martes, 22 de marzo de 2011

¡Puños fuera! (II)

Los malos eran tema aparte. El Doctor Infierno, o Hell, gracias a la falta de coordinación entre los doblajes hispanoamericano y español, era el clásico científico loco sediento de poder, genio de la robótica y malo por antonomasia. De dónde sacó la cara morada o por qué llevaba un mono verde de neopreno son preguntas que escapan a nuestro raciocinio, pero si hay alguien que inspiraba temor en la serie, era él.
El barón Ashura, cuyo nombre fue mancillado aquí por el desacertado barón Ashler, era un ser bastante más cómico de lo que aparentaba. Bufón de la corte, batallador sobre el terreno, primera línea de Infierno, odiaba tanto a Koyi como adoraba a su amo. Aunque no se dice en la serie, en el comic se explica que el Doctor Infierno lo creó montando las dos partes sanas de dos momias, antiguos sacerdotes mikene, mujer y hombre, resultando así una suerte de monstruo de Frankenstein bisexual en el sentido más físico de la palabra, y vestido con una sotana monjil ridícula y bicolor y un collar de perro absolutamente impagable. El barón Ashura es el malo por excelencia de Mazinger Z, el más coñazo, el más cansino, humano, ridículo, penoso y tragicómico de todos. La verdad es que este hombre era un saco de escojones. Para empezar sus momias originales se llamaban Tristán e Isolda –tócate los huevos– así como para darle una buena patada a la leyenda artúrica de un plumazo. Luego está el asunto más mundano. ¿Este hombre cómo iba al servicio? ¿Cuándo meaba se le salía todo por el conducto abierto? ¿Le gustaba la carne o el pescado? ¿Cuál era su perfil bueno? Además era un absoluto metepatas, capaz de arruinar un plan perfecto o inclinar accidentalmente la balanza del lado de los buenos por error. El Doctor Infierno le abroncaba, el conde Brocken lo humillaba, hasta Gorgon se reía de él. Pobre hombre. O mujer.
El rival natural por el afecto freudiano del padre era el Conde Brocken. Su aspecto resultaba bastante amenazante: colmillos vampíricos agresivizaban unas greñas ondeantes al viento inexistente, como si le hubieran puesto ventiladores en un anuncio de champús, mientras el monóculo le daba el toque dandesco. Tenía una mala ostia que no veas y disfrutaba como nadie haciéndole bullying al homoterosexual de Ashura. Más arrogante, subido y prepotente que el barón, caía sin embargo en las mismas zoqueteces.
El vizconde Pigman –también traducido certeramente aquí como Cerdo– era un guerrero afromaorí con un pigmeo en lugar de la cabeza. Más surrealista no podía ser el bicho, sobre todo cuando lo remataron con un sonido gutural incomprensible a medio camino entre el salvajismo y la comicidad más absurda. Pues resulta que el pavo estaba podrido de recursos, disparaba rayos, desaparecía y se empecinaba en atacar en persona. Era un pesado de los de época.
El Duque Gorgón vino para sustituir a Ashura y para escalar un punto el nivel de perversidad y peligrosidad de los malos. Rivalizaba con Infierno pero tenía más mala uva, hasta el punto que caía pero que muy mal. Tampoco es que su aspecto grotesco ayudara mucho. ¿Qué se puede esperar de un centurión romano de color verde botella que parece Barbanegra con los filtros de luz cambiados, y que a cuenta de piernas tiene un tigre gigantesco atascado desde el lomo, así como si fuera un centauro invertido y enfelinado? ¿Cómo cojones lo haría para dormir? Sea como fuere, el Duque no resultaba gracioso. Era demasiado cabrón. Además fue el único que resistió al final de la isla de Bardos y del Doctor Infierno.
Las frases memorables son unas cuantas, pero lo más destacado del audio siempre fueron los gritos de guerra de cada arma: “¡Fuego de pecho, rayos fotónicos, puños fuera, acoplamiento, Mazinger, jet scrander, misil fuera, cuchillas de la cruz del sur, rayos congelantes, huracán fuera!”. Y en cuanto a las imágenes, los episodios del Mazinger Z original están llenos de momentos. ¿Cómo olvidar aquel circense salto en el aire de Koyi y Sayaka permutando robots o ese primer duelo contra Doublas M2 y Garada K7 con estética de spaghetti western? ¿Y la surrealista historia de amor heavy metal entre Mazinger y Minerva X, que pese a tener nombre de actriz porno barata era en realidad la pareja natural del robot bueno? Otras licencias del guionista fueron el doctor Heinrich, una fusión de Víctor Frankenstein y su remendada criatura o ponerle macro misiles a Afrodita A que pasaba, en el episodio 32, de tener una talla 85A a una 120 generosa y turgente. El culmen del frikismo erótico llegó en un episodio de Mazinkaiser, allá por el nuevo siglo, cuando la censura internacional liberó los pechos de Sayaka Yumi y los exhibió ante los espectadores, ya talluditos, del mundo entero. Personalmente me pareció algo gratuito, y además se llevó algunos de los mitos de mi niñez y los tiró por la taza del water. Menos mal que la serie dejó en el subconsciente colectivo estampas mucho más épicas, y símbolos indelebles como el planeador silbando al viento, las antenas angulosas del instituto de investigaciones o esa piscina inabordable que se vaciaba de agua con la misma rapidez que llenaba nuestros inocentes corazones de emociones y mazingerismo inocente y extremo.

