Nadie sabe por qué empieza a fumar. Curiosidad, camaradería, rebeldía, iniciación en la edad adulta, aburrimiento, falta de personalidad, reflejo o transgresión. Lo único seguro es que el primer cigarrillo no gusta. Tampoco el segundo. Con el tercero o cuarto podemos empezar a entendernos. Luego ya se sabe: Sarna con gusto no pica. A ver quién es el guapo que lo deja después.
Lo primero que hay que hacer es separar varios conceptos: Mono fisiológico, dependencia psíquica, aburrimiento, hambre, rito y ansiedad. Todo ello lo enmascara el jodido pitillo. Todo desaparece: Que tienes necesidad, un Fortuna; que piensas que la tienes, un Marlboro; que te aburres, échate un Habanos; si te comerías un buen bocata y no puedes, cómete el humo gris de un buen Lark con gránulos en el filtro; si estás con tus amigos y quieres sentirte un hombre, iniciarte o pertenecer, ahí caerán un L&M, Ducados o John Player; si por el contrario te asalta la ansiedad, combátela con un Nobel que acabarán siendo dos porque uno no sabe a nada.
A menudo fumanos por ansiosos. Necesitamos mitigar las pulsiones orales comiéndonos las uñas, mascando un chicle, atracándonos de alimento o aspirando muerte ennicotinada asolando nuestros pulmones y dejando ceniza a nuestro paso. Es muy jodido vencer la ansiedad: A menudo acabarás con dolorosos repelos ensangrentados, con las mandíbulas de Tiburón, gordo como una tapia o enganchado a la industrial maquinaria tabaquera. Por tanto, debemos disociar tabaquismo y ansiedad. No tienen nada que ver, es sólo que el pitillo la mitiga como la metadona mata el mono: cambiando una adicción por otra.
El rito iniciático, gesto social, símbolo de amistad inquebrantable identificada con las pulsiones tanáticas (otro día hablaré de ellas), deseo de cuajar, y demás soplapolleces nunca deberían imponerte el cigarro como llave a la amistad: Vale que el vicioso siempre te va a pervertir – lo cual dice muy poco de él – para no sentirse culpable o débil, pero un afecto verdadero siempre prevalecerá ante la negativa de autoenvenenarte. Pongo como ejemplo mi experiencia: Cuando dejé de fumar por necesidad personal y pulmonar, y de beber por convencimiento propio, la amistad verdadera no se quebró. De hecho, si perdí a mis amigos es porque no pude sacarlos del bar y porque esa amistad era tan profunda como el Ebro a la altura de la EXPO.
En cuanto al hambre, que también da para un telediario entero, se pone el disfraz de ansiedad tanto o más que el tabaquete. Si comiéramos lo que necesitamos no estaríamos gordos, pero como ingerimos cuatro veces más de lo que es básico pues estamos como estamos. Yo cuando estoy ocupado no suelo tragar ni lo echo en falta, no recuerdo que tengo hambre. Eso sí, déjame en casa seis horas y vacío la nevera. Milagros del aburrimiento y la ansiedad de hace dos párrafos. Y si dejas de fumar, superas el mono, y te atiborras por ansia, luego no se te ocurra volver a chupar una colilla, puesto que acabarás de la peor manera posible: gordo y fumador.
El mono. El pobre es el último mono, le caen todas. Y casi ninguna le corresponde. La dependencia química dura dos semanas desde la última ingesta de nicotina y demás mierdas alquitranadas. Lo demás es humo. El cuerpo es sabio y olvida pronto. Es la mente, como siempre, la que traba o libera al organismo.
Cuando dejé de fumar lo pasé mal dos semanas. Los dos meses siguientes fueron duros, pero por miedo más que por necesidad. Y soñé que fumaba durante más de cinco años. Y siempre con remordimientos. Ni siquiera en mis sueños podía disfrutar las caladas. Lo que quiero decir con esto es que quién quiere dejar el tabaco lo deja. Todo lo que te puede pasar es que engordes diez kilos, que no pares de mascar chicles o que te comas las uñas como si fueran langostinos. Debo reconocer que he pasado por todo ello, pero a día de hoy no como demasiado, dejé los Orbit por recomendación de mi dentista y sólo me muerdo los dedos cuando conduzco y me da el punto. En cuanto a los que dicen que les gusta fumar, lo acepto. Les gusta porque las sustancias que llevan los cigarrillos los hacen más adictivos que la misma heroína. Pero eso no ocurría con el primer cigarrillo. Conclusión: Te has acostumbrado a una sustancia nociva y que antes te daba repelús.
Y nada de reducir o poco a poco. Si vas, vas. A saco. Hay que mentalizarse y no reincidir, la mente se debilita ante los fracasos por falta de intención. Dejarlo implica tener mucha fuerza espiritual porque te produce placer y sufres sin tu dosis, pero llega un momento en que vuelves a ser feliz sin fumar, y es entonces cuando hueles el humo de un cigarrillo o el aliento de nicotina de un pobre esclavo tabaquil y piensas: “Qué olor a mierda, ¿cómo pude engancharme a esto?” La respuesta, como dijo Bob Dylan, está soplando en el viento.
Lo primero que hay que hacer es separar varios conceptos: Mono fisiológico, dependencia psíquica, aburrimiento, hambre, rito y ansiedad. Todo ello lo enmascara el jodido pitillo. Todo desaparece: Que tienes necesidad, un Fortuna; que piensas que la tienes, un Marlboro; que te aburres, échate un Habanos; si te comerías un buen bocata y no puedes, cómete el humo gris de un buen Lark con gránulos en el filtro; si estás con tus amigos y quieres sentirte un hombre, iniciarte o pertenecer, ahí caerán un L&M, Ducados o John Player; si por el contrario te asalta la ansiedad, combátela con un Nobel que acabarán siendo dos porque uno no sabe a nada.
