Despistar al agente Más Largo que un Día sin Pan era de habitual bastante complicado, pero tratándose de Ojos Almendrados de Elfo y de la velada amenaza contra su vida, la misión resultaba insondable. El espigado policía multiplicó esfuerzos y reinventó las pesquisas nocturnas. Por muy inteligente que fuera el sujeto que se hallaba detrás del violador de burkas y del adobo abusivo de Olimpia Gómez, de seguro debería tropezar una vez, por mínimo que fuera el traspiés. Y Largo estaría allí para reconocer las pisadas, identificar las huellas y darle con la horma de su zapato. El oscuro en la sombra no ganaría, porque lo más importante en la vida de Día sin Pan, Ojos Almendrados de Elfo, dependía de ello. Porque el jefe oculto ya había acechado a la jovencita rellenita y encantadora; se había prendado de su mirada limpia y de sus pupilas desnudadoras de belleza y eternidad; y había reconocido a aquel ser dulce y tierno como el más lindo tesoro que nadie pudiera disfrutar sólo con que le dedicara una sonrisa mensual de esas que derretían vigas de acero. Elfo era un ángel y el malo lo sabía.
Largo no lo estaba pasando bien. Temía por su vida. Y su vida era ella. Además Ojos Almendrados intuía en la obsesión compulsiva del larguirucho que algo no iba bien. De normal trabajaba mucho, pero aquello ya resultaba enfermizo. Lo único bueno es que estaban juntos muchas horas. Por el día se caían de sueño. No podían seguir así. La fijación de Día sin Pan por el “adobador” parecía algo personal, pero él nunca lo reconocía. Elfo se entretenía recordando el trasero goloso de Largo, y se lo imaginaba cada vez más delicioso. Cómo deseaba volver a verlo. Se avergonzaba de sentirlo, pero aquel culete le llevaba de culo. Una vez hizo alusión al día señalado, ése en que contempló las nalgas de su amado, y dicha mención sumió a Largo en una vorágine de rubores. Se moría de vergüenza tanto que se le enrojecieron rostro, manos y orejas, y su sofoco provocó que también ella se pusiera colorada. Se sintieron muy incómodos, y por unas noches el agente de los pantalones por los tobillos calentó el ordenador en soledad. No podía dejar de pensar en Ojos. Al huracán de pulsiones que sentía se unía un sonrojo acuciante y una preocupación creciente: Si no se daba prisa en resolver el caso el episodio del vestuario quedaría soterrado por la pérdida de Elfo.
Después de muchos pajares encontró la aguja que buscaba. Una reclamación en unos grandes almacenes del centro. La prenda adquirida olía –presuntamente– a ternero y lomo adobado. Se trataba de un abrigo largo, azul marino, de corte clásico y elevado precio. Ningún carnicero honesto compraría semejante chaquetón. Y mucho menos lo llevaría puesto para trocear. Era él: el jefe en la sombra.
Ojos y Día sin Pan siguieron la pista. Pudieron incluso ver la prueba del delito. Estaba sensiblemente rozada y tenía algún pelo de gato. Sin embargo el jefe de sección juró y perjuró que el abrigo no había salido de allí hasta el día de la compra –veinte días después de los tigretones caníbales. Algo fallaba. El chaquetón estaba demasiado rozado para ser sólo desgaste de probador. Tenían que haberlo sacado de allí. Los dos policías entrevistaron a los vendedores de planta. Nadie sabía nada. Mientras revisaban los vestuarios se hizo la hora de cerrar. Elfo salió del femenino pero no vio a Largo. El encargado le conminó a irse, pero nada más darse la vuelta entró a los probadores a buscar a Día sin Pan. El oficial dormía inopinadamente a pierna suelta sentado sobre un taburete, y varias prendas vueltas del revés le tapaban la cabeza. Las siete noches consecutivas en vela se habían cobrado su tributo, y el agotamiento derrotó a la responsabilidad moral. No se atrevió a despertarle, y se limitó a sentarse a su lado y ofrecer su pecho generoso como almohada de lujo. Largo no hizo ascos, y sólo reaccionó sibilando en lugar de roncar. El momento se hizo eterno, y efectivamente debió serlo porque al poco se apagaron las luces. Pero Elfo no estaba preparada para apreciarlo. Apoyando el mentón sobre la nuca de Día sin Pan, dormitaba con tanta paz como él.
