En la vejez y casi muerte anunciada de mi por seis veces lustrosa (de lustro) permanencia en la residencia familiar me resultó imposible, primero por inmadurez cronológica, luego por despreocupación adolescente y luego por falta de persuasión sobre demás miembros de la casa, en mis 32 años en casa de mi madre no conseguí, decía, que los desperdicios fueran seleccionados según su composición orgánica y desechados en consonancia a las posibilidades reciclativas.
Durante las muchas noches que me tocaba sacar la basura lo más que conseguí fue cambiar los excesos de una bolsa a dos para al menos poder cerrar ambas y no regar la escalera de blisters de plástiquete malo y facturas bancarias rasgadas hasta el aburrimiento. En mi época inconsciente hasta tuve el dudoso honor de arrojar por la ventana en dos o tres ocasiones las informes sacas de desecho para acertar al contenedor bajo la ventana de mi salón. Huelga decir que una de las veces me comí el aro y la pobre bolsa acabó reventada y alfombrando el baldosario urbano. Aquel día aprendí que mi puntería y mi sentido común dejaban mucho que desear.
Cuando cambié el adjetivo del domicilio de familiar a conyugal me traje un montón de ilusiones y bastantes realidades. No todas coincidieron. Nunca pude poner un Mazinger Z de medio metro en el salón, ni mi colección de CDs, ni mis posters de universitario en las paredes. Sin embargo no me costó que recicláramos todo lo que no pude en mi anterior hogar. Así tenemos tres bolsas para papel, plástico y orgánico que sacamos a pasear periódicamente (el vidrio es tan escaso que ni necesita bolsa). El aceite a la basura y las pilas recargables. Qué majos somos.
En Estados Unidos, en Massachussets al menos, la basura se recoge semanalmente. ¿Y el olor? No hay restos de comida. En lugar de desague de fregadero aparece un triturador con suficiente diámetro y fuerza para hacerte la manicura hasta el codo, eso sí, sin mucho preciosismo. En caso de pañales usados u otros accesorios similares desconozco la estrategia, pues donde yo dormía no se daba el caso.
Hoy han dicho en el noticiero que varios vecinos de ¿Barcelona? han sido multados por no reciclar y yo no he podido por menos que valorar la medida como excesiva. Los “inspectores de medio ambiente” y un agente de la ley comprueban las inmundicias de los infractores buscando errores inculpatorios y datos personales para saber a quién le va a caer la multa de 60 € en adelante. Ganicas de joder ya son, con Martas del Castillo asesinadas y perdidas por los ríos de España, con miles de extrabajadores que delinquen porque no les queda otra que morirse de hambre o de frío o de hipotecazos, con especuladores millonarios y políticos más corruptos que la basura de la pobre señora que no reciclaba, con una incultura oronda que se alimenta de los fracasos de unos padres demasiado ocupados en trabajar y malcriar o de la desmotivación de unos hijos demasiado obcecados en no ver más allá del twenti y la playstation. Con todo este panorama, seguro que la vecina ha echado en la bolsa de basura orgánica seis kilos de pilas corrosivas que perdían líquido, un par de frascos de uranio empobrecido a mal cerrar y un desodorante de los chinos con el pitorro jodido que se come la capa de ozono con más rápidez que los americanos la carne en un concurso de hamburguesas.
Si alguna vez me tiran el Mazinger Z de goma de 7 cm que tengo en el despacho, espero que el sofoco se quede sólo en la destrucción de mi niñez y no también en una suculenta mariscada para algún listo a costa de mis sesenta euros de multa por falta de reciclaje. (¿Dónde cojones va la goma?)
Durante las muchas noches que me tocaba sacar la basura lo más que conseguí fue cambiar los excesos de una bolsa a dos para al menos poder cerrar ambas y no regar la escalera de blisters de plástiquete malo y facturas bancarias rasgadas hasta el aburrimiento. En mi época inconsciente hasta tuve el dudoso honor de arrojar por la ventana en dos o tres ocasiones las informes sacas de desecho para acertar al contenedor bajo la ventana de mi salón. Huelga decir que una de las veces me comí el aro y la pobre bolsa acabó reventada y alfombrando el baldosario urbano. Aquel día aprendí que mi puntería y mi sentido común dejaban mucho que desear.
Cuando cambié el adjetivo del domicilio de familiar a conyugal me traje un montón de ilusiones y bastantes realidades. No todas coincidieron. Nunca pude poner un Mazinger Z de medio metro en el salón, ni mi colección de CDs, ni mis posters de universitario en las paredes. Sin embargo no me costó que recicláramos todo lo que no pude en mi anterior hogar. Así tenemos tres bolsas para papel, plástico y orgánico que sacamos a pasear periódicamente (el vidrio es tan escaso que ni necesita bolsa). El aceite a la basura y las pilas recargables. Qué majos somos.
En Estados Unidos, en Massachussets al menos, la basura se recoge semanalmente. ¿Y el olor? No hay restos de comida. En lugar de desague de fregadero aparece un triturador con suficiente diámetro y fuerza para hacerte la manicura hasta el codo, eso sí, sin mucho preciosismo. En caso de pañales usados u otros accesorios similares desconozco la estrategia, pues donde yo dormía no se daba el caso.
Hoy han dicho en el noticiero que varios vecinos de ¿Barcelona? han sido multados por no reciclar y yo no he podido por menos que valorar la medida como excesiva. Los “inspectores de medio ambiente” y un agente de la ley comprueban las inmundicias de los infractores buscando errores inculpatorios y datos personales para saber a quién le va a caer la multa de 60 € en adelante. Ganicas de joder ya son, con Martas del Castillo asesinadas y perdidas por los ríos de España, con miles de extrabajadores que delinquen porque no les queda otra que morirse de hambre o de frío o de hipotecazos, con especuladores millonarios y políticos más corruptos que la basura de la pobre señora que no reciclaba, con una incultura oronda que se alimenta de los fracasos de unos padres demasiado ocupados en trabajar y malcriar o de la desmotivación de unos hijos demasiado obcecados en no ver más allá del twenti y la playstation. Con todo este panorama, seguro que la vecina ha echado en la bolsa de basura orgánica seis kilos de pilas corrosivas que perdían líquido, un par de frascos de uranio empobrecido a mal cerrar y un desodorante de los chinos con el pitorro jodido que se come la capa de ozono con más rápidez que los americanos la carne en un concurso de hamburguesas.
Si alguna vez me tiran el Mazinger Z de goma de 7 cm que tengo en el despacho, espero que el sofoco se quede sólo en la destrucción de mi niñez y no también en una suculenta mariscada para algún listo a costa de mis sesenta euros de multa por falta de reciclaje. (¿Dónde cojones va la goma?)
Por no hablar de las veces que te presentas cargado de bolsas con plásticos y con papel y los contenedores oportunos, están rebosaaannntessss y no cabe ni un poquito más de nada... ¿A quién habría que multar por eso?
ResponderEliminarJa, ja, ja. Esto es muy divertido. Yo también tengo un mazinguer de plástico. es que es todo un clásico.
ResponderEliminarEstá bien lo de reciclar, pero se debería multar a las empresas que no lo hacen.
ResponderEliminarel pañal, ¿es papel u orgánico?
ResponderEliminarEstá claro que el pañal ya es mucho más orgánico que celuloso. Lo que importa es el continente, no el contenido.
ResponderEliminarY se han llevado los contenedores a 100 metros. Qué ruina.