Aguas blandas, de Ernesto Sierra
No sé si fueron las abundantes especies vegetales del texto anterior, las llamadas al orden de mi cansancio o la brevedad del relato, pero no consigo salir del diluvio universal en esta ocasión. Tal vez tenga que zambullirme un poco más aquí para poder mojarme en condiciones.
Segundo intento. Aguas blandas recuerda en tono y ritmo al relato anterior: abundantes descripciones, dibujos literarios y detalles para revestir una trama en la que parece que no pasa nada. A veces la riqueza de un texto no reside en qué nos cuentan, sino en cómo lo hacen. Ésta es la historia de una inundación, de sus gentes y de sus hábitos doblegados a la naturaleza. De precisión milimétrica y costumbrista, uno acaba la historia como el que pasaba por ahí y sólo ve unos fotogramas de la película.
La sed de Ícaro, de Jorge Biarge
Jorge vuelve a inspirarse en las tradiciones religiosas o mitológicas para ahondar en las relaciones humanas –en el caso que nos ocupa, en las paterno-filiales–. Este “pararrelato” viste y justifica las horas previas a la leyenda de Dédalo e Ícaro, sus motivaciones y sus anhelos. No contento con eso, y en pleno desparrame de osadía, el autor presenta a los personajes como principios dicotómicos de disciplinas artísticas y científicas, de naturaleza excluyente y acusadas hacia sus defectos: la dispersión, la estética y la belleza frente al pensamiento práctico, la lógica y la física. Al final, como siempre, los hombres se dividen en dos: y pongan tantas dicotomías como quieran, pero incluyan los de ciencias frente a los de letras. Y eso que se dice que todo el saber es integrador y está interconectado. Tal vez la pasión y la razón nunca podrán llevarse del todo bien.
El amor es más frío, de Sergio Perales
Hay muchos títulos que soslayan la realidad que su relato esconden. Otros delatan su naturaleza y atisban su desenlace con disimulado descaro. La historia que nos ocupa pertenece a la segunda categoría. Sergio está tan enamorado de Berlín como Bluma de Adler, la pareja protagonista de “El amor es más frío”. Por ambos motivos, el lector respira la atmósfera gélida del invierno alemán, la precisión germánica, sus métodos de investigación, su propia idiosincrasia, hasta su curioso sentido del humor. Sin embargo, ninguno de estos elementos se presentan tan terribles entre las páginas como la soledad que criogeniza los sentimientos, ésa que Bluma se empeña en compartir con todos como fórmula de acompañamiento y resultando en depresión colectiva. Leer esta historia no deja buen poso. No la recomiendo en días grises. O tal vez sí, pero si en ese instante les apetece inundarse en su propia miseria. Por lo demás, el desenlace es sorprendentemente redondo, y desesperadamente gélido. Aportar un componente mágico a la trama produce una sensación de desasosiego que no conseguirían una banda de psicópatas apostados tras la puerta. Para inquietar o entristecer no siempre hace falta un asesino o un niño llorando. La nostalgia también mata.
Vitezslav, el pintor, de Sergio Perales
Los actos más básicos y primarios son los más bellos. El instinto puede más que el raciocinio, es más sublime y da mejor en el cuadro o en la foto. Para un artista como Vitezslav, el placer, el dolor o la agonía esconden un potencial pictórico nunca igualado por una pose premeditada. ¿Todo vale en la búsqueda de la perfección artística? Para nuestro oscuro dibujante de gritos de Bohemia no hay respuesta, sencillamente porque nunca le hubieran formulado tan obvia pregunta.
Sergio hace, otra vez, un ejercicio de recreación histórica hermoso y certero. Refleja la sociedad subterránea de Praga y la convulsiona con trazos agresivos y colores sórdidamente desgarradores. La superstición y la amenaza de la muerte rondando sobre las cabezas de los secundarios hacen el resto. Para finalizar, un consejo: hagan el amor con derroche, pero sin excesos acústicos; a ver si el pintor y el griticultor van a formar una sociedad limitada intertextual de consecuencias inesperadas para los desenfrenados escandalosos.
Cachano, de Jorge Biarge
Sencillo, detallista, reflexivo, Cachano es tres textos en uno. Comienza con un prodigioso ensayo sobre una de las figuras más fascinantes de la mitología religiosa, su incidencia en el agnosticismo actual y su dudosa perdurabilidad en el futuro laico. Casi sin avisar, Jorge nos invita a visitar una de las ciudades más fascinantes del urbanismo europeo. Con una descripción poética, inspirada y detallada de miles y pequeños aspectos que sólo se sienten a pie de calle, el autor nos va ganando hasta introducirnos en el nudo de la acción: uno de los personajes menos fascinantes de este volumen, pero uno de los más reales. Vicente es de carne y hueso, tiene miedo, problemas y pocas soluciones. Hasta aquí puedo leer. Después el hombre acechará por las calles de su vieja urbe buscando salidas en los escenarios de la descripción y con un consejero tan vivido como el del ensayo del principio. Pero no se vayan todavía: el final también trae moraleja.