viernes, 18 de marzo de 2011

¡Planeador abajo! (I)

Con tamaña orden acústica descendía el helicóptero futurista de Koyi Kabuto sobre la taza de té que le habían plantado al pobre Mazinger Z en la testa, boquete incluido para favorecer el ángulo de visión del piloto. Acto seguido se le harían los ojos chiribitas y sacaría pecho con más confianza que un cachas en una exhibición de culturismo.
Mazinger Z fue la serie de los niños de los setenta. Las féminas lloraban con la frescura de Heidi, el desamor de Candy o la perseverancia de Marco, pero cuando se trataba de dar hostias y fundir metal pesado, los brutos mecánicos del Doctor Infierno nos llevaban de calle. Poco importaba que los episodios emitidos en España fueran sólo la cuarta parte de la serie original, o que ni siquiera los echaran seguidos, sino bien salteados. El superrobot nos embelesó desde la primera vez que lo vimos salir del hangar, y su huella fue tan profunda que innumerables figuras de Mazinger dan vida y atractivo a cualquier tienda friki que se precie, treinta años después.
Sin embargo, el argumento de la serie de Go Nagai no ganaría un nobel a la originalidad. El Doctor Infierno mandaba puntualmente a uno de sus brutos mecánicos a tumbar al de la taza occipital con tanto éxito como el Real Madrid premourinho en los octavos de final de la Champions. Daba igual lo novedoso de su armamento, cualidades o estrategia: sin aleación Z se comían los mocos ante el Mazinger. Llegado a este punto el fan incondicional se hacía la siguiente pregunta del millón: ¿Por qué el Doctor Infierno no mandaba a todos de vez y se dejaba de chuminadas? Y si Koyi dormía en su casa… ¿por qué no borrarlo con una bestia robótica como dios manda y no mandando cuatro máscaras de hierro cutres que ni siquiera habían aprobado la asignatura de “transición a la conquista del mundo”? Tampoco entendía la gente que la pobre Sayaka hiciera sólo lo que le salía de las tetas a Afrodita A, el robot más negado de la historia del feminismo, repeliendo ataques enemigos mediante unos torpedos fabricados en papel de aluminio y silicona barata, por elucubrar su composición.
Los personajes de Mazinger eran curiosos, siendo generosos. Koyi era impulsivo y prepotente, machista y sobrado. Sus humillaciones a Sayaka eran antológicas, aunque bastante merecidas. No en vano a la hija del Doctor Yumi le había doblado con una voz de pito que te obligaba a meterle el puño de Mazinger en la boca, a falta de algo mejor. No es que el timbre de Kabuto fuera para tirar cohetes –lo doblaba una tía–, pero una vez acostumbrado a él le cogías cariño rápido. Los ecos de sus voces sobre los robots eran memorables, y los estruendosos pasos de Afrodita y Mazinger también envolvían a los gigantes de pesadez y magnificaban sus dimensiones.
Dimensiones que, por cierto, eran bastante desproporcionadas. A veces el Mazinger era grande como un Cristo Redentor, y otras guardaba una proporción mucho menor. Tampoco en sus miembros atinaban siempre con las medidas. En algunos fotogramas se ve al prota cabezón y con la taza más grande que toda la cara. En otros estaba decididamente gordo como si fuera Ronaldo vestido en carnaval, o como si se hubiera dado un atracón de energía fotónica.
El profesor Yumi era sosegado y reflexivo, pero es que a veces parecía un pan sin sal. Boss, Mucha y Nuke descargaban la parte dramática con sus gilipolleces, pero acabaron tomando parte activa con su denigrante robot Boss, tan inútil y zoquete como Afrodita A, pero que al menos le daba tiempo a Koyi a ponerse el traje de piloto y arrancar el deslizador. El robot Boss estaba hecho de chatarra, pero gesticulaba y ponía caras en una simbiosis imposible de metal y ¿tejido vivo? A menudo acababa fundido hasta el cuello, mientras la cabeza rodaba por el bosque y los tres héroes salían despedidos por los barrotes de la boca en el primer impacto. Sólo un detalle más de estos tipos: ¿Por qué Nuke nunca se quitó el moco de la nariz en los 92 episodios? ¿Acaso no se le secaba? ¿Eran mucosidades diferentes cada vez?
Luego estaban los profesores chiflados. Magnéticos, interesantes, elegantes y contenidos. De no haber sabido reparar a los robots estarían reponiendo estantes en el Carrefour más lejano del centro.

