Antes podías abrazar a un niño
sin despertar oscuros presagios de pederastia; comerlo a besos, jugar con él en
la arena o sobre una alfombra de gravilla. Podías decirle “te quiero”, gastarle
bromas, llevártelo al cine y retomar en sus ojos inocentes tu extinta niñez con
pureza y complicidad.
Hace muchas lunas embarcarte en
una vivienda era una ilusión pagadera en cinco o diez años; entonces el trabajo
era algo preciado en su justa medida, no un tesoro al alcance de pocos
idealizado hasta ser la mayor de las loterías. Laborar era un medio de ganarse
la vida, y dejar de hacerlo siempre era una oportunidad para abrir otra de las
muchas puertas que chirriaban tu nombre invitándote melosamente al éxito.
Antes los alimentos eran genuinos
y saludables; no tenían aditamentos, no generaban toneladas de residuos
plásticos; no había que hervirlos, colarlos o triturarlos; tampoco costaban un
dineral. No existía la leche de continuación ni la de bebés. Los potitos no se
categorizaban por edades y los juguetes no asfixiaban a nadie. Compraras lo que
compraras, siempre acertabas y tu regalo no acabaría en el fondo del sofá a los
cuatro minutos y medio anonimado entre montañas de otros artefactos lúdicos más
caros u originales.
Las oposiciones se aprobaban con
un esfuerzo razonable, a veces hasta amable, y había para todos. Algunos
conseguían colocarse incluso después de acabar la carrera sin más mérito que
firmando en el cuadro inferior. Podías elegir entre un extenso abanico de
opciones y categorías, sabiendo que en todos los bombos había un puñado de
bolas con tu nombre. Los sueldos eran importantes aunque no millonarios y la
gente se alegraba sinceramente por ti y te daba la bienvenida al mundo laboral
sin acritud o envidia sibilina alguna.
Entonces los niños no decían
tacos, respetaban a los mayores, no bebían indiscriminadamente en parques y
descampados; jugaban en la calle con las botas rotas y no se rompían; no los
atropellaban ni violaban para luego reventarles la cabeza con un ladrillo; no
eran hiperactivos porque no había maquinitas de gráficos acelerados que los
activaran; el tuenti era un número en inglés británico y el móvil, el motivo
del crimen en las pelis de asesinatos. Los padres estaban más tiempo en casa
porque lo más importante era el tiempo con los chicos y no las gigas, caballos,
metros cuadrados, píxeles o extraescolares que pudieran comprar trabajando más
horas.
Hace años la televisión no estaba
borracha y podías colocarla frente a un espejo: no se moría de asco y
repulsión. Los rombos anunciaban programas para adultos que hoy en día darían
risa ante realities, noticieros y comerciales. Las balas mataban y las espadas
pinchaban, pero nadie se volvía loco. No había depresiones, ni estresados
crónicos, odio segregacional, obesidad o anorexia.
Antes los futbolistas cobraban
sueldos razonables; los bancos prestaban sin demasiada avaricia y nadie se
hacía rico por no hacer nada o por pegar braguetazos reales. Comprar y vender
pisos era un medio de vida, no un agresivo ejercicio de voracidad y enriquecimiento
deshonesto.
Antaño podías adoptar hijos con
facilidad, y tenerlos en casa en pocos meses. Los países ofertantes eran
numerosos y te recibían con las puertas abiertas. Los niños eran el bien más
preciado para exportar a cambio de una oportunidad en la vida para ellos.
Entonces la música sonaba libre, melodiosa, imperfecta y memorable. Los vinilos eran tesoros surcados por los dedos celestiales de algún dios de la música y las canciones podían efectivamente conmover a las masas y cambiar el mundo. Todo tenía sentido entre notas, desde la más solitaria de las tristezas hasta la más desatada de las pasiones. El rubor era más inocente y el desamor más amargo. La más desafinada de las guitarras era más poderosa que el mejor sintetizador programado del mundo moderno.
