martes, 28 de junio de 2011

1004 (2/2)

Tres semanas después el celular personal de Fernanda sonaba con intención. Acostumbrada a telefonear a clientes de la lejana España durante turnos de ocho horas, contestar a su propio móvil no le producía ninguna alegría ni sorpresa.

–¿Alo? –dijo Fernanda.
–Buenos días. Le llamo de alcohólicos anónimos –contestó Marcos.
–Ay, pero ya déheme, pues yo no tomo.
–Es una campaña preventiva. Conteste a estas preguntas.
–Ay, pero no puedo atenderle, que ahorita me esperan en el trabajo y resién llego tarde.
–¿Ha tomado usted pescado con salsa de vino blanco?
–Pues de repente alguna ves, pero no recuerdo cómo.
–Alcohólica. Es usted una enferma. Le apunto al registro de alcohólicos anónimos.
–Pues no me diga más, que me jode con esas insinuasiones. Recién voy a colgarle.

Fernanda Valenzuela cerró la conversación con gran enojo. No le gustaba que un guacamayo español le llamase borracha a las primeras de cambio, ella que no tomaba. Le pareció muy grosero meterse en la vida de los demás sin haber sido invitado. En ningún momento reparó que su trabajo, el mismo al que se dirigía, consistía precisamente en eso.

Durante ocho horas y veinte minutos se empapó de tarifas búho capensis, ballena parda, gallinácea y artrópodo, y lo que es peor, se las metió por las orejas a todo bicho viviente que residiera en España y no tuviera contrato o tarjeta con MoviStar. Acabó la jornada y llegó a casa reventada, con la voz bajo mínimos y la paciencia desquiciada. Se desnudó, se metió en la bañera y entonces sonó el teléfono. En circunstancias normales Fernanda no hubiera abandonado el calor húmedo del baño, pero por azares del destino esperaba que Carlos Roberto le llamase para formalizar una cita. La verdad es que el guey era apuesto y tenía mucha plata. Fernanda salió chorreando y se abalanzó sobre su Vodafone Todo Incluido.

–¿Alo? –contestó la teleoperadora con un ánimo desproporcionado.
–¿Señorita Valenzuela? –preguntó Marcos con toda su mala uva–. Le llamamos del Canal Internacional de TVE.
–Ah, pues ya me cuenta otro día, que ahora espero una llamada importante, ¿sí?
–Pero señorita, aún no le he contado la magnífica oferta que le ofrecemos por ser ciudadana de Ciudad Guayana.
–Ya le dihe que no puedo platicar. Muchas grasias. Adiós.

Fernanda colgó con un cabreo impresionante. ¿Cómo podía la gente ser tan pendeja? ¿Pues no veían que una había estado matándose todo el día para que luego llamara el primer guey a dar la matraca? Volvió a la bañera con tan mala sangre que pensó que el agua se teñiría y se llevó el celular por si Carlos Roberto se decidía. Desgraciadamente, aquella noche el galán parecía estar indeciso.

Durante los siguientes dos meses el teléfono de la pobre guayanesa no paró de sonar: cuatro, cinco, siete veces al día. Pronto adivinó la jaca, pese a no ser muy aguda, que era siempre el mismo guey, un tipo con acento español. Empezó a aborrecer el móvil hasta el punto de apagarlo varias horas al día, y sólo lo encendía para oír al pesado ese llamándole constantemente, a veces desde teléfono oculto, otras desde una cabina, otras desde diversos móviles de Orange o MoviStar.

Llegó un momento en que trabajar era lo mejor del día y su tiempo libre se había transformado en una pesadilla telefónica. Fernanda acabó desquiciada. Avisó a la policía, cambió de número, de piso y de carro, pero el misterioso gallego seguía llamándola una y otra vez sin que los agentes de la ley pudieran cogerle. Continuó su deterioro. Se volvió irascible, grosera e impaciente con los clientes. MoviStar España la echó a la puta calle y se las ingeniaron para pagarle cuatro bolívares. Cedió su pisito, el carro y su vida entera. Hasta Carlos Roberto había perdido el interés en ella.

