de que vuelva el inoportuno guardián (normalmente guardiana).
Nunca he tenido muy claro si a las escotadas les gusta que les radiografíen o prefieren que les hagas el feo. Hace mucho que controlo mis miradas para no aterrizar eternamente en senos ajenos, pero los vistazos casuales no parecen obedecerme;
no importa lo inapropiada que sea la circunstancia o consideración social, siempre acabamos picando. ¿No podrían las damas llevar un invisible collarín que las dejara apuntando al cielo cuando nos hablan, o dotarnos a nosotros de unos buenos ojos compuestos con los que recrearse a gusto con un trozo de retina mientras el otro contesta visualmente a las impresiones de la interlocutora? El dilema parece infinito. Menos mal que las turgencias no morirán nunca y nos seguirán alegrando y perdiendo a la vez durante años y años de añorada inocencia, turbulenta adolescencia, apasionante juventud, reposada madurez y verderola senectud.
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Y las variedades: Infinitas, generosas, respingonas, de pezón de galleta, minúsculas, XXL, caídas, recauchutadas, empitonadas, pecosas, morenas con raya, sonrosadas, blancas como copo de nieve, prietas, expandidas, de coco, apropiadas, excesivas, peligrosas, sugerentes, prohibidas, de gimnasio, cubaneras, estriadas.
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Es complicado enfrentarse a unos pechos asomantes.
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Nunca he tenido muy claro si a las escotadas les gusta que les radiografíen o prefieren que les hagas el feo. Hace mucho que controlo mis miradas para no aterrizar eternamente en senos ajenos, pero los vistazos casuales no parecen obedecerme;
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