miércoles, 30 de septiembre de 2009

El Círculo de los Muchachos de Blanco, de Magdalena Lasala

Es un error generalizado el considerar óptimo un libro si su trama es brillante. No cabe ninguna duda de que un argumento inteligente enriquecerá la obra y enganchará al lector con apasionantes giros narrativos, pero ni mucho menos condena al resto de novelas a la pobreza literaria. El círculo de los muchachos de blanco pertenece a esa segunda categoría de novelas históricas donde ocurren pocas cosas. Los acontecimientos se suceden con un ritmo sosegado y suave, permitiendo pequeñas introspecciones en el dibujo personal de sus protagonistas, en sus pasiones y sus magníficos alardes de pensamiento filosófico y poético. Pintado sobre el lienzo del califato de Córdoba bajo los últimos años de gobierno del amirí Al-Muzaffar, el cuadro de la zaragozana Magdalena Lasala descubre miles de tonalidades en el multicromatismo de sus jóvenes estetas, arqueólogos de la perfección y la armonía entre palabras, ideas y belleza, ahora perdida.
La escritora parte del libro del poeta andalusí Muhammad Alí Ibn Hazm El collar de la paloma para extender sobre un precioso tapiz de experiencias los años mágicos de la adolescencia del mencionado escritor y su círculo de amigos, a los que Magdalena Lasala imagina de blanco impoluto al acecho de la pureza estética y la perfección estilística, recitando improvisados poemas por las abarrotadas calles cordobesas y atrayendo sobre sí una legión de féminas admiradoras de su frescura, prestancia y poesía.
Muhammad y Amir, junto con sus amigos Ubayd el burlón, Al-Tubni el lírico, Ishaq el fiel, Abú el guapo, Mugira el literato y Husayn el virtuoso viven el esplendor de la Córdoba califal desde su privilegiada posición de hijos de altos funcionarios, estudiosos de los preceptos poéticos y bajo la sabia docencia de grandes eruditos y poetas andalusíes. Los jóvenes, de entre 13 y 15 años, experimentan a su vez las pulsiones amorosas con la intensidad que confiere la adolescencia y las intrigas políticas en las que accidentalmente se ven envueltos. Todos ellos, de modo paulatino, van cayendo presos de profundos e incontrolables sentimientos para con las jóvenes muchachas que sujetan las riendas de sus corazones con la elegancia de un auriga griego.
Si bien el desenlace palaciego precipita la tranquila existencia de los ocho jóvenes, su deambular por cada página del relato les abre cientos de puertas de entrada hacia la edad adulta, empezando por la renuncia de Mugira hacia su pasión prohibida, continuando por el arrebato catárquico de Abú el guapo y acabando por el menguante escepticismo de Amir con respecto al amor y las muchachas.
El libro exalta las experiencias de la adolescencia como un preciado tesoro extinto y lleno de agradables momentos, y recuerda a modo de epitafio la belleza de contemplar el mundo con la sinceridad y ternura de la inocencia, donde los amigos, el primer amor y los ideales poéticos se graban en la majestuosa versificación de Muhammad Ibn Hazm y su círculo de amigos poetas. Ahí van algunas citas que Magdalena Lasala regala a Amir Ibn Suhayd, quizá el más complejo de sus “muchachos”:

“Te es más vital soñar con un empeño que alcanzarlo.” (pág 88)
“Seamos el círculo de los muchachos de blanco, estetas convencidos, estudiosos de los clásicos y admiradores de los cisnes.” (pág 48)
“El que se arriesga a vivir se adentra en un mundo de emociones que le enseñan a crecer a cambio de entregarse a sentirlas.” (págs 137-138)

martes, 29 de septiembre de 2009

La casa de Rico

Queridos Reyes Magos:

Quiero una casa como la de mi primo Rico. Sí, ya sé que su casa es tan grande como la mía, pero yo me refiero a lo de dentro. Os voy a contar cómo es para que podáis cambiarlo todo.

Rico tiene una habitación enorme. Aún no han quitado la cuna pese a que ya tiene seis años. Está llena de peluches y juguetes, teclados, ordenadores de críos, sonajeros, relojes de mayor, una guitarra eléctrica, un DVD portátil, estuches de 134 pinturas, cuentos y el barco pirata de Playmóbil. Muchas cajas están sin abrir. Rico ya no juega con nada de eso, pero cuando yo quiero sacar algo no me deja, dice que son suyos y que nadie los puede tocar. Por eso, si Baltasar pudiera coger sus cosas y prestármelas durante un año yo me pondría muy contento, además mi primo no se daría ni cuenta. La cama es enorme, y parece un barco pirata por el mástil, la escalera y la bandera de huesos. Si pretas los botones se oye al capitán: “Al abordaje, nenazas, pasmarotes de agua dulce.” En la mesa hay un ordenador con impresora y otro portátil al lado. Encima está la tele de plasma de 27”. Se ven 22 canales de dibujos animados, la Disney Channel y el Cartoon Networks. Me gustaría una tele así para el salón de mi casa, en la nuestra sólo se ve Telecinco y La 2, y a veces Antena 3 en blanco y negro.

