Vienes de poner 1535 baterías de coche en el capó de otros tantos Merivas, o dos mil multas de aparcamiento en zona de pago, o siete mil sellos oficiales. Has extirpado dos hígados y canjeado un corazón –malherido–, limpiado 49 cristales, cambiado a 24 niños, o robado seis bolsos. Has enterrado dos ancianos, corregido 25 exámenes o rodado una escena porno. Has compuesto dos acordes para tu nuevo disco, vendido nueve novelas, puesto 424 horchatas y 678 helados, espiado a dos infieles y a un pavo en baja laboral. Pues eso. Después de seis horas de tomar apuntes, 26 pedidos de cerveza, 234 km de siembra o 47 cortes de pelo estás hasta los cojones.
Sólo quieres que el mundo se olvide de ti tanto como tú te olvidas de él. Y llegas a casa hecho un guiñapo y maldiciendo tu suerte de tercera; esa que te hace un mercenario laboral: sólo trabajas por dinero. Pero si algo da sentido al ocio es la obligación. Tu día empieza ahora. O tal vez, si tienes posibilidad, después de la siesta. Enciendes la tele. Y hay que elegir: Amar en tiempos revueltos, Cocodrilos tímidos, Cristiano Ronaldo cambia la gomina por el merengue, Dándolo toda jota, Saber y Ganar o Sálvame diario.
Si no te gustan los lagartos, los bailes regionales, el deporte rey, la cultura general o los culebrones patrios la elección se hace sola. Eres un náufrago. Por favor que te salven.
Sálvame es tan nocivo que es necesario. Cumple la misma función que el jefe hijoputa, el taxista cabrón o la cajera grosera. Porque todos necesitamos alguien a quien odiar. Y Sálvame cumple los requisitos: gente inculta, prepotente y pagada de sí misma, temas de rabiosa crucialidad, cotilleos a discreción, presentadores ególatras e inmorales, famosos de medio pelo, polemistas profesionales, frikis de todos los colores, negados de la psique, vulgaridad desatada, paletas del pueblo, mala idea generalizada y una cínica fe ciega en que se defiende la verdad y la honestidad.
Cuando estás agotado y cansado de tu propia miseria no quieres más morralla, ni que te hagan pensar. Sólo quieres sentirte bien. Y una de las cosas que mejor nos hace sentir, por muy insano que sea, es criticar a otro. Aquí ni siquiera tienes que pelar al personal. Jorge Javier –un gran presentador– Vázquez lo hace por ti. Sus usos y abusos son tan excesivos que te permite odiar, lícitamente, a la rubia verborreica, a la suicidada en botox y tacos, al calvo de la mala hostia, al presentador locaza y nazi, al primo de la hermana del sobrino de la novia del peluquero que una vez vio a Lola Flores cantar el Mambo Nº 5, al friki adoptado de Gran Hermano, a la gallina nonagenaria, a la paranoica de Miami… Y tú disfrutas porque en esta existencia de mierda hay gente que está haciendo las cosas mucho peor que tú, y te sientes superior moralmente. Y eso sube la autoestima.
Cuando criticamos a un conocido solemos resaltar –y a veces exagerar– aspectos negativos de su torpe proceder, de su idiosincrasia o de su círculo. Nos juntamos con alguien y de modo oscuro y nocivo celebramos los excesos del otro. Con este pernicioso ejercicio no sólo fomentamos la complicidad, además nos comparamos mentalmente con el otro pavo al que estamos pelando y nos sentimos superiores. O somos menos desgraciados, o llevamos mejor vida, o simplemente hacemos las cosas mejor que él. En ese momento nos sentimos autorizados para menospreciarlo por lo que ha hecho o dicho, por su falta de tacto, por su actuación inmoral, sus pocos escrúpulos o su maldad estructural. Si además su malvivir lo envilece y degenera, estaremos todavía más felices, nos creeremos en posesión de la verdad absoluta y sentiremos que la justicia divina ha caído sobre él y lo ha fulminado ecuánimemente. ¿Acaso hay mayor felicidad y plenitud que el orden del mundo correctamente distribuido? Para nosotros no. Si a Zutano le han metido en la cárcel que no hubiera defraudado a Hacienda, y si Mengano no corriera a 86 km/h por ciudad no le hubieran quitado seis puntos.
