domingo, 17 de abril de 2011

¿Para qué vale el orgullo?

Es una rémora que viene de serie, a veces más grande y aparatosa, a veces más insignificante e inofensiva. Consiste en meter la pata y tener mucha vergüenza después de que nos vean sacarla. Es como si pretendiéramos convencer al mundo de que la metimos en el cubo de mierda por acierto moral y no por equivocación humana.
Así es el orgullo. Una especie de camino sin retorno hacia la autohumillación, una oposición ganada al más tonto del pueblo, un nosequé que te impide recular aún cuando lo estás deseando con todas tus entrañas.
El orgullo se confunde a veces con la dignidad, esa frontera que nadie pasa antes de arrastrarse por debajo de lo razonable. Sin embargo, se parecen poco: el uno nace del narcisismo más egomaníaco; la otra, de la compostura más equilibrada.
No entiende de edades esto del orgullaco: lo mismo te da tener cinco que cincuenta, si bien cuando uno es joven se muestra altivo frente a nimiedades y cuando crece lo hace frente a gilipolleces más grandes. Así somos los seres humanos: más años, más niquitosidades. Merece la pena recordad la pureza de la infancia, su espontaneidad, a veces cruel, a menudo hiriente, pero sincera. Con los años se hace sutil, retorcida e interesada, como en una partida de póker con las cartas marcadas.
Recuerdo un amigo que tenía la proverbial facultad de hablar más de la cuenta, y cuando la cultura ajena superaba la propia y le pillaban en un renuncio, el pobre era incapaz de recular y admitir su ignorancia: prefería engordar la bola inventándose una salida inverosímil para su equivocación. Los colegas le conocíamos y nunca le destapábamos la coartada, porque no se puede hacer ver a un tipo que jura a gritos que está ciego. No compensa.
Aprovecho esta digresión para reconocer mi labor en la divulgación del orgullo en todas sus facetas, no siempre con el mismo éxito, y mi firme propósito de dejar de hacerlo igual que hice con el tabaco. Pero aviso, ninguno está libre de recaer en las tentadoras garras de la nicotina, o en los embriagadores brazos de la arrogancia más estúpida.

8 comentarios:

  1. El orgullo muchas veces es ridículo... Es bueno tenerla en cierta dosis, pero es insoportable los que lo tienen en exceso... en defecto tampoco es bueno...

    dirty saludos¡¡¡¡¡¡¡¡

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  2. Sería suficiente con sentirse uno bien consigo mismo y con los que le rodean...de vez en cuando.

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  3. Esto del orgullo tiene mucha miga. Es una pena que haya gente (entre los que tal vez me encuentre) que no se den cuenta de lo orgullosos (y difíciles de tratar y aguantar) que son.

    Un saludo!

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  4. El orgullo tiene sus derivados, no siempre equivalentes. El DRAE dice que orgulloso es tener orgullo. Pero no es lo mismo "ser" orgulloso uno mismo, que "estar" orgulloso de algo o de alguien. En este último supuesto una persona se siente estupendamente por algo que no es estrictamente propio ( un trabajo, una familia, la pertenencia a un colectivo, etc.)

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  5. Cuántas veces hemos pecado de orgulloso a conciencia y nos hemos arrepentido después? Y como bien explicas parece la eterna lección que nunca aprendemos y que tenemos como asignatura pendiente. Yo creo y espero ser menos orgulloso que hace unos años.

    Un fuerte abrazo, Dry!

    Manu UC.

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  6. Este blog es una fuente de inspiración para gente como yo, en tus entradas abordas unos temas muy buenos.
    Saludos!

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  7. Hola, estoy visitando blogs que aparecen como seguidores de otros blogs amigos. De los que visité, éste me pareció muy bueno, voy a quedarme por aquí como seguidor, si me permites.
    Si tienes ganas (sólo si tienes ganas), te invito a pasar por el mío.
    Un saludo desde Argentina.
    Humberto.

    www.humbertodib.blogspot.com

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  8. Hola Dry!..
    El poeta mexicano Amado Nervo decía: Si eres orgulloso conviene que ames la soledad, pues los orgullosos siempre se quedan solos. Sabias palabras verdad?
    Abrazos Dry!!

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