Las puertas de la casa de Rico son super chulas. Dice mi tía que son de roble pero la madera ya casi no se ve: Están llenas de gomets y brochazos de tempera. En la de la calle se puede leer escrito con letras de pegatina: Rico Saldaña Pérez. Las paredes están llenos de sus dibujos, y son super bonitos. A mí no me dejan pintar en la pared, los rancios de mis padres.

El salón tiene una mesa de cristal enorme, pero siempre está contra la pared. Si no, no se podría jugar al futbolín de mi primo. Tiene otro futbolín pero que está bajo la cama porque es para pequeños y ya no lo usan. Me lo podían haber dado a mí que tengo dos años menos.

Antes me quedaba a dormir los viernes en casa de Rico, pero ahora ya no lo hago porque mis tíos hicieron tirar la pared y la habitación de visitas ya no existe. En cambio Rico tiene más espacio para la cama elástica y el mini gimnasio Feber. Podría dormir con él en su cama, pero dice que le agobio.

Este año por su cumple le han comprado un pony de verdad y un car como el de Fernando Alonso. Ya no quiere que vaya a jugar con él. Se pasa las tardes conduciendo por la terrazota esa entre el castillo hinchable y el columpio. Mi tía dice que son cosas de chicos, pero mi madre piensa que está muy mimado. Yo le digo a mamá que también quiero estar mimado y ella me abraza con fuerza. Yo lo que quiero es un columpio como Rico, y no tanto besuqueo.

A veces voy a ver a Óscar, el pony de mi primo. Se alegra mucho de verme, aunque el cuidador no me deje montarlo. Creo que su dueño se ha olvidado un poco de él. Ojalá fuera mi pony. ¡Le querría tanto!

Creo que a Rico le compran muchas cosas porque está muy triste. No para de llorar. Está siempre enfadado o gritando. El otro día su padre le trajo un móvil con videoconferencia y no lo quiso. Lo tiró por la ventana. Un gitanito se le llevó más contento que chupi.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Asco

Les voy a dibujar la historia cierta de un trepa. Que quede claro que no soy yo, que ya me hubiera gustado, pero para lamer culos hay que valer y a mí nunca me gustó esa mierda de sabor que tienen.
Por desgracia, creo, me tocó estudiar en un colegio concertado de curas. Lo de la religión era lo de menos. Lo malo era vivir cada día rodeado de pijos cabrones e indeseables con cocodrilos en el polo. Supongo que por ello prefiero mil veces a un pobre brutote que a un niñato repelente y quejón, por eso de la nobleza y el buen corazón tras las sucias mejillas en lugar de la hijoputez que esconde el segundo bajo la gomina.
Uno de mis compañeros, que no amigos, era Lucio. Su comportamiento caprichoso le hacía dejarme o negarme las pinturas cuando el estatus económico convertía material en escasez u opulencia. Con frecuencia hablábamos, pero nunca dejé de ser un elemento menor al que ningunear cuando aparecía cualquier otro más popular.
Lucio era muy propenso a dialogar con los profesores, mucho más de lo que a cualquier otro le gustaba. No tengo claro si eso derivó en que él aprobase el COU y yo fracasara estrepitosamente merced a mis propios deméritos, pero ya por entonces su fama de pelota y maestro del cambiazo le hacía famoso entre el colectivo.
Un buen día supe que una o dos veces a la semana Lucio frecuentaba la residencia particular de nuestro inepto profesor de Historia y Arte con fines didácticos. Don José Bragado López era un auténtico hijodeputa. Jamás explicaba y se limitaba a leer en clase sus apuntes a máquina y hacer someros comentarios sobre lo que ponía en ellos. Cualquier duda que el curioso le planteara la solventaba ridiculizando al sujeto hasta dejarlo a la altura del betún. No me cabe ninguna duda de que Don José tenía graves problemas de autoestima y manía persecutoria. Sentía que el alumnado buscaba reírse de él y para contrarrestarlo ejercía un despotismo maquiavélico y desmedido resumido en la siguiente cita: “Prefiero que me tomen por malo que por tonto.” El tal gualtrapa seleccionaba cuidadosamente a sus alumnos de repaso atendiendo a la presunta solvencia de sus familias y les “aconsejaba” tomar clases particulares de refuerzo con él, y así completaba el salario el muy cabrón. Pese al secretismo que insuflaba a sus actos, y la discreción de los elegidos, la noticia se acabó filtrando hasta mis oídos aunque nunca trascendió a la masa.
Lucio consolidó su fama de copión durante la filología hasta el punto de sacarse la licenciatura sin grandes esfuerzos. Después vinieron oficios varios hasta que aterrizó, oh sorpresa, en cierto colegio concertado de curas dirigido, por aquel entonces, por (oh sorpresa II) un inepto profesor de Arte e Historia cuyos únicos méritos docentes eran imponer disciplina mediante el terror. Debo admitir que en un momento de debilidad laboral y moral llegué a mandar mi curriculum a semejante antro esperando una oportunidad apelando a mi pasado educativo y bla, bla, bla. Hoy puedo presumir que nunca me llamaron y que dicha indiferencia me salvó de convertirme en todo lo que no quería ser. A día de hoy Lucio continúa su vida de mentira en ese centro educativo pichi, deshumanizado, falso y terriblemente hipócrita. Hace poco he tropezado con su recuerdo y me he caído de bruces de asco. Hay cosas que no tienen precio. Para que te enchufen en un colegio concertado de esos que escogen a dedo a antiguos alumnos pelotas y subvencionacaprichos, MasterCard.