Pero este sentimiento de justicia cósmica no es bueno. Alegrarse del mal ajeno, por muy merecido que Fulano lo tenga, es insano. Para eso está Sálvame. A estos frikis los puedes despreciar libremente y sin necesidad de confesarte. ¿Por qué? Lo primero, porque se lo ganan a pulso. Si están ahí es de manera voluntaria, y salvo alguno realmente limitado, la mayoría son borderlines gilipollas con culpa absoluta de todo lo que les pase. Sus lágrimas, sus ojeras, las querellas judiciales que les meten, los insultos que les propinan, el odio que generan, todo eso se lo han merecido sobradamente y con creces. Han trabajado duro para construir sus personajes. Saben que sin esas caricaturas de sí mismos no saldrían en Tele 5.
Segundo, porque por muchos huevos que les tiren en las fiestas de los pueblos, o pese a los infinitos mensajes de descalificación extrema que reciban, esta banda de delincuentes morales cobra un dineral, mucho más que el de los 1535 Merivas o que el chorizo de los seis bolsos. La pulsión catártica que generan está más que justificada. Hoy en día que hay gente que no tiene ni para ser enterrada cuando mueren de frío o inanición, a éstos no hay por qué tenerles lástima.
Tercero, porque de todas las formas de prostitución que existe, ésta es sin duda la peor. Se pueden vender ideas, sexo por horas, imagen, creatividad… y parecernos más o menos indecente. Lo que ofrece esta banda es su moral, su alma, su integridad. ¿Cómo no vamos a criticarlos y sentirnos bien a su costa viendo las barbaridades que dicen, hacen o provocan?
Muchos de ellos, por inverosímil que parezca, se creen su mentira. Están convencidos de que están arreglando el mundo. Tampoco es lo más grave. Lo triste es que miles de marujas también los defienden a muerte. Consumirlos es aceptable pero, ¿idolatrarlos?
Si no te gustan los lagartos, los bailes regionales, el deporte rey, la cultura general o los culebrones patrios la elección se hace sola. Eres un náufrago. Por favor que te salven.
Sálvame es tan nocivo que es necesario. Cumple la misma función que el jefe hijoputa, el taxista cabrón o la cajera grosera. Porque todos necesitamos alguien a quien odiar. Y Sálvame cumple los requisitos: gente inculta, prepotente y pagada de sí misma, temas de rabiosa crucialidad, cotilleos a discreción, presentadores ególatras e inmorales, famosos de medio pelo, polemistas profesionales, frikis de todos los colores, negados de la psique, vulgaridad desatada, paletas del pueblo, mala idea generalizada y una cínica fe ciega en que se defiende la verdad y la honestidad.
Cuando estás agotado y cansado de tu propia miseria no quieres más morralla, ni que te hagan pensar. Sólo quieres sentirte bien. Y una de las cosas que mejor nos hace sentir, por muy insano que sea, es criticar a otro. Aquí ni siquiera tienes que pelar al personal. Jorge Javier –un gran presentador– Vázquez lo hace por ti. Sus usos y abusos son tan excesivos que te permite odiar, lícitamente, a la rubia verborreica, a la suicidada en botox y tacos, al calvo de la mala hostia, al presentador locaza y nazi, al primo de la hermana del sobrino de la novia del peluquero que una vez vio a Lola Flores cantar el Mambo Nº 5, al friki adoptado de Gran Hermano, a la gallina nonagenaria, a la paranoica de Miami… Y tú disfrutas porque en esta existencia de mierda hay gente que está haciendo las cosas mucho peor que tú, y te sientes superior moralmente. Y eso sube la autoestima.