Dicen las malas lenguas que malvivió a base de negocios inmorales, ilegales o ambos a la vez. La gente de bien olvidó su nombre y pasó a ser “la Gastada”. Lo peor para la mozota, sin embargo, era no saber quién era aquel malnacido acosador telefónico y por qué la policía nunca había conseguido dar con él en los trece meses que duró el hostigamiento.

Marcos Pérez volvió satisfecho de su año sabático en Venezuela. Él era así: excéntrico, caprichoso, excesivo y lleno de obsesiones. Lo mismo le daba por fingir que era pobre y no tenía trabajo que se gastaba un pastizal en viajar a Ciudad Guayana para atormentar telefónicamente a una operadora pesada, cambiando de celular, evitando el rastreo y sobornando a la policía local con millones de bolívares. Con semejantes antecedentes, a ninguno de sus ocho mil empleados le chocaba que el presidente de MoviStar tuviera un móvil Orange para uso personal.

sábado, 25 de junio de 2011

1004 (1/2)

–Hola, buenos días. ¿Hablo con el señor Marco Péres? ¿Es usted el titular de la línea 898 454 778? Mi nombre es Fernanda Valensuela. Le llamamos de MoviStar. ¿Usted ya tiene su línea contratada con nuestra compañía?
–Eh, no. Yo soy más de Orange.
–¿Y cómo se llama, señor Péres?
–Marcos, Marcos Pérez.
–¿Pues tal ves usted ya quiere que le refiramos las ventahas de asosiarse a nuestra promosión?
–La verdad es que no, pero graci…
–Pero usted ya déheme que yo le explique a usted las ventahas de nuestro producto. ¿Me escuchó, señor Péres?
Pérez, es…
–Ya de pronto ahora mismito yo le cuento las oportunidades que le ofresemos y usted se me va a quedar muy complasido.

Marcos Pérez se planteó por un momento si estaba hablando con una operadora venezolana o con una pendeja profesional de línea erótica. Hubiera querido resolver el asunto antes de generarse la duda, pero su agilidad verbal era cuatro o cinco veces más lenta que la de su interlocutora. Pensó en colgar, en cortar a la panchita con vehemencia, en dejar el teléfono hablando sobre la encimera y hacerse un sándwich, incluso se le ocurrió enfrentar el auricular a la tele y que doña Fernanda se entendiera con el Sálvame. Sin embargo, justificó su cobardía como educación y aguantó el chaparrón promocional con sucesivos “claro, sí, entiendo, vale, venga” y otras coletillas fáticas.

Treinta y siete minutos después, tras cinco intervalos en espera con música de Pet Shop Boys de fondo, Marcos Pérez se había quitado de encima a la ponypaya argumentando que se lo pensaría y jurando por dentro que no volvería a coger el teléfono.

Pasaron seis horas y volvió a retumbar el 1004 como un heraldo de muerte. Marcos maldijo la premura pues aún no había preparado su defensa. No descolgó. Llamaron a los quince minutos. Él repitió la omisión molesto. Esperaba una llamada mucho más atractiva de Carlos para ir a jugar a los bolos. Pero MoviStar siguió insistiendo con perseverancia hasta colapsar su número. Al final del día Marcos respondió al móvil hastiado y cansado de su monocorde sonar, y contestó rápido aunque cortésmente que no estaba interesado. Fernanda le pidió explicaciones y él le replicó que no tenía por qué darlas.