martes, 22 de septiembre de 2009

Senectud

Soy un hedonista de la psique bajo los efectos de las sustancias y sus revelaciones oníricas y alucinatorias. Vivo en un mundo que trasciende las convenciones de éste.


Esto ya es otra cosa. Ahora empiezo a vivir de veras. Hace tres meses fue mi fastuosa jubilación. Al menos había seis mil quinientas personas. Sobre todo jóvenes. Algunos lloraban, otros se arrancaban los pelos de gozo, todos se quedaban con la boca abierta al verme pasar. Los chicos decían “¡Quiero ser como tú!” y las mozas me tiraban bragas de Disney y piropos varios. Creo que hasta veintisiete me pidieron matrimonio. Pobres. Tiene que ser muy duro tener veinte años y ver cómo todos te desprecian. Me parece inhumano tenerlos encerrados en colegios y universidades porque desde que nacen hasta que trabajan nadie quiere hacerse cargo de ellos. Les parecen molestos, sucios y terriblemente gritones hasta los tres años, y excesivamente repelentes desde entonces hasta los dieciocho. Casi no se encuentran trabajadores que quieran hacer de canguros para ellos. Es tan decadente. Yo en cambio no me puedo quejar. Los cuidadores se pelean por trabajar con nosotros. Y eso que sólo tengo sesenta y seis. Los ancianos de noventa están todavía mucho más cotizados. Cuando cumpla setenta y cinco podré ir a la residencia vip. No entiendo por qué pero somos una referencia para todo el mundo. Supongo que será por la edad, el poso y la experiencia. ¿O tal vez por las plateadas canas y las hermosamente marcadas arrugas? Fíjate que es injusto. Cuando no controlamos los esfínteres pasamos de estrellas mediáticas a megadioses. En cambio los bebés son repudiados precisamente por lo mismo. Ya casi no nacen niños. Nadie quiere cargar con ellos veinte o treinta años. Si la humanidad no desaparece es porque han prohibido el aborto y todavía vienen algunos por descuidos. Menos mal. Comprendo que son una carga pero hay que sacrificarse un poco para que todos puedan llegar a viejos y convertirse en miembros honorables como yo. Cielos, creo que viene el rey. Qué pesado. Que espere, tienen que acabar mi dentadura de diamantes.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Carrefour va a salvarnos a todos

Olé tus huevos. Hace falta tener cojonazos para abanderar la ecobiodegradabilidad después de haberla plastificado durante una cuarentena de años, y más cuando los únicos verdaderos motivos de tamaño vuelco son estrictamente económicos.
Durante lustros nos han vendido los compuestos plásticos cómo paradigma de desarrollo y progreso: barato, higiénico, impermeable, práctico, global. Las plasticosas bolsas desbancaron al voluminoso carro de tela y al envoltorio pobretón de estraza. Su funcionalidad se ha expandido hacia las misiones más insospechadas: Continente de desperdicios varios, cesto improvisado de moras, hato de alimentos, cubreescayolas de ducha, ingente despensa móvil de arroces matrimoniales, paraguas de emergencia, asfixiador de jefes, esposas y millonarios, guardapolvo de ropajes invernales, sufrido cofre de juguetes, impermeable de sudorosas mudas, suculento plato de migas para palomas, etc.
Que de repente las bolsas sean malas me resulta extraño. Primero, porque durante toda mi vida han sido buenas. Segundo, porque no son nocivas en sí; es el ser humano el que las convierte en desecho inmortal por un uso inadecuado de las mismas. Y si no, qué esperan para equiparar la energía nuclear, los pañales de bebé y el red bull a la categoría de productos fecales.
Carrefour no lucha contra la contaminación, lucha contra la imagen de racanería que va a producir su decisión de sustituir sus muchas aunque baratísimas bolsas de plástico por papel de cobro al consumidor. Que nadie se lleve a engaño. Éstos buscaban reducir costes. Y la única manera de prescindir de un servicio al cliente es vestirlo de buenas intenciones mediante una muy oportunista campaña de marketing. El medio ambiente les importa un carajo.
Los envases de polietileno y compañía seguirán precintando besugos, patés, cereales, juguetes, condones, móviles, folios, lejías, revistas, papayas y cuchillas de afeitar. Si hasta las muñecas hinchables son de látex. El plástico no contamina, lo hace el hombre. Y si Carrefour ya no me proporciona bolsas para echar la basura compraré en Mercadona o acudiré a las negras de toda la vida, pero pienso seguir consumiendo el mismo mundo plastificado que me han vendido hasta ahora.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Disfuncionarios

