jueves, 16 de agosto de 2012

La dieta definitiva

A veces ganan los buenos

Largo llevaba dos meses viviendo en la habitación del hospital de Elfo. De nada servía que Sota de Espadas le hubiera restado los días de las vacaciones, ni que Gordo pero que Manda Más que el Rey le suspendiera de empleo y sueldo las últimas tres semanas. A Día sin Pan se le había asignado un nuevo compañero, Tendencias, pero no había salido a patrullar con él un solo día. Prefería estar con Ojos Almendrados de Elfo, esperando una recuperación milagrosa, un tosido salvador, un envite de actividad. Los médicos no sabían si volvería a oír, toda vez que pudiera salvar el coma profundo que la soporizaba.
Tendencias era un enamorado de la moda. Vestía de Adolfo Domínguez, Armani o Versace. De hecho, su uniforme de policía estaba personalizado con la firma y corte de los grandes modistos. Causaba sensación, aunque no siempre en un sentido positivo. Desgraciadamente, con los nuevos recortes para funcionarios Tendencias ya no podía invertir tanto en su atuendo. No había problema… hasta el día que cogió unos kilos.
Todo esto a Largo le importaba un carajo, pero su compañero se lo repetía cada jornada. Día sin Pan llevaba años soportando los escasos pantalones reglamentarios por encima del tobillo. Si al menos le dejaran llevar botas altas, pero en esos momentos era la menor de sus preocupaciones.
Un día Tendencias llegó con gesto de felicidad extrema. Presumía de haber encontrado el régimen perfecto. Llevaba unas marcas en los labios. Largo dedujo que se había aplicado a la dieta de la piña, la cual, al comerla a mordiscos, rasgaba la boca con la corteza exterior. No le dedicó un pensamiento más. Prefería rezar a Ojos.
Los días pasaban y efectivamente Tendencias estaba reduciendo su figura hasta la demacración. Parecía estar atravesando algún tipo de trastorno alimentario. En estas apareció Sota de Espadas. Cuando Largo esperaba el sermón, la inspectora jefe se limitó a pedirle a Tendencias el teléfono de su dietista. No fue la única. Por la habitación de Ojos Almendrados de Elfo desfilaron los personajes más orondos de la comisaría de Proteger y Servir: Bollitos Martínez con una palmera a medio deglutir, Gordo pero que Manda Más que el Rey, Una Cervecita, Pies Mogolluna y Carapán Consésamo. Incluso Joviola, la feísima doctora desplazada a otra comisaría tras atentar contra los compañeros que no querían tener una relación con ella, se sabía que iba a la misma nutricionista.
Los días pasaban inexorables y Elfo no salía de su coma inducido. La única diversión de Sin Pan era analizar la evolución física de Tendencias. Se estropeaba por momentos. Casi era ya un esqueleto. Los labios estaban morados y llenos de cicatrices y heridas equidistantes, algunas aún supurando. Algo estaba pasando. Cuando apareció Una Cervecita con una visible disminución de su tripa cervecera y los mismos labios torturados, Largo vio la mano oscura de Excel. Todo apestaba a él. Sin duda estaba detrás de las radicales dietas de sus compañeros. Día sin Pan besó la frente de Ojos, mesó sus cabellos con ternura y se dirigió a Proteger y Servir. Si Cuadrícula de Excel había movido ficha podía haber dejado rastro.
Las conversaciones en jefatura no dejaban duda. Todos los agentes presentaban pérdidas abusivas de peso y heridas en los labios. Ninguno quería dar explicaciones. Habían firmado un contrato de confidencialidad con un fuerte recargo en caso de revelación de datos. Sota estaba realmente cadavérica; Tendencias daba mucha impresión; Bollitos Martínez parecía Huesitos; Carapán Consésamo ya sólo tenía el sésamo en el rostro; Gordo pero que Manda Más que el Rey parecía una ballena varada durante siglos; y Pies Mogolluna había perdido de un modo tan desigual que parecía una gelatina gigante. De Jovellana Violácea no se sabía nada. Pero Largo no se limitó a preguntar. Cogió a Bollitos en el baño y le partió la nariz. A la segunda fractura el pobre comepasteles soltó la lengua. Era increíble que Más Largo que un Día sin Pan se comportara así. El impecable agente de los pantalones cortos había cambiado mucho desde el accidente de su novia, Ojos Almendrados de Elfo. Estaba amargado, rudo y seco, sin delicadezas, incluso brutal. Acojonaba de veras verlo así.
Bollitos confesó que Jovellana había desaparecido hacía tres semanas, pero no se consideraba rapto ni nada por el estilo. No había denuncia, pues no tenía familia, y todos los integrantes del régimen sabían bien que ella había escogido la modalidad tres, la llamada severa, mientras ellos se habían decantado por la intensiva o la moderada, mucho menos agresivas. La dieta severa incluía internamiento en la clínica y resultados extremos. Si Sota de Espadas ya estaba al borde de la muerte por inanición con la moderada, no quería ni imaginar qué habría sido de Joviola. Eso sí, Martínez se negó a explicar el método utilizado. Tampoco importaba. Largo tenía un sombrío presentimiento.
Tras conseguir la dirección amablemente, Largo se personó allí. Era un cuchitril oscuro y lóbrego, y una enfermera recepcionista de unos cincuenta años le prohibió entrar a consulta jurándole que el doctor no estaba, al menos hasta que Sin Pan la neutralizó con una llave sapo burlón y la esposó a la pata del mostrador, lejos del teléfono y del interfono.
Entró a saco, sin preguntar, en cada una de las estancias. El quirófano confirmó sus sospechas. Sobre una camilla encontró restos de sangre, hilos de coser de naylon y varias agujas de punción. La dieta consistía en coser la boca a los pacientes y tenerlos así la mayor cantidad posible de horas, sin poder comer y apenas pudiendo beber con pajita. Una auténtica salvajada. Pero faltaba encontrar la sala de internos. Un olor fuerte le ayudó a localizarla. Colgados de las muñecas, apoyando ligeramente los pies encontró dos cadáveres. Uno era Jovellana, en avanzado estado de putrefacción, con gusanos zigzagueando por su carne corrupta y gruesos hilos zurciendo su boca. El otro era un esqueleto con ropa. A sus pies descansaban un puñado de hilos de coser y un aspa verde sobre fondo blanco.
La clínica fue desmantelada y la maruja de la entrada detenida e interrogada. Juró no conocer al doctor, y justificó su participación para pagarse unos carísimos tratamientos de huesos en Francia. No había indicios incriminatorios ni pruebas concluyentes, pero Largo sabía que era Luis Mateo Sanjuanes, Cuadrícula de Excel. Mientras, los agentes en dieta se recuperaban física y psicológicamente del tratamiento que les vendieron con un “no abrirás la boca”. Menos Joviola, claro. Ella y Herpes Zoster, un jubilado austriaco hecho un guiñapo, nunca volvieron a ganar peso.

4 comentarios:

  1. "La dieta de la piña" xD Me encantan los nombres, y esos relatos negro-psicodélicos, es como visitar los suburbios de "Desolation Row". Pobre Joviola...

    ¡Un abrazo! :)

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  2. Buena imaginación Dry, estupendo relato negro, nombres acojonantes y macabro final como debe ser en un genero como el del post.
    Estupendo como siempre.

    ¡Abrazos Dry!

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  3. Creo que ya te lo he escrito alguna vez, pero estos personajes merecerían una saga y (¿por qué no?) escribir y publicar algo sobre ellos.
    Salud.

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  4. La última foto es horrorosa!No pega con el capítulo!(Que por cierto es muy chulo).

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