Hay dos tipos de curiosos cinematográficos: los que leen las reseñas antes para decidir si ven la peli y los que las consultan después para discrepar de ellas. Yo soy de los dos pero en este caso ni las previas ni las posteriores tenían demasiada relación con el filme.
Partiendo de que hablar de una película sin destriparla es muy difícil, ¿cómo cojones hacemos todos los pseudocríticos para analizarla de un modo tan lamentable que nadie se entera de lo que le estamos contando sin haberla visto primero? Para no spoilear el largo nos empeñamos en encriptar el contenido, inventar metáforas absurdas, marear la perdiz hasta que la llenamos de perdigones e incluir media docena de cultismos más o menos bien ajustados a lo que queremos expresar. El lector, por lo general, saca una conclusión somera –la peli va de esto o lo otro– y otra certera –el crítico se ha metido en otra sala.
Y es que a veces somos unos sobraos pagados de nosotros mismos y de nuestra capacidad para encajar con toro hidráulico conceptos que creemos insertar con destornillador de relojero. Nadie se entera de la crítica cuando la salpicamos de palabros eruditos que quedan de puta madre pero no aclaran nada. “Es que no quiero reventar la película”, decimos. ¡Pero qué película! ¡Si te has montado otra diferente! Si sigo leyendo seguro que el monstruo de Frankenstein se pelea con Alien en un guiño cinematográfico hacia pasados exitosos de las viejas glorias que trufan el celuloide.
Aviso y guiño al primer grupo de lectores de críticas: aquí, y desde ahora, SÍ VOY A CONTAR EL FINAL. Vamos allá. Las luces rojas del título es una metáfora que refiere a las cosas anómalas en una situación aparentemente lógica. Y a eso se dedican la doctora Margaret Matheson y su avanzado pupilo el doctor Tom Buckley, a analizar fenómenos sobrenaturales para desmontar tramas fraudulentas, tirar del alambre de espiritistas levitadores y apagarle la vela a iluminados de pacotilla. Durante muchos fotogramas se juega con la sensación de picotear con uno y otro género, evitando en el espectador el etiquetaje temprano del filme –cómo les jode a los críticos no poder clasificar el producto–. En fin, que Rodrigo Cortés no se acaba de decidir si estamos viendo un Cazafantasmas en plan oscuro, un Expediente X venido a menos, una peli de exorcismos y casas embrujadas, un thriller espiritual… o una ensalada de tópicos bien aliñada en sorpresas.En lo que a mí concierne… ¡acierto! Para mis amigos los críticos responsables… ¡error! Bueno, pues los doctores en física abordan los fenómenos para anormales como eso, como una colección de estafas y fraudes para frikis y desesperados de la vida, de esos que pagarían dos mil euros por una receta mágica de zumo de naranja con aspirina infantil para curar un cáncer de páncreas terminal.
Charlatanes los ha habido siempre, que se lo digan a las cartas, a las estrellas y a los pepinos, pero aquí aparece el vidente superior, Simon Silver, un iluminado tan supremo que a) no hay quién lo pille o b) es tan excelso que hasta la doctora Sigourney Weaver llega a dudar de sus creencias y arrimarse fugazmente a las de él. Hacer vacilar a una tía que guardaba una puerta interdimensional en su nevera y que no sólo combatió al octavo pasajero, sino que hasta se lo pasó por la piedra –véase Ghostbusters y Alien– no deja de tener su mérito, por mucho que te llames Robert de Niro y hayas interpretado a Vito Corleone, Jake Lamota y Travis Bickle en tiempos de bonanza fílmica. La película pues cabalga entre unas cosas y otras, aunque siempre se nos presentan los hechos desde el punto de vista de los científicos. Llegado el clímax dramático, cuando la doctora ya está en el más allá sin médium y la caza del farsante ya es algo personal para Tom Buckley, y cuando esperamos evidencias de que Silver es un camelo bien organizado, no como la Ann Germaine, o un tocado del ala o de Dios, pues aquí llega el giro revolucionario, toda vez que al pobre físico le dan una paliza de muerte para disuadirle. El pastel se va a descubrir, el pulso personal entre la ciencia y lo sobrenatural va a resolverse, Tom va a desenmascarar a Silver o el dotado convertir al físico para la causa paranormal… entonces Cortés se saca de la chistera el conejo que había guardado hace rato: el que tenía poderes era Tom Buckley. Él y sólo él provoca que salten todos los fusibles, que los pájaros se estampen contra el cristal, que la luz baje de tensión ante su magnetismo personal, que las cucharas se doblen. El duelo acaba cuando Buckley, brutalmente magullado, se enfrenta a la liturgia del sanador y lo peta. Lo peta literalmente: revienta bombillas, fluorescentes, cuadros eléctricos, cruje el suelo, tiembla el techo y demás manifestaciones de poder crudo. Silver no sale de su asombro y se limita a preguntar “¿Cómo lo ha hecho?” Como si el único mérito de Buckley fuera hacer trampas mejor que él. Incrédulo por naturaleza y creyente por negocio, Simon Silver, el ciego que veía todo el rato, no acaba de ver la luz que acaba de iluminar su farsa.