Aun después de muerto, de Jorge Biarge
La primera vez que leí esta pseudo autobiografía alternativa me quedé prendado. La segunda ha sido mucho mejor. La historia la escriben los vencedores. Pocas veces escuchamos a los que pierden. O peor, pocas veces oímos a los que aparentemente vencieron pero quedaron en una situación claramente inferior a la que disfrutaban antes del conflicto, fuera el que fuera. Que nadie se asuste: la historia no habla de belicismo. Más bien vuelve a jugarse con el tópico de lamentar que aquello que deseaste se hiciera realidad irrevocablemente. Hay que tener mucho cuidado con la felicidad por encargo. Cuando uno no se la gana acaba volviéndose una rémora eterna.
Jorge Biarge vuelve a un personaje histórico y le da la vuelta a su existencia, cuestiona sus motivos, analiza sus vivencias, y las reviste de una dosis de realismo empático que pocos son capaces de desarrollar. Tal vez esté escribiendo demasiado, pero el protagonista del relato, además de ser personaje de moda en la literatura contemporánea por sus condiciones sobrenaturales, me recuerda irremisiblemente a Connor MacLeod y a Queen cantando “Who wants to live forever?” El final deja abierto el debate con una cuestión interesante: ¿Quién te ha pedido que me salves? ¿Por qué no respetas mi muerte, mi suicidio o mi autodestrucción? Tal vez el libre albedrío debería contemplarse en espinosos dilemas de eutanasias, impulsos tanáticos y ganas de dejar de vivir. ¿No es eso la libertad? ¡Te obligo a ser libre! Qué paradójico.
No sé si fueron las abundantes especies vegetales del texto anterior, las llamadas al orden de mi cansancio o la brevedad del relato, pero no consigo salir del diluvio universal en esta ocasión. Tal vez tenga que zambullirme un poco más aquí para poder mojarme en condiciones.
Segundo intento. Aguas blandas recuerda en tono y ritmo al relato anterior: abundantes descripciones, dibujos literarios y detalles para revestir una trama en la que parece que no pasa nada. A veces la riqueza de un texto no reside en qué nos cuentan, sino en cómo lo hacen. Ésta es la historia de una inundación, de sus gentes y de sus hábitos doblegados a la naturaleza. De precisión milimétrica y costumbrista, uno acaba la historia como el que pasaba por ahí y sólo ve unos fotogramas de la película.
La sed de Ícaro, de Jorge Biarge
Jorge vuelve a inspirarse en las tradiciones religiosas o mitológicas para ahondar en las relaciones humanas –en el caso que nos ocupa, en las paterno-filiales–. Este “pararrelato” viste y justifica las horas previas a la leyenda de Dédalo e Ícaro, sus motivaciones y sus anhelos. No contento con eso, y en pleno desparrame de osadía, el autor presenta a los personajes como principios dicotómicos de disciplinas artísticas y científicas, de naturaleza excluyente y acusadas hacia sus defectos: la dispersión, la estética y la belleza frente al pensamiento práctico, la lógica y la física. Al final, como siempre, los hombres se dividen en dos: y pongan tantas dicotomías como quieran, pero incluyan los de ciencias frente a los de letras. Y eso que se dice que todo el saber es integrador y está interconectado. Tal vez la pasión y la razón nunca podrán llevarse del todo bien.
El amor es más frío, de Sergio Perales
Hay muchos títulos que soslayan la realidad que su relato esconden. Otros delatan su naturaleza y atisban su desenlace con disimulado descaro. La historia que nos ocupa pertenece a la segunda categoría. Sergio está tan enamorado de Berlín como Bluma de Adler, la pareja protagonista de “El amor es más frío”. Por ambos motivos, el lector respira la atmósfera gélida del invierno alemán, la precisión germánica, sus métodos de investigación, su propia idiosincrasia, hasta su curioso sentido del humor. Sin embargo, ninguno de estos elementos se presentan tan terribles entre las páginas como la soledad que criogeniza los sentimientos, ésa que Bluma se empeña en compartir con todos como fórmula de acompañamiento y resultando en depresión colectiva. Leer esta historia no deja buen poso. No la recomiendo en días grises. O tal vez sí, pero si en ese instante les apetece inundarse en su propia miseria. Por lo demás, el desenlace es sorprendentemente redondo, y desesperadamente gélido. Aportar un componente mágico a la trama produce una sensación de desasosiego que no conseguirían una banda de psicópatas apostados tras la puerta. Para inquietar o entristecer no siempre hace falta un asesino o un niño llorando. La nostalgia también mata.
