La Factoría Disney es una fábrica
de sueños tremendamente mojigatos. Es como si los dibujantes y guionistas
trabajasen luego de haberse emborrachado con Mimosín. Luego pasa lo que pasa,
que El Llanero Solitario o Piratas del Caribe vomitan ingenuidad y candor porque
están ebrios de moñez.
Ese espíritu virginal era el
santo y seña de los tebeos de la casa en los años 70 –Dumbo, Topolino, Don
Miki, Don Donald–: personajes planos, predestinados a la gloria, inclinados a la
riqueza o acariciados por la (buena/mala) suerte, tocados por la varita de la
sagacidad, la astucia o la avaricia, pero siempre entrañables. A veces en
exceso.
Para compensar la sobredosis de
candidez –la muerte de la madre de Bambi hizo mucho daño–, y para cambiar el sino
perdedor del Pato Donald, cuyas aventuras acababan siempre de modo tragicómico,
el guionista Guido Martina y el dibujante Giovan Battista Carpi crearon en Disney Italia a Paperinik, conocido en
otros países como Superpato, Superduck o Patomas.
El nombre original, Paperinik, resulta de declinar a Paperino –Donald en
italiano– hacia la terminación de un afamado antihéroe de los 60, el ladrón
Diabolik. Otras influencias notables en el personaje fueron Batman, el Zorro,
Fantomas o Arsene Lupin.
La idea de oscurecer a Donald fue un acierto argumental. Los niños
italianos y españoles de la época agradecieron la transformación notable de sus
aventuras. Condenado a ser el adulto inmaduro y egoísta de la familia Pato,
siempre a la sombra tiránica de Tío Gilito e intelectualmente humillado una y
otra vez por la mayor preparación académica y scout de sus sobrinos, el pobre
Donald acababa las historietas cornudo y apaleado, con frecuencia derrotado por
Narciso Bello, o de comparsa de la gloria millonaria de Gil Pato y con su
inteligencia emocional en grave entredicho.
En el primer episodio de Patomas, Donald recibe por error la propiedad de
una mansión abandonada como primer premio una lotería a la que nunca llegó a
jugar, y que en realidad le había tocado a Narciso. En lugar de devolverla, el
eterno perdedor decide apropiarse de la parcela, llamada Villa Rosa, sin saber
que perteneció a un insigne ladrón de otra época. En un nuevo giro del destino,
Donald halla el diario secreto de su antiguo dueño, Fantomius, donde se revela su
doble vida –haragán de día y vengador de noche–, así como todos los secretos de
la casona, y opta por seguir sus pasos. Para ello cuenta con la inestimable
ayuda y complicidad de Eugenio Tarconi que, homenajeando al arquetipo de
científico chiflado, mago o hada madrina de turno, incorpora los artilugios
mecánicos de Fantomius al coche de Donald. También le surte de otros
dispositivos y gadgets durante su dilatada carrera criminal sin ningún tipo de
dilema moral ni sombra de duda.
Villa Rosa es dinamitada por error, pero Donald ya tiene en su poder el
traje de vengador, y Eugenio construye bajo su casa un subsótano secreto que le
servirá como refugio y almacén de todas sus armas y equipamiento delictivo.
La primera época de Patomas es sin duda la mejor. Las tramas son descaradamente
amorales, con un antihéroe cuyo comportamiento es discutible y sus motivaciones
alejadas de toda justicia más allá de cierta equidad social. Así, Donald roba
la recaudación del museo de cera de Gilito sólo para devolvérselo a la
población de Patolandia, o desintegra los mismos documentos que lo desahucian
por no pagar el alquiler y evita así que lo echen, sin contar con la
apropiación indebida de Villa Rosa o sus desavenencias con su primo Narciso
Bello, siempre solventadas mediante su alter ego ganador.
La actitud ambigua de Patomas resulta de un magnetismo definitivo para
los países donde Paperinik fue un éxito, en especial Italia y España. El
personaje es mucho más inteligente que en su vida ordinaria, su expresión denota
sagacidad y mayor confianza en sí mismo, sin contar con la alevosa ventaja de
sus gadgets: las botas de muelles, el coche repleto de artilugios, la pistola
desintegradora, los caramelos que borran la memoria, los prismáticos voladores,
el eugenicaballo, el cinturón cohete, las gafas de visión de largo alcance…
Con el paso de los años y la involución social se consideró que el
personaje no era políticamente correcto. Donald no podía darse al crimen para
justificar su vida parasitaria y su falta de esfuerzo para buscar un trabajo.
Por eso las tramas fueron suavizándose, o aclarándose paulatinamente. Si al
principio Patomas era un ladrón de guante blanco o un Robin Hood ocasional,
pronto sus objetivos dejan de ser los ricos en general o sus abusivos familiares,
y acomete empresas de mayor empaque legal. Poco a poco va adaptándose a los
tiempos y lucha por la ecología, la sociedad o directamente contra el crimen,
perdiendo mucho de su atractivo. El Patomas original era un tebeo con una
perspectiva adulta, pero progresivamente el guión se irá orientando a
entretener y educar a un tiempo, pensando mucho más en el público infantil y
abandonando la ambigüedad que rodeaba al antihéroe. En su última época se
enfrenta a marcianos y enemigos de la humanidad en genérico, diluyendo del todo
el interés que suscitó el diabólico vengador al principio de sus días.
El dibujo también se resintió del cambio de visión. Los primeros
episodios de Patomas ocurrían siempre de noche, con trazos sencillos y nítidos,
predominio del azul marino y el negro, con esa eterna media luna firmando el
cielo. La sonrisa perversa e inteligente de Patomas inunda la atmósfera y se
hace hincapié en sus diversos gadgets, los cuales le otorgan cualidades
sobrehumanas. Los enemigos del principio son claramente inferiores en poder,
pero esa manifiesta superioridad del héroe no le resta atractivo. Al contrario,
fue esa sensación de suficiencia lo que dotó al personaje de tantos adeptos
deseosos de que Donald ganase por fin, hasta el punto de buscar entre las
páginas de cada Topolino las historietas de Patomas por encima de las aventuras
de ratones o patos.
Con el devenir de los años el trazo se hizo menos cuidado, más
infantiloide, con mayor detallismo pero alejado del tono oscuro y romántico del
principio. Se echa en falta que la viñeta respire por culpa del exceso de
estímulos visuales y de bocadillos de diálogo. Los colores son más claros y las
figuras más reducidas. Las tramas además han acelerado considerablemente las
viñetas. El espíritu original se ha perdido.
Pero quedan las historietas clásicas. Ésas no morirán jamás y su poso de inocente perversidad permanecerá inalterable al cambio climático, las olimpiadas o los tsunamis. Tal vez estamos faltos de malicia ingenua en lugar de tanta bondad descarnada. Quizá Patomas trajo una complicidad rebelde y torpe que el cincel inexorable de la vida se ha encargado de esculpir hasta desnudar la niñez y revestirla de desencanto tallado a golpe de experiencia.
Pero quedan las historietas clásicas. Ésas no morirán jamás y su poso de inocente perversidad permanecerá inalterable al cambio climático, las olimpiadas o los tsunamis. Tal vez estamos faltos de malicia ingenua en lugar de tanta bondad descarnada. Quizá Patomas trajo una complicidad rebelde y torpe que el cincel inexorable de la vida se ha encargado de esculpir hasta desnudar la niñez y revestirla de desencanto tallado a golpe de experiencia.
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