jueves, 24 de febrero de 2011

Negro presente

Soy un hedonista de la psique bajo los efectos de las sustancias y sus revelaciones oníricas y alucinatorias. Vivo en un mundo que trasciende las convenciones de éste.
Estoy harto. Voy por la calle y me miran mal. Si entro a una tienda me abuchean. Me dicen que huelo a blanco, que tengo los ojos azules y que mi piel es demasiado clara. Me insultan, se ríen de mis músculos de mantequilla, de mi pelambrera lisa, de mis labios finos. Dicen que soy como un chino pero sin estreñir. Ya no sé qué hacer. Amo este país pero no soporto que los de color me consideren inferior, cuestionen mi calidad genética o se mofen de todo mi físico –de lo que se ve y de lo que no se ve– porque es pequeño, flácido o falto de pigmentación. Qué más quisiera yo que ser como ellos: negro, cachas, superdotado y además inteligente. Pero me han hecho así: blanco, desustanciado y difícil de ver. Si hasta una vez me desnudaron, me apalearon y me pintaron de un color entre canela y café. Me tienen negro. Odio ser el blanco de todas las denigraciones.

sábado, 19 de febrero de 2011

Dani guarda de seguridad

A veces ganan los buenos.

Lo primero que notó Largo al despertar es que un ruido seco es peor que un reloj de alarma. Lo segundo fue que la chapa de policía local de Elfo se le había marcado en la mejilla, lo que equivalía a haber dormido sobre sus pechos de ensueño y no haberse dado cuenta de nada. Lo último que percibió es que la sangre se le había subido a una parte muy especial de su anatomía. Volvió de Morfeolandia entonces la rubia más bonita con uniforme y se levantó medio dormida. Largo se puso también de pie un tanto raro por la situación y marcó una pronunciada erección en el tejido de sus pantalones reglamentarios. Elfo lo notó y no sabía que decir.

- Vaya. Qué corte, ¿no? –dijo la chica asesinada en rubor.
- No, oye, espera, que no es lo que parece –balbuceaba Día tapándose el argumento delator–, que, que esto n-no, no, no significa e-e-eso. Que esto pasa cuando los hombres se despiertan, es muy común. Es para purgar la poll…la sangre. Dios, que incomodidad.
- Dímelo a mí, Romeo.

La conversación de besugos podía haber durado siete u ocho sonrojos más, pero un nuevo ruido captó su atención. Algo se cocía ahí fuera. Elfo quería salir pistola en mano pero Largo le suplicó que esperase, que no podía apuntar a alguien con las dos pipas a la vez. Se moría de vergüenza de estar empalmado, pero le parecía mucho más surrealista detener a alguien con semejante oda a la viagra. Optaron pues por avanzar sigilosamente y en silencio. Los sonidos les llevaron hasta la puerta de servicio, donde el guarda de seguridad metía varias prendas de vestir en un plástico gigante y luego, aprovechando el ángulo muerto de la cámara de vigilancia, introducía el paquetón en el contenedor de residuos. Después echó la persiana y volvió a conectar la alarma. Nada más darse la vuelta topó con Elfo y Día sin Pan. No intentó escapar ni ofreció resistencia. Simplemente rompió a llorar. Largo agradeció la respuesta, pues aún se encontraba en modo morcillón y pasaba apuro. Ojos le echaba miradas disimuladas. Desde luego estaba bien dotado.

Daniel Zarzolé llevaba diez años como vigilante nocturno en los almacenes RYC. Su trabajo era tranquilo porque se desarrollaba en el interior aunque no dejaba mucho sueldo. Es por ello que desde hacía dos años y medio se dedicaba a alquilar clandestinamente por horas la ropa de la planta de caballero, siempre en horario nocturno. Él sacaba las prendas solicitadas al dar las once y se las devolvían antes de las 8 de la mañana. Su socio estaba en paro y era el que se encargaba de entregar el género y cobrar el alquiler. No era mucho dinero, pero conseguían sacar 800 euros mensuales por cabeza. Dani tenía un listado hecho a mano, pero muy completo, con todos los clientes y los artículos prestados. El abrigo adobado lo había pagado un tal “aspa verde”. Los dos agentes cerraron el servicio de alquiler y las pesquisas esa misma noche. Cuando apareció el socio Largo sacó de su bolsillo un fajo de fotografías atrapadas por una goma. Ahí estaban Vaya Marrón, Más Largo que un Día sin Pan , Gorra Torcida, Sota de Espadas, Cuadrícula de Excel, Ojos Almendrados de Elfo, Gordo pero que Manda Más que el Rey, el fallecido en acto de servicio Guapo con Ganas, Machote, Bollitos Martínez, Carapán Consésamo, Jovellana Violácea Flores, Geriatriz, ¿Qué Coño Miras?, y muchos otros. El socio no era muy listo pero sí buen fisonomista. De entre todas las fotos de policías de la ciudad reconoció a uno de ellos como “aspa verde”.
Elfo y un cariacontecido Largo cerraron el negocio de Dani guarda de seguridad, pero no le detuvieron ni dieron parte. A las dos semanas el vigilante y su amigo encontraron otro medio de sacar dinero: Dani se dedicó a escanear libros para que la gente se los pudiera descargar en Internet. El socio directamente los copiaba en Word, pero por eso le pagaban menos y llevaba mucho más tiempo.
Durante tres días la fotografía del policía señalado por el socio fisonomista se grabó a fuego en la mente de Largo. Todavía no le había revelado a Ojos Almendrados de Elfo la identidad del adobador. Si antes temía por la seguridad de su amiga, compañera y tal vez algo más en un futuro lejano, en esos momentos estaba absolutamente derrotado. El agente señalado era Cuadrícula de Excel.