Al día siguiente el móvil vibró de nuevo a cuenta del 1004. Marcos Pérez estaba ya rayado perdido.
–¡Diga! –contestó el pobre hombre.
–¿Holaaaaa? ¿Hablo con Marco Péres? –inquirió Fernanda Valenzuela desde lo más sombrío de su centralita venezolana.
–¡Oiga, –dijo Marcos– que ya le he dicho que no me voy a hacer de Movistar.
–Pero señor Péres, ya de repente le explico las ventahas de acogerse a nuestro programa de puntos. ¿Qué tan ahorita lo conose?
–¡Sí lo conozco! –replicó el cliente accidental rojo de ira–. ¡Me lo ha contado ya tres veces! ¡Déjeme en paz! ¡No quiero saber nada de ustedes ni de Movistar!
–¿Disculpe, señor Péres? Ya estaba en la otra línea y no pude recoger toda la informasión. ¿Me desía que se va a acoher a la tarifa “Serdo” o a la “Buitre”?
–¡Nada, no le he dicho nada! ¡Déjeme en paz! ¡No existo!. ¡No insista más o tomaré acciones legales! ¡Olvídese de mí!
–Entonses –reinsistió la locutora–, ¿debe interpretar que no está interesado en nuestra promosión seis mil minutos por sincuenta euros?
–¡Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!

A partir de aquella llamada el móvil sonó todos los días tres veces: a las 7:55, a las 15:38 y a las 22:34. Marcos estaba incandescente de rabia. El odioso teléfono de los huevos le despertaba por las mañanas antes de que sonara su propio despertador, le rompía la siesta del mediodía y le interrumpía sus cincuenta minutos sagrados de televisión nocturna. Podía apagar el móvil, pero le gustaba tenerlo encendido por si alguno de sus dos mil currículums en empresas servía para acceder a una mísera entrevista de trabajo. El paro era muy duro. Marcos lo probó todo: amenazó con denunciar a la telefonista, descolgaba y dejaba el móvil sobre la mesa, increpaba a la venezolana con palabros demasiado intensos para este relato, pidió por favor que le obviaran de mil maneras que incluían la sensiblería, la insinuación, la audacia y la tristeza más profunda. Pero Fernanda no cejaba. La única manera de deshacerse de ella parecía contratando la tarifa Guacamole, platique poco y pague el doble.

Treinta y siete días después, tras 635 intervalos en espera con música de Pet Shop Boys de fondo, Marcos Pérez se había dado de baja de Orange y de alta en MoviStar, conservando su número y perdiendo la cordura. Dejó de buscar trabajo y adoptó una extraña expresión de entumecimiento en su rostro. Durante ocho días se creyó derrotado por MoviStar y caminaba por el río ido, ausente, sin criterio y sin asertividad, como si fuera un zombie fumando porros de margarita. El noveno día las neuronas racionales se consumieron y las psicópatas afloraron con oscuras intenciones y una incontenible sed de venganza. Fernanda Valenzuela nunca olvidaría al cliente de la tarifa Guacamole.