Ir a firmar contrato en el servicio provincial de educación tiene su aquel. Eso de llegar a las nueve de la mañana con todo ya preparao y terminar a las 11:40 te deja mucho tiempo para pensar. Deducir que una cosa es ser maestro y otra muy distinta funcionario administrativo. Preso de mi aburrimiento he cronometrado a una tipa que tengo fichada cuando se iba al café. Café durante la jornada laboral, no descontada del horario. A los 37 minutos me he cansado de esperar su retorno entre el goteo incesante de tramitantes. No sé si habrá vuelto a los 40 minutos o aún sigue por ahí. En cualquier caso cabreaba verlos pasar en grupos de a cuatro mientras sólo 3 pavos daban el callo al otro lado del mostrador y más de 500 hacíamos entre 2 y 5 horas de cola.

No vayan a pensar que hablo por cotillear. Sé lo que digo. Hace años, durante treinta días, fui funcionario administrativo. Bueno, técnicamente sólo era un trabajador temporal contratado para aprobar o denegar becas de comedor escolar atendiendo a la documentación que presentaba la familia. Eso me garantizaba estatus de trabajador de la administración pública. Es decir, jornada de 8 a 3, aunque nosotros evidentemente sólo cobrábamos 7 horas prorrateadas (y muy rateadas). El descanso del almuerzo eran 40 minutos, dentro del horario, insisto. Nadie nos controlaba. Tan solo un encargado se pasaba media hora al día a marujear y a no meternos nada de prisa. Este detalle es importante: Cobrábamos por días hasta fin de solicitudes. Por eso es de suponer que nos apremiaran, ¿no? Pues no. Aquí se curraba a ritmo de funcionario y el tajo de quince días lo estiramos hasta hacer cuatro semanas y arreglar el mes. Nadie nos metió prisa. Todos, funcionarios o temporales, llegaban tarde, felices y despreocupados. De hecho, yo empezaba leyendo el 20 minutos y hasta las 8:30 no cogía un puto impreso.

Hoy he revivido todo eso desde el otro lado y he recordado que me equivoqué de funcionariado. Éste es el que paga. Te da de sí para coger depresiones por aburrimiento y coleccionar muñecas de porcelana. La docencia es sólo caprichos de la vocación.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Cinco minutos

