Existen muchas y terroríficas leyendas urbanas, cuentos de terror tan horripilantes que preferimos utilizarlos para relleno de las tramas de Saw o los guiones de Sálvame. Muchos han oído hablar del misterioso político honrado o del futbolista que había acabado la ESO; a los más pequeños incluso se les atemoriza con las historias del portero de discoteca simpático o el autobusero que no daba frenazos. Todo cuentos para asustar a los niños que no tenían padres ricos para aparcarlos en las extraescolares. Hasta el momento no se ha podido verificar ninguna de esas leyendas. Ni siquiera la del adolescente sin Tuenti ni la del controlador aéreo que no hacía extras.
Sin embargo, circula un poderoso rumor por los carriles bizi de Zaragoza. Varios testigos han asegurado ver pasar a un oscuro personaje montado en bizi y jurando en hebreo u otras lenguas desconocidas. Lo llaman el ciclista errante.
Dicen las malas lenguas que el pedaleador eterno fue un antiguo responsable de urbanismo que diseñó los carriles bizi para la EXPO y que acabó de rematar su crimen gestionando las estaciones de bicicletas públicas de la ciudad del Ebro. Tanto empeño puso en su cometido que, según los más eruditos, hizo instalar tantos anclajes como bizis, pero equivocó los cálculos y se construyó una bizi de más. Nada más inaugurarse el sistema de transporte ecológico el concejalote decidió aventurarse a demostrar la utilidad del servicio, y también su propia inutilidad. Cabalgó uno de los colorados caballos de metal con orgullo y cierto sentimiento de superioridad, pues no todos los zaragozanos recibieron su carnet de jinete. Rodó, ascendió puentes, bajó pendientes, atropelló abuelas, invadió pasos de cebra, ralentizó autobuses… lo normal.
Pero llegó el momento de colgar la bizi y eran ya las 12 de la noche: Hora de que Cenicienta dejará su trabajo de Drag Queen y se marchara a casa a limpiar y fregar escaleras. Y hora también de que las bizis Zaragoza estuvieran todas aparcadas. El zoquete metropolitano vagó y vagó por los incontables carriles bizi buscando un anclaje libre. Se pasó nueve horas del límite de préstamo de bizis y le pusieron una multa tan gordaza que tuvo que vender el piso de La Muela y uno de los dos apartamentos en Salou. Recortado en la inquietante silueta de la pasarela del azud, con la luna agonizante a la espalda y el sol naciente al frente hizo un juramento sagrado: “Nunca volveré a vagar por la ciudad buscando un párking para la bizi. En cuanto vea un puto anclaje se lo quito al primer pardillo que ruede y la maldición pasará a él.”
Y así fue. Los días de cierzo cuentan que por los carriles bizi rueda el ciclista errante. Lo conocerás por sus juramentos ininteligibles y su semblante de “mecagüen tó”. Desconfía si estás bizicleteando entre un aparcabizis libre y él, porque dicen los más antiguos del lugar que se abalanzará sobre el anclaje con una velocidad demoníaca y te traspasará la maldición. Y entonces vagarás sin rumbo, entre estación y estación, buscando un sitio libre para arrebatárselo a algún ingenuo ciclista que, una vez haya asumido su desgracia, sólo dirá una palabra: “¡Maldición!”
No te tomes esto a risa. Hubo quién ridiculizó la leyenda y cayó en destinos peores. Dicen los más ancianos de Mañolandia que un ciclista se jactó un día de encontrar siempre un párking libre, cruzando en rojo o demarrando ante inocentes usuarios. Bien, pues dicho tipo fue condenado por los poderes fácticos a encontrar siempre los anclajes vacíos, y a no poder coger jamás la bizi porque están todas ocupadas. Desde entonces vaga a pie por los carriles verdes buscando un caballo de metal por domar, y volviendo a casa sobre sus propios pasos. Dicen que esta maldición no se traspasa, sino que se contagia a un ritmo vertiginoso.
