Big bang es la serie de moda. Y
las modas como los pantalones piratas, los yo-yos y las Papá Levante acaban por
agotarse. Las aventuras de Sheldon, Leonard, Penny, Raj y Howard, sin embargo,
todavía gozan de buena salud, y van ya por la quinta entrega.
La sitcom americana tiene una
buena suma de elementos ganadores: un reparto excelente, diálogos muy trabajados,
frikismo en tarro industrial, sheldo-lecciones para todos los públicos y guiños
infinitos a la cultura pop, los cómics, los juegos de rol, las pelis de culto
espacial, las videoconsolas, la vida universitaria, las relaciones sociales y
otros topicazos de la raza geek. Todo lo anterior, en permanente colisión con
el mundo cotidiano de Penny, mucho más limitado en la teoría pero infinitamente
más exuberante en la práctica.
The Big Bang Theory ofrece consuelo y abrigo a todos. El científico cuadriculado con escasas habilidades sociales y un tremendo complejo de inferioridad en su esforzado intento por encajar en un mundo que le viene grande, que esconde sus defectos físicos como la cortedad de estatura o la miopía bajo unas gruesas gafas, podrá verse reflejado en el doctor en física aplicada Leonard Hofstadter, sin duda el arquetipo de geek por antonomasia. En cambio, si se trata de un elemento desfasado, salido y necesitado, absoluto desconocedor del abismo entre su yo real y su yo ideal, un sujeto constreñido por sus pulsiones sexuales y un equivocado autoconcepto, evidentemente sobrevalorado en su imagen de gigoló, entonces su hombre es el ingeniero Howard Wolowitz. Para los hombres tiernos, moñas, con ganas de agradar y de ser aceptados, acomplejados por el sexo opuesto, por diferencias culturales, linguísticas, incluso con una marcada patriofobia, el modelo es el doctor en astrofísica Rajesh Koothrappali, un osito con mutismo selectivo que le impide hablar en presencia de mujeres. Pero si el telespectador adolece de sentimientos empáticos, no está interesado en relacionarse, en entender el mundo emocional, no comprende los dobles sentidos, la espontaneidad o el desorden, y además es un cerebrito mucho más consciente de cómo funciona el mundo que de vivir en él, su ídolo será el superdotado doctor en física teórica Sheldon Cooper. Para todos los demás, los normales, está Penny.
The Big Bang Theory ofrece consuelo y abrigo a todos. El científico cuadriculado con escasas habilidades sociales y un tremendo complejo de inferioridad en su esforzado intento por encajar en un mundo que le viene grande, que esconde sus defectos físicos como la cortedad de estatura o la miopía bajo unas gruesas gafas, podrá verse reflejado en el doctor en física aplicada Leonard Hofstadter, sin duda el arquetipo de geek por antonomasia. En cambio, si se trata de un elemento desfasado, salido y necesitado, absoluto desconocedor del abismo entre su yo real y su yo ideal, un sujeto constreñido por sus pulsiones sexuales y un equivocado autoconcepto, evidentemente sobrevalorado en su imagen de gigoló, entonces su hombre es el ingeniero Howard Wolowitz. Para los hombres tiernos, moñas, con ganas de agradar y de ser aceptados, acomplejados por el sexo opuesto, por diferencias culturales, linguísticas, incluso con una marcada patriofobia, el modelo es el doctor en astrofísica Rajesh Koothrappali, un osito con mutismo selectivo que le impide hablar en presencia de mujeres. Pero si el telespectador adolece de sentimientos empáticos, no está interesado en relacionarse, en entender el mundo emocional, no comprende los dobles sentidos, la espontaneidad o el desorden, y además es un cerebrito mucho más consciente de cómo funciona el mundo que de vivir en él, su ídolo será el superdotado doctor en física teórica Sheldon Cooper. Para todos los demás, los normales, está Penny.
Big Bang se sustenta en una
convincente red de entramados emocionales entre cinco amigos, todos ellos
diferentes entre sí y opuestos a todos los demás. Penny es una aspirante a
actriz con limitados talentos artísticos e intelectuales. Representa al
americano medio enfrascado en sueños inconclusos y probablemente de difícil
realización. Sin embargo, es capaz de sobreponerse a sus frustraciones y seguir
luchando por sus proyectos mientras siente, vive y respira en un mundo real. En
cierto modo, es superior a todos los frikis de la puerta de enfrente. Sus
problemas cotidianos son los de toda la gente corriente, su vida amorosa es una
montaña rusa en un parque de atracciones, se organiza mal el dinero, tiene la
casa en estado caótico, se pirra por los zapatos y no comprende la mitad de las
cosas que dicen los científicos geek. Pero es capaz de consolarlos, afrontar
situaciones incómodas con determinación, sencillez y toneladas de sentido
común. Penny es la escuela de la vida, y aquí tiene muchos más doctorados que
los otros cuatro.
