viernes, 24 de agosto de 2012

La primera vez


No esa primera vez. Todas las demás. Las que no acaban con un “¿Ya?”
Pasar por una puerta al mundo nunca es igual cuando se repite el umbral de la experiencia. La inocencia da valor a las cosas. Venecia nunca gusta lo mismo la segunda vez, del mismo modo que la película que tanto nos impactó nos sabe menos intensa cuando la volvemos a visionar. Si al amargo desencanto de viajar al mismo paraíso, leer otra vez aquel libro, visitar ese museo, subir al cachivache imposible de antaño, jugar a ese juego divertidísimo o practicar aquel deporte tan molón le añadimos un componente de niñez el desencanto será ya de matrícula, porque nada impresiona más que ver las cosas cuando uno no levanta un palmo del suelo. Si eres niño El llanero solitario te parecerá una película mítica y la cueva del horror la experiencia más terrorífica por la que hayas pasado nunca; tu padre lo sabrá todo y tu madre será la más guapa; el parque de atracciones será el lugar más alucinante del mundo y los videojuegos el vicio mejor inventado jamás. Recuperar todo aquello de mayor es un cóctel mal combinado de decepción y jocosidad. ¿Cómo podía gustarme semejante bodrio? Y yo que perdía el culo por esa cantante…
¿Y el turismo? Nada entristece más que volver a Tazones o Cadaqués y que la orografía sea la mitad de hermosa de lo que recordábamos. Los instantes parecen grabar la realidad y magnificarla sin censura. El recuerdo que nos queda es mucho más bello que la verdad objetiva. No es de extrañar que uno no quiera repetir destino si no es para enseñárselo a otros y alimentarse buítricamente de su ilusión, de su primera vez. Vivir es conocer, pero lo sabido ya es menos asombroso. Todo lo repetido vale menos, salvo tal vez las canciones. Esas, como los vinos buenos, ganan con los años. Quizá deberíamos salir al mundo con una memoria de pez que nos hiciera olvidar las cosas que ya hemos contemplado, las personas que ya hemos conocido, los sabores que ya hemos probado, porque nada es comparable a la primera vez. Afortunadamente, tampoco el sexo.

4 comentarios:

  1. Sí, cuando vuelvo al pueblo, veo todo más pequeño y normal. Y lo sigo recordando con un cariño especial que no quiero perder. Maldita memoria...

    Un abrazo :)

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  2. Es cierto Dry que la inocencia da valor a las cosas. Hay que estrenar mas. Estrenar ropa, estrenar viajes, estrenar películas y a poder ser estrenar amores. Es la forma de seguir sorprendiéndonos, y la sorpresa es la salsa de la vida. ¿no?

    Auf Wiedersehen Dry, ves! me he sorprendido despidiéndome en alemán. (Significa Adiós) ya me encuentro mejor. :-)

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  3. Efectivamente, la experiencia te va enseñando que cuando vuelves a un lugar que habías visitado hace pongamos veinte años, las cosas ya no son como estaban y las contemplaste en su momento. El llamado progreso, que naturalmente ha traído cosas buenas ha terminado con otras, que nos parecían más auténticas. La eterna polémica del paso del tiempo en el entorno, en el paisaje, en suma, en lo que conocíamos y ya nunca será igual.

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