Aquella mañana Largo coincidió con Cuadrícula en el baño. Mirando al frente, humedeciendo úricamente el miccionario, el agente Más Largo que un Día sin Pan intentó sonsacar a Cuadrícula de Excel.
–No te saldrás con la tuya –dijo el larguirucho.
–No tienes nada –respondió Excel mientras tiraba de la cadena. Sabía que el fragor de la cisterna ensordecería una posible grabadora oculta que pudiera llevar Día sin Pan en el bolsillo. No iban a cogerle mediante escuchas inocentes–. Pero pienso en cómo me has sacado del negocio. Pronto te devolveré el golpe. Y te aseguro que no lo olvidarás…
Luis Mateo Sanjuanes cerró la frase misteriosamente y se marchó dejando al poli de los pantalones por los tobillos con una doble indefensión. No podía replicar y tampoco irse con él. Aún tenía que cerrar el asunto. Intentó hacer dos cosas al mismo tiempo y se enganchó el pellejo con la cremallera. Contuvo el grito, estiró el gesto, dobló la entrepierna. Una lágrima sincera derrapó de su cristalino. Sentía miles de tijeras de podar circuncidándolo sin anestesia. Entró otro compañero. Largo fingió normalidad, lo cual magnificaba el dolor y prometía sufrimiento doble. La culpa era de Excel.
Día salió por fin a la rutina cotidiana. Ojos le esperaba con un cortado recién ordeñado de la máquina. No había nada más bonito que aquellos ojazos regalando ternura y café como excusa. Hablaron por un rato. Cosas intrascendentes pues Cuadrícula no andaba lejos. Que si Pan iba a regar con esos pantalones reglamentarios, que si Elfo quería escuchar el nuevo disco de Tako, que si bajarlo de Internet era un delito para Largo, y un extenso etcétera de trivilialidades diversas. Por mucho que Excel acechara y delinquiera impunemente, el amor de aquella policía colmaba a Largo y daba plenitud a su existencia.
Aquella noche todo cambió. Sota de Espadas levantó a Largo de la cama. Geriatriz había muerto en circunstancias violentas. Tenía los tímpanos reventados y sangraba por ambos oídos. Estaba cadáver sentado en su sofá y llevaba los auriculares profesionales puestos. Cualesquiera que fueran los sonidos que emitiera aquel reproductor, eran heraldos de muerte. Largo cogió el mp3 y se lo llevó al laboratorio. Se cuidó mucho de reproducirlo hasta asegurarse bien. Salió, cerró las puertas e insonorizó la habitación. A los 35 minutos los cristales saltaron por los aires. Decidió entonces abrir el reproductor en modo silencio: era el último de Tako. En la tercera canción el volumen subía un 5000% y un chillido ensordecedor agudo y estridente reventaba todo aquello que osara escucharlo.
Día sin Pan tuvo un mal presentimiento. Llamó a Elfo pero nadie respondió en su móvil. De repente aparecieron ¿Qué coño miras? y Bollitos Martínez con Centrifugada esposada. Si la pobre agente de patrulla ya daba miedo con esos pelos de lavadora, verla en pijama y sin atisbo de intentar peinarse, más las esposas a la espalda, añadía nuevos elementos de terror. Al parecer, ella fue la que había grabado el disco a Geriatriz. Juraba que se lo había dado Cuadrícula de Excel, pero nadie le creía. Largo lo hubiera hecho, pero llevaba seis minutos saltándose semáforos en rojo para llegar a casa de Elfo. Sabía que ella también tenía ese disco, y no contestar al teléfono sólo podía significar que hacía oídos sordos a su integridad física.
El agente estaba absolutamente desencajado. Ni siquiera llamó al timbre. Sabía que nadie le abriría. Tumbó la puerta de un patadón tan grande que las bisagras chillaron de dolor. Recorrió la casa con celeridad. Estaba en el dormitorio. Parecía dormida, pero ingentes cantidades de sangre brotaban de las orejas élficas de su amada. Unos cascos de los chinos certificaban el delito. Había sido el disco trucado de Tako. Centrifugada se lo había grabado también a ella.
La ambulancia llegó pronto. Unos seis años según le pareció a Largo. Los camilleros no pusieron buena cara al verla. Para unos seres tan acostumbrados al dolor, aquel era un indicio funesto. Tal vez ya estaba muerta. Sólo un febril latido se empeñaba en defender lo contrario. Día sin Pan se volvió a saltar la media docena de semáforos anteriores para poder escoltar al vehículo sanitario. Tenía la mirada desesperada. La estaba perdiendo.
Nadie creyó a Centrifugada. Su aspecto de mujer loca no le ayudaba en nada. Su disco, además, presa fácil de los internautas, causó siete muertes más y varios casos de sordera total o parcial. Sólo se salvaban los que escuchaban la tercera canción sin auriculares. Todos aquellos muertos y heridos fueron imputados a Centrifugada. Tal vez Largo hubiera podido ayudarla, pero en seis días no se movió del cristal de la UCI donde permanecía Ojos Almendrados de Elfo en coma inducido. El séptimo día Centrifugada se suicidó. Se hizo una soga con su mata de pelo y se ahorcó con aquellos cabellos rebeldes de esparto galvanizado. La comisaría de Proteger y Servir había perdido en una semana a cuatro efectivos: Día ausente y perdido, Elfo en coma severo, Geriatriz brutalmente asesinado, y Centrifugada autoejecutada tras causar la desgracia a sus compañeros. Mientras tanto, Cuadrícula de Excel se seguía repeinando con gomina.
Ufff, me cuesta seguir a tantos personajes. Pero tiene mucho ritmo. Ahorcarte con tu propio pelo, que sórdido...
ResponderEliminarUn saludo :)
Es buenísimo!!! tiene tanto movimiento que he tenido que leerlo dos veces para entenderlo XD!!! Originalidad en estado puro amigo!!! Y la imagen es arrebatadoramente perturbadora también...Me quito el sombrero artista!!!
ResponderEliminarUn beso enorme!!!