Érase una vez una ley educativa nacida en un frío laboratorio frankensteiniano ubicado en los sótanos de La Moncloa. Tan horrible resultó que la llamaban ESO. Ni hombre ni mujer. Una cosa rara. Todos la repudiaron. Incapaz de encontrar oficio ni beneficio, y a expensas de ser aprobada, se prostituyó sin pudor ni remisión. Se acostó con la INDOLENCIA, se despertó con la CONNIVENCIA, y se pasó por la piedra a la AUTORIDAD, el ESFUERZO, la HUMILDAD y el RESPETO. Tuvo millones de vástagos. Cada uno más burro, inconsciente, vago, maca, chulo o mimado que el anterior.
Son los hijos de la ESO, y lo mismo invaden las calles a golpe de botellón que parasitan las aulas escurridos de sus sillas hasta sentarse con el omoplato. No conocen el usted ni el por favor. Se expresan mediante sonidos guturales, tatuajes imposibles, incómodos piercings y un vocabulario medio de doscientas palabras. Son aquellos que te pegan la lijada con el coche tuneao circulando a 90 km/h en pleno centro, esos mismos que abren la ventanilla en los semáforos para llamar tu atención con su chumba-chumba machacón; esos que copan las ediciones de Gran Hermano y justifican lo impensable; aquellos que le rayan el coche al profesor que les ha castigado en el instituto; los que se hacen futbolistas y se pegan quince años cambiando de peinado, de calientapollas y de vehículo sin llegar a finalizar los estudios secundarios, que se ponen a hablar y nunca dicen nada, los que se les cruza el cable y le abren la cabeza al de al lado de un patadón; los mismos que aparecen en Generación Ni Ni y ni siquiera tienen que actuar: son ellos en su salsa; los angelitos que duran en el curro entre una hora y dos días, porque “no se ven” recogiendo basura o levantándose a las seis de la mañana; hablo de los neng que igual le cosen a patadas a la ecuatoriana del metro que atropellan al señor que se le ocurrió pasear al perro en una recta de puta madre para hacer carreras a tope; los que ligan por Internet de modo freaknético, beben diez cubatas por cinco euros la noche en el parking del súper y ahogan las farolas en meados, los que miran al mundo con desafío y superioridad supina, desprecian la edad y viven al día.
A todos esos, que ni están leyendo esto ni lo entenderían, quiero quitarles (casi) toda la culpa. La culpa la tiene la ESO. Eso de promocionar de curso aunque hayas suspendido veintisiete; eso de llamar tonta a tu madre y que no te propine semejante hostia que des cuarenta vueltas a tus calzoncillos como en los dibus; eso de fracasar escolarmente y que papá te compre la moto; eso de salir en la tele conviviendo con nueve frikis como tú y conviertan tu mierda en oro; eso de que siendo niño insultes a un adulto y mamá te ría la gracia en lugar de exigirte prestas disculpas; eso de resultar deportista de alto nivel y ganar cien veces más que lo que nunca ganará un científico, un escritor o una cuidadora, cuando tú ni siquiera sabes lo que es la crisis; eso de que te duermas antes de un examen y mami te firme un justificante por enfermedad; eso de que te den dinero para que te vayas de casa por unas horas; eso de comprarte el ordenador para que te relaciones y “estudies”; eso de que no se te puede gritar, ni castigar ni pegar porque te deprimes y frustras; eso de cambiarte el móvil para tenerte controlado; eso de que mamá gallina te sobreproteja hasta que jamás conozcas la palabra “esfuerzo”. Eso es el problema, y pensar que será gente como tú la que me tendrá que cambiar los pañales cuando me orine encima.
A todos esos, que ni están leyendo esto ni lo entenderían, quiero quitarles (casi) toda la culpa. La culpa la tiene la ESO. Eso de promocionar de curso aunque hayas suspendido veintisiete; eso de llamar tonta a tu madre y que no te propine semejante hostia que des cuarenta vueltas a tus calzoncillos como en los dibus; eso de fracasar escolarmente y que papá te compre la moto; eso de salir en la tele conviviendo con nueve frikis como tú y conviertan tu mierda en oro; eso de que siendo niño insultes a un adulto y mamá te ría la gracia en lugar de exigirte prestas disculpas; eso de resultar deportista de alto nivel y ganar cien veces más que lo que nunca ganará un científico, un escritor o una cuidadora, cuando tú ni siquiera sabes lo que es la crisis; eso de que te duermas antes de un examen y mami te firme un justificante por enfermedad; eso de que te den dinero para que te vayas de casa por unas horas; eso de comprarte el ordenador para que te relaciones y “estudies”; eso de que no se te puede gritar, ni castigar ni pegar porque te deprimes y frustras; eso de cambiarte el móvil para tenerte controlado; eso de que mamá gallina te sobreproteja hasta que jamás conozcas la palabra “esfuerzo”. Eso es el problema, y pensar que será gente como tú la que me tendrá que cambiar los pañales cuando me orine encima.