Raj defiende el arquetipo del
extranjero exótico, simpático, a menudo servil, con un acusado complejo de
inferioridad nacional respecto a los estadounidenses. Si ya los ingleses se
sienten a veces en desventaja con los americanos, qué esperar de una
subcontrata commonwealthesca, de un país de joven emancipación británica. La
situación de Raj, sin embargo, encierra aparentes contrastes. En una India de
escaseces e inanición, rechaza la gastronomía hindú. En su país es un ciudadano
de clase alta donde la pobreza y la superpoblación son masivas. En Pasadena es
un científico asiático en busca de una oportunidad que su país no le puede
ofrecer. En cierto modo es un erasmus de la vida. Por eso Raj es el modelo para
los millones de inmigrantes sin recursos en la tierra de los sueños. Su status
de superioridad lo confiere su indudable atractivo exótico, una personalidad
tímida, su ternura inocente y unos ingentes conocimientos de astronomía. Pese a
su contundente éxito con las mujeres, Raj se cayó de pequeño en la marmita de
mutismo selectivo. No lo ibas a tener tan fácil, Rajesh.
Leonard abandera a los geeks con
sentido del ridículo. Son los más conscientes de “su rareza” y los que más
sufren por ello. De los cuatro es el que menos confía en sí mismo, el que más
complejos acumula. Es bajito, usa gafas, no soporta la lactosa y no parece muy
seguro cuando asevera algo, pese a que suele ser el más certero, corrigiendo a
menudo a la mismísima Penny. Una infancia difícil y las eternas comparaciones
con los inteligentísimos miembros de su familia le han hecho frágil y
quebradizo. Pese a ello, su sentido común pone coherencia donde sólo hay orden
lógico. De carácter suave y con una paciencia infinita, Leonard parece el único
ser sobre la tierra capaz de compartir piso con Sheldon. De todos los
científicos acomplejados, el doctor Hofstadter es la tipología más abundante:
personas con grandes capacidades cognitivas, a menudo superdotados, en un mundo
que no pueden comprender y que se ríe de ellos precisamente por la incapacidad
del vulgo para, a su vez, entender a los geeks. La frustración por no poder
socializarse sólo es superada por su ansia de encajar en el rompecabezas
cotidiano. Los Leonards se sienten marcianos más inteligentes pero torpes a la
hora de empatizar con los burdos y planos humanos medios.
Sheldon sustenta la serie
mediante efectos de guión clarividentes, una buena colección de tics y rutinas
aspergerianas y una excelente interpretación del actor cabecera de la sitcom,
Jim Parsons. De hecho, la mayor parte de las tramas de Big Bang provienen de la
colisión de mundos entre el universo Sheldon y todos los planetas secundarios
que giran en su órbita, sean estrellas –Penny– o satélites –Howard–. Shelly es
cuadriculado, hipocondríaco, asocial, egocéntrico, metalingüístico, soberbio,
nada empático y exageradamente lógico. Cualquier pequeña alteración de sus
rutinas supone un trastorno de consecuencias mastodónticas en su microclima
vital. Es asexual y no comprende los vínculos afectivos, analiza y reanaliza la
existencia en términos puramente científicos. Sheldon no pilla los sarcasmos,
ni los dobles sentidos, es impertinentemente obstinado y en muchos aspectos de
personalidad refleja los rasgos de un niño. Con todo, y pese a sus muchos e
intolerables defectos, mantiene una inocencia bisoña que le confiere cierto
aire de ternura. Además, no parece propenso a desarrollar mecanismos de maldad
estructural. La personalidad del doctor Cooper clava los parámetros del
síndrome de Asperger, un tipo de autismo que se da en individuos con altas
capacidades y nulas relaciones sociales, más preocupados de teorizar y explicar
lo que hacen que de hacerlo de manera espontánea, ajenos a las metáforas, la
ironía y las bromas. Sin embargo, los guionistas de la serie se han negado a
etiquetar a Sheldon bajo ese síndrome. Simplemente es así. Para los seres
obsesionados con el orden, la lógica y las rutinas inamovibles es un héroe, su
representante en el firmamento televisivo. De hecho, Sheldon aglutina tantos rituales
y manías que es casi imposible no sentirse identificado con alguno de ellos.
Howard es el ligón oficial del
grupo, al menos en un universo paralelo. En esta realidad se limita a un
patético quiero y no puedo. Comido por las pulsiones sexuales, el ingeniero
judío se conduce por la vida en relación a las tentativas –siempre fallidas– de
satisfacer sus más bajos instintos. De poco le sirve su encanto lingüístico
–sabe camelar en varios idiomas–, su look ochentero con cuellos altos y ropa
ceñida o su caída de ojos embrujadoramente desfasada. Los comentarios de Howard
en sus rituales de apareamiento rayan lo soez no exentos de cierto romanticismo
barato. Al final, lo baboso parece predominar sobre lo poético y las aventuras
wolowitz rara vez llegan a consumarse. Howard no necesita autoestima.