viernes, 11 de febrero de 2011

Querido Hijo de la Gran Puta

Estimado Malnacido:

Quiero agradecerte personalmente tu regalo de Navidad. Por cierto, llega dos meses tarde. Cuando visité Madrid no pensé que te acordarías de mí, un simple paleto provinciano que decidió malgastar uno de sus días del puente inmaculado-constitutivo en la mugre de tus calles. Tuyas. Porque sólo tú y ningún madrileño más se merece tanta suciedad moral, tanto clasismo tercermundista, tanta prepotencia aristocrática.
Este mediodía me ha llegado tu multa traicionera. No estaba en casa y además de soltar la gallina me ha tocado darme un paseo hasta Correos. No podía imaginarme qué absurda señal de circulación había podido mancillar. Yo, que cuando cojo el coche me adelantan las bicis, que cuando entro en zona urbana se cagan en mis muertos los cuatro estresados de detrás que no aceptan que vaya a 50 porque lo dice la señalización. Sí, yo soy de esos gilipollas que respetan las normas, y que me miran mal por ello hasta los coches de policía. Que lleve ya cuatro multas es de puto cachondeo, y todos los que me conocen se deshuevan de semejante disparate.
He rasgado el sobre y se han confirmado parte de mis sospechas. Efectivamente la infracción la he cometido en ciudad y no en comunidad. Ya sabemos algo. Luego la pregunta del millón: ¿Por qué? “No respetar las señales en una vía de circulación restringida o reservada”. He llegado a casa y he enchufado el Google Earth. “Calle Los Madrazo.” Y ahí estaba mi malvado crimen desnaturalizado. He circulado por una vía exclusiva para residentes. Que sí, que estaría señalizado y toda la pesca, pero los paletos del botijo bastante tenemos con bajarnos los cojones de la corbata y mentalizarnos para conducir por tu ciudad, por ese laberinto de asfalto y caos donde se maneja peor que en ningún otro sitio de España. Y todo gracias a ti. Y yo, aventurero y osado, circulando por el km 0 buscando un aparcamiento gratuito. ¿Cómo cojones iba a ver tu “Sólo residentes” si ya iba superado por el discurrir de vehículos y el sentido de la vida y de las calles? Claro que todo tiene solución. Si presento un ticket de aparcamiento me perdonáis los 90 euracos. Pero hijo de la gran pepa, ¿cómo coño voy a guardar un recibo de parking dos meses después de dejarme 22 € en él? Tampoco me hubiera valido, pues estacioné en otro lugar de pago.
No he dejado de pensar en ti. En tu inmoralidad y tu codicia. En qué vas a gastar mis 45 euros –ten por seguro que no voy a esperar para acabar palmando el doble. Tal vez te cambies esas gafas de culo vaso, o te operes el entrecejo para dejar de parecer subnormal profundo; a lo mejor las inviertes en esas rayas que te debes esnifar a diario o en los servicios orales de una rumana apurada de pasta. Poco importa. Pero te deseo lo peor del mundo. No que tengas hijos deformes, ni que te partan la cabeza, ni que pierdas las elecciones. No te deseo desgracia alguna. Sólo espero que seas lo más infeliz que se pueda, que tus coches caros y tus trajes de tres mil euros no consigan arreglarte la vida. Que lo tengas todo –ya lo tienes– y no te valga para nada. Que seas un amargado toda la vida por amargarme a mí tan injustamente durante cinco minutos. Porque yo nunca he ido a 200 km/h, ni he conducido borracho, ni he puesto a nadie en peligro. Que un nini gilipollas circule a 190 todo el trayecto y se pegue la gran frenada frente a un radar me parece la mayor hipocresía del mundo, o que cualquiera con un coleguita en tráfico no pague ni una multa. Eso sí es injusticia y corrupción. Pero que paguemos al Exclmo. Ayuntamiento de Madrid por rodar por una calle para pijos estúpidos me parece de un cinismo extremo. Si no quieres que la gente circule le pones un par de pivotes y punto. En otros sitios se hace. Pero que una cámara filme a todo coche viviente y después de comprobar quién es residente y quién no, se tramiten las sanciones me parece cuando menos bajuno, cobarde y traidor. Gracias y a ti y a tu puta madre tardaré en volver a pisar Madrid y a dejarme la pasta en sus hoteles y comercios el mayor tiempo posible. Pero no te preocupes por mi odio. Los usuarios de la M-30 alimentan muchos más sentimientos destructivos hacia tu voz de flauta y tu verbo prepotente. Sólo una cosa más: Píntate bigote y podré presumir de que me multó Groucho Marx. Y haznos un favor a todos: No endeudes a España con tus olimpiadas de los cojones, fracasado, chorizo, y mangante.

