martes, 30 de junio de 2009

Triángulo Escaleno (III)

Ernesto Sierra Sanz: Realidad fingida


El tiempo, el sueño, los recuerdos, la realidad más inverosímil o la ficción más veraz se ingieren entre las páginas de Ernesto, provocando placentera saciedad, atiborramiento metafórico o suave digestión. A veces los relatos son claros en su planteamiento y excesivos en su desenlace, causando desconcierto o leve sonrisa, a menudo complicidad tremendista. En otras ocasiones lo real y lo irreal se entremezclan, como un cóctel agitado por los personajes que se rebelan de su pasivo rol, e invaden las páginas, guionizan o pervierten las historias. Lo onírico y lo anacrónico parecen tiranizar varias de las desventuras más oscuras, y el lector no sabe si el fin del mundo vendrá realmente del caos del tiempo, o si uno puede hacer realidad sus sueños para torturarlos después en plan gore. Las proyecciones del autor muestran nostálgicos ancianos moribundos, apocalípticos supervivientes, niños marcados a dentadas, adolescentes incomprensibles (e incomprendidos), tiburones sodomizadores, perdedores con una única bala en la recámara, héroes de la rutina o fecundadores de sueños.

Si durante los relatos de los autores precedentes predominaba la minuciosa realidad y una abierta abstracción, en la tercera parte se alternan los aspectos más cotidianos, aunque dotados de una tragicidad sobrecogedora, y las licencias más surrealistas, dibujadas en pesadillas, visiones anacrónicas o situaciones imaginarias que se tornan verdaderas. Con todo, la mayoría de las historias pueden comprenderse con facilidad, compartirse o renegar de ellas con estrépito. La complejidad simbólica se reserva para dos de los ocho cortes. Las referencias casuales o provocadas me resultan más cinematográficas que literarias, quizá por mis propias lagunas novelísticas. Aun así, “El pozo y el péndulo” de Poe (otra vez) se me aparece con frecuencia leyendo Realidad Fingida, así como estampas bíblicas del juicio, “La tienda de los horrores”, “Abyss” o “El filo de la luna” de Altarriba.

No es sólo sueño y desahucio de los sentidos lo que sale de los textos. Emanan también de ellos sentimientos de pérdida, de despropósito existencial, de terror sexual, amor imposible, fatalidad casual, degeneración (o D-Generación, que diría el autor), malicia sádica o temor infantil. Y los marcos donde Ernesto pinta sus lienzos no nos son tampoco desconocidos: ¿Quién no ha sentido alguna vez curiosidad o miedo por lo más profundo y recóndito del océano? ¿Qué sensación nos resulta más desagradable que sentir que nuestros dientes se convierten en calzada mal asfaltada que un obrero psicópata taladra con impudicia? ¿Quién no ha soñado cosas tan extrañas o más como las que el escritor ha pergeñado en estado de vigilia, ebriedad o clarividencia literaria? Poco importa si las historias se autoidentifican como realidad tramposa o pesadilla con final abrupto; lo que sí cuenta es que el universo de Ernesto es extraño, multipolar, contundente y demasiado parecido a sensaciones que el espectador ha vivido, añorado o intentado olvidar (sin suerte). Esto quiere decir que por muy surrealista que nos resulte, las cosas que pasan entre sus páginas son dolorosamente familiares, tremendamente cómicas o largamente perdidas, y las que no se asoman a nuestro mundo se empeñan en llamar a las puertas de nuestros anhelos y fantasías, consiguiendo, en ocasiones, pase preferente y asiento en plaza de ejecutivo.


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El cruce


Un triángulo está formado por tres lados. Si es escaleno, cada uno de los lados será distinto a los otros. Y todo lado, se llame Sergio, Ernesto o Jorge, se cruza con los otros, formando ángulos literarios si el triángulo escaleno está formado por letras en lugar de rectilíneos sesgos.

El cruce es algo así como el postre de una comilona ingente y excesiva, con orgía de platos y aromas, con agradables texturas y sabrosos sinsabores, un menú de banquete para mentes con hambre. Pero tampoco puedo decir que el remate del libro sea una mezcla de estilos. Más bien cada autor se reafirma en su personalidad literaria y se descuelga de sus compañeros, haciéndose singular y deja vu a un tiempo, así como recordando al lector sus señas de identidad.

Las tres historias del cruce pueden clasificarse en Símbolos y proyecciones imperfectas, Realidad fingida y Los raros son los otros sin margen de error, previa lectura del tomo, eso sí. La mentira del libre albedrío, la realidad multipoliédrica o la culpa que arrastran las decisiones erróneas añaden nuevos tonos a las voces de los tres tenores de tan geométrica –y asimétrica- figura. Poco más puedo decir, salvo agradecer a mi amigo Sergio la posibilidad de leerles y opinar, gracias a su talento y a mi atrevimiento.


5 comentarios:

  1. Pues si "Realidad fingida" es tan buena como la crítica me gustaría leerla, aunque es una crítica un poco "trampa" porque no se todavía de lo que va el texto de Ernesto...

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  2. Es increíble lo mucho que nos delatan los sueños. Yo creo que dicen más de nosotros que nuestras propias acciones

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  3. Otro gran acierto de crítica. En cuanto demos forma al nuevo compendio "Dioses comiendo moscas", ya sabe que tienes otro papel estelar de crítico. Grande, Dry.

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  4. No conozco al autor ni tampoco su obra. Tu crítica, seria, trabajada, está muy bien planteada, eso sí.

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  5. Excelente reseña.

    Es cierto que Ernesto Sierra es muy cinematográfico tanto por influencias como por estilo (cortante, abrupto a veces, con elipsis, mucho diálogo directo...) Entre las influencias, yo destacaría la de David Lynch, con su universo onírico, que tan bien has destacado.

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