A menudo fumanos por ansiosos. Necesitamos mitigar las pulsiones orales comiéndonos las uñas, mascando un chicle, atracándonos de alimento o aspirando muerte ennicotinada asolando nuestros pulmones y dejando ceniza a nuestro paso. Es muy jodido vencer la ansiedad: A menudo acabarás con dolorosos repelos ensangrentados, con las mandíbulas de Tiburón, gordo como una tapia o enganchado a la industrial maquinaria tabaquera. Por tanto, debemos disociar tabaquismo y ansiedad. No tienen nada que ver, es sólo que el pitillo la mitiga como la metadona mata el mono: cambiando una adicción por otra.
El rito iniciático, gesto social, símbolo de amistad inquebrantable identificada con las pulsiones tanáticas (otro día hablaré de ellas), deseo de cuajar, y demás soplapolleces nunca deberían imponerte el cigarro como llave a la amistad: Vale que el vicioso siempre te va a pervertir – lo cual dice muy poco de él – para no sentirse culpable o débil, pero un afecto verdadero siempre prevalecerá ante la negativa de autoenvenenarte. Pongo como ejemplo mi experiencia: Cuando dejé de fumar por necesidad personal y pulmonar, y de beber por convencimiento propio, la amistad verdadera no se quebró. De hecho, si perdí a mis amigos es porque no pude sacarlos del bar y porque esa amistad era tan profunda como el Ebro a la altura de la EXPO.
En cuanto al hambre, que también da para un telediario entero, se pone el disfraz de ansiedad tanto o más que el tabaquete. Si comiéramos lo que necesitamos no estaríamos gordos, pero como ingerimos cuatro veces más de lo que es básico pues estamos como estamos. Yo cuando estoy ocupado no suelo tragar ni lo echo en falta, no recuerdo que tengo hambre. Eso sí, déjame en casa seis horas y vacío la nevera. Milagros del aburrimiento y la ansiedad de hace dos párrafos. Y si dejas de fumar, superas el mono, y te atiborras por ansia, luego no se te ocurra volver a chupar una colilla, puesto que acabarás de la peor manera posible: gordo y fumador.
El mono. El pobre es el último mono, le caen todas. Y casi ninguna le corresponde. La dependencia química dura dos semanas desde la última ingesta de nicotina y demás mierdas alquitranadas. Lo demás es humo. El cuerpo es sabio y olvida pronto. Es la mente, como siempre, la que traba o libera al organismo.
Cuando dejé de fumar lo pasé mal dos semanas. Los dos meses siguientes fueron duros, pero por miedo más que por necesidad. Y soñé que fumaba durante más de cinco años. Y siempre con remordimientos. Ni siquiera en mis sueños podía disfrutar las caladas. Lo que quiero decir con esto es que quién quiere dejar el tabaco lo deja. Todo lo que te puede pasar es que engordes diez kilos, que no pares de mascar chicles o que te comas las uñas como si fueran langostinos. Debo reconocer que he pasado por todo ello, pero a día de hoy no como demasiado, dejé los Orbit por recomendación de mi dentista y sólo me muerdo los dedos cuando conduzco y me da el punto. En cuanto a los que dicen que les gusta fumar, lo acepto. Les gusta porque las sustancias que llevan los cigarrillos los hacen más adictivos que la misma heroína. Pero eso no ocurría con el primer cigarrillo. Conclusión: Te has acostumbrado a una sustancia nociva y que antes te daba repelús.
Y nada de reducir o poco a poco. Si vas, vas. A saco. Hay que mentalizarse y no reincidir, la mente se debilita ante los fracasos por falta de intención. Dejarlo implica tener mucha fuerza espiritual porque te produce placer y sufres sin tu dosis, pero llega un momento en que vuelves a ser feliz sin fumar, y es entonces cuando hueles el humo de un cigarrillo o el aliento de nicotina de un pobre esclavo tabaquil y piensas: “Qué olor a mierda, ¿cómo pude engancharme a esto?” La respuesta, como dijo Bob Dylan, está soplando en el viento.
Lo mejor para dejar el tabaco es liarse a porros, tron
ResponderEliminarEs muy fácil dejar de fumar, ¡Yo ya lo he dejado 20 veces!
ResponderEliminarHoy estoy intentando dejar de fumar, !!Solo llevo cuatro¡¡
ResponderEliminarYo no pienso empezar nunca, ¡luego no hay quién lo deje!
ResponderEliminarQué jodida es la nicotina
ResponderEliminardeja de fumar....tu cuerpo te lo agradecerá......
ResponderEliminarme siento feliz de ser mas fuerte k la dependencia k genera el tabaco!!!!
es lo mejor k he hecho en mi vida! dejar de fumar!!!!!
No hagáis caso de este artículo. De las tres personas a las que he influído directa o indirectamente para dejar de fumar, dos han vueltos y fuman; como un cosaco uno, y ha dejado de comprar tabaco la otra.
ResponderEliminarYa veo que no me ganaré el pan con libros de autoayuda...
Puto tabaco!!!!Afecta a tu vida mucho más de lo q piensas...Niño/a de 17 años q lo estás probando por primera vez...pq todo el mundo lo hace...por favor!!!!por lo q más quieras!!!Yo empecé cn 19. Tengo 29 y este cabrón me está jodiendo la vida. Parece algo muy normal pero es peor q la heroína. No lo hagas!Sé libre!
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