PD: Mañana mismo te ingreso los 45 €

domingo, 6 de febrero de 2011

El archienemigo comete un error

A veces ganan los buenos.

Despistar al agente Más Largo que un Día sin Pan era de habitual bastante complicado, pero tratándose de Ojos Almendrados de Elfo y de la velada amenaza contra su vida, la misión resultaba insondable. El espigado policía multiplicó esfuerzos y reinventó las pesquisas nocturnas. Por muy inteligente que fuera el sujeto que se hallaba detrás del violador de burkas y del adobo abusivo de Olimpia Gómez, de seguro debería tropezar una vez, por mínimo que fuera el traspiés. Y Largo estaría allí para reconocer las pisadas, identificar las huellas y darle con la horma de su zapato. El oscuro en la sombra no ganaría, porque lo más importante en la vida de Día sin Pan, Ojos Almendrados de Elfo, dependía de ello. Porque el jefe oculto ya había acechado a la jovencita rellenita y encantadora; se había prendado de su mirada limpia y de sus pupilas desnudadoras de belleza y eternidad; y había reconocido a aquel ser dulce y tierno como el más lindo tesoro que nadie pudiera disfrutar sólo con que le dedicara una sonrisa mensual de esas que derretían vigas de acero. Elfo era un ángel y el malo lo sabía.

Largo no lo estaba pasando bien. Temía por su vida. Y su vida era ella. Además Ojos Almendrados intuía en la obsesión compulsiva del larguirucho que algo no iba bien. De normal trabajaba mucho, pero aquello ya resultaba enfermizo. Lo único bueno es que estaban juntos muchas horas. Por el día se caían de sueño. No podían seguir así. La fijación de Día sin Pan por el “adobador” parecía algo personal, pero él nunca lo reconocía. Elfo se entretenía recordando el trasero goloso de Largo, y se lo imaginaba cada vez más delicioso. Cómo deseaba volver a verlo. Se avergonzaba de sentirlo, pero aquel culete le llevaba de culo. Una vez hizo alusión al día señalado, ése en que contempló las nalgas de su amado, y dicha mención sumió a Largo en una vorágine de rubores. Se moría de vergüenza tanto que se le enrojecieron rostro, manos y orejas, y su sofoco provocó que también ella se pusiera colorada. Se sintieron muy incómodos, y por unas noches el agente de los pantalones por los tobillos calentó el ordenador en soledad. No podía dejar de pensar en Ojos. Al huracán de pulsiones que sentía se unía un sonrojo acuciante y una preocupación creciente: Si no se daba prisa en resolver el caso el episodio del vestuario quedaría soterrado por la pérdida de Elfo.

Después de muchos pajares encontró la aguja que buscaba. Una reclamación en unos grandes almacenes del centro. La prenda adquirida olía –presuntamente– a ternero y lomo adobado. Se trataba de un abrigo largo, azul marino, de corte clásico y elevado precio. Ningún carnicero honesto compraría semejante chaquetón. Y mucho menos lo llevaría puesto para trocear. Era él: el jefe en la sombra.

Ojos y Día sin Pan siguieron la pista. Pudieron incluso ver la prueba del delito. Estaba sensiblemente rozada y tenía algún pelo de gato. Sin embargo el jefe de sección juró y perjuró que el abrigo no había salido de allí hasta el día de la compra –veinte días después de los tigretones caníbales. Algo fallaba. El chaquetón estaba demasiado rozado para ser sólo desgaste de probador. Tenían que haberlo sacado de allí. Los dos policías entrevistaron a los vendedores de planta. Nadie sabía nada. Mientras revisaban los vestuarios se hizo la hora de cerrar. Elfo salió del femenino pero no vio a Largo. El encargado le conminó a irse, pero nada más darse la vuelta entró a los probadores a buscar a Día sin Pan. El oficial dormía inopinadamente a pierna suelta sentado sobre un taburete, y varias prendas vueltas del revés le tapaban la cabeza. Las siete noches consecutivas en vela se habían cobrado su tributo, y el agotamiento derrotó a la responsabilidad moral. No se atrevió a despertarle, y se limitó a sentarse a su lado y ofrecer su pecho generoso como almohada de lujo. Largo no hizo ascos, y sólo reaccionó sibilando en lugar de roncar. El momento se hizo eterno, y efectivamente debió serlo porque al poco se apagaron las luces. Pero Elfo no estaba preparada para apreciarlo. Apoyando el mentón sobre la nuca de Día sin Pan, dormitaba con tanta paz como él.