Marta recorría los pasillos del instituto con el sigilo de un fantasma; aun así, cada pisada parecía retumbar con el peso de un elefante africano. Proyectaba la mirada al infinito, escapando quizá de los miles de ojos reprobatorios que desnudaban su ser con saña malintencionada. Sus compañeros callaban al verla aproximarse. Ella sentía cómo la escudriñaban con agreste descaro o leve disimulo. Luego se comunicaban con guiños cómplices. La situación era insostenible. Por eso a nadie sorprendió cuando una mañana se presentó desnuda con las nalgas prietas y los senos empitonados y comenzó a increpar a todos: “¡Fariseos, cotillas, malintencionados, hipócritas, capciosos, envidiosos, malvados, vampiros, patiños, megos, estúpidos… sólo espero que alcancéis eso por lo que vivís… y podáis moriros de asco!”
Ningún adulto se atrevió a cubrir sus partes pudendas, y ningún chico lo lamentó. Pudo soltar su arenga en plena desnudez mientras los chavales se amontonaban en los quicios de las puertas y en los petados pasillos del instituto para recrearse y soñar con sus curvas. Ellos no entendían de traiciones ni de condenas públicas, tan sólo veían que la profe de lengua estaba como un queso y sin envoltorio.
Por fin llegaron los efectivos policiales y taparon los sugerentes contornos de Marta ante la incómoda tensión de docentes y el abucheo de escolares. El equipo directivo no cursó denuncia alguna, tal vez sintiéndose culpable y partícipe de lo sucedido. Los padres sí cargaron duramente contra la “literafurcia”, pero sus causas siempre fueron sobreseídas. Marta fue inhabilitada como funcionaria del estado pero no ingresó en psiquiatría. Nadie de arriba lo creyó acertado. Especialmente con la que estaba cayendo. Simplemente se quedó en casa cobrando el paro y pensando en las extrañas y a la vez maravillosas circunstancias que le habían llevado a una situación tan desconcertante.
Era una guardia en el gimnasio. Sencilla. Sin complicaciones. Los chicos de 3ºA habían exprimido la hora jugando a baloncesto. Ya se habían marchado todos menos Saúl no sé qué, que se había empeñado en ducharse. Era muy fuerte hacerlo sabiendo que al otro lado del tabique esperaba Marta la de lengua, que estaba más rica que la brisa de mayo. De repente un crujido subido de decibelios los paralizó. El cielo se abrió. El sol entró por todas partes. La cubierta se vino abajo. Marta perdió el conocimiento. Cuando despertó estaban semienterrados en escombros. Pudo ver a Saúl desnudito y enjabonado mirándola asustado. No paraba de llorar. Le echó la culpa al jabón en los ojos. Marta intentó olvidarse del rojo goteo incesante de su frente abierta. Tranquilizó al muchacho. No podían moverse. Las piernas de la profesora y el torso de él se engarzaban en laberínticos hierros. Era un milagro que no hubieran muerto aplastados. La luz se tamizaba constante entre más y más hierros. Parecía un panteón funerario de hormigón y acero. Al menos, eso le pareció a Marta. Comenzaron a tejer un vínculo de eternidad. Pasaron las horas y Saúl empezó a aceptar que morirían allí. Ella lo había asumido mucho antes. Nadie los había echado en falta. Nunca saldrían vivos. Llevaban muchos minutos intimando. La mujer le había contado, por petición del zagal, su primera vez. Cuando llegó su turno, el muchacho admitió que no había nada que contar. Rompió a llorar otra vez. Le daba rabia morir sin haberse estrenado. Marta le consoló recordando su corta edad. Él lloró con más pena. Nunca había metido mano a una chica. Ni tan siquiera había palpado una teta. Ya tenía quince años. Su voz sonaba triste y resignada. Sabía que se morían de olvido y asco. Ella soltó la mano del adolescente que tan fuerte pretase durante tantas horas. Se quitó el tirante opuesto y mostró un sujetador blanco con puntilla. El pezón se marcaba con solvencia. Saúl no lo creía. Marta bajó el sostén y mostró un seno sonrosado, redondito, perfecto. Después tomó la mano sudorosa de Saúl y la puso sobre su pecho expectante. Estaba caliente, suave y palpitante. Ella le dijo: “Ahora no podrás decir que moriste sin haber palpado un seno”. Saúl la miró alucinado y sorprendido y adivinó en sus ojos una mezcla de complicidad, excitación y muchísima ternura. El pezón que apretaba como si fuera el mando de la play era la aventura más emocionante de su limitada vida. Ni siquiera le importó que la sangre le pusiese el pito gordo. Marta sonrió con condescendencia y le dijo: “Tal vez en otra vida, Saúl”. El manoseo fue tan intenso como breve. Cinco minutos después oyeron voces de megáfono y miles de sirenas. Marta agradeció que la caballería llegase a tiempo. Saúl no sabía si era tarde o no. Tampoco podía decidir si prefería una vida virgen o una muerte empezonada. En ningún caso pudo elegir: Se repuso en pocos meses.
Fue muy complicado explicar por qué la docente llevaba un pecho al aire manchado con las huellas inequívocas de unos dedos polvorientos. Especialmente difícil cuando ella no quiso dar explicaciones. ¿Por qué no se tapó cuando empezaron a retirar escombros? ¿Acaso se le olvidó su delicada situación con un alumno de tercero completamente desnudo y erecto a medio metro? Los rumores se propagaron durante meses. Marta Ciembres volvió a las siete semanas al instituto. Todo el mundo la crucificó. Al chico le costó tres meses y medio reincorporarse a la rutina escolar. Fue jaleado como un héroe sexual. Nadie sabía qué había pasado, pero todos elucubraban como si hubieran estado entre los malavenidos hierros del gimnasio. La situación se hizo insufrible para ella. Se ganó el cachondeo de los alumnos y el desprecio, indiferencia o reprobación de los profesores. Para él no era mucho mejor, pero en el peor de los casos aparecía como una víctima o un conquistador. Al final Marta perdió la batalla con la moralidad colectiva y se destapó a gusto.
Pero no acabó aquí la historia. Tras aquel bochornoso espectáculo de nudismo y juramentos varios, noventa y seis vídeos de móviles de diferente duración, peso y perspectiva mostraban a la titular de lengua caminando en porretas por el centro educativo e increpando a otros profesores que se escondían bajo sus gruesas gafas, las batas blancas manchadas de tinta y el poso magistral del pudor y la decencia. Los videos fueron colgados en la web y descargados en millones de ordenadores. Marta Ciembres se convirtió en la pornoprofe, y fue jaleada y llevada a los altares del imaginario colectivo; su cuerpo inigualable alegró calendarios de cartera y cabinas de camioneros, talleres de coches y cuarteles de soldaditos. Corrieron miles de leyendas urbanas sobre su persona, incluso una aseguraba que había vuelto a impartir en Teruel. Aquel curso se triplicaron las matrículas en los institutos turolenses. También se le había visto en varios clubs de carretera, haciendo películas pornográficas, incluso acompañando a Berlusconi. Y su fama duró tantos años que desbancó a Marilyns, Brigittes y Claudias. Aquellas imágenes permanecieron inalterables mientras ella se camuflaba en las arrugas y la sabiduría que traen de serie. Seguro que cuando decidió salir a la calle ya nadie la reconocía.
Sigo teniendo pelo, pero entre gris y cano. Mi hija me ha hecho abuelo por segunda vez, la muy coneja. Soy un jubilado feliz. Y desde hace unas horas soy un jubilado mucho más feliz. Ayer fui un rato al parque y me senté, como siempre, frente al cartel inmortal de Marta Ciembres desnudita con los brazos en jarras, los pezones rojos y el depilado brasileño. Creo que fue ahí cuando empezaba a despotricar contra el mundo adulto. Hay que admitir que, pese a estar hecha con un iPod, es una foto buenísima, que Marta está muy guapa. Por eso se hizo la imagen más popular del siglo XXI. Bien, estaba recordando los hechos de aquel 29 de enero cuando una pareja de ancianos se quedaron mirando la foto a la par que cubrían ligeramente con sus siluetas el rasurado pubis de mi admirada Marta. La mujer hablaba con voz calma y timbre embriagador, y el tono del caballero era impetuoso y tímido a la vez. Esa cualidad sonora era única en el mundo. Era Saúl. Saúl como se llamase. Él. El chico que lo empezó todo. El que palpó con agonía y deleite el seno izquierdo de la profesora más hermosa en un instante desesperado, casi místico. Pero mi sorpresa se quedó en nada ante la que me dio ella: Era Marta. Los tres nos tomamos un café riquísimo, lleno de dulzura y recuerdos.
Marta permaneció en su casa 167 días sin salir ni asomarse a la ventana. Después comenzó a dar breves paseos nocturnos. Once meses después de su salida del instituto aceptó una oferta de prejubilación a la baja del Ministerio de Educación. El gobierno temía por su imagen dado que la de la profesora no se debilitaba sino que se hacía más y más fuerte. Entonces apareció Saúl. Vino con todo. Le juró amor eterno. Sólo tenía dieciséis años. Y Marta pensó que con una ya valía. Lo largó y le prometió amor eterno y unos polvos de muerte al cumplir los 18. No tuvieron que esperar tanto. Saúl ayudó a Marta a mudarse a Argentina. Ella se llevó pocas cosas: libros y un muchachito de 17 años y dos meses. Fueron muy felices: los besos, incontables; los polvos, abundantes. Durante sesenta inviernos no pararon de ver a Marta desnudita por todas partes. Nunca nadie la reconoció.
Marta fue cinco minutos al lavabo. Saúl me miró con esos ojos de pillo que ponen los chicos cuando están salidos y me dijo: “984.457”. No lo entendí. Él amplió: “Son las veces que he acariciado el pezón izquierdo de Marta”. Le devolví una sonrisa tierna pero cómplice, que acabó en una risotada verderona. Hasta la camarera se escandalizó. A nosotros no nos importó un carajo. Tan sólo éramos dos abuelos salidorros que crecieron con el felpudo embelesador de una maestra de ensueño.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Zombies