Entonces la música sonaba libre, melodiosa, imperfecta y memorable. Los vinilos eran tesoros surcados por los dedos celestiales de algún dios de la música y las canciones podían efectivamente conmover a las masas y cambiar el mundo. Todo tenía sentido entre notas, desde la más solitaria de las tristezas hasta la más desatada de las pasiones. El rubor era más inocente y el desamor más amargo. La más desafinada de las guitarras era más poderosa que el mejor sintetizador programado del mundo moderno.
Hace tiempo podías besar,
acariciar y querer a una persona sin agarrar también un síndrome de inmuno
deficiencia adquirida. Quererse a corazón abierto no era frecuente pero una
enfermedad terminal no te condenaba a muerte por ello. La sexualidad era sutil,
sincera, oculta, tímida y verdadera. No necesitaba megáfono ni aceptación. No
era explícita. No había nada que explicar y nada que preguntar.
Antes la vida era más corta, pero
más valiosa. La falta de comodidades exigía a los hombres la más receptiva de
sus actitudes para disfrutar de lo poco que les ofrecía el destino. Eran
simples, inocentes, soñadores y mucho más felices. No había angustia
existencial, ni hastío emocional, estrés social, toxicidad digital o síndrome
del presentismo. Había tan poco de todo que no se le podía hacer ascos a nada.
La saturación y el empacho material era algo que ni siquiera podía llegar a
imaginarse, mucho menos a maldecirse. Todo era preciado por escaso, lejano e
inalcanzable. Ahora todo es exuberante, contiguo y palpable, y no vale nada.
Como nuestros anhelos. Como nosotros.
Bueno, al paso que vamos, y con lo que estamos retrocediendo seguro (espero) que esos viejos valores acaben volviendo.
ResponderEliminarY de todo eso no hace tanto. Vamos demasiado aprisa lo que provoca que no podamos asimilar los cambios, no llegan a hacer poso y a reposar lo suficiente para que los aprovechemos al máximo.
ResponderEliminarEn algunas cosas sería mejor y en muchas peor... Nos vamos haciendo viejos
ResponderEliminarNos hacemos mayores. Si echas la mirada hacia atrás y luego la vuelves al presente, ves como esta el panorama y todavía se acentúa más esa diferencia. También los niños actuales son "niños" pero no como lo eramos nosotros, son "pequeños mayores" comparado con la inocencia de nuestra infancia. Nosotros eramos unos tontos comparado con un peque de 12 años de ahora. El otro día le escuche a un niño que no tendría mas de 10 años decir a su padre: ...hay que cambiar la contraseña actual de la cuenta principal de NCsoft y seguimos estas instrucciones. Iniciamos la sesión en Gestión de cuentas de NCsoft . Hacemos clic en el enlace Perfil de la cuenta y clic en actualizar, para luego..... Es entonces cuando piensas que teniendo 48 años y tu te creías joven, en realidad eres un viejo para todos esos niños, pero un verdadero anciano. Y no se te ocurra cogerle en brazos para achucharle en plan cariños que recibes como respuesta lo que tu Dry decías al comienzo, oye! cuidado no abuses de mi, eh! no me acoses. Terrible.
ResponderEliminarAbrazos Dry
Nos hacemos mayores. Si echas la mirada hacia atrás y luego la vuelves al presente, ves como esta el panorama y todavía se acentúa más esa diferencia. También los niños actuales son "niños" pero no como lo eramos nosotros, son "pequeños mayores" comparado con la inocencia de nuestra infancia. Nosotros eramos unos tontos comparado con un peque de 12 años de ahora. El otro día le escuche a un niño que no tendría mas de 10 años decir a su padre: ...hay que cambiar la contraseña actual de la cuenta principal de NCsoft y seguimos estas instrucciones. Iniciamos la sesión en Gestión de cuentas de NCsoft . Hacemos clic en el enlace Perfil de la cuenta y clic en actualizar, para luego..... Es entonces cuando piensas que teniendo 48 años y tu te creías joven, en realidad eres un viejo para todos esos niños, pero un verdadero anciano. Y no se te ocurra cogerle en brazos para achucharle en plan cariños que recibes como respuesta lo que tu Dry decías al comienzo, oye! cuidado no abuses de mi, eh! no me acoses. Terrible.
ResponderEliminarAbrazos Dry
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