Males de ojo los hay a patadas;
tantos como brujas y supersticiosos dispuestos a creer en ellos. Y si sumamos
los agnósticos de lo paranormal, el número se hace escandaloso.
En todo caso, poco importa para
el desarrollo de este ensayo que los maleficios vengan conjurados por
personajes oscuros o caídos al azar por el dado de las posibilidades.
Hay maldiciones absurdas, porque
nacen únicamente de la observación caprichosa de una casuística cualquiera.
¡Hay tantas no casualidades que sólo reparamos en lo que sí ocurre y le damos
rango de verdad insondable!
Otras desgracias ocurren porque
la estadística es abusivamente favorable: si uno de cada diez alpinistas que
suben al Anapurna no vuelve, pues tú mismo. Llévate a tus nueve más odiados
antagonistas y reza para que no vuelvan todos.
Pero de todos los males, ninguno
es tan fatídico como recibir la atención de los medios. Porque rara vez alguien
sale en la tele por hacer tortillas de patata impresionantes o sacar un diez en
selectividad, y si ocurriera, sus quince segundos de gloria se le harían
insustanciales hasta al mismísimo Andy Warhol. No. La gente quiere barro. Y
cuando la audiencia sedienta de sangre no ha cenado y necesita su dosis diaria
de odio justificado, es mejor no pasar por delante del objetivo con una
historia de moral mínimamente discutible.
Ejemplos los ha habido muchos y
muy mediáticos, pero son tan graves o trágicos como otros tantos episodios
macabros que no han gozado del suficiente condimento periodístico, un sazonador
llamado morbo. Y ese ingrediente lo
regalan con la fama, como a Ortega Cano cuando atropelló a Carlos Parra o la
infanta mangona cuando no se enteraba de los trapicheos conyugales. Otras veces
la carnaza la reparten perversamente allí donde parece que triunfará el menú
del día: Marta del Castillo de primero, Jesús Neira de segundo y Asunta de
postre.
Yo no dudo de lo dramático de
muchos de esos acontecimientos. Tienen desde luego mi repulsa y mi tristeza por
el mero hecho de haber sucedido, pero también sé de muchas historias que,
siendo igual de graves, nunca llegaron a copar informativos.
Los mass media son un arma de
destrucción masiva. Con motivos o sin ellos, por sus fauces denigradoras han
pasado controladores aéreos, profesores que sólo trabajan 18 horas a la semana,
SGAEs, Ecce Homos y muchos otros elementos cuyo juicio de valor acaba siendo el
que impone el medio informativo, y casi siempre sesgado y muy poco veraz.
Los medios de comunicación nunca
serán objetivos. Hay cosas que venden mucho más que la objetividad: unas frases
sacadas de contexto, una imagen sin trasfondo, una verdad a medias, un
reincidir hasta el aburrimiento, un cebarse con un colectivo, un ningunear lo
que de veras es importante… En eso se ha convertido la prensa en este país, en
una máquina de remover el barro y sacar la mierda a ver si los consumidores la
comen. Y créanme, en España, y en 2014, la devoramos.
De nuevo estoy de acuerdo con lo que expones, los medios de comunicación no son objetivos, y es que no interesa porque de esa manera no sacarían lo que sacan: Y sacan tanta mierda...Ciertamente Drywater, con la labor que podrían hacer a la ciudadanía, tan desprotegida como está por todos los frentes....En fin, que desde luego a perro flaco, ya se sabe, ¡¡¡y esto no hay por donde cogerlo!!!
ResponderEliminarUn abrazo
El problema surge cuando las noticias ya no buscan informar si no vender...tener audiencia y un público sediento de carnaza.
ResponderEliminarSi tu historia interesa sales y si no, no sales...simple. Luego están los intereses, nos venden lo que quieren y cuando quieren y de la forma más favorable para sus intereses. Deberíamos tener todos dos dedos de frente y saber tener juicios de valor pero la mayoría no los tiene y así va este país.
Un país que se traga cualquier cosa es un país muy fácil de manipular.