viernes, 29 de mayo de 2009

Carmen

Fue hace un año, tal vez un poco más. A veces los momentos se aturullan en mi mente, buscando olvido y encontrando complicidad. Hacía tiempo que os había perdido la pista, muriendo nuestro vínculo entre las agujas despiadadas del padre cronos y los ramalazos humanos de la desgana y la pereza. Cuando te conocí no eras mayor de edad. Tampoco fue impedimento para que esa misma noche de concierto te hicieras la novia de mi amigo. Siempre me pareció que tuvo suerte. Tal vez por ello el destino se la cobró toda de golpe. Durante años fuimos inseparables: Primero cuatro, luego cinco. Éramos como hermanos. No es de extrañar que te llamara “tata”. Compartimos litros de cerveza y discos de rock urbano, noches de pijamas y saltos de rock and roll. Siempre juntos: El líder, la chica, el cariñoso, el filósofo y el tímido. Pero un buen día rompimos todo. Un partido de fútbol y un cumpleaños incompatibles convirtieron una cabezonería en cisma irreparable. Nunca nos recuperamos de aquello. El líder cogió a su chica y se quedó. Y los tres restantes nos fuimos a descubrir nuevos mundos, a mitigar nuevas inquietudes, a crecer. Nunca nos lo perdonasteis, y viendo como acabó nuestra idílica amistad a cinco bandas, hubiera preferido mil veces haber perdonado aquella final de copa. Perdimos el partido y algo más.

Tu muerte no me destrozó. Hacía diez años que habíamos dejado de ser hermanos. Todo el cariño que te tenía se lo llevaron los sábados de cine, partido, concierto, campamento, playa, trabajo o estudio. Por eso, cuando tu amiga me llamó con voz desgarrada y me dijo que te morías sólo sentí el dolor de los recuerdos y la rabia de aceptar que mi antigua hermana no cumpliría treinta y tres años. Hasta Jesucristo duró más.

Decían que era un dolor de cabeza. Yo creo que fue una putada. No hacía mucho que compartíais piso, que aunabais dos sueldos, que construíais una casa de ilusión. Es por ello que el segador, inflexible y paciente, decidió pasar la guadaña. De modo súbito, directo, pero prematuro. Tal vez debiera haberse quedado afilándola cincuenta años más.

Los otros tres ya no somos tan amigos. Todavía quedamos cada cinco meses o nos citan los que vienen al mundo o los que se evaden de él. El año pasado os vi dos veces. La primera la llenamos de aire y palabras. La segunda ya no pudiste decir nada, pero los cuatro volvimos a estar juntos. Tal vez, desde tus sábanas de pino, sonreías con ternura y malicia por reunirnos quince años después.

A veces me acuerdo de ti. Las cosas que nos pasaron, las conversaciones que tuvimos, las vacaciones que compartimos, las risas que nos provocamos, los conciertos que sudamos. Es verdad que ambos fuimos suicidando nuestra inocencia por separado, que enriquecimos nuestro escepticismo con desgana, pero la vida no acabó con mi ingenuidad. Tu muerte sí lo hizo. Y me trajo además un montón de instantes que esculpimos en esa jodida transición de la adolescencia a la juventud.

7 comentarios:

  1. Carmen tenía una preciosa sonrisa. Y era una chica muy dulce. No es justo que todos los que decidimos dejar de ser amigos (o el tiempo lo decidió por nosotros)volviésemos a reencontrarnos en su velatorio.

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  2. Es verdad, pero la justicia tiene tan poco que ver con todo esto...
    Un abrazo

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  3. Lo mejor para vos,Me voy a pasar mass seguido,me interesa lo que escribìs , Buena Semana (:

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  4. Un relato muy bien construido. Poco puedo decir al entender que es un post personal.
    Un saludo.

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  5. Si que parece muy personal, si.

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  6. Qué duro es todo esto.

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  7. Me gustaría volver a encontrarte en un concierto de Tako o por el barrio, Carmen.

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