jueves, 16 de junio de 2011

El huerto de pimientos

No recuerdo bien si alguna vez les he hablado de mi trabajo. Soy un campesino sin tierra, un labrador sin campo. Trabajo el terruño de otros a cambio de un puñado de euros. No soy Lobezno, pero soy bueno en mi trabajo.
Cada otoño pruebo suerte como temporero. Suelo conseguir tajo pues estoy bien considerado. Hay gente con mayor caché que labra peor. Incluso algunos agricultores con terreno propio son a veces pésimos con la azada o el tractor. También conozco campesinos más diestros a los que no se les hace justicia.
Esta temporada me contrataron en un campo de hortalizas prestadas. Los dueños traen la semillas y se las ceden al patrón para que de ellas saque hermosos frutos y lozanas verduras. El cliente siempre paga por la siembra, cultivo y recolección, tanto si han salido espléndidos como si se han podrido a mitad de camino.
El caso es que llegué para hacerme cargo de cinco huertos: dos de sandías, dos de pimientos y uno de melones. Tenía que cuidar a turnos cuatro de ellos, y responsabilizarme totalmente del quinto, uno de pimientos. Desde el principio me vendieron que mi huerto de pimientos era una maravilla. Las piezas eran robustas y lozanas, y aglutinaban exóticas variedades: de Padrón, verde, amarillo, rojo, de piquillo, jalapeño, ñora, chile, choricero, jalapeño, tabasco, guindilla, morrón… así hasta 24.
Pero pronto surgieron las dificultades. Algunos estaban mal asentados, otros no acababan de madurar, uno incluso ni siquiera era pimiento, sino pepino extraviado. Tuvimos que trasplantarlo rápidamente al huerto de pepinos.
Pasaron los meses y me acostumbré a mis pimientos. Los regaba por el día y los acunaba por las noches. Los dueños los visitaban con frecuencia, y salieran bonitos o feos, siempre reconocían mi esfuerzo. El duro invierno se cobró otra de mis piezas, un chile guajillo de estupendas semillas pero extraño desarrollo. Se lo llevaron a un suelo más acorde a sus características sin que aquí supiéramos hacer nada más por él. Casi al final de la temporada me sembraron otro pimiento, tipo ñora y poco acostumbrado a estas latitudes.
En primavera contemplé cómo muchos de mis vegetales se arrugaban o marchitaban. Estaban verdes como bambú de tres semanas y no parecían madurar lo suficiente. Los jefes estaban preocupados. Los dueños, más todavía.
Yo, sin embargo, no perdí la fe en mis pimientos. Recé por ellos, vertí sobré sus rabos la mejor y más fresca de las aguas de riego, peiné sus hojas al viento, moví su tierra cuando había que echar buenas raíces y me preocupé de que pudieran crecer con la lluvia y brillar con el sol.
El verano cierra la temporada de pimientos y mi contrato con el campo de hortalizas finaliza en un par de semanas. Muchos de los jalapeños, guindillas, verdes, piquillos y chiles han crecido bien. La próxima temporada los llevarán a un huerto superior para que acaben de madurar y se conviertan en excelentes ingredientes, frituras, acompañamientos y ensaladas. Algún que otro choricero, morrón y tabasco tendrá que quedarse un año más en el sitio para nutrirse adecuadamente. No tengo muy claro que su aprovechamiento de la madre tierra sea mejor de lo que ha sido este año, pero eso ya es otra historia.
Lo único seguro es que un campesino sin tierra amarrará su hato, recogerá su paga en el morral y se marchará con el sol, pensando en que aquel huerto de pimientos era el más bonito que nunca tuvo entre sus manos. Tal vez se dé la vuelta antes de partir. Es posible que murmulle algo al viento del atardecer. Si ustedes pueden darle al zoom de la estampa y leer los labios del labrador deshuertalizado tal vez puedan interpretar en ellos un juramento que diga “volveré”.
Pero si no volviera, porque el que no posee tierra propia no siempre puede decidir por dónde pisa, el labriego nómada de seguro imaginará que sus pimientos se harán gordos y relucientes, y serán la envidia de coles y tomates. Al final, poco importa la siembra o el sembrador. Lo importante eran las hortalizas.

lunes, 13 de junio de 2011

¡SSSSSSSSSSHHHHHHHHH!

Soy un hedonista de la psique bajo los efectos de las sustancias y sus revelaciones oníricas y alucinatorias. Vivo en un mundo que trasciende las convenciones de éste.

De donde yo vengo no hay conversación más preciada, superando incluso a los ronquidos y los estertores agonizantes carentes de eternidad, que un buen silencio. La estampa más bonita que se puede encontrar es una reunión de amigos dispares, cuya único nexo de unión es su veneración por la ausencia de ruido. Los más puros han empezado incluso a aprender la lengua de signos para no violar el ambiente calmo. Mientras tanto alimentamos nuestros silencios con ¡sssssssssssshhhhhhhhh! cuando es necesario, aunque no suele serlo: todos disfrutan del rumor del vacío acústico, al menos hasta que pasa una gaviota o gime un trueno y lo jode todo.