Largo no lo estaba pasando bien. Temía por su vida. Y su vida era ella. Además Ojos Almendrados intuía en la obsesión compulsiva del larguirucho que algo no iba bien. De normal trabajaba mucho, pero aquello ya resultaba enfermizo. Lo único bueno es que estaban juntos muchas horas. Por el día se caían de sueño. No podían seguir así. La fijación de Día sin Pan por el “adobador” parecía algo personal, pero él nunca lo reconocía. Elfo se entretenía recordando el trasero goloso de Largo, y se lo imaginaba cada vez más delicioso. Cómo deseaba volver a verlo. Se avergonzaba de sentirlo, pero aquel culete le llevaba de culo. Una vez hizo alusión al día señalado, ése en que contempló las nalgas de su amado, y dicha mención sumió a Largo en una vorágine de rubores. Se moría de vergüenza tanto que se le enrojecieron rostro, manos y orejas, y su sofoco provocó que también ella se pusiera colorada. Se sintieron muy incómodos, y por unas noches el agente de los pantalones por los tobillos calentó el ordenador en soledad. No podía dejar de pensar en Ojos. Al huracán de pulsiones que sentía se unía un sonrojo acuciante y una preocupación creciente: Si no se daba prisa en resolver el caso el episodio del vestuario quedaría soterrado por la pérdida de Elfo.
Después de muchos pajares encontró la aguja que buscaba. Una reclamación en unos grandes almacenes del centro. La prenda adquirida olía –presuntamente– a ternero y lomo adobado. Se trataba de un abrigo largo, azul marino, de corte clásico y elevado precio. Ningún carnicero honesto compraría semejante chaquetón. Y mucho menos lo llevaría puesto para trocear. Era él: el jefe en la sombra.
Ojos y Día sin Pan siguieron la pista. Pudieron incluso ver la prueba del delito. Estaba sensiblemente rozada y tenía algún pelo de gato. Sin embargo el jefe de sección juró y perjuró que el abrigo no había salido de allí hasta el día de la compra –veinte días después de los tigretones caníbales. Algo fallaba. El chaquetón estaba demasiado rozado para ser sólo desgaste de probador. Tenían que haberlo sacado de allí. Los dos policías entrevistaron a los vendedores de planta. Nadie sabía nada. Mientras revisaban los vestuarios se hizo la hora de cerrar. Elfo salió del femenino pero no vio a Largo. El encargado le conminó a irse, pero nada más darse la vuelta entró a los probadores a buscar a Día sin Pan. El oficial dormía inopinadamente a pierna suelta sentado sobre un taburete, y varias prendas vueltas del revés le tapaban la cabeza. Las siete noches consecutivas en vela se habían cobrado su tributo, y el agotamiento derrotó a la responsabilidad moral. No se atrevió a despertarle, y se limitó a sentarse a su lado y ofrecer su pecho generoso como almohada de lujo. Largo no hizo ascos, y sólo reaccionó sibilando en lugar de roncar. El momento se hizo eterno, y efectivamente debió serlo porque al poco se apagaron las luces. Pero Elfo no estaba preparada para apreciarlo. Apoyando el mentón sobre la nuca de Día sin Pan, dormitaba con tanta paz como él.
Proteger y servir ha vuelto!!!
ResponderEliminarQue misterios estos del abrigo, seguro que al levantarse de esa cabezada descubren algo interesante... seguiré atento...
ResponderEliminardirty saludos¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
Un relato magnífico, otro día me cuentas quién es ojos almendrados (seré yo???)
ResponderEliminarRebe