Pocas, poquísimas cosas son tan bellas como un amanecer de
fuego. El cielo se suaviza, desde la más perversa oscuridad hasta un infinito
azulado lleno de posibles. Puede que el tapiz celestial esté despejado, o al
contrario, que densos nubarrones emborronen el firmamento.
Si el alba es clara y nítida, poco hay que soñar en la
jornada que empieza. Aparecerá el huevo frito sin más orgía cromática que el
paso de la negrura monocorde al índigo uniforme. Pero si amanece entre
cúmulo-nimbos algodonosos o estratificados cirros, colocados al azar por un
dios cuya existencia ni siquiera podemos determinar –si es un gordo calvo
sedente o una mujer sanguinaria de múltiples brazos, un hippie clavado a un
aspa, un triángulo de ojo vigilante, incluso si no puede iconizarse–, en este
segundo caso se abrirá el telón de los sueños. La luz podrá filtrase a través
de paréntesis de caprichosas tonalidades. En un lienzo azul, naranja, rosa o
violeta pintará el destino algodón de colores. Probablemente todo suceda antes
de que aparezca el rey, ésa es la rara combinación entre arquitectura celeste,
luz solar y el instante en sí. Por eso cada amanecer es diferente a todos los
demás, porque nunca rompe el día a la misma hora, porque el cielo recoge
distinto los vestigios cada mañana. Un amanecer dramático es preludio de
emociones intensas. Pero no siempre ocurren por fuera. A veces alborea por
dentro.
Los atardeceres tienen todas las connotaciones poéticas y
estéticas de los anteriores, con dos importantes salvedades. Al ocaso, todo
sucede al revés. El cielo se rasga en incontables colores a partir de la luz y
no en busca de ella. Ya no es una impresionante ceremonia de apertura; esta
vez, se cierra el cortinaje y todo muere en azul marino luego negro. La segunda
diferencia tiene mucho de simbólico. Un amanecer es un premio sin haberse
ganado las lentejas, un pago por anticipado, un desayuno no sudado. Un
atardecer, por el contrario, representa el fin de la jornada, la hora bruja, el
comienzo de los sueños cuando los duendes merodean y las hadas deambulan.
Cuando realidad y ficción se superponen, difuminan y confunden. Cuando ya se
puede empezar a imaginar. El trigo está recolectado; la obra, acabada; el bebé,
cambiado y el trayecto, hecho. La jubilación diaria y crepuscular es un hecho
irrefutable y absolutamente merecido. Tal vez tras la estampa rosa y las nubes
en ignición sólo venga la desolación, la soledad y la desesperación, pero si
hay un momento del día que tiene magia, ése es, paradójicamente, la noche. Al
fin y al cabo, la muerte de la luz filtrada entre caprichosas nubes no es sino
cubrir la existencia de un manto de estrellas. Ningún albor puede presumir de
acabar el espectáculo con destellos de plata que duran hasta la próxima aurora.
Quedarse con el alba o el ocaso dependerá muchas veces
de los hábitos del espectador. Una persona diurna posiblemente contemplará
muchos más amaneceres, o al menos los cogerá con más gusto, brillará en la luz
y dibujará esculturas con las nubes. Si el sujeto es nocturno será el atardecer
el que dé el pistoletazo de salida a un universo onírico de sombras y mitos. Si
debo posicionarme, para mí, un atardecer siempre será mejor, más intenso, más
romántico y más epitáfico que un amanecer, salvo en las alegorías de la
existencia humana, donde el alba siempre será el verano de la vida, y el
crepúsculo sólo ocurre en el invierno de la senectud.
Vaya, que poético...Me gusta la cantidad de calificativos y analogías que has empleado en esta entrada y desde luego, esa vena romántica desconocida para mi en tus escritos...Yo también prefiero los atardeceres, sin duda alguna me resultan más sugerentes, atrayentes y como bien dices, son más románticos.
ResponderEliminarUn abrazo Drywater
Pero vaya sorpresa... si has mostrado la vena romántica... Precioso escrito.
ResponderEliminarBello escrito, quizá donde hayas resaltado más que generalmente esa pequeña introducción poética a la que no nos tienes acostumbrados.
ResponderEliminarSi las imágenes son preciosas los amaneceres son impactantes. Y, quien no haya visto un amanecer, una puesta de sol y no haya quedado prendido en ellos es que realmente....se habrá fijado poco.
Me ha entusiasmado tu entusiasmo.
Un abrazo.
Ambos tienen su aquel. Depende de mi estado de ánimo me gustan más los amaneceres que los atardeceres o viceversa aunque es hermoso disfrutarlos ambos.
ResponderEliminarAbrazos.
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