jueves, 9 de junio de 2011

La montaña es traicionera

Mala, mala, que coges a Edurne Pasabán y la minimizas a subepiedras mediática, más pendiente de la cámara y de salir bien en la foto que de conquistar cumbres con la bandera patria. Malvados picos desoxigenados que ahogáis al pobrecito Juanito Oiarzábal hasta que la falta de riego le hace desvariar y atentar verbalmente contra sus otrora compañeros de pico.
Menudo circo habéis montado. Ya me parecíais unos pijos snobs cuando hollábais una tras otra todas las cimas de la insolencia humana, convirtiendo necesidad en capricho y superación en gratuidad, sólo para bajar medio congelados y que os amputaran los dedos de frente que os faltan. Y el vulgo ovino os aplaudía en vitores de necedad, reconociendo vuestro esfuerzo y sacrificio donde yo sólo veo riesgos innecesarios. Lo vuestro no es valentía, ni tiene nada de heroico. Valiente es levantarse cada mañana a las cinco porque no queda más cojones, comer pan para que a tu hijo le llegue un trozo de carne, compartir cama con cinco compatriotas desarraigados. Eso es ser un héroe y no hacer el gilipollas de ibón en glaciar hasta que te revienten las extremidades.
Bien, pues no contentos con esto, y con comprar esclavos nepalíes para que os lleven los sacos de dormir –esos pobres sherpas que no sé si los puteáis hasta imitar a los porteadores de Tarzán o se eshuevan furtivamente de la pasta que cuatro canales de televisión y media España subvenciona para que los señoritos puedan coleccionar ochomiles–, vais ahora y montáis la de Dios es Cristo porque vuestro orgullo egocéntrico ha quedado retratado en las indiscretas miradas de toda la península, porque el más grande ha caído presa de la naturaleza extrema y la más guapa le ha salvado el culo una vez se había planchado el plumas para quedar bien en la pantalla. Por mí, como si lo arregláis a espadazos con un carámbano afilado, lo que me jode es la que estáis montando. Lo primero, porque hay gente que de verdad ama la montaña y que ni se paga porteamierdas ni arriesga su vida; que me da igual que vuestro rescate os lo autofinanciéis, que no es ése el rollo. La historia es no necesitarlo. Lo segundo, porque por mucho que me fastidie, para muchas personas sin hacer o necesitados de ídolos sois referencia y ejemplo a seguir, no sé por qué, pero parece ser que de superación, trabajo (¿?????) y valor. ¿Pero no entendéis, so lelos, que vuestras peleas de pescadería, además de ser frívolas, inmaduras e infantiles, repercuten en muchísima gente? ¿Cuándo os meteréis en vuestro criogenizado ego que un gran poder –mediático– exige una gran responsabilidad?
En fin, que mereceríais que apareciera el Yeti así en plan Tarzán y os diera un par de sopapos para colocaros en vuestro sitio y de paso salvara a los nativos de llevaros el papel higiénico. Mientras tanto, seguid demostrando al mundo que el hombre blanco es más fuerte, más duro y más rápido, y que mientras no tenga nada mejor que hacer con su existencia y su bienestar, seguirá malgastando las oportunidades de los frágiles en estúpidos récords Guinness. Con lo buena que es la cerveza negra, qué mal me caen estos arrebatos de presunción.