Cuando criticamos a un conocido solemos resaltar –y a veces exagerar– aspectos negativos de su torpe proceder, de su idiosincrasia o de su círculo. Nos juntamos con alguien y de modo oscuro y nocivo celebramos los excesos del otro. Con este pernicioso ejercicio no sólo fomentamos la complicidad, además nos comparamos mentalmente con el otro pavo al que estamos pelando y nos sentimos superiores. O somos menos desgraciados, o llevamos mejor vida, o simplemente hacemos las cosas mejor que él. En ese momento nos sentimos autorizados para menospreciarlo por lo que ha hecho o dicho, por su falta de tacto, por su actuación inmoral, sus pocos escrúpulos o su maldad estructural. Si además su malvivir lo envilece y degenera, estaremos todavía más felices, nos creeremos en posesión de la verdad absoluta y sentiremos que la justicia divina ha caído sobre él y lo ha fulminado ecuánimemente. ¿Acaso hay mayor felicidad y plenitud que el orden del mundo correctamente distribuido? Para nosotros no. Si a Zutano le han metido en la cárcel que no hubiera defraudado a Hacienda, y si Mengano no corriera a 86 km/h por ciudad no le hubieran quitado seis puntos.
Pero este sentimiento de justicia cósmica no es bueno. Alegrarse del mal ajeno, por muy merecido que Fulano lo tenga, es insano. Para eso está Sálvame. A estos frikis los puedes despreciar libremente y sin necesidad de confesarte. ¿Por qué? Lo primero, porque se lo ganan a pulso. Si están ahí es de manera voluntaria, y salvo alguno realmente limitado, la mayoría son borderlines gilipollas con culpa absoluta de todo lo que les pase. Sus lágrimas, sus ojeras, las querellas judiciales que les meten, los insultos que les propinan, el odio que generan, todo eso se lo han merecido sobradamente y con creces. Han trabajado duro para construir sus personajes. Saben que sin esas caricaturas de sí mismos no saldrían en Tele 5.
Segundo, porque por muchos huevos que les tiren en las fiestas de los pueblos, o pese a los infinitos mensajes de descalificación extrema que reciban, esta banda de delincuentes morales cobra un dineral, mucho más que el de los 1535 Merivas o que el chorizo de los seis bolsos. La pulsión catártica que generan está más que justificada. Hoy en día que hay gente que no tiene ni para ser enterrada cuando mueren de frío o inanición, a éstos no hay por qué tenerles lástima.
Tercero, porque de todas las formas de prostitución que existe, ésta es sin duda la peor. Se pueden vender ideas, sexo por horas, imagen, creatividad… y parecernos más o menos indecente. Lo que ofrece esta banda es su moral, su alma, su integridad. ¿Cómo no vamos a criticarlos y sentirnos bien a su costa viendo las barbaridades que dicen, hacen o provocan?
Muchos de ellos, por inverosímil que parezca, se creen su mentira. Están convencidos de que están arreglando el mundo. Tampoco es lo más grave. Lo triste es que miles de marujas también los defienden a muerte. Consumirlos es aceptable pero, ¿idolatrarlos?
Qué buena entrada. Nunca lo había visto desde ese punto de vista. Probablemente, en este pais, sean necesarios, aunque hace 20 años bien que sabíamos vivir sin ellos en TV.
ResponderEliminarEn cualquier caso, y respondiendo a tu pregunta, se los puede consumir, pero desde luego sin perder de vista que no son más que gentuza y unos pobres desgraciados.
Una entrada impresionante, ahora entiendo por qué lo ve tanta gente...
ResponderEliminarAmén. Es una de las mejores críticas que he leído en tu blog, realmente buena.
ResponderEliminarCreo que la clave de todo la expones en los primeros párrafos introductorios donde, en cierto modo, 'justificas' el por qué de las altas audiencias de este tipo de shows televisivos, y es que cuando uno quiere escapar de sus obligaciones, este tipo de programas ayudan bastante.
Siempre he dicho que Telecinco es experta cadena en hacer espectáculo y eso es justo lo que da audiencia en televisión.
La gente, en términos generales, no enciende la tele para culturizarse (Para eso ya tenemos libros y otros medios a los que recurrir). La tele está para entretener, para ayudar a desconectar de nuestras rutinas e incluso divertir, y toda esta panda de gente a la que mencionas, son una buena combinación para ello, por mucho que duela.
Un abrazo,
Manu UC.
Los personajes que salen en Telecinco, son mezquinos y pobre de moralidad. Ellos lo saben y encima alardean.Se les llena la boca demostrando que son incultos, ruínes y malas personas.
ResponderEliminarPor lo poco que conozco a Telecinco, debo imaginarme que es algo así como la versión española de los canales televisivos América TV y El Trece de acá de Argentina.
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