domingo, 13 de marzo de 2011

El ciclista errante

Existen muchas y terroríficas leyendas urbanas, cuentos de terror tan horripilantes que preferimos utilizarlos para relleno de las tramas de Saw o los guiones de Sálvame. Muchos han oído hablar del misterioso político honrado o del futbolista que había acabado la ESO; a los más pequeños incluso se les atemoriza con las historias del portero de discoteca simpático o el autobusero que no daba frenazos. Todo cuentos para asustar a los niños que no tenían padres ricos para aparcarlos en las extraescolares. Hasta el momento no se ha podido verificar ninguna de esas leyendas. Ni siquiera la del adolescente sin Tuenti ni la del controlador aéreo que no hacía extras.
Sin embargo, circula un poderoso rumor por los carriles bizi de Zaragoza. Varios testigos han asegurado ver pasar a un oscuro personaje montado en bizi y jurando en hebreo u otras lenguas desconocidas. Lo llaman el ciclista errante.
Dicen las malas lenguas que el pedaleador eterno fue un antiguo responsable de urbanismo que diseñó los carriles bizi para la EXPO y que acabó de rematar su crimen gestionando las estaciones de bicicletas públicas de la ciudad del Ebro. Tanto empeño puso en su cometido que, según los más eruditos, hizo instalar tantos anclajes como bizis, pero equivocó los cálculos y se construyó una bizi de más. Nada más inaugurarse el sistema de transporte ecológico el concejalote decidió aventurarse a demostrar la utilidad del servicio, y también su propia inutilidad. Cabalgó uno de los colorados caballos de metal con orgullo y cierto sentimiento de superioridad, pues no todos los zaragozanos recibieron su carnet de jinete. Rodó, ascendió puentes, bajó pendientes, atropelló abuelas, invadió pasos de cebra, ralentizó autobuses… lo normal.
Pero llegó el momento de colgar la bizi y eran ya las 12 de la noche: Hora de que Cenicienta dejará su trabajo de Drag Queen y se marchara a casa a limpiar y fregar escaleras. Y hora también de que las bizis Zaragoza estuvieran todas aparcadas. El zoquete metropolitano vagó y vagó por los incontables carriles bizi buscando un anclaje libre. Se pasó nueve horas del límite de préstamo de bizis y le pusieron una multa tan gordaza que tuvo que vender el piso de La Muela y uno de los dos apartamentos en Salou. Recortado en la inquietante silueta de la pasarela del azud, con la luna agonizante a la espalda y el sol naciente al frente hizo un juramento sagrado: “Nunca volveré a vagar por la ciudad buscando un párking para la bizi. En cuanto vea un puto anclaje se lo quito al primer pardillo que ruede y la maldición pasará a él.”
Y así fue. Los días de cierzo cuentan que por los carriles bizi rueda el ciclista errante. Lo conocerás por sus juramentos ininteligibles y su semblante de “mecagüen tó”. Desconfía si estás bizicleteando entre un aparcabizis libre y él, porque dicen los más antiguos del lugar que se abalanzará sobre el anclaje con una velocidad demoníaca y te traspasará la maldición. Y entonces vagarás sin rumbo, entre estación y estación, buscando un sitio libre para arrebatárselo a algún ingenuo ciclista que, una vez haya asumido su desgracia, sólo dirá una palabra: “¡Maldición!”
No te tomes esto a risa. Hubo quién ridiculizó la leyenda y cayó en destinos peores. Dicen los más ancianos de Mañolandia que un ciclista se jactó un día de encontrar siempre un párking libre, cruzando en rojo o demarrando ante inocentes usuarios. Bien, pues dicho tipo fue condenado por los poderes fácticos a encontrar siempre los anclajes vacíos, y a no poder coger jamás la bizi porque están todas ocupadas. Desde entonces vaga a pie por los carriles verdes buscando un caballo de metal por domar, y volviendo a casa sobre sus propios pasos. Dicen que esta maldición no se traspasa, sino que se contagia a un ritmo vertiginoso.