lunes, 6 de junio de 2011

Lo hago por ti

Pues flaco favor me haces. ¡Qué peligro tiene eso de que alguien defienda nuestros intereses muy por encima de lo razonable. Es como cuando acabas la carrera y tu madre saca pecho en la pollería y presume de tu diplomatura en Graduado Social o Relaciones Laborales. Parece que sólo tú has logrado la aventura de la titulitis, y que tus sietes no son onces porque el catedrático era un incompetente. No hay nada como desear no hacer ruido para que alguien lo haga en tu lugar, y con un eco mucho más reverberante del que tu quisieras.
Supongamos, por ejemplo, que uno tiene trece años y ciertas cualidades innatas para jugar al fútbol, y que dentro de su equipo de segunda infantil hasta destaca y sus ruletas se parecen a las que hacía Zidane. No es mi caso, pero imagino que al muchacho le apetece hacer lo suyo en el campo y ya. Pues no. Falta papá jodiendo la marrana. Primero va a presumir de ti como si fueras Marisol en la tele. Luego te dará mil consejos pseudotácticos para mearte al siete, cuando tu verdadero entrenador te ha dicho que abras a la banda y que te olvides del nota. Después cuestionará al mister por colocarte de contención cuando rindes mucho más de media punta. Finalmente el séptimo regate al siete te habrá salido y el colega te habrá parado con una entrada contundente. Entonces saltará tu padre: “¡Hijoputa, pero qué entrada! Árbitro, expulsa al siete que es un asesino.” El siete y tú os daréis la mano con deportividad. “Macho, es que te ibas.” Pero la movida ya estará montada. Tu padre estará llamando de malnacido pa’ rriba al siete, a su puta madre y al subnormal de su padre que no tiene ni repajolera idea y que le permite al cabrón de su hijo hacer semejantes entradas criminales. Pero el papá del siete tampoco se va a callar, y estará jurando en hebreo ante tu progenitor, y se habrá montado una gordísima. Los entrenadores, si no son gilipollas, que no suelen, intentarán poner paz y después gloria, pero los papis ya se habrán enganchado; si hay suerte, entre sí; si no la hay, contra el pobre colegiado de 19 años que necesita pasta para pagarse la carrera de Relaciones Laborales. Acaba el partido suspendido con improperios, maldiciones e insultos, tal vez agresiones y navajazos, mientras los niños intentan separar a sus padres de la movida que han empezado, muertos de vergüenza y de cabreo contenido, con un solo deseo en la cabeza: “No vengas más a verme. No me defiendas más.”
Hay casos menos denigrantes, pero bastante repetidos. Tu mejor amiga. Supón que eres una cabrona. Algunos lo somos. Vas por ahí haciendo el mal y no dejas títere con cabeza. Lo sabes y a veces hasta lo admites. Pero entonces viene ella. Se ha colgado la medalla de salvadora de tu honor y matará por él hasta el ridículo más absurdo. Tú la miras sacar las uñas y flipas. Eres una capulla integral y te mereces que te hayan dejado así. Lo estabas pidiendo a gritos. Eres una buscona de época y lo has encontrado. Hasta te gusta que te den tu merecido. Pero a tu mejor amiga no. Pondrá al otro de vuelta y media, sacará a relucir todos tus actos nobles, exagerándolos hasta la comicidad, y se pondrá belicosa hasta callar todas las bocas delatoras de la verdad con mentiras gritadas. Ya se sabe, cuando no se puede convencer con argumentos, se hace con pulmones.
No siempre te falta razón. A veces sólo es que no quieres llamar la atención. En el restaurante pediste merluza y te ponen bacalao. El camarero se ha colado. Pero a ti te da igual. Es más, prefieres comer en silencio que exigir el cambio de plato. Pero tu primo va a arreglarte la vida. Llama al servicio con vehemencia y te salva del horrendo plato equivocado. O llama gilipollas al taxista que te pita porque tardas en arrancar, o se caga en la dependienta que te tira el cambio sobre el mostrador en lugar de dártelo en la mano, o se levanta heroico cuando te van a castigar en la escuela diciendo que fue él, o jura y promete que la culpa fue del 4x4 y no de tuya cuando te saltaste un stop de libro.
En fin, es peligroso confundir justicia con fidelidad, pero me temo que si ambas entran en conflicto tu gente optará antes por tu beneficio que por la verdad perjudicatoria, aunque tu prefieras admitir que la culpa era sólo del pistolero imberbe que apretó rápido el gatillo del error.

miércoles, 1 de junio de 2011

¿Ingenuidad o ideales? (2/2)

