sábado, 15 de febrero de 2014

La maldición mediática

Males de ojo los hay a patadas; tantos como brujas y supersticiosos dispuestos a creer en ellos. Y si sumamos los agnósticos de lo paranormal, el número se hace escandaloso. En todo caso, poco importa para el desarrollo de este ensayo que los maleficios vengan conjurados por personajes oscuros o caídos al azar por el dado de las posibilidades.
Hay maldiciones absurdas, porque nacen únicamente de la observación caprichosa de una casuística cualquiera. ¡Hay tantas no casualidades que sólo reparamos en lo que sí ocurre y le damos rango de verdad insondable!
Otras desgracias ocurren porque la estadística es abusivamente favorable: si uno de cada diez alpinistas que suben al Anapurna no vuelve, pues tú mismo. Llévate a tus nueve más odiados antagonistas y reza para que no vuelvan todos.
Pero de todos los males, ninguno es tan fatídico como recibir la atención de los medios. Porque rara vez alguien sale en la tele por hacer tortillas de patata impresionantes o sacar un diez en selectividad, y si ocurriera, sus quince segundos de gloria se le harían insustanciales hasta al mismísimo Andy Warhol. No. La gente quiere barro. Y cuando la audiencia sedienta de sangre no ha cenado y necesita su dosis diaria de odio justificado, es mejor no pasar por delante del objetivo con una historia de moral mínimamente discutible.
Ejemplos los ha habido muchos y muy mediáticos, pero son tan graves o trágicos como otros tantos episodios macabros que no han gozado del suficiente condimento periodístico, un sazonador llamado morbo. Y ese ingrediente  lo regalan con la fama, como a Ortega Cano cuando atropelló a Carlos Parra o la infanta mangona cuando no se enteraba de los trapicheos conyugales. Otras veces la carnaza la reparten perversamente allí donde parece que triunfará el menú del día: Marta del Castillo de primero, Jesús Neira de segundo y Asunta de postre.
Yo no dudo de lo dramático de muchos de esos acontecimientos. Tienen desde luego mi repulsa y mi tristeza por el mero hecho de haber sucedido, pero también sé de muchas historias que, siendo igual de graves, nunca llegaron a copar informativos.
Los mass media son un arma de destrucción masiva. Con motivos o sin ellos, por sus fauces denigradoras han pasado controladores aéreos, profesores que sólo trabajan 18 horas a la semana, SGAEs, Ecce Homos y muchos otros elementos cuyo juicio de valor acaba siendo el que impone el medio informativo, y casi siempre sesgado y muy poco veraz.
Los medios de comunicación nunca serán objetivos. Hay cosas que venden mucho más que la objetividad: unas frases sacadas de contexto, una imagen sin trasfondo, una verdad a medias, un reincidir hasta el aburrimiento, un cebarse con un colectivo, un ningunear lo que de veras es importante… En eso se ha convertido la prensa en este país, en una máquina de remover el barro y sacar la mierda a ver si los consumidores la comen. Y créanme, en España, y en 2014, la devoramos.

2 comentarios:

  1. De nuevo estoy de acuerdo con lo que expones, los medios de comunicación no son objetivos, y es que no interesa porque de esa manera no sacarían lo que sacan: Y sacan tanta mierda...Ciertamente Drywater, con la labor que podrían hacer a la ciudadanía, tan desprotegida como está por todos los frentes....En fin, que desde luego a perro flaco, ya se sabe, ¡¡¡y esto no hay por donde cogerlo!!!

    Un abrazo

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  2. El problema surge cuando las noticias ya no buscan informar si no vender...tener audiencia y un público sediento de carnaza.

    Si tu historia interesa sales y si no, no sales...simple. Luego están los intereses, nos venden lo que quieren y cuando quieren y de la forma más favorable para sus intereses. Deberíamos tener todos dos dedos de frente y saber tener juicios de valor pero la mayoría no los tiene y así va este país.

    Un país que se traga cualquier cosa es un país muy fácil de manipular.

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