martes, 5 de mayo de 2009

La vida es un inexorable camino hacia la marujez

Oh, Dioses insondables, oh, malhallados destinos, agoreras casualidades. Y yo que me creía único, raro o al menos un puntito especial. Pues resulta que no. Toda la rebeldía que me impregnaba de adolescente de un cierto sabor a diferente y original ha muerto presa de la rutina más cotidiana. Y eso que a veces veo a los abuelos dirigiendo las máquinas demolerruinas con su batuta imaginaria y me digo: “Yo nunca haré eso”. Ni llevaré los jerséis durante veinte años y los pantalones por encima del ombligo sacando tripa para que no se caigan. Pero no. No soy especial. Hace tiempo que lo descubrí, pero sólo ahora me doy cuenta de que mi destino es hacer el gavilán a la sombra o arreglar el mundo desde mi banco del parque, amén de otras heroicidades como rememorar cómo me libré de la mili o por qué saqué el carnet de conducir a la primera, a ser posible dando la brasa a los jovenzuelos cuyo mundo empieza en el Tuenti y acaba en Física o química.
A tan livianas conclusiones no se llega en dos días. De hecho a mí me ha costado dos lustros, cuando empecé a renegar de la biblia del mochuelo: alcohol, tabaco y mujeres. Marginé al primero a las cervezas del sofá, erradiqué al segundo echando humo y singularicé el tercero mediante sendos contratos vitalicios de hipoteca y boda. Con todo, seguí pensando que no le cogería el tranquillo a la plancha ni el gusto a los viajes organizados. Ah, amigo, que inocente te levantaste este siglo. ¿Acaso pensabas que te librarías de usar el carro de la compra en lugar de tus otrora fuertes manos recogebolsas mercadoniles? ¿Y el monovolumen, los zapatos y la tripa de serie que regalan al comprar piso? Pero si hasta me gusta (no siempre) la música clásica y pegarle fuego a la cámara digital.
Todavía estoy a tiempo, me digo. Aún no llevo calcetines blancos con chanclas ni se me ha puesto la tez rojo tomate. Pero no negaré que veo un botellón y pienso “qué manera de perder el tiempo, pasar frío y joderse el hígado”. Y pensar que abanderé –como todos- el consumo burro de litronas y las fantasmadas de absenta a palo seco, que me fumaba los cigarillos de dos en dos (literalmente en estado de embriaguez), y silbaba o vacilaba más y mejor que nadie a las chavalas bonitas… Y ahí me tenéis, prefiriendo un paseo a media tarde que un cubata a media noche, y un cine a un garito bakaladero.
Ya sé lo que me espera. Y quiero luchar contra ello, pero sé que acabaré gritando las imposibles jugadas de guiñote a mi torpe compañero de partida, meando por las esquinas porque la próstata me durará seis minutos y dando codazos a las demás marujas para hacerme con otro trozo de roscón de San Valero gratis en la Plaza del Pilar.

5 comentarios:

  1. !Y lo felices que son los abuelos jugando al dominó y comiendo roscón de sn valero gratis¡

    ResponderEliminar
  2. Oye, que también puedes huir a una isla y vivir entre la playa desnudito todo el día y a tu bola.
    Anda, anda, anda.

    En el texto inquietan cosas más por cotidianas que por lejanas.
    Un abrazo,

    Marta

    ResponderEliminar
  3. Pero cuando uno se mete en esas rutinas, no se da cuenta. Te atrapan irremediablemente. No es exactamente amarujearse, es hacerse monótono.

    ResponderEliminar
  4. Yo también pensaba: "Yo no seré así", pero cada vez tengo más claro que todos somos iguales y acabamos haciendo lo mismico o paecidico.

    ResponderEliminar
  5. Todo tiene su lado bueno.

    ResponderEliminar