Soy un hedonista de la psique bajo los efectos de las sustancias y sus revelaciones oníricas y alucinatorias. Vivo en un mundo que trasciende las convenciones de éste.


Ayer fui a ver una peli de zombies. El argumento era típico y trilladísimo: Los muertos en vida vagan por la pradera olisqueando flores y cantando con la guitarra acústica. De improviso aparecen un negro y una rubia hijoputas y empiezan a morderles. Los zombies ni siquiera huyen despavoridos, son felices como las vacas que pastan a su vera. Pero aquellos que reciben la fatal mordedura vuelven a la vida y se transforman en horribles hijosdeputa con suave cutis o rubias de bote con exceso de colágeno en los labios. Y ustedes dirán, “es que las personas son así, lozanas y hermosas”. Claro, claro, pero también se tornan agresivas y sedientas de sangre de los no-muertos. Al final los pérfidos humanos consiguen dar bocados a todo bicho viviente, o eso creen: En la última escena se ve un niño zombie empanado con una flor en la boca y haciendo con los dedos el signo inequívoco de “paz y amor”. Esto huele a secuela…

sábado, 5 de septiembre de 2009

La muerte y el gore


Hace pocos días debatíamos un grupo de amigos sobre el significado de los extintos rombos televisivos que antañamente jalonaban los ángulos superiores de nuestras aparatosas telefunken. Si bien chivaban la perniciosa presencia de violencia y sexo, siempre pareció la teta más peligrosa que la sangre.