Vitezslav, el pintor, de Sergio Perales
Los actos más básicos y primarios son los más bellos. El instinto puede más que el raciocinio, es más sublime y da mejor en el cuadro o en la foto. Para un artista como Vitezslav, el placer, el dolor o la agonía esconden un potencial pictórico nunca igualado por una pose premeditada. ¿Todo vale en la búsqueda de la perfección artística? Para nuestro oscuro dibujante de gritos de Bohemia no hay respuesta, sencillamente porque nunca le hubieran formulado tan obvia pregunta.
Sergio hace, otra vez, un ejercicio de recreación histórica hermoso y certero. Refleja la sociedad subterránea de Praga y la convulsiona con trazos agresivos y colores sórdidamente desgarradores. La superstición y la amenaza de la muerte rondando sobre las cabezas de los secundarios hacen el resto. Para finalizar, un consejo: hagan el amor con derroche, pero sin excesos acústicos; a ver si el pintor y el griticultor van a formar una sociedad limitada intertextual de consecuencias inesperadas para los desenfrenados escandalosos.
Cachano, de Jorge Biarge
Sencillo, detallista, reflexivo, Cachano es tres textos en uno. Comienza con un prodigioso ensayo sobre una de las figuras más fascinantes de la mitología religiosa, su incidencia en el agnosticismo actual y su dudosa perdurabilidad en el futuro laico. Casi sin avisar, Jorge nos invita a visitar una de las ciudades más fascinantes del urbanismo europeo. Con una descripción poética, inspirada y detallada de miles y pequeños aspectos que sólo se sienten a pie de calle, el autor nos va ganando hasta introducirnos en el nudo de la acción: uno de los personajes menos fascinantes de este volumen, pero uno de los más reales. Vicente es de carne y hueso, tiene miedo, problemas y pocas soluciones. Hasta aquí puedo leer. Después el hombre acechará por las calles de su vieja urbe buscando salidas en los escenarios de la descripción y con un consejero tan vivido como el del ensayo del principio. Pero no se vayan todavía: el final también trae moraleja.
Aun después de muerto, de Jorge Biarge
La primera vez que leí esta pseudo autobiografía alternativa me quedé prendado. La segunda ha sido mucho mejor. La historia la escriben los vencedores. Pocas veces escuchamos a los que pierden. O peor, pocas veces oímos a los que aparentemente vencieron pero quedaron en una situación claramente inferior a la que disfrutaban antes del conflicto, fuera el que fuera. Que nadie se asuste: la historia no habla de belicismo. Más bien vuelve a jugarse con el tópico de lamentar que aquello que deseaste se hiciera realidad irrevocablemente. Hay que tener mucho cuidado con la felicidad por encargo. Cuando uno no se la gana acaba volviéndose una rémora eterna.
Jorge Biarge vuelve a un personaje histórico y le da la vuelta a su existencia, cuestiona sus motivos, analiza sus vivencias, y las reviste de una dosis de realismo empático que pocos son capaces de desarrollar. Tal vez esté escribiendo demasiado, pero el protagonista del relato, además de ser personaje de moda en la literatura contemporánea por sus condiciones sobrenaturales, me recuerda irremisiblemente a Connor MacLeod y a Queen cantando “Who wants to live forever?” El final deja abierto el debate con una cuestión interesante: ¿Quién te ha pedido que me salves? ¿Por qué no respetas mi muerte, mi suicidio o mi autodestrucción? Tal vez el libre albedrío debería contemplarse en espinosos dilemas de eutanasias, impulsos tanáticos y ganas de dejar de vivir. ¿No es eso la libertad? ¡Te obligo a ser libre! Qué paradójico.
Ya lo tengo! Y me ha encantado.
ResponderEliminarHola,
ResponderEliminarSoy Sergio Perales, co-autor de DCM. Me gustaría agradecer a Drywater su crítica literaria, de gran valor por ser un trabajo de cirugía literaria que incita a la lectura de los relatos sin desenmascarar un ápice la originalidad, trama y demás elementos. A su vez, agradezco desinteresadamente a los lectores y a los potenciales lectores que tengan interés de leer la obra. Un saludo y ojo! Las moscas se han rebelado. Y la ira de los dioses tal vez ya no dé más de sí.
Hola,
ResponderEliminarSoy Jorge Biarge, un tercio del engendro teo-entomológico, del que tanto, y tan bien, ha "hablado" Drywater.
Suscribo las palabras de Sergio, de verdad. Es una gozada leer unas reseñas tan concienzudas (ya quisieran muchos que van de profesionales), de cada relato y con tanto respeto a su propio criterio, y al "secreto" que debe seguir guardando cada relato...
Muchas gracias.