![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiZdtBpFJZFJl3hcf6lVDWR0qLuoC7xlGKFTE9xkbgX220_7rZPKJx-z2bKlhN58IJEqi-b00ZlVhfEMCFyh8ZLtgVsdlAiRGb09gi-55sgAP-xzFjfaOdWqJvr6OsYvuelJfr4i_i6YC_m/s1600/2.jpg)
Evidentemente, si un sujeto
quiere revestir su ego de improperios variados, de animadversiones extremas, de
inquina en exceso, las técnicas son generosas. Puede ir por ahí pinchando a la
peña con un tenedor de trinchar, rayar con cutter la carrocería de los coches
recién estrenados, echar loctite en el líquido de lentillas, adelantar en un
atasco por el carril de aceleración o empezar la tortilla de patata por el
centro.
En esta ocasión me refiero a
técnicas más sutiles que aparcar en el carril bici o tirar colillas encendidas
a los carros de bebé. Estoy hablando de soberbia.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhBMZlEvVfaz9A0A-ni8PcVYLzziHykS6Vpdake_oLv8Qm3DI_vaH9M2HS-53t8Ebak54ykOpRWaNB17wUuqW_oFg6s3_hOfn_xmSmacyFrrNyhR9-HWJhMUiHQ5Sz9q8Y7CuWPDxqBE8cJ/s1600/3.jpg)
No hay pecado más imperdonable,
ni falta más inexcusable, que la prepotencia. Todo lo demás puede hacerse sin
querer o por enfermedad, poseído de oscuras fuerzas malignas o alienado por la
más absoluta desesperación. La altivez no. El que es un chulo es un chulo. No
son las gafas de sol ni la destreza de serie. Lo que hace odioso al prepotente
es la actitud. Porque uno puede manejar el carro con una pericia fernandoalonesca,
pero las derrapadas salvajes, el chumba-chumba con las ventanas bien abiertas y
los neones azules y hortericas, –que a mí me molan, pero parecen los reclamos
de un puticlub– son unos extras absolutamente innecesarios.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEic6kd90Tp6h2NMakbLZvvfMwdL8_Ezw-dgUoEpOw-1G5i-hSh7-BX0rzS_tkVA6Alltz0ftOJYWEUAJdmAwgCBwTiInEDRE4h4DKlg-R-aI7TNAStdpuXu7E5TXGs2RUhUgfnnmrZ7pK8W/s1600/4.jpg)
Y es curioso,
cuando el nini va con el buga a todo trapo y la máxima FM a reventar bafles, el
tío está convencido de que es guay y que el vulgo le observa admirado de su
supermúsica, de sus lijadas agresivas y de sus tuneados imposibles, mientras
los espectadores piensan que es un gilipollas integral, que molesta con sus
accesorios chonis e incomoda con su pose desfasada. No cuesta odiarlo. Si
tuviéramos un precipicio a mano no nos importaría darle un empujoncito hacia la
gloria.
Pero este pavo al fin y al cabo
no es sino un desgraciado con problemas de madurez adolescente. Nada que ver
con el estupendo. Éste no tiene abuela, y no es que su cosmovisión difiera de
la del resto del mundo, es que el astro rey de la galaxia es él y sus
circunstancias.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjiMc-TSibMcxB_yYgUql8Sc5AOV6M6A2fxQvxZtiwMI9hLw33GU8qDLHczzTSc8Jia8ZQQM6XYlEYwlKMU1MBESuastlQk1UHDtxBNDKPKM94aU61uSkKZB722mSrK4ydfuQaEx3soh6f-/s1600/5.jpg)
El estupendo suele hacer las cosas bien y podría llegar a ser
maravilloso, de manera objetiva, pero sus intentos por salir en todas las
fotos, ser el muerto en los entierros, la novia en las bodas, el feto en los
partos y el alma en las fiestas le hacen sumamente odioso, mucho más que el
sujeto anterior. No hace falta ganar siempre, ni decir la última palabra. Cada
ser inferior tiene sus propias inquietudes, sus pequeños universos vitales. No
se puede brillar en las órbitas ajenas, al menos, no en todas. El prepotente
estupendo tiene un problema serio. Tal vez tenga razón, incluso toda la razón.
Pero no se puede soltar con tanta soberbia. Es mejor borrar esa sonrisa
condescendiente cuando se afirma que uno ya ha pasado por ahí. A nadie le gusta
que se acompañe la superioridad con una mueca triunfalista de conmiseración.
Cuando se farda es mejor mantener el gesto grave, como si no te hiciera gracia
superar al otro, como si ganaras por obligación y no por vicio.
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La tercera opción para acumular
ingentes enemigos es ser Cristiano Ronaldo. No hay deportista más odiado ni con
mayor registro de méritos para ello. Así de primeras el chico tiene unos problemas
de autoestima tremendos. Imagino que ser querido, venerado, glorificado y
deificado hasta la redundancia debe alterar el sistema inmunosociológico, pero
de allí a autoatribuírse propiedades divinas y facultades insondables hay un
peligroso trecho. Este chico es buen deportista, tiene motivación y disfruta
jugando. Ya. No hay más. No es un ser terriblemente guapo, no es un futbolista
excepcional, y aunque sea francamente rico, es engañosamente desgraciado.
Cuando a uno le dicen seis mil veces al día que es increíble acaba por
creérselo, comienza a flotar en una nube de irrealidad y a flotar por encima de
las miserias ajenas. Todo en este muchacho es odioso, pero la culpa es nuestra.
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Teníamos que haberle dado dos hostias cada vez que metía un gol. Desde luego
cuando habla sube el pan. Habría que hacerle un bozal tan grande como a la difunta
Esperanza, Almodóvar o al ministro Wert. Lo cierto es que si el portugués
tuviera que tragar orgullo se moriría de un torzón. Tal vez es mejor sentirse
un gusano feliz que un pavo real insatisfecho. ¿De qué sirve tenerlo todo si no
te alegra el alma, mi querido ególatra?