Les voy a dibujar la historia cierta de un trepa. Que quede claro que no soy yo, que ya me hubiera gustado, pero para lamer culos hay que valer y a mí nunca me gustó esa mierda de sabor que tienen.
Por desgracia, creo, me tocó estudiar en un colegio concertado de curas. Lo de la religión era lo de menos. Lo malo era vivir cada día rodeado de pijos cabrones e indeseables con cocodrilos en el polo. Supongo que por ello prefiero mil veces a un pobre brutote que a un niñato repelente y quejón, por eso de la nobleza y el buen corazón tras las sucias mejillas en lugar de la hijoputez que esconde el segundo bajo la gomina.
Uno de mis compañeros, que no amigos, era Lucio. Su comportamiento caprichoso le hacía dejarme o negarme las pinturas cuando el estatus económico convertía material en escasez u opulencia. Con frecuencia hablábamos, pero nunca dejé de ser un elemento menor al que ningunear cuando aparecía cualquier otro más popular.
Lucio era muy propenso a dialogar con los profesores, mucho más de lo que a cualquier otro le gustaba. No tengo claro si eso derivó en que él aprobase el COU y yo fracasara estrepitosamente merced a mis propios deméritos, pero ya por entonces su fama de pelota y maestro del cambiazo le hacía famoso entre el colectivo.
Un buen día supe que una o dos veces a la semana Lucio frecuentaba la residencia particular de nuestro inepto profesor de Historia y Arte con fines didácticos. Don José Bragado López era un auténtico hijodeputa. Jamás explicaba y se limitaba a leer en clase sus apuntes a máquina y hacer someros comentarios sobre lo que ponía en ellos. Cualquier duda que el curioso le planteara la solventaba ridiculizando al sujeto hasta dejarlo a la altura del betún. No me cabe ninguna duda de que Don José tenía graves problemas de autoestima y manía persecutoria. Sentía que el alumnado buscaba reírse de él y para contrarrestarlo ejercía un despotismo maquiavélico y desmedido resumido en la siguiente cita: “Prefiero que me tomen por malo que por tonto.” El tal gualtrapa seleccionaba cuidadosamente a sus alumnos de repaso atendiendo a la presunta solvencia de sus familias y les “aconsejaba” tomar clases particulares de refuerzo con él, y así completaba el salario el muy cabrón. Pese al secretismo que insuflaba a sus actos, y la discreción de los elegidos, la noticia se acabó filtrando hasta mis oídos aunque nunca trascendió a la masa.
Lucio consolidó su fama de copión durante la filología hasta el punto de sacarse la licenciatura sin grandes esfuerzos. Después vinieron oficios varios hasta que aterrizó, oh sorpresa, en cierto colegio concertado de curas dirigido, por aquel entonces, por (oh sorpresa II) un inepto profesor de Arte e Historia cuyos únicos méritos docentes eran imponer disciplina mediante el terror. Debo admitir que en un momento de debilidad laboral y moral llegué a mandar mi curriculum a semejante antro esperando una oportunidad apelando a mi pasado educativo y bla, bla, bla. Hoy puedo presumir que nunca me llamaron y que dicha indiferencia me salvó de convertirme en todo lo que no quería ser. A día de hoy Lucio continúa su vida de mentira en ese centro educativo pichi, deshumanizado, falso y terriblemente hipócrita. Hace poco he tropezado con su recuerdo y me he caído de bruces de asco. Hay cosas que no tienen precio. Para que te enchufen en un colegio concertado de esos que escogen a dedo a antiguos alumnos pelotas y subvencionacaprichos, MasterCard.
Por desgracia, creo, me tocó estudiar en un colegio concertado de curas. Lo de la religión era lo de menos. Lo malo era vivir cada día rodeado de pijos cabrones e indeseables con cocodrilos en el polo. Supongo que por ello prefiero mil veces a un pobre brutote que a un niñato repelente y quejón, por eso de la nobleza y el buen corazón tras las sucias mejillas en lugar de la hijoputez que esconde el segundo bajo la gomina.
Uno de mis compañeros, que no amigos, era Lucio. Su comportamiento caprichoso le hacía dejarme o negarme las pinturas cuando el estatus económico convertía material en escasez u opulencia. Con frecuencia hablábamos, pero nunca dejé de ser un elemento menor al que ningunear cuando aparecía cualquier otro más popular.
Lucio era muy propenso a dialogar con los profesores, mucho más de lo que a cualquier otro le gustaba. No tengo claro si eso derivó en que él aprobase el COU y yo fracasara estrepitosamente merced a mis propios deméritos, pero ya por entonces su fama de pelota y maestro del cambiazo le hacía famoso entre el colectivo.