Hay alguien ahí fuera podrido de billetes. ¿Dónde están los que especulaban con el ladrillo de arcilla hasta pintarlo de dorado y venderlo a precio de oro? ¿Y los bancos y cajas a reventar de beneficios año tras año? ¿Y los antiguos altos cargos políticos aburridos de cobrar y no hacer nada? ¿Cuándo nos vamos a dar cuenta que la culpa no la tienen los fontaneros, funcionarios administrativos o camioneros, que los que nos están jodiendo están mucho más arriba, y nos han agarrado bien por los cojones? Y ellos venga a recortar personal, ayudas y servicios. Y las multinacionales a reventar familias con la barata excusa de las pérdidas. Pero cuando vengan las vacas gordas los especuladores volverán a forrarse en la sociedad del bienestar, y los capitalistas serán más asquerosamente millonarios, y los demás daremos gracias al cielo por poder trabajar y cobrar 1500 euros de mierda, que hoy suspiramos por ellos, pero que en condiciones favorables supondrán que los de siempre sigan cobrando cuatro veces más por hacer cuatro veces menos.
Vuelvo al 15M. Y no sé todavía si vale para algo o no. Despertar conciencias. Creo que algunas hace tiempo que no pueden dormir y no precisamente de remordimientos, sino de preocupación. Manifestar nuestro malestar. ¿Y? ¿Crees que les importa? Promover el cambio. ¿Lo qué? ¿Cómo se promueve el cambio, qué se modifica acampando en los centros neurálgicos de los capitalismos españoles? ¿De qué manera doscientas tiendas de campaña Quechua van a ayudar a los jóvenes sin trabajo a tener una mísera oportunidad de acabar la ingeniería y cobrar mil euros trabajando diez horas de lo suyo? ¿Y los parados de edad límite, dónde pone que van a poder pagar hipotecas y callar bocas hambrientas?
Mucha gente apoya las movilizaciones como primer paso. Yo no voy a negarlo pero como hace tiempo que abandoné los veinte, me pregunto: ¿y ahora qué? ¿Cuál es el segundo paso? No quieren vincularse a ningún partido político, pero sin legitimidad política nunca podrán ser elegidos por el pueblo para trabajar para el pueblo. Los aires de transformación parecen acobardar al mismo cierzo, y huele sin duda a descontento social, a vientos de lucha de clases. ¿Son ideales o mera ingenuidad post-adolescente? La historia nos ha despertado del sueño hippie, de sus principios inquebrantables y del desengaño que trajeron; la revuelta del mayo de 68 cambió muchas cosas en el espíritu, pero nada en la realidad, y se disipó tan rápidamente como se había iniciado. Las huelgas de trabajadores han funcionado a veces, pero los trastornos que han ocasionado sólo los han sufrido el pueblo llano, como siempre. Parece poco probable que una sentada pacífica, civilizada y sin coste social suponga una molestia real para ediles y presidentes. Si es por ellos los chavales pueden acampar indefinidamente.
El perfil del quinceemero es heterogéneo, pero parece concentrarse en un espectro de edad entre los 20 y los 30. Algunos son personas responsables, que duermen ahí de noche y trabajan o estudian de día. Otros son jóvenes sin futuro, desencantados de la falta de oportunidades y rabiosos de ver como se les escapa la vida por culpa del capitalismo voraz. Los menos son adolescentes con un marcado carácter lúdico, que encuentran más divertido subirse al carro del “paz y amor” y dormir con los colegas en la tienda de campaña que en casa con los viejos, y que ven el rollo como una experiencia divertida, como una acampada urbana o como una fiesta de pijamas continuada. Menos mal que les quitaron las botellas. Estaban a punto de convertir las ideas de muchos inquietos en cubitos de calimocho.
Entonces, ¿esto va en serio o no? ¿De verdad van a conseguir algo? ¿Soy demasiado burgués para darme cuenta? ¿O es la vida y los madrugones lo que me hacen comprender que el sistema se comerá sus protestas tan pronto como les paguen por su labor y puedan subyugarse a una hipoteca? ¿Reventarán el tinglado sólo para construir uno nuevo, honesto y justo, que se irá corrompiendo con el paso de los euros como hacían los cerdos de Orwell en “Rebelión en la granja”? Mil cuatrocientas palabras después sigo sin vislumbrar la verdad en tan maniquea dicotomía pero, y perdonen mi derrotismo, la experiencia me dice que un buen día la plaza del Pilar ya no tendrá tiendas de campaña y los políticos seguirán robando lo mismo. Perdón, quería decir cobrando. Lapsus lingue. Los únicos que habrán ganado con esto serán mis amigos de Decathlon. A ver si la próxima protesta es de Merivas haciendo trompos y sacamos a la Opel de los EREs.