¡Ay amigo! Estamos jodidos tú y yo. Mira que nos gusta el dinero, comer, dormir, coitar, cabrearnos por nada, envidiar si tenemos menos y chulearnos si tenemos más. Pues resulta que somos PECADORES con mayúscula (del Inglés: capital letter). Y yo que pensaba que lo peor en este mundo era ser un hijoputa -moral, que no físico que todos tienen su dignidad-, o cometer actos deleznables como pederastías, corrupciones, tráfico de sustancias, tirar pipas al suelo, asesinatos o peinados con raya al medio. Pues no. Que te gusten las perras es malo. No importa si las quieres para vivir o para que tu chica se saque medicina. Eres un portador de la avaricia. Malo, malo. Confiésate ahora mismo y despréndete de tu mal en el cepillo de la entrada. El estamento eclesiástico no sufre de este pecado, y tus billetes marrones harán bien al estómago de varios mendigos y al bolsillo de muchos gestores espirituales. Y estás de suerte. Si no tienes guita porque la has dado y la necesitas para vivir, pues trabajarás más ahuyentando el temible pecado de la pereza, aunque en España se puede trabajar y fomentar la vagancia con una claridad meridiana. ¿Qué no? Vete al ayuntamiento. Claro que el recreo laboral puede desarrollar la ira hasta extremos insospechados, con lo que la evitación de algunos pecadetes nos lleva directamente a otros. Superado esto, nos queda el sábado sabadete. Olvidando el fútbol que también puede generar ira cabreante nos queda la lujuria. Sólo con la tuya, pues no te queda dinero para pagar un servicio profesional o trabajarte otra jaca a base de sonrisas y cubatas. No se puede follar. Bueno, sí, pero en plan Opus. A saco y caiga lo que caiga, que son criaturas de Dios. La situación se torna muy embarazosa. Y nos queda el ying y el yang: O eres más que el de al lado o eres menos. Si tienes menos motor, metros cuadrados, abdominales o pulgadas en el plasma, acéptalo con resignación cristiana y no tengas envidia. Claro que si por el contrario tu existencia está jalonada de destellos y triunfos, lo sentimos: NO PUEDES HACER EL FANTASMA. Da igual que tu intelecto sea de 168, tu perro de concurso y tu hijo de matrícula, la soberbia también lleva al infierno.
Yo seguiré pecando a mi modo: Gula hasta reventar, pereza hasta que me crujan los huesos, lujuria hasta que me reclame otra vez cualquiera de los anteriores, y avaricia la justa para garantizarme los pecados mencionados sin caer en (demasiada) envidia o soberbia. La ira me parece un rápido pasaporte a la amargura o, como dijo una vez una amiga “un veneno que te tomas tú esperando que se muera el otro”.
Yo seguiré pecando a mi modo: Gula hasta reventar, pereza hasta que me crujan los huesos, lujuria hasta que me reclame otra vez cualquiera de los anteriores, y avaricia la justa para garantizarme los pecados mencionados sin caer en (demasiada) envidia o soberbia. La ira me parece un rápido pasaporte a la amargura o, como dijo una vez una amiga “un veneno que te tomas tú esperando que se muera el otro”.
Hoy han hablado en la tele de los principales pecados capitales de hombres y mujeres: La lujuria y la soberbia respectivamente.
ResponderEliminarMe parece que la gente corriente pecamos menos de lo que pensamos afortunadamente. A mi lo de la envidia me resbala, estoy muy bien como estoy y me siento bien siendo como soy, solo me preocupa tener salud y que los míos estén bien. Me da igual lo que los demás tengan o de lo que presuman...
ResponderEliminarNo peques, sólo grandes
ResponderEliminarSoberbia yo ¿de qué? Si los demás me llegáis al zapato no tengo la culpa. A ver si espabilamos
ResponderEliminarVenga, venga, que todos tenemos "pecadillos" y no pasa nada.
ResponderEliminarHay gente pecadora muy mala, muy mala.
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