La censura mató pues a mi relato, pero gracias
a este blog pervive en el subconsciente blogosfero hasta el fin de los tiempos.
También aproveché el último día de clase, chumino como él solo, para leerlo con
los chicos. Nadie se sintió ofendido y les encantó, y todos los enfados nimios
eran por ser asesinados antes que el vecino. La venganza es un plato que se
postea frío.
Asesinato en el aula 20 (3/3)
NOTA: Todos los personajes y
situaciones de este relato son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es
pura coincidencia.
Violeta Cacao tuvo un mal presentimiento al
empezar la semana. Habían quedado los seis en la valla para no subir solos al
aula 20, pero no había aparecido nadie. Presionada por el profesor de guardia
de turno, decidió enfrentarse a su destino en modo individual. Subió sin temor,
sabedora ya de que nuevos cadáveres acentuarían su soledad. En cierto modo, ya admitía
que estaba condenada.
En el pasillo esperaba la primera víctima,
quizá la única que Violeta no esperaba. Era Lucía Cabello. La habían forzado a
venir al instituto en lunes, y semejante tortura le había resultado fatal. El
asesino era un sádico sanguinario y enfermizo, pero sabía bien lo que se hacía.
Por fin en clase, Cacao pudo reunirse con el
resto de chicas. Lástima que estuvieran un poco chamuscadas. Nerea Sol, Ylenia
Piquillo y Paula Trallazo permanecían inertes, sentadas sobre unas sofisticadas
sillas eléctricas importadas de alguna frankensteiniana aula de electricidad.
Tenían la cabeza llena de electrodos y un denso humo blanco flotaba lúgubre en
el ambiente. Bubacarr Sinsajo agonizaba en una mesa cercana, brutalmente encadenado
a una mesa.
–Las han… electro…cutado. Por decir tacos.
Cada vez que.. que deci-decían una palabrota la má… quina les soltaba una
descarga.
–Bueno, al menos habrá sido breve –argumentó
Cacao.
–S-sí, unos… segundos.
–¿Y a ti que te han hecho?
–Me han puesto… aquí… encade…nado… sin poder
sal…tar… n-ni correr… No lo soporto, Violeta.
–Lo sé, Bubacarr, cielo. Dime quién os ha
hecho esto.
–Amancio, el dire… director.
Y con tan reveladoras palabras, el muchacho
renunció a la vida. Violeta bajó rápido las escaleras y ganó el aula de música.
Ana Laguadaña tampoco estaba para muchas alegrías. Portaba unos auriculares
gordos, sangraba de los oídos y estaba fría como una muerta. Un sonido infernal
de Gemeliers intoxicaba el ambiente. ¡Qué desenlace tan horrible para tan
virtuosa criatura!
Decidida a aclararlo todo antes de que la
largasen, Violeta quiso llegar hasta Jefatura, pero unos fuertes brazos la
detuvieron antes. El director Amancio Esplugas la arrastró hasta su despacho y
cerró la puerta.
–A contarle todo a Esther.
–Pero… ¿a qué fin?
–¡Los has matado a todos! ¡Has sido tú!
–¡Oye, a mí no me grites que te expulso seis
días, eh? ¡Qué tiene que ver suprimir a 17 estudiantes con pegar gritos como
una loca, Cacao!
–Bueno, visto así… ¿Vas a matarme? –preguntó
Violeta.
–No, tú irás a tercero C el curso que viene.
–Pero, ¿por qué lo has hecho? ¿Por qué los
has asesinado a todos?
–Pues por los barracones prefabricados. El
año que viene mantenemos las vías y nos hace falta un aula de desahogo. Hemos
pensado que haya un tercero menos.
–¿Y para eso les das matarile a todos?
–Mujer, Violeta, piensa un poco. ¡No iba a
matar a los 28 de 2º A, con lo chungos que son!
–Ah, bueno, visto así… –asintió con tono
irónico–. Pero… ¿te estás oyendo? Te van a detener, a la cárcel vas a ir.
–No señora. Te equivocas.
–¿Ah, si? ¿Por?
–Pues porque ya han venido y se han ido por
el mismo sitio y de vacío. El inspector les ha tirado para atrás la orden de
detención.
–¿Por?
–No respondía al formato de Calidad. Tampoco
me habían dado una copia por escrito. Les han puesto dos “no conformidades”.
–Nada. Caso archivado y tengo un aula más
para desdobles y apoyos. Además, han llamado algunas familias de tus compañeros
fallecidos para darnos las gracias por todo.
–Oye, ¿y hacía falta ser tan sádico?
–Ah, eso no fue cosa mía. Fue una decisión de
equipo docente. Salió por unanimidad.
–¿Y Ana Laguadaña?
–Que le dabais pena, Violeta, después de todo
el mal que le habéis dado, y se puso muy brasas con salvar el grupo, y bla,
bla, bla… así que me la tuve que cargar también. Y venga, vete a clase que tienes
dos profesores esperándote, el titular y el de desdoble.
–¿Y qué voy a hacer, si estoy sola?
–Pues chica, lo de siempre, aprender, pero
sin circo.
Violeta Cacao subió a su destino con la mente
perdida en planes de futuro. Estaba un poco harta de compartir dormitorio con
sus hermanas. De repente, una sonrisa siniestra se dibujó en su rostro pausado.