jueves, 10 de marzo de 2011

La desinformación

La verdad es el arma más poderosa de todas. Arrasa regímenes políticos y desvela escándalos, condena a santos inocentes y absuelve a presuntos demonios. Su único talón de Aquiles es la incertidumbre que le rodea, porque las falacias se revisten de un tejido de certeza falso, pero de profundo parecido.
El paradigma de la información, de la verdad desnuda y accesible a todos lo abanderan los medios de comunicación de masas. Son gigantescos expositores de datos en formato auditivo, visual o audiovisual: la televisión, la radio, la prensa escrita e Internet.
Pero los medios no dicen toda la verdad. Tampoco suelen mentir descaradamente. Hacen algo peor: venden una verdad sesgada como certeza objetiva y absoluta. Y añado un ejemplo: el famoso Pacto del Agua del PP trajo de cabeza a aragoneses y murcianos. Los unos veíamos como se nos llevaban uno de nuestros escasos bienes naturales; los otros no podían seguir abasteciendo la huerta sin riego. La noticia se vendió como insolidaridad aragonesa o como frivolidad murciana. De nosotros se decía que éramos unos paletos aferrados al botijo porque aquí sobraba el agua del Ebro y no queríamos soltarla; de ellos que eran una panda de pijos esnobs enrabietados por no poder regar los campos de golf. Yo aquí ni entro ni salgo. No sé cuál era la verdad, porque los datos que nos daban eran incompletos y tendenciosos. Lo que sí sé es que nos odiábamos por algo que no habíamos hecho. A algunos les interesaba esa polémica. Algo sacarían: desviar la atención, un puñado de votos, inclinar la opinión pública,… Respecto a este pacto, siempre he tenido dudas de lo que estaba bien y lo que no, pero mucha gente llevaba sus manipuladas ideologías al extremo, tanto aquí como allá, pensándose que enarbolaban el estandarte de la justicia autonómica. Cómo nos engañan.
He repasado algunas de las noticias más impactantes de los últimos años y no puedo menos que considerar que han caído –la mayoría de ellas–, en el más triste de los olvidos. ¿En qué quedó la búsqueda de armas de destrucción masiva? ¿Está vivo Osama Bin Laden? ¿Y la adolescente expulsada del instituto por no querer desprenderse del velo? No cabe ninguna duda que lo que mueve a los noticieros a lanzar u esconder la información es algo tan oscuro como los intereses de los poderosos, o tan frívolo como el sensacionalismo de su contenido. Hace unas semanas señalaban que el exjugador astur Juanele había sido detenido por pinchar las ruedas de un coche pensando que era el vehículo de su exmujer. Joder, pues ya son ganas de joder al pobre hombre, que estaba ya hecho una ruina y al que le llamaban whiskynele por su afición a… ¿el whiskas de los gatos?