Un buen día supe que una o dos veces a la semana Lucio frecuentaba la residencia particular de nuestro inepto profesor de Historia y Arte con fines didácticos. Don José Bragado López era un auténtico hijodeputa. Jamás explicaba y se limitaba a leer en clase sus apuntes a máquina y hacer someros comentarios sobre lo que ponía en ellos. Cualquier duda que el curioso le planteara la solventaba ridiculizando al sujeto hasta dejarlo a la altura del betún. No me cabe ninguna duda de que Don José tenía graves problemas de autoestima y manía persecutoria. Sentía que el alumnado buscaba reírse de él y para contrarrestarlo ejercía un despotismo maquiavélico y desmedido resumido en la siguiente cita: “Prefiero que me tomen por malo que por tonto.” El tal gualtrapa seleccionaba cuidadosamente a sus alumnos de repaso atendiendo a la presunta solvencia de sus familias y les “aconsejaba” tomar clases particulares de refuerzo con él, y así completaba el salario el muy cabrón. Pese al secretismo que insuflaba a sus actos, y la discreción de los elegidos, la noticia se acabó filtrando hasta mis oídos aunque nunca trascendió a la masa.
Lucio consolidó su fama de copión durante la filología hasta el punto de sacarse la licenciatura sin grandes esfuerzos. Después vinieron oficios varios hasta que aterrizó, oh sorpresa, en cierto colegio concertado de curas dirigido, por aquel entonces, por (oh sorpresa II) un inepto profesor de Arte e Historia cuyos únicos méritos docentes eran imponer disciplina mediante el terror. Debo admitir que en un momento de debilidad laboral y moral llegué a mandar mi curriculum a semejante antro esperando una oportunidad apelando a mi pasado educativo y bla, bla, bla. Hoy puedo presumir que nunca me llamaron y que dicha indiferencia me salvó de convertirme en todo lo que no quería ser. A día de hoy Lucio continúa su vida de mentira en ese centro educativo pichi, deshumanizado, falso y terriblemente hipócrita. Hace poco he tropezado con su recuerdo y me he caído de bruces de asco. Hay cosas que no tienen precio. Para que te enchufen en un colegio concertado de esos que escogen a dedo a antiguos alumnos pelotas y subvencionacaprichos, MasterCard.
Estas "artes" enchufipedagógicas deben estar a la orden del día, según dicen los entendidos. Es el mundo del horror, profesores que sodomizan y alumnos que desean ser sodomizados, con el fin de ser un sodomizador futuro y torturar más aún, y con ánimo de venganza cruel, cuando el poder llene su vanidosa alma de mierda. A mí también me repelían esos alumnos falsos que jugaban al margen de la ley y que, en el fondo, tenía personalidad cero, normal, se autoanulaban por interés te quiero Andrés. Yo, pese a ser buen alumno, tenía mi rebeldía interior que exteriorizaba cuando alguno de esos profes mequetrefes me sacaba de quicio. No lo podía remediar. Con el tiempo, de algunos ex-compañeros que sigo alguna vaga pista, veo que su caricatura ha encajado como un puzzle; el que apuntaba ser un gilipollas nato lo ha corroborado con los años. Cóbrese.
ResponderEliminarAl leer tu entrada me he puesto a rebuscar en mi memoria algún Lucio y no me viene a la cabeza ninguno, aunque algún compañero y profesor hijoputas he tenido.
ResponderEliminarBuffff, el mundo iría mejor sin esos tipos de especímines... no creo se de la suerte de que se extingan... Nunca he servido para ser un lameculos y en lo que a ti respecta: colegio de curas y trepas pelotas... menos mal que nunca te llamaron...
ResponderEliminardirty saludos¡¡¡
Hola pasaba por aqui y despues de leerte un rato, es obligado saludor :)
ResponderEliminarSaludos de ArenA
Yo odio a muerte a los trepas y a los lameculos. En mi colegio concertados de monjas no faltaba el grupo de las Tipiquillas, como las llamábamos, que eran las que le chupaban el culo a las monjas para conseguir favores. Y en la uni algún buitre que otro he visto. Si de algo me enorgullezco, es de conseguirlo todo por méritos propios, sin lamer culos ni llorarle a nadie.
ResponderEliminarUn saludo,
Deprisa
menos mal ke no te llamaron. si no, no me habrias konocido...
ResponderEliminarBuaf¡¡¡ En mi colegio monjil muchos profesores eran familia, y había alguna que otra inepta que no se como la tenían contratada.
ResponderEliminarMucho me temo que jamás nos libraremos de estos bichos, pero al menos no soy uno de ellos.
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