Hoy en día se ha avanzado mucho o poco según el caso. Los desnudos y la sexualidad explícita no han evolucionado sustancialmente, incluso podríamos vaticinar que los filmes eróticos han desaparecido y que su lugar masturbatorio lo ocupan las coreografías coitales que son las películas porno. La violencia, por el contrario, sí ha teñido los plasmas con una viscosidad insospechada, cumpliendo un ceremonioso ritual mortuorio. Sin embargo, relacionar violencia y muerte es a veces un mal negocio.

Cuando yo era niño las películas de aventuras, vaqueros, caballeros, detectives, soldados y espadachines garantizaban un vínculo directo entre acción y defunción. Las espadas mataban y los tiros abatían. Las grandes excepciones un tanto ridículas eran “El coche fantástico” y “El equipo A”, donde siempre conseguían noquear sin herir o atropellar sin fracturar. Mis soldaditos de plástico americanos siempre vencían a los japoneses sin hacer prisioneros, y eso nunca me creó ningún trauma. Tampoco cogía la katana que tenía colgada en mi habitación y me dedicaba a mutilar vagabundos. La muerte en el cine era una cosa y la realidad otra muy seria. Nunca oí de nadie que mezclara ambas cosas.

De repente aparece la violencia adscrita a la muerte, y lo que antes se filmaba con un tiro y un bandido que caía al suelo, ahora es un primer plano de una frente chorreante de tomate y unos ojos perdidos entre el horror del túnel y el dolor insufrible de sentir los sesos quemarse. Ya en westerns como “Hasta que llegó su hora” cambiaban los nobles disparos sin mancha de “Los siete magníficos” por balazos en el ojo a quemarropa. Ejemplos no faltan, e incluso trilogías tan famosas e inocentes como “Star Wars” insinuaban una enfermiza obsesión por la amputación de brazos a golpe de sable láser.

Otros casos sorprendentes son el anime “Los caballeros del Zodiaco” con su multiderrame de leucocitos o los largos de Tarantino y compañía tipo “Kill Bill”, “Pulp Fiction” o “Desperado”.

La muerte es, existe y vivimos con ella. Se hace necesario aceptarla como soportamos los ladridos del perro del vecino o los lunes por la mañana. Simplemente va incluido en el precio de vivir. Lo que es gratuito es verla de cerca y con saña, oler la carne chamuscada de los quemados en un incendio o recrearnos en el tetris de carne y hierros que forman los accidentes de tráfico. Todo eso sabemos que está ahí, pero alguna gente especialmente vulnerable no debería transformar su morbosa curiosidad en pesadillescos recuerdos, porque luego pasa lo que pasa. Las guerras, los descuartizamientos y las torturas son asuntos demasiado graves para mostrarlos con alegría y rigor informativo, simplemente porque hay que tener la cabeza muy buen puesta para observar todo eso y dormir bien, o no empezar a destripar gatos en el callejón. Una vez más, parece que el cómo se dice es mucho más relevante que el qué se dice.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

La Prensa Marrón

La organización de este espacio literario ha decidido, de manera unilateral y no consensuada, modificar el cromatismo lingüístico de la expresión “prensa rosa” hasta un mucho más apropiado “prensa marrón”, sin perjuicio de las acciones legales que ello pudiera acarrear. Los criterios de cambio de tan ilustre término obedecen a parámetros descriptivos: es una auténtica mierda.
La cantidad de horas televisivas y de parásitos que viven de dos toreros, tres cantantes y cuatro nobles es indecente. Las matemáticas se retuercen hasta obrar el milagro de convertir la escoria mediática en gruesos talonarios de abundantes euros. Resulta cuando menos escandalosamente pornográfico para el trabajador medio cotejar el valor pecuniario de sus esfuerzos respecto al caché de la ex del hermano del torero cuya mujer le escupió al vizconde ruso que tuvo un hijo secreto con la extra de una película española de serie B del año 70 sobre el franquismo.

La clasificación vampírica del corazón tiene varios chupabotes:

1- Famosos por sí mismos. En el peor de los casos, están ahí por deméritos propios. Normalmente aceptan el juego y maman de la burra como todos, especialmente porque esta actividad les reporta muchos más dividendos que su ocupación habitual. La lista es interminable pero recoge registros muy variopintos: Presentadores, modelos, domadores, biólogas, madres coraje, actrices porno, condes, alcaldes, tonadilleras, masacratoros, princesas, futbolistas, periodistas deportivos, viudas de España, artistas, hechiceras, playboys, baronesas, cantantes, nietísimas, tenistas, peluqueras, etc.