Aparentemente es el más sobrado en ese campo, lo cual le proporciona una
ridícula autoconfianza en proporción a su índice de fracasos. Sin embargo, en
ocasiones el judío desvela una amargura existencial aberrante, fruto de su
esclavitud sexual dentro de una personalidad oculta y tímida. Howard es el
friki que menos se quiere a sí mismo, que se autoengaña para huir de su
fracasada existencia, que prefiere aparentar un exceso de vigor antes que
admitir que necesita más caricias en el alma que en el prepucio, aunque tampoco
haría ascos a las segundas. El mundo está lleno de Wolowitzs, seres necesitados
de cariño que acaban por genitalizar su amor hasta volverse unos salidos
redomados. Quizá tendrían que aprender a masturbarse el alma y sacar placer de
ello. Se ahorrarían muchas quemaduras de primer grado.
Las personalidades marcadas de
los cuatro científicos permiten una supremacía de cada uno de ellos sobre los
demás. Sheldon es el más inteligente, y a la vez el más indefenso, aunque
tampoco le importa en relaciones sociales. Su mundo, en cambio, se viene abajo
ante un cambio de hábitos o de rutinas. Leonard es sin duda el más normalizado
de los geeks, el más capacitado para una relación estable y creíble, para
escuchar y ser tomado en serio, pero también se muestra más inseguro que sus
amigos. Raj parece más estable y controlado en su personalidad que los otros,
pero el mutismo selectivo arruina toda posibilidad de enamorar per se a una
fémina, salvo mediante amargos tragos de autoconfianza alcoholizada. Howard
siempre tiene la caña a punto para liarse a pescar, es poco exigente y está
dispuesto a lo que se tercie. Pero, aún siendo el más echao pa’lante, es el que
habitualmente liga menos de los tres geeks sexuales.
En otro plano, Penny es claramente
inferior en parámetros intelectuales a los científicos, pero su conocimiento práctico
del mundo la convierte en la superwoman de la serie; una rubia monísima que lo
mismo ejerce de madre con Sheldon, novia de Leonard, hermana de Raj o mito
erótico inalcanzable con Howard. Penny es la victoria de la gente sin estudios,
sin cosmovisión y sin cultura, y la demostración de que se puede ser feliz en
este universo sin saber cómo funciona. Aunque también se puede ser pleno al
revés. Que se lo digan a Sheldon.
Las referencias pop garantizan la
complicidad de todos los frikis de la
Tierra: El señor de los anillos, comics Marvel, juegos de
rol, Linux, Star Wars, Harry Potter, Babylon 5, Star Trek, Halo, comics DC,
Mario Bros, Facebook… Los intereses de los protagonistas reflejan y revindican
a una generación de raritos avergonzados de sus aficiones geek. A ver si al
final va a resultar que los frikis eran los otros, los que no justifican
mediante leyes físicas el vuelo de Superman, los que no se pegan viciadas frente
a la Xbox 360,
los que no se chupan la versión extendida de El retorno del rey con los
comentarios de Peter Jackson. Big Bang parece recordarnos que estos universos
pueden ser tan adultos como los considerados serios.
Yo no me canso de ver esta serie, viva Sheldon!! Aunque realmente ninguno de los personajes tiene despercio...¿Y qué me dices de las madres de cada uno?
ResponderEliminarUna serie genial!!!y que hace de reir!!!
ResponderEliminarMagnífico retrato psicológico de los personajes de la serie. A mí me encanta esta serie, de hecho, es la única que veo.
ResponderEliminarEl concepto de la serie es bastante atrayente, y el análisis psicológico de los personajes me ha matado. Pero no sé por qué, tengo la sensación de que desde la tercera temporada es una parodia de sí misma, no tiene ya la magia de las dos primeras. También es cierto que toda serie acaba perdiendo chispa con el tiempo, pero es que Big Bang era tan sublime que me fastidió mucho cuando me di cuenta...vamos, que me ha encantado la entrada.
ResponderEliminarCierto es que he visto pocos capítulos de la serie, pero está claro que divierte y tiene gancho, que al fin y al cabo es lo que se pretende en estos casos...Un saludo.
ResponderEliminarEsta serie me tiene enamorada hace tiempo, lo tiene todo...al menos bajo mi punto de vista :) Has hecho una crónica fabulosa, para variar ;) No queda nada en el tintero que pueda añadir...escepto unirme al grito de : VIVA SHELDON ;)!!!
ResponderEliminarUn abrazo inmenso!!!
Favole
Viva Sheldon!!
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarVaya crítico-crónica jajaja. Me ha encantado, has descrito de una forma espectacular a cada personaje. Sin desmerecer el resto de descripciones quiero quedarme con la de Wolowitz y lo que dices que mucha gente tiene sus rasgos de personalidad y que quizás deberían aprender a masturbarse el alma. Lo siento, tengo que cogerte prestada esa frase :-)
ResponderEliminarSin duda una grandísima serie, cualquier premio que se lleva es poco y está de sobra merecido. Para mi tiene el 10 desde la primera temporada que me enganchó como pocas series han conseguido.
Un abrazo grande.
Oski