Aviso y guiño al primer grupo de lectores de críticas: aquí, y desde ahora, SÍ VOY A CONTAR EL FINAL. Vamos allá. Las luces rojas del título es una metáfora que refiere a las cosas anómalas en una situación aparentemente lógica. Y a eso se dedican la doctora Margaret Matheson y su avanzado pupilo el doctor Tom Buckley, a analizar fenómenos sobrenaturales para desmontar tramas fraudulentas, tirar del alambre de espiritistas levitadores y apagarle la vela a iluminados de pacotilla. Durante muchos fotogramas se juega con la sensación de picotear con uno y otro género, evitando en el espectador el etiquetaje temprano del filme –cómo les jode a los críticos no poder clasificar el producto–. En fin, que Rodrigo Cortés no se acaba de decidir si estamos viendo un Cazafantasmas en plan oscuro, un Expediente X venido a menos, una peli de exorcismos y casas embrujadas, un thriller espiritual… o una ensalada de tópicos bien aliñada en sorpresas.En lo que a mí concierne… ¡acierto! Para mis amigos los críticos responsables… ¡error! Bueno, pues los doctores en física abordan los fenómenos para anormales como eso, como una colección de estafas y fraudes para frikis y desesperados de la vida, de esos que pagarían dos mil euros por una receta mágica de zumo de naranja con aspirina infantil para curar un cáncer de páncreas terminal.
Charlatanes los ha habido siempre, que se lo digan a las cartas, a las estrellas y a los pepinos, pero aquí aparece el vidente superior, Simon Silver, un iluminado tan supremo que a) no hay quién lo pille o b) es tan excelso que hasta la doctora Sigourney Weaver llega a dudar de sus creencias y arrimarse fugazmente a las de él. Hacer vacilar a una tía que guardaba una puerta interdimensional en su nevera y que no sólo combatió al octavo pasajero, sino que hasta se lo pasó por la piedra –véase Ghostbusters y Alien– no deja de tener su mérito, por mucho que te llames Robert de Niro y hayas interpretado a Vito Corleone, Jake Lamota y Travis Bickle en tiempos de bonanza fílmica. La película pues cabalga entre unas cosas y otras, aunque siempre se nos presentan los hechos desde el punto de vista de los científicos. Llegado el clímax dramático, cuando la doctora ya está en el más allá sin médium y la caza del farsante ya es algo personal para Tom Buckley, y cuando esperamos evidencias de que Silver es un camelo bien organizado, no como la Ann Germaine, o un tocado del ala o de Dios, pues aquí llega el giro revolucionario, toda vez que al pobre físico le dan una paliza de muerte para disuadirle. El pastel se va a descubrir, el pulso personal entre la ciencia y lo sobrenatural va a resolverse, Tom va a desenmascarar a Silver o el dotado convertir al físico para la causa paranormal… entonces Cortés se saca de la chistera el conejo que había guardado hace rato: el que tenía poderes era Tom Buckley. Él y sólo él provoca que salten todos los fusibles, que los pájaros se estampen contra el cristal, que la luz baje de tensión ante su magnetismo personal, que las cucharas se doblen. El duelo acaba cuando Buckley, brutalmente magullado, se enfrenta a la liturgia del sanador y lo peta. Lo peta literalmente: revienta bombillas, fluorescentes, cuadros eléctricos, cruje el suelo, tiembla el techo y demás manifestaciones de poder crudo. Silver no sale de su asombro y se limita a preguntar “¿Cómo lo ha hecho?” Como si el único mérito de Buckley fuera hacer trampas mejor que él. Incrédulo por naturaleza y creyente por negocio, Simon Silver, el ciego que veía todo el rato, no acaba de ver la luz que acaba de iluminar su farsa.
