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Mal consuelo es para muchos
resignarse a que en lugar de llevar gafas por astigmatismo en los ojos pudiera
venir un cuervo de crianza y arrancárselos de las cuencas. Pero ocurre. A veces
las cosas que aparentemente no pueden empeorar se caen al mismísimo infierno. Y
ahí, en el calor del averno, uno recuerda su mal menor como la mayor de sus
esperanzas no retornables.
“Ah, pero lo que has vivido no te
lo pueden quitar”, dices. Pues sí. Viene un Alzheimer desmemoriado y se lo
lleva todo, sin preguntar, sin avisar, y sin ápice de nostalgia alguna. Las
cosas siempre van a peor, he afirmado en ocasiones. Lo que nunca he
puntualizado es que pueden ir a pésimo. Son esos casos en los que dices “qué
putada” y dejas de comprender el mundo. Cómo escoge el hacedor las desgracias
no lo sé. Alguno habrá torturado niños en
otra vida, o serán los dados de Muerte y de Muerte-en-vida –véase la “Rima del
anciano marinero” de Coleridge– los que se jueguen la desgracia ajena al azar
más arbitrario.
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Sólo el hombre intenta clasificar
la excelencia, valorarla en términos absolutos, premiarla y darle palmaditas en
la espalda a quién creemos que la rayó. Hasta allí llega nuestra arrogancia
barata que parece colonia en frasco gordo. Y sólo nosotros determinamos qué nos
merecemos y qué no, estimando qué nos ocurrirá en un futuro cercano “porque nos
lo hemos ganado”. Somos unos ingenuos.
Pero mientras te llega la llamada
de Del Bosque, el Óscar, la reina del baile de graduación, el millón de visitas
en la web, los quince minutos de fama de Andy Warhol, la medalla al cuello
mientras silban tu himno, el soplar de velas, el aplauso del campus, la
estrella en el Paseo de la Fama,
el “vendida la 7º edición” de tu libro… recuerda que casi nadie lo consigue, y
que por cada uno que llega a la cima hay cincuenta ya no que se quedan por el
camino, sino que se despeñan por el barranco interminable mientras se preguntan
por qué el destino se cebó con sus destartalados traseros.
Por todo ello, si te han echado del trabajo, tu novia el pibón te dejó, tu hijo saca treses en tutoría, se te ha jodido el coche, te han subido el IBI, nadie quiere comprar tus cuadros a 3 euros cuando te han costado 15 sólo en materiales… recuerda que tienes hijo y casa, que no hay una ceguera que te impida pintar, que
tienes piernas para ir
caminando, que hay más mujeres que trabajos y que todavía tienes unos padres
maravillosos con una cama que lleva tu nombre. Si ya eres huérfano, sin techo,
ciego, discapacitado, desempleado, sin hijos ni pareja… conozco un sitio en el
Puente de Hierro donde puedes tirarte con silla y todo. Tal vez entonces sí le
importarás a alguien, aunque sea a los siluros mal nutridos de cierto riachuelo
descaudalado.
Por todo ello, si te han echado del trabajo, tu novia el pibón te dejó, tu hijo saca treses en tutoría, se te ha jodido el coche, te han subido el IBI, nadie quiere comprar tus cuadros a 3 euros cuando te han costado 15 sólo en materiales… recuerda que tienes hijo y casa, que no hay una ceguera que te impida pintar, que
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Muy de acuerdo. Es difícil cobrar perspectiva de las cosas (en parte afortunadamente, porque siempre anhelamos más y mejorar). Y suele ser necesaria. Al final, la felicidad también requiere esfuerzos, me parece.
ResponderEliminarMe apunto al alegato. Un saludo :)
Me encanta el final.
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