2- Familiares directos de famoso. El número de ellos se multiplica exponencialmente. Pueden llegar a contarse hasta quince sanguijuelas mediáticas vampirizando del tirón del personaje público (véase apartado 1). Algunos hacen sus pinitos con chorradas varias como regentar garitos, cruzar pasarelas con menos gracia que una avestruz con muletas, grabar discos infames que avergonzarían a la factoría OT (que ya es decir), salir en bolas en Interviú, “escribir” libros de automemez; pero básicamente hablan y hablan como si cada palabra pronunciada tintinease con el sonido del dólar cayendo en su zamarra de imitación.

3- Conocidos circunstanciales. No están ahí por designio natural. Ellos solos han decidido formar parte del circo tocándoles los huevos a los famosos, a menudo en sentido literal, para contagiarse del gen rosa y pregonar sus gracias después. El grado de lateralidad puede llegar hasta encumbrar al novio anónimo de la amiga del famoso que lo fue por casarse con fulanita de España y América. Otra vez, la cantidad de mamarrachos que pueblan esta sección da para muchos bidones de gasolina y una sola cerilla encendida a tiempo.

4- Frikis. El último grito en terror audiovisual. Estos no conocen la fama ni por nacimiento, parentesco ni relación sentimental. Sencillamente sacan impulsos tan denigrantes y avergonzantes que trascienden los límites del anonimato. Bien podrían dividirse en dos tipos: Casposos y concursantes de “realities” (Operación Triunfo, Supervivientes, Hotel Glam –impagable-, Gran Hermano, La casa de tu vida o Mujeres y Hombres). Joder, lo que es capaz de hacer la gente por salir en el medio. Decidir cuál de las dos categorías merece mayor número de arcadas es probablemente una cuestión insondable. Está claro que los casposos dan mucha más grima, pero es que los otros están tragados de que son muy pero que muy estupendos, y que conocen la psicología humana, cantan como un puñado de ángeles capados (aunque no tengan sexo), hacen fuego con dos ramas de palmera y enamoran a todo bicho viviente con su abrumadora personalidad. Con todo, ¿cómo olvidarse de Yurenas, Rapeles, Pocholos, Yoyas, Danteses, Dinios, Efrenes, Malenas y Berrocales? Llevo años intentándolo sin suerte.

5- Periodistas carroñeros. Mis preferidos. Maman como los demás pero además se envuelven de un halo de dignidad y laboralidad. No cabe duda de que están trabajando, pero eso no quita que su ocupación sea una puta mierda, carente de ética y muy poco enriquecedora, todavía más cuando se autoproclaman paradigmas de la verdad y la justicia y pelan al personal desde una manida superioridad moral. Cuando opinan parece que sientan cátedra. Sentencian, rumorean, atacan, describen, perdonan, cuestionan, juran, vomitan, patinan y dan patadas al diccionario con la misma facilidad que los famosos hacen montajes para llegar a fin de mes. Impagables. ¿Quién ha sido el imbécil que les ha dado la licenciatura en periodismo a esta panda de incultos prepotentes y perdonavidas?

Para finalizar, la gran culpable de todo esto: La audiencia. Sin ella el share se iría a tomar pol culo y la publicidad dejaría de subvencionar estas armas de destrucción masiva. ¿Quién cojones ve está noble selección de “televisión sociológica”, parafraseando a la meaduchas? Pues mucha gente. Mucha. Marujas, estresados, haraganes de sofá, abuelas de calceta, publicistas, adolescentes con problemas de autoestima, embarazadas con tiempo libre, masocas, hasta escritores de blog con esposas o madres enganchadas a dichas bazofias. Ya se sabe que sarna con gusto no pica, pero esta parrilla televisiva es tan nociva y poco edificante que debiera ser prohibida de por vida como la pedofilia, el fraude fiscal o la cesión al portero. Sin debates ni posicionamientos. Borrada de un plumazo y sustituida por documentales de la 2 y reposiciones de Verano azul. Cualquier cosa menos eso.
Tal vez la telebasura cubra un vacío emocional, libere al espectador de sus problemas y concentre el odio interpersonal en personajes acreedores de dichos sentimientos, mitigando mediante el morbo que generan los impulsos negativos del oficinista cansado y de la maruja harta de frotar el kimono de la niña. Quizá necesitamos odiar a alguien y toda esta trouppe tiene todos los boletos, porque además se lucra con ello y en cantidades muy escandalosas. Quizá Dios los inventó como creó a las suegras, las manchas, los árbitros, las multas, los lunes o el polvo; simplemente porque todos necesitamos algo o alguien a quién aborrecer o criticar. Pero sobre el cotilleo hablaremos otro día.