Y así acaba el filme, con un charlatán más o menos evidenciado y un científico con poderes que se revela por fin ante el mundo, aceptando finalmente que todas las cosas sobrenaturales las había provocado él mismo, aún sin querer admitirlo. Y qué escena. Mediante flashbacks y una banda sonora memorable el espectador comulga rendido al genio del director.
Menos mis amigos los críticos orgullosos. Éstos no pueden admitir que les han timado el intelecto, que han engañado a sus mentes superiores. En lugar de reconocer con humildad y asombro que el final les ha sorprendido, que nunca lo hubieran imaginado, prefieren tachar la película de tramposa. Vale que ciertas cosas quedan en el aire, y que algunos flecos no parecen atarse de manera lógica, pero tampoco es una chapuza de guión. Dejémoslo en que las interpretaciones a posteriori permiten colocar casualidades y desgracias en cada sitio, y que las grandes obras jamás son puras, sino amalgamadas, confusas, ambiguas y abiertas a tantas conclusiones como cabezas pensantes. Si los supercinéfilos esperaban más del largo, quizás es que partieron de la premisa equivocada. Es malo venir al cine con prejuicios. Y es nefasto comparar la genialidad de Luces rojas tomando como referencia la excelencia de Buried. Porque al final uno cae víctima de sus propias y obtusas limitaciones mentales, y de un egocentrismo hedonista que impide recular, admirar o reconocer que has caído como un niño inocente. Y que no pasa nada. A mí también me la han colado. Y me gustó que me sorprendieran. No necesito ponerme por encima de la obra. Hablar de algo nunca será más importante que la cosa en sí. Una crítica nunca será mejor que una película. No hace falta enrevesarlo todo con vocabulario elitista para adornarse uno el orgullo. No era éste el juego. ¡Cuánto nos cuesta admitir la gloria ajena! En lo que respecta a los críticos de tercera como yo, que siga Rodrigo Cortés fabricando bazofia. Es caviar del bueno.
A mi la película me encantó. No sabía lo que iba a ver y me sorprendí gratamente. Me gustó todo: la interpretación, el tema, el final... solo hubo un par de detalles que no me gustaron pero que no voy a poner.
ResponderEliminarNo la he visto, aunque no parece que esté mal por lo que comentas. En micaso, pese a que reseño libros, soy de los que prefieren no saber nada de nada cuando ven una película o leen un libro. De hecho si puedo evito ojear hasta la contraportada y leer cualquier crítica.
ResponderEliminarDry, desconocía esta faceta cinéfila que tienes. Es bueno saberlo porque te pediré consejo sobre algunas pelis. De esta que hablas sinceramente no opino porque no la he visto. Pero me pasare para ver alguna otra critica si la cuelgas.
ResponderEliminarEn septiembre te daré la chapa con el Festival, ya lo veras!
Abrazos Dry, el Stanley Kubrick de los blogueros,..jeje. ;-/
Me han hecho gracias tus primeras reflexiones, cuando has anunciado que destriparías el final dejé de leer porque aún no la he visto ;) en cualquier caso el universo de las críticas es un mundo aparte, yo por ejemplo pondría un diez a muchas comedias románticas y seguro que muchos sesudos críticos gafapastas se me tirarían encima ;P
ResponderEliminardirty saludos¡¡¡¡¡
A mí no me molesta que me cuente partes de la peli,o incluso el final, si no es obvio que la peli se basa en esa sorpresa. Una narración no tiene porque ser una carrera de caballos donde sólo importa el ganador ;) Y sobre los críticos...necesitamos más pensar y opinar contra ellos, los pedestales no son buenos. No lo digo para atacarlos gratuitamente, sino para mejorar nuestro gusto. La peli parece interesante, la apunto. El director nació en mi ciudad , donde rodó (aunque la localización no importa nada) un estupedno corto, "15 días". Esta me la apunto.
ResponderEliminarUn abrazo :)
muy buuena tu critica. Saludos :)
ResponderEliminar