Dicen las malas lenguas que el pedaleador eterno fue un antiguo responsable de urbanismo que diseñó los carriles bizi para la EXPO y que acabó de rematar su crimen gestionando las estaciones de bicicletas públicas de la ciudad del Ebro. Tanto empeño puso en su cometido que, según los más eruditos, hizo instalar tantos anclajes como bizis, pero equivocó los cálculos y se construyó una bizi de más. Nada más inaugurarse el sistema de transporte ecológico el concejalote decidió aventurarse a demostrar la utilidad del servicio, y también su propia inutilidad. Cabalgó uno de los colorados caballos de metal con orgullo y cierto sentimiento de superioridad, pues no todos los zaragozanos recibieron su carnet de jinete. Rodó, ascendió puentes, bajó pendientes, atropelló abuelas, invadió pasos de cebra, ralentizó autobuses… lo normal.
Pero llegó el momento de colgar la bizi y eran ya las 12 de la noche: Hora de que Cenicienta dejará su trabajo de Drag Queen y se marchara a casa a limpiar y fregar escaleras. Y hora también de que las bizis Zaragoza estuvieran todas aparcadas. El zoquete metropolitano vagó y vagó por los incontables carriles bizi buscando un anclaje libre. Se pasó nueve horas del límite de préstamo de bizis y le pusieron una multa tan gordaza que tuvo que vender el piso de La Muela y uno de los dos apartamentos en Salou. Recortado en la inquietante silueta de la pasarela del azud, con la luna agonizante a la espalda y el sol naciente al frente hizo un juramento sagrado: “Nunca volveré a vagar por la ciudad buscando un párking para la bizi. En cuanto vea un puto anclaje se lo quito al primer pardillo que ruede y la maldición pasará a él.”
Y así fue. Los días de cierzo cuentan que por los carriles bizi rueda el ciclista errante. Lo conocerás por sus juramentos ininteligibles y su semblante de “mecagüen tó”. Desconfía si estás bizicleteando entre un aparcabizis libre y él, porque dicen los más antiguos del lugar que se abalanzará sobre el anclaje con una velocidad demoníaca y te traspasará la maldición. Y entonces vagarás sin rumbo, entre estación y estación, buscando un sitio libre para arrebatárselo a algún ingenuo ciclista que, una vez haya asumido su desgracia, sólo dirá una palabra: “¡Maldición!”
No te tomes esto a risa. Hubo quién ridiculizó la leyenda y cayó en destinos peores. Dicen los más ancianos de Mañolandia que un ciclista se jactó un día de encontrar siempre un párking libre, cruzando en rojo o demarrando ante inocentes usuarios. Bien, pues dicho tipo fue condenado por los poderes fácticos a encontrar siempre los anclajes vacíos, y a no poder coger jamás la bizi porque están todas ocupadas. Desde entonces vaga a pie por los carriles verdes buscando un caballo de metal por domar, y volviendo a casa sobre sus propios pasos. Dicen que esta maldición no se traspasa, sino que se contagia a un ritmo vertiginoso.
Pues yo que me quiero pillar una bizi, espero que al pedaleador eterno no le de por cambiar de ciudad... leyendas urbanas, que dan para mucho...
ResponderEliminardirty saludos¡¡¡¡¡¡
ja, ja, ja
ResponderEliminarJe, je, ya leí un artículo en este blog sobre las bizis de Zaragoza pero no tan gracioso!! Yo también parezco el ciclista errante... no falla: si tengo prisa, no puedo contar con la bizi: no hay en la parada, está la rueda pinchada, no funciona el servicio...en fin, que para pasear por las riberas del Ebro valen, pero para nada más.
ResponderEliminarAquí en Donosti también tuvimos un ciclista solitario que durante unos años se paseo por el carril bici como si del tour de Francia se tratara. La diferencia era que iba en pelota picada. Desnudo completamente. Tanto en verano como en invierno se paseaba en pelotas por las aceras donostiarras pedaleando y luciendo sus atributos, que cual badajo campanero iba de izquierda a derecha del sillín como espantamoscas.
ResponderEliminarMe he reído Dry, muy buena entrada
O no hay lugar donde aparcar o no hay lugar donde coger una "bizi", existe un triángulo de las Bermudas de las "Bizi's" también XD!
ResponderEliminarGran historia!
Menos mal que siempre nos quedará... el tranvía!
ResponderEliminarcaguenla...