Michael Jackson murió hace ya un rato, pero poco se sabe de si asesinado, naturalmente o negligentemente. Tampoco conocemos la verdad de la gripe A. ¿Era tan mortal como se presumía o tan sólo se trataba de una campaña farmacéutica para facturar miles de millones en vacunas? Tampoco sabemos si los mineros chilenos han vuelto al subsuelo o se han hecho mediáticos, si la pobre Marta del Castillo descansa bajo las irreverentes cañas de un páramo o en el fondo del lecho guadalquiviriano o en un millar de peces mediterráneos. ¿Los controladores aéreos han sido demandados o fue todo una rabieta psoista pintada de Blanco? E Irlanda y Grecia, ¿siguen promulgando los movimientos antigobierno y migratorios respectivamente? El volcán islandés de las cenizas…¿se ha extinguido por siempre o está que echa fuego por la boca? Y de la fuga del oleoducto de BP no se ha filtrado nada más, que sepamos. La ley antitaurina dividió a antis y pros, pero parece que ya nadie se acuerda porque Matías Prats está más ocupado hablando de la Ley Sinde contra la piratería o de la crisis, único tema que nos ha acompañado reiteradamente durante años. El terremoto de Haití parece que se lo haya tragado la tierra, ya no filtran datos sobre wikileaks y los otros piratas, los somalíes, deben haberse retirado tras cobrar del Alakrana. Si hasta parece que nos hemos olvidado de la jornada partida o intensiva en los colegios, y de toda la inclinación subjetiva con la que abordaron el tema.
Las noticias son pendencieras, enseñan sólo una parte y se olvidan de muchas otras. Lo relevante y lo superfluo pierden su distancia o la invierten. Sólo así se explica que no me entere de quién ha ganado el último nobel de literatura y sí de qué lesión tiene Cristiano Ronaldo, que me parece que se ha lastimado el ego, pero pronto se cura. Ya saben, si quieren la verdad, lean, escuchen y visualicen, aunque sólo sea para poder investigar sobre una mentira o una certeza a medias. Mientras, recuerden que Libia está patas arriba y que no se puede circular a más de 110 km/h en las lentovías españolas.

jueves, 3 de marzo de 2011

Fríos como el acero

Tienen la mirada perdida en el horizonte, y pueden enfocarte a los ojos y traspasarte visualmente, como si no les importaras un carajo, como si no hablaran contigo. Nunca sonríen, y no te regalaran una mueca amistosa por condescendencia, simpatía o bonachonchez.
Los hombres duros parecen sacados de una película de Clint Eatwood. Serios, graves, bañados en esa aureola de determinación y conocimiento supremo, son personas de economía gestual y antipatía social. No puedo con ellos. Me desmontan a cada saludo no devuelto, a cada respuesta seca, a cada mirada de tedio. Los hombres fríos tienen una cualidad que siempre envidiaré y nunca entenderé a la vez: no necesitan caer bien.
Caminan por el mundo provocando desplantes en los seres como yo, temerosos del silencio incómodo y del no saber qué hacer con las palabras vacías. Para ellos no hay cisma: si no tienes nada bueno que decir, cállate. A veces se produce un curioso pulso entre los que aguantan la soledad conversacional y los que morimos por la boca antes que enfrentarnos a ella. Los duros callan y otorgan –como siempre–, y esperan pacientes a que los bocachanclas rompamos la belleza del fujitsu con nuestras ordinarieces. Cuánto me gustaría decirles a estos individuos que son unos sotas y que no le caen bien a nadie, pero me parece que les daría igual. Supongo que lo notan en cada mirada despechada que les lanzamos, en los puñales que les dedicamos cuando llevamos tres “parece que refresca” y un “ya estamos aquí” sin feedback ni otras limosnas. Son unos sosos y unos rancios, pero cuánto me gustaría poder llenar el silencio incómodo de bellas ausencias sonoras como hacen ellos, revistiéndose de la pasta de los héroes peliculeros mientras nos dejan a los demás el papel de comparsa o de mejor amigo del bueno.
Pues que sepáis que no parecemos tan interesantes, ni misteriosos, ni levantamos tantas ampollas, pero les caemos mejor al vulgo que vosotros, Mourinhos de pega, Mejides de pacotilla. Además, cuando estoy rebotao, hago de borde mejor que vosotros. La pena es que el efecto me dura dos telediarios.