lunes, 25 de julio de 2011

What else?

Cuando George Clooney y John Malkovic salían protagonizando el primer anuncio de Nespresso, Cristina Mortus estaba ya a punto de perder su piso. No parecía importarle mucho. Lo suyo era hacer pendientes y collares para regalar o –últimamente– malvender a todo bicho viviente.
Todo empezó cuando su marido le compró la máquina de café Tassimo. Era una cafetera suprema, que ordeñaba descafeinados, chocolates y tés de calidad extraordinaria. Cristina apreció el regalo, aunque ella nunca se lo hubiera permitido.
Durante el verano hizo la ruta de los cafés con sus amigas maestras. Siempre de casa en casa, de cafetera en cafetera, y de capazo en capazo. Hasta que llegaron al hogar de Gloria. No es que sus capuchinos Nespresso fueran mucho más deliciosos que los suyos o los de las otras. Eran las cápsulas de aluminio lo que los hacían especiales. Eran hondas, metalizadas y multicolores, y corría el rumor de que los pendientes hippies se realizaban con cápsulas de esas aplastadas a golpe de martillo.
Cristina apagó el cerebro por aquella tarde y no dejó de pensar en las posibilidades de tan preciados envases. Se llevó los aluminios de esa reunión y la promesa de Gloria de guardarle todos los frascos vacíos hasta el fin de los tiempos. Aquella noche se negó a acostarse con Alberto. Estaba demasiado ocupada chafando las cápsulas hasta convertirlas en chapas redondas y planas. A las 03:55 su marido salió a buscarla. No podía dormir con sus martillazos. Ella prometió que ya lo dejaba. Y efectivamente dejó el martillo, y comenzó a pegar las chapas. Luego les pasó los enganches y dio a luz, aquella noche de julio, a dieciséis juegos de pendientes redondos y medias lunas. No pasó por la cama.
Pero la mañana trajo graves apuros para la artesana: no le quedaban cápsulas. Y sin embargo le faltaban nuevos pendientes para regalar a sus muchas amistades. Además quería probar los colgantes y collares. Pero no tenía materia prima. Por eso le pidió a Alberto que la llevara al Carrefour. Allí buscó y encontró las codiciadas reservas de cremoso, cacao intenso y té de bambú. Entonces reparó en que la máquina de café Nespresso estaba agotada. Alberto le insistió que dejara las cápsulas hasta que compraran la cafetera, pero cuatro gritos después su marido cerró el puto buzón y tragó, como siempre.
Al principio Cristina vertía el contenido de los envases en tupperwares de litro, pero pronto se quedó sin continentes. Los tés de bambú acabaron en el fregadero. Alberto estaba alucinando con todo aquello. Estaba viendo que esa noche tampoco iba a mojar el churro.
Los pendientes de Cristina causaron furor. Eran bonitos, artesanales, originales y con un punto alternativo. Todas estaban encantadas. Y Cristina les prometió collares para todas. Y para sus hijas y madres. No había tanto Nespresso en el mundo para la demanda de la bisutera.
Aquel agosto miles de cápsulas metalizadas en tonos burdeos, turquesa, oro, plata, gris perla, verde esmeralda, marrón brillante y negro mate invadieron el espacio del salón. En septiembre conquistaron el despacho, y para octubre la cama de invitados. Toda la casa era un taller. Cristina ya no cocinaba, ni limpiaba, ni hacía la compra. Hasta que llamaron del colegio. Un inspector de educación le abrió expediente por ausencias reiteradas. Pareció que escarmentaba, y durante todo el trimestre no volvió a faltar, pero no vivía para otra cosa. Su sueldo se invertía íntegramente en las cápsulas, y empezaron a echar mano de los ahorros para acabar el mes. Alberto intentó todo sin suerte. Consiguió incluso que George Clooney apareciera en su puerta intentando sacar a Cristina de su quehacer, pero ella se alegró dos segundos y apabulló al actor con sus artesanías. Cuarenta minutos después el norteamericano salía de casa con cuatro colgantes de café con guindilla y un juego de pendientes asimétricos. Francamente eran monos, pero resultaban un poco caros.
En febrero la maestra fue inhabilitada por sus nuevas incomparecencias, y en abril Alberto le pedía el divorcio. Llevaba dos meses acostándose con su compañera de trabajo y no le veía el sentido a seguir así. Cristina no pareció sentirlo demasiado.
En mayo apareció el anuncio de un angelical John Malkovic aceptando la Nespresso de Clooney a cambio de retrasar “su hora”, y unas horas más tarde llegó la orden de desahucio del piso de Cristina. Llevaba cuatro meses sin pagar la hipoteca y el banco no espera. Ella se puso un tenderete en el rastro donde vendía sus pendientes. Ya no tenía dinero para comprarlos, pero los adquiría reciclados al peso. Dormía bajo el puente y comía restos de los contenedores. Llevaba tantas de sus creaciones puestas que la llamaban “La Latas”.
Alberto se topó con ella un día. Le dijo que su historia con la otra se había acabado, y que le gustaría volver a intentarlo; que podrían pasar con su sueldo y vivir en su piso de divorciado, pero que Cristina debía dejar las cápsulas Nespresso. Ella borró la sonrisa de la cara y comenzó a jurar que nunca dejaría su orfebrería, que era su vida y que sería su muerte. Alberto marchó completamente derrotado.
A los dos años de que la máquina Tassimo entrara en su embargado hogar, Cristina se personó en el pisito de Alberto y le prometió que lo había dejado. Ella tuvo que firmar una cláusula ante notario que advertía que, en caso de volver a tocar una cápsula, perdería todos los derechos de bienes gananciales. Nunca más volvió a hablar ni manipular un envase de Nespresso.
Catorce días después de haberse instalado en casa, Cristina empezó a comprar helados Magnum. Se los comía aceleradamente o los guardaba desnudos en el congelador, pero con las cajitas metalizadas empezó a diseñar estuches y cajas de pendientes, fichas, cartas, cromos y mil objetos susceptibles de ser encerrados en tan satinados cartoncillos.

6 comentarios:

  1. ¿Y de dónde sacas esas ideas?

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  2. Estupendo relato, lleno de compulsividad y detalles gráficos. Una historia para adaptar a la gran pantalla jeje...

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  3. Cuando el reciclar, y coleccionar, se convierte en osesión, y el crear, ya no es crear, sino enfermedad.

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  4. ¿Tú crees que puede haber alguien por ahí que coleccione textos raros,curiosos, surrealistas, metafóricos, de blogs? De ser así, éste sería uno de ellos.

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  5. Esta idea en concreto la he sacado del salón de casa, y de los pendientes, cápsulas y alambres que hay repartidos por la mesa.
    Coleccionar a veces implica cierta compulsividad, ¿no?
    Sí, definitivamente este blog es surrealista, culpa de mi cabeza.
    Un abrazo a todos

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  6. Esas cápsulas están bendecidas por el demonio, son tan "cucas" que pueden producir adicción desenfrenada por el coleccionismo.

    El coleccionismo es un vicio tan o más peligroso que fumar.

    Excelente historia, la he leído jugueteando con una cápsula de Ristretto, quizás pueda crear juegos de ajedrez con esto... XD

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